martes, 6 de agosto de 2019

Nadie, de la nada


El guardia arrojó el cuenco de sopa sin ninguna delicadeza.

─Come...

─Preferiría algo de cerdo en verdad ─le respondió una voz desde las sombras

─Díselo al príncipe...

─Se lo diré a tu madre para estar seguro.

El pesado cerrojo de hierro hizo un ruido sordo al correr. Parabel se acomodó para la golpiza. Ya era costumbre con el guardia del almuerzo. No eran divertidos los moretones en el cuerpo pero debía estar listo para el momento en que debiera salir de allí. La sesión no fue muy extensa. Apenas podía pararse pero siempre lo hacia. Algo inútil dado que el puñetazo lo derribaba casi siempre, luego llegarían las patadas pero ya había conseguido cubrirse lo suficiente como para que el guardia se cansé de golpearlo sin que el perdiera el sentido en el proceso.

─Tienes la boca muy grande idiota.

El juglar iba a responder, pero era mejor no provocarlo más por ese día. Mañana volvería a la carga con los aspectos relacionados a la madre del guardia. Juntó algo de paja para acomodar su maltratado cuerpo. Se suponía que ya debían haber llegado al castillo con la caravana pero aún no se habían contactado con él. No entendía el retraso. Deberían haber llegado hace días. Repasaba su plan una y otra vez para tener algo que hacer con su cabeza en los momentos difíciles. Era fácil perder la razón allí.

 ─Vas a hacer que te maten bufón ─se oyó decir desde la celda contigua.

─Tampoco es muy prometedor extender mi estancia en este lugar ─se limitó a responder.

Solo había escuchado gritos de los torturados en el fondo de las mazmorras. Había logrado que lo lleven a lo más profundo de ellas asi que no tenía mucha compañía. Allí dejaban a los infortunados volverse locos en la oscuridad. También era el lugar menos custodiado de todos. Solo remedos de hombres quedaban por allí. Sin embargo la voz parecía cuerda y firme.

─¿Por qué te enviaron aquí? ─intentó preguntar el juglar con tono conciliador.

...

─¿Te has vuelto tímido de pronto? ─insistió.

─Deja de provocarlo o lograrás que nos suban a la sala de tormentos idiota. ─fue toda la respuesta.

─¿Te preocupa un poco de atención?

─No eres el único esperando su momento de escapar. Todo ese trabajo escondiendo cosas en las paredes de tu celda será inútil si te sacan de allí. Porque te aseguro que no volverás.

Parabel había trabajado en silencio removiendo pacientemente piedras para esconder el puñal que le había pasado José la última vez que vino. También tenía un unguento para que sus heridas no se infecten pero debía ponerselo por las noches y disimular el olor con su propia orina. Debían creer que estaba cada vez más débil aunque guardaba sus raciones de carne seca también en las paredes a salvo de las hambrientas ratas. Pero estaba seguro de haber sido discreto y era poco el ruido que se podía percibir con los gritos de la sala de tormentos.

─Me llamo Oregaen, el bardo ─mintió con destreza ─uno que osó cantar contra el príncipe allá arriba, en plena plaza. Toda una hazaña entre tantos cantantes tratando de conseguir atención. ¿Y tú? ¿quién eres?

...

─Mira, si no vas a entretenerme con algo de charla mañana seguiré mi juego con el guardia...y te aseguro que me ocuparé de mencionarte para que te unas a la fiesta...

─No tienes con que amenazarme juglar...

Parabel sintió que su mundo se caía. Alguien estaba allí vigilándolo desde su llegada. Alguien que lo conocía. Al menos por referencias. Eso complicaba sus planes. Sería acaso un hombre del príncipe esperando el momento para atraparlo a él y a los demás en medio del ataque. José no le había mencionado que dejara alguien allí para acompañarlo. Tenía que pensar lo peor simplemente porque no había muchas opciones.

...

─Ahora eres tú el que se ha quedado callado juglar...¿o debo llamarte Parabel?

─¿Quién eres?

─Yo soy nadie.

─Puedes ser un don nadie pero de seguro tienes nombre y origen, no juegues conmigo.

Una risa disimulada apenas fue toda la respuesta.

─Vengo de la nada. ─terminó por decir. ─¿Acaso puedo decir que vengo de un pueblo que es un yermo o de lugar que ya no existe? Mi pueblo, mi familia, mis amigos...son cenizas. Soy hijo de las cenizas. Ahí está tu respuesta.

─¿Cómo me conoces? ...y te recomiendo dejar los rodeos. Si eres una amenaza yo mismo me ocuparé de tí

─No tengo nada contigo juglar. Pero te diré lo mismo que tú a mí. Si pones en riesgo lo que tengo aquí seré yo quién termine contigo.

La voz se había movido desde la celda contigua hasta la misma puerta de su celda. Estaba en el pasillo. Podía salir a voluntad al parecer.

─Pues pareces ser un guardia. No estás encerrado como yo.

─Claro que estoy encerrado aquí. Solo que tengo más que un poco de unguento y carne seca escondidos en las paredes.

Parabel buscaba en su memoria cosas que pensar acerca de ese personaje. La verdad era que solo el imperio había arrasado con pueblos de esa manera. Solo el este y los titanes habían traído tal destrucción. Tenía que ser la invasión o el portal torpemente abierto dejando escapar a las criaturas que asolaron la región.

─Y dime nadie...¿que esperas para irte de aquí?

─Todavía no es tiempo. Además estoy cómodo aquí. Estoy esperando a los tuyos...igual que tú.

El juglar entendió que todo aquello era una miserable trampa pero no tenía como avisar a los demás. Si ya se sabía que ellos vendrían a intentar tomar el castillo estaban perdidos. No tendrían oportunidad. Era vital que escapara de allí para avisarles. Tanteó la pared para dar con los bloques de piedra sueltos y conseguir la daga. Al menos podía intentar aflojar los goznes de la puerta...o forzar el cerrojo. Quizás fingir un ataque de locura repentina que obligara a los guardias a bajar a verlo...algo, lo que fuera.
Comenzó a usar su puñal con el cerrojo para intentar abrirlo. Una mano sujetó la suya con firmeza para que se detenga. Eso lo convenció lo suficiente junto a la espada que se posó sobre su cuello. De alguna manera estaba dentro de su propia celda. Pero ¿cómo? el había revisado cada piedra del interior. Era sólida, sin tabiques ni pasajes.

─Hagamos un trato ─dijo nadie. ─Tú me dices lo que necesito saber de tu gente, y puede que yo te cuente de mis planes.

─¿Por qué no me matas simplemente? No veo la ventaja de decirte nada.

─¿Es una petición o una oferta? ─contestó la voz apretando el acero contra su garganta.

Parabel soltó el puñal que cayó al suelo con un ruido apagado. La espada dejó de sentirse sobre él al tiempo que su puñal regresaba a su mano. Se dio vuelta y tanteó la oscuridad pero ya no había nadie allí. La voz volvió a oirse al otro lado de la puerta.

─No te quitaré nada...y tú tampoco. Solo hazme saber cuando llegaran los tuyos.

─No voy a traicionarlos ─contestó Parabel con firmeza.

─No necesito que lo hagas. Pero detrás de ustedes vendrán muchos hijos del este a asolar el sur. Necesitan una excusa para romper el pacto. Ahora la tendrán.

─Si el sur no se alza nada detendrá al imperio.

─Si el sur se alza será un baño de sangre. Yo he visto lo que imperio hace cuando quiere dar un mensaje.

─¿Vas a decirme quién eres?

─Solo si me ayudas a detener esto antes de que sea tarde.

─Si voy a ayudarte debes demostrarme cuál es tu plan.

La puerta de la celda se abrió. Un guerrero de coraza oscura estaba frente a él.

─No voy a decirte mucho. Lo único que debes saber es que solo el imperio puede vencer al imperio juglar.

Parabel no entendió a que se refería con eso pero el hecho de poder salir por primera vez en mucho tiempo de su celda le cambió el ánimo por completo. Siguió a Nadie hasta una celda al final del corredor. Estaba iluminada con antorchas y se veía una mesa servida con variedad de platos. Hacía rato que no veía comida de verda así que engulló todo lo que pudo. El vino era bueno también.

Nadie se sentó en las sombras. Parecía molestarle la luz de las antorchas.

─Así que te gusta el misterio señor de las cenizas. Por mí está bien, pero no suelo confiar a quién no me mira a la cara.

Nadie suspiró. Ese juglar podía ser muy insistente, pero le habían dado buenas referencias de él asi que decidió darle el gusto. Se levantó pesadamente y se quitó el yelmo. El solo contacto con el aire le generó incomodidad pero no había más remedio. Tenía que curar sus heridas.

─Acerca una antorcha si es lo que quieres.

Parabel tomó una cercana y alumbró donde estaba el guerrero. Una cara horriblemente quemada lo observaba con ojos que resaltaban entre la piel lacerada como enormes esferas que parecían flotar en las cuencas. No tenía labios así que su boca parecía sonreír de forma macabra. Tampoco había nariz. Sólo dos orificios que se agradaban y reducían al ritmo de la respiración.

─¿Contento?

─Creo que me arrepiento de insistir ─dijo Parabel tratando de disimular el asco que sentía no solo por el aspecto sino por el hedor que emanaba de esas heridas. ─¿cómo es que sigues vivo?

─No creo que esto sea vida, pero sigo aquí. Debo irme. Mantenme informado de las acciones de tu gente. Este castillo es mío por derecho. Nadie más tendrá este trono.

─¿Debo seguir llamándote Nadie?

─Me da igual como me digan. Mi nombre está prohibido juglar. Al menos por ahora...cumple tu parte.

El guerrero se retiró en silencio por una escalerilla que se adentraba en el vacio. Parabel entendió como había llegado a su celda. No había pasadizos en las paredes sino en los techos. Le pareció ingenioso. El hedor todavía impregnaba el ambiente cuando decidió seguir comiendo. Era demasiado el hambre para andarse con remilgos. Parecía que esa noche había conocido por fín a la leyenda. El fantasma, la aparición, el no muerto, o como lo habían bautizado en los llanos. El innombrable.












 




 




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