viernes, 16 de agosto de 2019
Lobos en la puerta
La marcha comenzó con la primera claridad. Eran demasiados para demorar el viaje. Un pequeño destacamento se adelantó para explorar y limpiar el camino de enemigos si era necesario. Prekass mismo encabezó la columna principal. La mayoría de sus hombres acostumbraban ver a los generales viajar comodamente en carros especiales. El general lobo era distinto. Todos lo sabían de alguna manera pero no sabían cuanto.
Los oficiales echaron suertes para ver quién iría a preguntarle los detalles de la misión. Había de todo en esos destacamentos. Paños morados. Zorros negros. Trekeris para rastrear enemigos. Lanceros. Arqueros imperiales y por supuesto la infanteria pesada. Caballeros negros en tal cantidad que una nube de polvo ascendía a medida que marchaban. Era claro que eran una ofensiva. Una incontenible, pero no sabían a que tipo de enemigo se podían enfrentar en el sur. Nadie tenía noticia de una fuerza semejante a la que enfrentar.
─Ustedes son patéticos ─dijo Bestrass, uno de los oficiales. Soy mitad visovi, yo hablaré con él. ─espetó y espoleó su caballo para adelantarse en la columna.
Le llevó un rato alcanzar el frente de marcha. No solía haber desplazamientos de tanta magnitud. Tampoco había caminos como los que trajeron la invasión desde el este. Apenas unas sendas polvorientas ahora completamente desbordadas de tropas, carros y animales.
─¿General?...¿me permite unas palabras?
La respuesta fue apenas un gesto para que se acerque mientras contemplaba desde una elevación la ruta que empezaba a dirigirse hacia las montañas donde el paso sería mucho más lento por lo estrecho de las calzadas. No podía entender como le llamaban camino real a eso.
─Supongo que te eligieron a ti para que vengas a preguntar
─Yo me ofrecí general. Se que hay directivas y el mandato de que los generales tengan reuniones periódicas con usted. No pretendo incomodar.
─¿Y que pretendes entonces?
─Me llamo Bestrass señor. Capitán de lanceros...siempre se han oído cosas sobre usted.
─Supongo que esas historias de terror no espantan a un guerrero imperial
─A mi no me interesan los cuentos. A esos hombres tampoco ─dijo el capitán señalando con la cabeza hacia atrás ─Me interesa la suerte que corra esa gente.
─Ah ─dijo el general con un gesto ─Esas historias...
Se hizo un silencio incómodo que pareció durar demasiado para el capitán.
─¿Estuvo en la campaña del norte capitán?
─Fuerte del juramento señor. Dos inviernos allí. Clima duro, comida escasa y enemigos...bueno, usted ya sabe. Perdimos la mitad de la compañía.
El general seguía sin mirarlo. Contemplaba como un carro se había atascado en una zanja y varios corazas negras se habían sacado los yelmos para ayudar.
─Más allá de los cuentos que se contaron usted sabe a que nos enfrentamos en esos lugares helados. Podrá no decirlo. Podrá no saberlo pero usted mataba lobos por la noche y enterraba hombres en la mañana.
El capitán sopesó su respuesta. Estaba prohibido en las compañías hablar de hombres que se convierten en animales. Era un mito. Un cuento del norte para que nadie los invadiera. Pero los bóreos eran reales. Los había visto fugazmente en las noches en que aullaban frenéticos, cuando atacaban ferozmente los fuertes. Cuando arrancaban gargantas de una mordida. Todos se llevaron su marca del norte. Como la mordida que el general tenía en el antebrazo. Esa que hizo pensar a todos que se volvería uno de ellos. Pero nada pasó. Era un hombre sin alma pero nunca se transformó en algo peor de lo que ya era. Quizás porque no existía tal cosa.
─Mire capitán. Hemos visto en el norte cosas que no podemos explicar. Qué hemos decidido no decir ─enumeró el general casi sin mirarlo. ─Pero ahora vamos al sur donde tenemos un escenario peor. Porque esta vez mataremos hombres para enterrar lobos. No crea que no tenemos enemigos. No nos morderán ni se mostraran feroces pero bailarán sobre nuestras tumbas con una sonrisa en los labios si los dejamos hacer. Dígale eso a los demás.
El capitán se retiró en silencio. Había confirmado sus peores sospechas. El imperio rompería la tregua ancestral. El pacto antiguo que databa de tiempos inmemoriales cuando las tribus llegaron desde el mar oscuro. No había ejército que enfrentar ni reinos que doblegar pero si un enemigo. Uno que se ganarían al bajar del camino real y marchar por el valle del dragón. Adonde vieran habría miradas de odio y desconfianza y se preguntarían donde buscar al enemigo, pero no hay respuesta cuando es uno, cualquiera, todos.
Había lobos en la puerta, y eran ellos.
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