Agus fue llevado ante el concilio apenas pasado el mediodía. Se ataron las manos con una modesta cuerda gracias al arreglo que hizo el sacerdote Amilad para evitar los grilletes. Putrid caminó junto a él todo el trayecto sin mucho más que hacer que observarlo. No estaba encadenado así que nada lo retenía si deseaba escapar. Pero por alguna razón estaba interesado en conocer el concilio. Sin embargo el sacerdote no era ingenuo y un escuadrón de arqueros vigilaba desde las alturas sin mostrarse demasiado. Sabía que era un rehén ideal para ser tomado por el guerrero. Su rango, su edad. Todo conspiraba contra él.
Todo era ceremonioso en la puerta de los dioses. Así que uno por uno, visitaron en su marcha los portales de cada templo, donde una comitiva se unía al séquito para continuar la travesía.
Putrid conoció apenas los templos cuando llegó. Pero ahora que pudo contemplarlos con detenimiento, la ciudad le pareció más inquietante aún. El templo del ojo no era más que un portal de piedra oscuro lleno de cuervos con un altar piramidal en el fondo, decían los acólitos que no podían tener un techo sobre sus cabezas porque el ojo del cielo debía contemplarlos día y noche. Lo cierto es que las cámaras sacerdotales estaban bajo suelo donde hacían sus rituales. Los olores nauseabundos no presagiaban nada bueno.
La situación no mejoraba cuando se acercaban al templo del herrero. La Madre Forja estaba tallada en el umbral. Una diosa de ojos desquiciados y largos cabellos que hacían de marco. La boca estaba representada por la abertura del portal dándole un toque siniestro a la fachada. Allí había agitación y expectativa. Todo renacido. Aquel al que los dioses no tomaban era sujeto de interpretaciones de acuerdo a sus ambiguas profecías. Decían que el herrero se encarnaba cada cierta cantidad de generaciones y venía del mar para liderar el culto. El hecho de haber matado a dos sacerdotes del fuego lo hacía más verosímil aunque Putrid había estado en esa playa. Sabía que se acercara quien se acercara el guerrero estaba fuera de sí cuando despertó y no perdonaría a ninguno.
Cuando llegaron al templo de fuego no hallaron a nadie en sus puertas. Esto molestó al resto de la comitiva y el sacerdote le hizo una seña a Putrid para que entrara a averiguar. Esto lo puso en aprietos ya que si en ese momento se escapaba su prisionero sería culpa suya por completo. Terminó accediendo ya que los sacerdotes de la forja amenazaban con abandonar la travesía. Se sentían indignos esperando por sus eternos rivales. Putrid se aventuró a la nave central y se encontró con una larga escalinata. allí divisó en lo alto a uno de los sacerdotes del fuego. No estaba vestido de rojo como era lo usual sino de un perfecto blanco. Dudó por un momento pero se quitó el casco y se acercó. Vio que este hombre le hizo un gesto saludándolo.
─No temas, se por qué estás aquí...danos un momento y partiremos. Todavía estamos preparando el funeral de nuestros hermanos ─dijo con una amabilidad que no mostraba una pizca de emoción.
Se quedó parado allí un rato mientras Putrid lo observaba. La túnica blanca era hermosa, trabajada con hilos de bronce al parecer.
─Seguro te preguntas por qué visto de blanco, mi estimado ─dijo y el joven guardia asintió con la cabeza. ─verás...dos vidas se han extinguido, y la llama de sus almas ha partido hacia el origen de ese fuego, la llama eterna, donde se sumarán a él. Y cuando una llama se extingue en este mundo solo quedan cenizas. Si has quemado algo pequeño como un trozo de tela o de papiro sabrás que la primer ceniza es blanca, como si la nieve se hubiera hecho polvo. Pero es sólo porque aún guarda un resto de calor. Es lo que ha pasado aquí...somos pequeños trozos de vida que arderemos en algún momento. Seremos cenizas blancas y el viento nos llevará al olvido pero nuestro calor permanecerá en otra parte.
A Putrid se le ocurrieron muchos ejemplos de cosas que arden despidiendo ollín y cuyos restos son negros como un cuervo pero le pareció que la explicación del anciano sonaba más bella. Sabía muy bien por la guerra en su patria que el viento no nos lleva a ningún lado estando muertos sino que vendrá alguna fiera o esos malditos gusanos de la carne. Hasta los cuervos que vio antes se alegrarían si dejarán a esos sacerdotes un rato a la intemperie.
Un sacerdote más ornamentado apareció por detrás del anciano amable. Y no tenía un gesto tan afable, ni siquiera lo miró y se dirigió al primer anciano todo el tiempo.
─Parto hermano, a mi regreso oficiaremos la ceremonia.
El anciano amable asintió con la cabeza y le hizo una reverencia mientras con una rápida mirada se despidió de Putrid y se perdió dentro de la sala contigua.
El que parecía ser digno de reverencias se dirigió hacia la puerta, otros dos se sumaron a él mientras cuatro lanceros velaban por la escalinata sin mostrar gesto alguno.
La procesión volvió a ponerse en marcha. Ya los principales de cada culto estaban presentes y serían los encargados de oficiar el concilio donde se debatiría el destino de guerrero. Si era desterrado tendría que ser escoltado hasta los confines del sur. Putrid temía lo peor, tener que arrastrar a ese salvaje hasta quien sabe donde con la posibilidad de que se levantara contra él. Puse instintivamente la mano en su espada. Intentó recordar si la había afilado y aceitado últimamente. Todavía guardaba una patina pegajosa amarronada en su funda. Estaba bien por ahora.
En la plaza central estaba la casa de los dioses. El templo principal donde toda fe estaba representada. Aún la magia tenía su grabado en alguno de sus muchos arcos. Era vasto, gigantesco, y la luz atravesaba por entre sus columnas aunque era mayormente frío y oscuro. Como todo en aquella ciudad. Sin embargo, la casa de los dioses si era algo que valía la pena observar. Su mármol azulado y ocre, sus columnas, su extraña decoración. Parecía un niño en la feria mirando con ojos enormes cuán monumental puede ser la mano del hombre. Nunca había llegado tan lejos a pesar de haber estado allí varias veces. En ese lugar le habían enseñado algo de la historia de la ciudad y por qué tenían que proteger con sus vidas todo lo que allí estaba representado. La verdad es que todos los guardias lo hacían por la paga y pocos tenían fe en algo más que en ellos mismos. Putrid no era la excepción.
El concilio resultaba ser simplemente un atrio apenas iluminado donde un sacerdote leía los asuntos sobre los que había que decidir. Para ser el lugar donde se dictaba muchas veces el destino de los hombres era tan sombrío como podía ser el futuro de la singular pareja. Uno dos veces condenado y otro, encargado de vigilarlo. Por primera vez Agus y Putrid cruzaron miradas. A ninguno de los dos le gustaba aquel lugar donde los asistentes eran sombras que murmuraban alrededor del atrio sin acercarse a la pálida luz de las escasas lámparas de aceite. El que subía al altar daría su parecer en nombre de su orden, o si no se llegaba a un acuerdo, simplemente expresando su postura. Todavía restaba que los tres credos llegaran a un acuerdo.
─Está maldito, y ha traído oscuros presagios a esta sagrada ciudad. Hay que terminar con esa vida ya que los dioses lo arrojaron en nuestras playas para que acabemos con el anatema...─se aventuró a proclamar uno de los sacerdotes de la forja...─pero hablo por mí mismo. No tengo acuerdo con mis hermanos.
Cada vez que alguien subía al estrado era vivado o abucheado según los apoyos que pudiera haber recolectado mientras intrigaba en las sombras del salón.
─El sacerdote dijo que no me matarían...─fue todo lo que dijo por lo bajo Agus visiblemente molesto. Putrid no le contestó, no parecía que le estuviera consultando.
─Hermanos de esta sagrada ciudad. Hemos recogido una tablas de la barcaza que lo trajo a nuestras costas. En ella se enuncia en los tres idiomas conocidos por nosotros que este hombre ha sido juzgado y hallado culpable en su tierra, Mediamar.. Ha dado muerte a un alto sacerdote de la orden de la forja, religión oficial del imperio vecino. Se lo ha declarado matadioses por esto y lanzado al mar. Y los venerables espíritus lo han traído aquí para que demos nuestro parecer con la sabiduría que portamos de lo alto. Pero la sangre que nuestros vecinos no tomaron no nos corresponde a nosotros. Aunque haya tomado vidas sagradas aquí también. Maldito es y maldito será. Nuestro trabajo es quitarlo de nuestra cuidad y enviarlo a los confines de estas tierras. Que lo escolten a alguna de las ciudades de frontera.
El griterío fue general. Nadie quería recibirlo en su propia ciudad. Ni Dom Plameni ni Yurzanhy parecían destinos posibles. Sólo quedaba aquel castillo en la frontera donde el príncipe no tenía mayor autoridad que la que impartía a sus sirvientes y la región era controlada por una hermandad de forajidos. Era el viaje más largo y el condenado era peligroso. Putrid tragó saliva. Era relativamente nuevo y la guardia sagrada podía prescindir fácilmente de un soldado extranjero. Estaban desterrándolo también a él.
Las voces continuaron en las formas y maneras en que parecía decidirse todo en ese recinto. Vociferando e intrigando. Agus espezó a mirar a ambos lados de mala manera. Parecía dispuesto a liberarse de las cuerdas que lo ataban y empezar a decidir las cosas por si mismo. Putrid entendió la intención y se apresuró a advertirlo.
─No te conozco ni me importa lo que digan aquí. Pero si lastimas a un sacerdote más te mataran la veintena de guardias que te observan y a mi me quemarán a algún dios, el que tengan disponible.
─No me importa morir a mí, menos me importará tu patética vida soldado. Al menos le daré a mi nombre un verdadero significado. Todavía no he matado a ningún dios. Sólo a un par de bastardos como los que gritan aquí.
─Te van a desterrar, y me enviarán contigo. Apenas traspasemos el umbral de esta ciudad seremos solo nosotros. No pretendo que te importe pero si quieres morir dímelo y yo mismo te deguello aquí mismo. Prefiero que me corten la cabeza a volver a pasar por un juicio del concilio. ─dijo con convicción Putrid, cansado de su mala fortuna.Mientras tanto los sacerdotes estaban dando el veredicto y no pudieron saber demasiado sobre la condena.
─...Por lo tanto, y en representación de mi credo, y la perfecta voluntad de la madre forja yo destierro a este hombre a la fortaleza de Lurtz en la frontera de las Montañas del Dragón para ser allí juzgado por el príncipe en oficio. Para lo cual la guardia sagrada ofrecerá una escolta adecuada. Si alguien ofrece mayor sabiduría será escuchado...
Se hizo un espacio de silencio. Esto equivalía al fin de las rencillas. Los sacerdotes de la forja no habían conseguido votos suficientes para sacrificar al reo pero al menos recibirían buena cantidad de oro por aceptar el destierro, reservándose el honor de dictar sentencia.
─Ya está. Te lo dije guerrero. A veinte leguas de esta ciudad ya nada tendremos que ver contigo. Pero si te acercas la guardia te cazará por todo el oro que ofrezcamos. Nunca vuelvas. Buena vida.
Amilad no había subido en ningún momento al estrado pero estaba allí. Frente a Agus y Putrid con una sonrisa de satisfacción. Saludó al guardia y se despidió de Agus dejándole una bolsa con oro entre las manos.
─Recuerda...por veinte leguas te escoltaremos, luego quedarás solo con el guardia que te acompaña por el resto del camino. Es lo mejor que podías conseguir. Y recuerda todo lo que yo te he dado ─le susurró y se perdió tras una columna.
Putrid no entendía quién era el ilustre matadioses pero al parecer había matado a alguien del otro lado del mar que había dejado contentos a muchos. Sólo los sacerdotes de la forja estaban agitados, pero no estaban en posición de imponer su voluntad en el momento en que los sacerdotes del fuego y testigos del ojo estaban más cercanos que nunca. Pronto la guardia del templo condujo a la pareja hasta las caballerizas del templo y ensillaron junto a seis guardias más que poca atención prestaron a la misión encomendada. Solo era una mandado simple. De hecho la pareja cabalgó delante. Putrid llevaba el caballo de Agus con una cuerda atada a la silla. El resto los siguió a prudente distancia sin intervenir. Unas horas después ya tenían un buen trecho recorrido y la escolta empezaba a rezagarse. Agus apenas prestaba atención.Había jugado con el nudo de las cuerdas hasta aflojarlo lo suficiente y estaba listo para liberarse. Cuando le dieron la montura vio como disimulaban una espada en las alforjas, luego cubierta con un capote para la lluvia. Alguien había intercedido por él, seguramente mandando instrucciones en la misma balsa, o quizás un cuervo. No se le ocurría nadie más que su príncipe intentando darle una chance de vida, y una oportunidad de volver con su amada Ingrid. Su familia era rica y él había defendido su honor matando al sumo sacerdote. Pudo haber confirmado los votos de fidelidad en su momento pero la guerra demoró la decisión y su familia logró evitar que la despose. El era un hombre maduro con cuarenta inviernos sobre los lomos y ella apenas una doncella que acababa de volverse mujer. El tenía la gloria ganada por la espada pero ningún nombre ilustre o arcas rebosantes de oro. Y su familia no aceptaba la unión. Habían intentado casarla con un mercader de Ur-Kamoi pero la muchacha era tozuda y logró auyentar al pretendiente, tambien al escriba de Madena que aunque mayor contaba con el favor de su príncipe y auguraba mejoras al status de la familia. La muchacha era indómita y amaba la lucha por lo que quedó flechada de ese magnifico guerrero que atendió cuando acabó herido en una tienda. Se habían conocido en el campo de batalla donde la doncella junto a su orden asistió al bando imperial. Allí le cuidó y despertó el amor entre ambos. Y ella procuró desde ese día estar con él. Y cuando su familia la castigó enviandola como novicia al templo de la madre forja logró que el curtido guerrero llorara desconsolado al perderla. Una semana más tarde fué alertado de que estaba recluida en una celda por intentar escapar. Agus no era hombre que respetara demasiado las investiduras. Fue tras ella y allí descubrió que el sumo sacerdote había abusado de ella desde el primer día. Puede que haya sido por consejo de la propia familia de la muchacha o por iniciativa del propio jerarca del templo. Se había intentado aleccionarla y mitigar su rebeldía. El guerrero fue dejando un reguero de muertos hasta llegar a la recámara del sumo sacerdote y lo castró allí mismo antes de matarlo y colgar su cuerpo desnudo en los muros del templo con su propio miembro en la boca. Era una ofensa imperdonable y ni siquiera el príncipe pudo evitar que los gnomones lo juzgaran por anatema.Pero si pudo lograr que no lo quemen en la forja eterna sino que lo echen al mar con alguna esperanza de que sobreviva.Y sobrevivió. Pasado el mediodía vieron que la escolta los observaba desde la distancia pero se habían detenido. Era obvio que no irían más allá de las veinte leguas designadas. Putrid entendió que estaba solo, aún antes de que los seis escoltas dieran la vuelta. Agus sonreía mientras los caballos avanzaban cansinamente.
--Quiero que entiendas que lo que pasará ahora no tiene nada que ver contigo, pero si te dejo vivo volverás a decirles que he escapado. --dijo sin un dejo de emoción el guerrero.
--Quién dijo que puedo volver? me han mandado a morir aquí contigo.
--Quizás te toque aceptar tu destino entonces... --agregó Agus mientras se soltaba las manos y buscaba la espada escondida. Cuando la tomó vio que atada a la empuñadura había un trozo de pergamino unido con cordel. Era una pequeña nota. Putrid mientras tanto no perdió tiempo y desenvainó dispuesto a dar pelea. Pero se detuvo cuando vio la expresión del guerrero con el trozo de pegamino en las manos. Y el guardia podría jurar que cuando Agus mostró la espada había lágrimas en sus ojos. Alzó el acero sobre su cabeza, decubriendo su costado pero nunca lo bajó ni atacó, solo avanzó hacia el guardia en actitud amenazante. Putrid encajó su filo en sus costillas sin demasiada dificultad y volvió a atacar hiriéndolo en el hombro. La espada cayó de la mano de Agus y pronto él también besó el suelo casi inerte. Putrid desensilló y se acercó sin bajar la espada pero el guerrero apenas respiraba, con mucha dificultad. La nota permanecía junto al guerrero que ya no se movía. Putrid la levantó y pudo leerla. Había aprendido con un sacerdote de la forja que enseñaba a los niños de su aldea hace ya demasiados días.
...Si sobrevives queremos que sepas que tu perra ya ardió en la forja. Vive con eso.
La nota no estaba firmada pero estaba claro que la orden estaba detrás del mensaje. Se habían asegurado de que el mensaje llegara con él. Sabían que esa espada llegaría a sus manos. Putrid intuyó que esos seis escoltas esperaban en algún lugar el desenlace del enfrentamiento. Estaban allí para que ambos murieran y todo el asunto quedara enterrado. Pronto escuchó cascos de caballos acercándose y sintió verdadero miedo. El joven guardia tomó su montura de inmediato y cabalgó sin mirar atrás. Sólo cuando la noche no le dejó seguir camino se animó a detenerse junto a un arroyo y durmió sin encender fuego. En los siguientes días vagó por la frontera y en una taberna se enteró que la hermandad fantasma era más certeza que cuento. Todavía no sabía donde buscar o a quién recurrir para llegar a ellos. No supo que más hacer, parecía el destino lógico para alguien como él. Testigo incómodo de las perversidades de la ciudad sagrada. Porque lo que parecía ser una condena que debía hacer cumplir se transformó en una maldición con la que cargar. La maldición del concilio.
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