lunes, 17 de junio de 2019

Pies sucios



Pies Sucios caminó por los campos desolados. La guerra ya los había consumido y sin embargo, entre los restos marchitos todavía había sed. La tierra no había bebido suficiente sangre. Miró a los cuatro extremos del mundo y oyó a las multitudes marchando a la batalla. Los herreros del este, los perros del norte, el fuego del oeste pero lo que la sorprendió fue oir a las las huestes que venían del sur.
El pacto se había quebrado después de siglos. La puerta de los dioses dejaba de dar santuario. Pronto cada extremo del mundo se sumiría en la sangre de sus hermanos.
Porque eran muchos los que venían a los campos meridios pero pocos regresarían a sus moradas, rotos y hastiados de muerte, con el corazón lleno de guerra.
Y Pies Sucios lloró amargamente porque la tierra volvería a sangrar. Y la sangre llamaría a los abismos. El gran portal se volvería sediento y dejaría de guardar su lugar por querer ser parte de la matanza. El otro gran pacto también se rompería. Todos querrían su parte.
La anciana despertó asustada después de esos sueños que portaban visiones.

─Dame agua pequeña ─rogó a la novicia que dormía a sus pies, encargada de velar por ella.

─Enseguida mi señora. ─Contestó y salió aún desperezándose. No tenía más de quince inviernos, de belleza serena y buen porte. Era alta y estilizada para su edad. Las entrenaban desde pequeñas así que ya debía ser una guerrera consumada. 
Cuando volvió tomó apenas un sorbo y se alisó el cabello mientras se ponía su túnica.

─Ve a buscar a las hermanas mayores. Debo darles palabra.

No tardaron mucho tiempo en llegar a la cámara de la anciana que había empezado a dibujar en el piso con una tiza. Todas fueron haciendo una reverencia a medida que llegaban. Las hermanas mayores eran las más experimentadas y diestras. Las más sabias y que participaban del consejo de Verbogón aunque ya no sintieran el respeto de los otros credos.
La anciana terminó de dibujar un círculo en el piso y en cada punto cardinal dibujó una fase de la luna. En el centro un ojo con un sol dentro.

─¿Alguna sabe que es esto?

Mirne, que no era la mayor pero si una de las más eruditas se acercó al dibujo y lo examinó un momento.

─Somos nosotras, velando por el mundo mi señora. Mientras el sol reina y lo cubre todo de luz.

─El sol va a apagarse pronto hermana. Cerrará su ojo y sin él, solo la luna acompañará los pasos de los hombres.

Las guerreras se miraron desconcertadas. Sabían que eran las representantes de la guardiana, pero sus obligaciones estaba simplemente ligadas con el templo de la luna.

─Debemos nombrar una nueva guardiana mi señora para que nos guíe a través de la noche ─declaró decidida. ─¿cuándo será todo esto?...¿que más debemos hacer?


─Cumplir con la misión que la primera de mí le encomendó a la primera de ustedes. Romper el velo de la noche. Los llanos volverán a sangrar. No es aquí donde la profecía se pondrá de manifiesto. Deben prepararse para marchar. Todo el sur lo hará.

Megandra, una de las más ancianas se acercó a la vidente.

─Nos ha sido prohibido intervenir en los asuntos de los hombres. ¿Por qué deberíamos cruzar aceros por los demás pueblos?

─Porque si no lo hacen no quedará ninguno. Deben prepararse. Estas tierras dejarán de ser sagradas pronto.

Todas se alborotaron. Algunas entendieron que una invasión se aproximaba. Otras creían que la profecía estaba equivocada. La mayoría entendió que debían partir, seguramente hacia la frontera. No habría afrenta si no se alejaban demasiado de la ciudad. No había noticias de enemigos en el sur más que las habituales escaramuzas en la frontera. Mirne sacó su espada y la puso en el círculo con su extremo apuntando al ojo del sol. Todas se volvieron y de a poco fueron sumando sus aceros. Cada vez que rendían la espada se arrodillaban ante la anciana. Cuando todas lo hubieron hecho la vidente tomó la jarra de agua y la vertió en el centro del círculo. El sol de tiza se disolvió pero el circulo de espadas permaneció.

─Todas son ahora la guardiana. Porque todas conocen su propósito. Vayan hijas mías, vayan a prepararse.

Cada una tenía su función especifica en el templo. Y una marcha de ese tipo requería grandes preparativos que jamás se habían realizado así que cada una tomó su espada y salió del cuarto.
Mirne fue la última. Era la que estaba más tranquila. Pero necesitaba hablar con la pitonisa.

─Mi señora. Entendí el dibujo pero aún no entiendo que es el agua.

─Una de las grandes dualidades hija mía. Están la noche y el día, juventud y vejez, vida y muerte...
y despues esta esa dama que camina entre el reino de los vivos y el de los muertos, la que tiene una pierna de carne y otra de hueso.

─¿Habla de la muerte?

─Ojala así fuera hija mía, porque sería natural. El fín de un ciclo. Pero cuando la muerte nace en el corazón de los hombres, cuando la muerte no debe venir todavía y la llaman insistentemente...

─Viene la guerra ─concluyó Mirne.

La pitonisa la miró fijamente con los ojos llenos de lágrimas.

─El sur siempre sería santuario para que ese día no llegue. Eso nos han enseñado las crónicas. ¿Es lo que ha visto en sueños mi señora?─dijo casi suplicando la guerrera.

─Siempre supimos que este día llegaría hija mía. Estábamos esperando por la noche pero el hombre va a cerrar el ojo del sol muy pronto. Aún antes de que la noche intente arrebatarnos este mundo. Y será la puerta por la que vendrá el devorador.

Mirne entendió que una gran guerra en los campos meridios podía desatar por fín a los portales. Y arrastrar a todos al desastre. A menos que las fuerzas de los hombres estuvieran equilibradas y obligaran a negociar...algo nuevo, quizás un nuevo pacto. Algo que debía renovarse después de haber perdido sentido a través de los siglos. Mirne enfundó su espada y salió presurosa. Recordaba las historias de la guerra en la frontera. Quizás ella estuviera allí. Una de sus mejores discípulas. Y también una de las más rebeldes. Recordó el día que se marchó, a pesar de las súplicas y las amenazas. Ansiaba verla otra vez. Esperaba que estuviera viva.

─Voy por tí Valkiria. voy por tí... 





 







 

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