lunes, 4 de febrero de 2019

El dueño de la baraja



El plan de Parabel era osado. Entre luna de la cosecha y la del cazador habría festividades en Lurzt. Era el fín de la cosecha dando la bienvenida al invierno. Algo que se festejaba en las proximidades del Portezuelo. Los pasos de montaña se llenaban de nieve y pocos se aventuraban a cruzar por ellos. Era la paz pequeña. El tiempo más tranquilo en la frontera.
El príncipe solía abrir el castillo a nobles de las demás regiones. Y así como el palacio se llenaba de artistas y trovadores, las plazas de Lurzt también gozaban del arribo de juglares, malabaristas, magos de cartas y domadores de fieras.

─Podemos acercarnos al castillo con facilidad. Tengo algunos contactos y pretendo inscribirnos como atracción del príncipe.

─¿Acaso parecemos bufones? ¿debemos aprender malabares para impresionar a los nobles?

─Tenemos muchas habilidades que pueden sorprender a los invitados Carlos. ¿Acaso no conoces trucos de fuego que nos consigan algunas monedas?

─Mi arte es para la batalla, no para provocar la risa ─contestó ofuscado.

Nadie tenía mucha simpatía por el plan. No entendían la finalidad de exponerse de esa manera.

─Usaremos máscaras mis amigos ─continuó entusiasmado el juglar. ─creo que con algo de suerte llegaremos a la recámara real y daremos nuestro mensaje

─¿Y que tienes en mente cuando estemos allí juglar?

A Hiperión le parecía extraño este súbito interés por volver al lugar del que habían sido expulsados en su mayoría

─Piénsalo rojo. Creo que por nuestros servicios al principado merecemos nuestro indulto. Nos lo ganamos sangrando en esta maldita montaña

Todos empezaron a vociferar y a dar su opinión del asunto. Había moderados que decían que era descabellado siquiera pensar en ir y otros que votaban por matar al príncipe sin más. La mayoría no sabía que tipo de actuación podían brindar y les preocupaba más que si fueran a la batalla.
Fue una semana de arduas negociaciones, ruegos, amenazas y súplicas. Nadie sabía muy bien que esperar. Raluk dijo que haría una demostración de lanzamiento de dagas con Wonder y escogieron al pobre de Emithan como colaborador. Atado a una rueda de madera que giraba procuraban atinar a las axilas y la entrepierna. El pobre muchacho gritaba pidiendo auxilio pero a los más les pareció interesante la propuesta. ASI no dejaba de reir de la suerte de su amigo pero pronto encontró que también lo sumaron a un espectáculo en calidad de asistente. Ayudaría a Carlos con su demostración de vasijas incendiarias. No tardó en perder una ceja en los preparativos. Su cara a medio quemar por el polvo de dragón ya no reía tanto como en la mañana.
Parabel cambió las cuerdas de su laúd y comenzó pacientemente a afinarlo. Sabía que tarde o temprano esa maldita cuarta cuerda lo pondría a sufrir, hasta que al final le devolviera el tono.
Silvia declaró haber tocado por mucho tiempo un tambor en el templo de fuego así que enseguida salieron en busca de uno para que le diera tensión a los distintos actos.

─¿Vas a cantarla?

Jenny lo miraba fijo mientras él se sorprendía de la pregunta. El juglar se sintió incómodo como pocas veces. La maga lo había descubierto una vez cantando una canción que correspondía a una dama muy especial.

─¿La recuerdas todavía? hasta yo la he olvidado.

─No me mientas juglar, nunca podrías olvidar algo como eso. Guardé tu secreto por años pero esa canción debe sonar en el castillo del príncipe

─No puedo maga, demasiados recuerdos

Jenny se ofuscó por la cobardía del cantor y decidió tomar cartas en el asunto.

─A ver todos, aquí nuestro artista tiene una canción especial que pretende dejar guardada en su memoria. Vamos a animarlo a que la entone...después de todo nos ha embarcado en este loco asunto, lo menos que puede hacer es motivarnos...

Todos dejaron de ensayar sus rudimentarios actos e hicieron ronda alrededor del juglar que se vio rodeado de miradas ansiosas. Conocían bastante sus canciones y siempre estaban atentos cuando había una nueva.

─Si pretendes que seamos bufones de la corte al menos has que valga la pena ─insistió Carlos que seguía contrariado por la misión que tenían por delante. ─canta o no habrá espectáculo de fuego ─sentenció

Parabel intentó un arpegio para comenzar pero no encontró la nota y el laúd sonó a gato aporreado pero luego empezó a dar con la melodía. Sus ojos se empañaron por la emoción cuando empezó a dar una introducción que explicaba la historia...

─Hace años que perdí a una dama especial. Vive en mi mente desde entonces y baila con cada nota que sale de mi viejo instrumento. Decidí estar aquí para que ella esté a salvo allí, cruzando el río ─dijo haciendo una seña al castillo de Lurzt. Se aclaró la garganta y siguió presentando ─uno no sabe con que cartas va a jugar la mano de la vida, tocan buenas y malas cartas, reyes y plebeyos se presentan en ellas. Y nos toca hacer nuestro juego lo mejor posible sin saber con que mano cuenta esta maldita guerra. Seguros de que la muerte siempre se guarda un comodín ─culminó de decir mientras los arpegios ganaban intensidad

No me llores si ves a las montañas/
si no vuelvo a tu puerta a sonreir/
cuando bañe el rocio tus mañanas/
si te mancha es que sangré por tí

Yo no espero que aguardes mi regreso/
yo he sabido que no eras para mí/
aún me guardo aquel último beso/
que me diste el día que partí

Has tu vida y nunca sientas culpa/
se dichosa y vuélveme feliz/
que jazmines te den como a ninguna/
el perfume que yo te prometí...

Se hizo un largo silencio mientras todos buscaban disimular aquel viejo sentimiento de añoranza por los sacrificios y el sudor vertidos desde que pertenecían  la hermandad. Todos tenían la fantasía de algún día volver. Así fuera una aldea, una granja, un modesto caserío, algún rincón en las montañas donde buscar a los que habían quedado atrás, saber de ellos, volver a sentir los perfumes de antaño. Todos empezaron a entender lo que pretendía hacer el juglar con aquella jugada.
Parabel guardó el laúd y salió de la cueva un momento a buscar una bocanada de aire. El resto volvió a sus ensayos en busca de distraerse de la canción sabiendo por qué el juglar no la había cantado nunca. Era una canción dedicada al hogar. Algo que ellos habían dejado hace mucho y al que no sabían si alguna vez podrían volver. No estaba en sus manos hacerlo. Sea de la región que fuere cada uno eran parias, exiliados, perseguidos, condenados. La hueste sin perdón. Lo sabían muy bien y habían aprendido a vivir con ello. Porque todos habían aprendido a jugar aquel juego pero ninguno era verdaderamente, dueño de la baraja.










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