sábado, 24 de agosto de 2019

El silencio de los muertos



─¿No pudiste conseguir algo mejor Zhelezo? ─se quejó Ogon, sumo guardián del fuego mientras limpiaba el asiento de piedra con su pañuelo. El santuario de la magia verde permanecía abandonado buena parte del año mientras los magos hacían sus rituales en el bosque. No les habían permitido fundarlo en Verbogón pero lo hicieron a prudente distancia de allí. La magia se reconocía pero no se veneraba. La magia oscura no se anduvo con rodeos y viajó más lejos a instalarse en lo alto de las montañas dragón. Allí fundaron el infame templo del ocaso.

─Hubieras abierto tu templo entonces...─contestó con malicia el sacerdote del hierro ─ah claro. No es conveniente que nos vean conspirando juntos. Podríamos perder la cabeza. Ahora cállate que no tenemos escolta suficiente. Esperemos por Glazh

─Ese pordiosero. ─redobló Ogon con el ceño fruncido. ─¿Es necesario hacerlo parte de esto?

─¿Donde van los mercenarios a hacer sus votos cuando comienzan en el oficio? ¿Has olvidado la fe oscura? Esas son las espadas que el sur tiene disponibles. Y esa magia hoy está del lado del imperio. Toda esa podredumbre termina en Yurzhani...y Glazh es Yurzhani mi estimado. Si él se niega, el sur está indefenso.

─Por los dioses...¡son mercenarios! irán donde les digamos si pagamos lo suficiente...

Ogon se revolvió en su túnica. En parte por la demora del sacerdote del ojo, por las recriminaciones del sacerdote del hierro, y porque le molestaba su tocado rojo. Apto para las ceremonias pero no para reuniones clandestinas. Sin embargo, siempre había compensado su baja estatura con su elevado adorno así que no salía sin el a ninguna parte.
Zhelezo en cambio se había vuelto un hombre práctico y en cuanto traspasó el umbral del santuario se quitó su elaborado tocado metálico. Su cuello no soportaba tanto tiempo con el enrejado de oro sobre su cabeza. Sin embargo, no perdía oportunidad en molestar a su colega.






─Ya puedes quitarte eso. Nadie sabrá lo de tu escaso porte ─dijo el sacerdote del hierro con malicia.

Ogon no se dignó contestar. Estaba pendiente de la entrada. Una silueta oscura se recortó a la luz de las antorchas. Podía ser tranquilamente una aparición con esa túnica negra y el báculo de hueso. Ni siquiera necesitaba escolta para andar por esos lugares desolados en la noche. No había nada más terrorífico que él transitando las sombras.




Ogon no soportaba el hedor que despedía. Todo en él mostraba los signos y aromas propios de la muerte. Avanzó a paso cansino y se sentó sin saludar. Cuando se quitó la capucha el espectáculo no mejoró un ápice. Su cabeza calva era blanca como la leche sin cabello ni cejas ni nada que lo dotara de expresión o vida. La cuenca a la que le faltaba el ojo mostraba la carne del interior del cráneo. Carne que se veía oscura y despedía un aura fétida. Para ser ordenado ojo de cuervo se debía ofrendar uno propio. Y Glazh lo llevaba desecado en un anillo que ostentaba con orgullo en su mano derecha.

─Gracias por dignarte en aparecer ─dijo Ogon con desprecio medido.

─Te agradecemos ojo sagrado. El tiempo apremia. Las huestes del este marchan cercanas al espinazo.

Glazh hablaba despacio y en voz baja. Obligaba al silencio para ser entendido, y jamás repetía un dicho. Era parte de su encanto.

─Un visovy los guía...lo he visto. Y no está urgido hermanos míos. Sabe que será su último viaje. ─fue lo que susurró. Su lengua negra apenas se movía dentro de su boca pero sus dichos solían dar mucha claridad a los asuntos más oscuros.

─Dínos de una vez lo que has visto cuervo. ─ Ogon se ponía ansioso con los rodeos que solía dar.

─Veo muerte. La noche viene porque los hombres de voluntad la incitan con su vanagloria.

Ogon miró a Zhelezo sin disimular su hartazgo. La mueca de fastidio no tardó en aparecer

─No dices nada que no sepamos desde siempre...¿acaso no eres de los que la esperan con ansias?

─La noche debe venir cuando el día muere. Es el paso natural. Luego la luz mata la noche y el ciclo se renueva. ─empezó a explicar Glazh con parsimonia. ─La noche que devora el mundo es la que se alimenta de su luz cuando las demás cosas permanecen dormidas. Lo que está despertando no pertenece a ese ciclo. Lo que intentan desatar lo devorará todo. También a los durmientes. Nosotros somos los durmientes

A medida que explicaba sus manos huesudas parecían querer tomar algo invisible en el aire. Los dedos ennegrecidos y las uñas oscuras acentuaban el mensaje.

─Ogon podeis despreciarme cuanto quieras, a mi tampoco me agradaría mi aspecto ─dijo mirándolo por primera vez fijamente con su único ojo. ─Pero necesitareis a vuestros hermanos del oeste para la batalla, es necesario que se lo digáis.

─Tú sabes tan bien como yo que están en guerra con el imperio. Como podrán ayudarnos si no pueden abandonar la frontera.

─El imperio no sabe lo que está surgiendo del portal. La noche los devorará primero. Luego vuestros hermanos no tendrán enemigos a quienes combatir.


─Nada ha pasado todavía. Son muchos años de guerra para los míos como para embarcarlos en una campaña nueva. No puedo enviar a decirles que dejen de pelear mientras el imperio acampa en nuestra frontera.

─Sólo os pido que digáis que cuando vean al imperio desmoronarse y abandonar el frente recuerden tu mensaje. ─lo conminó Glazh. ─Solo eso.

Ogon no estaba convencido de que mensaje podía enviar que no pareciera de un traidor pero calló.
 Zhelezo con su pragmatismo habitual tomó nuevamente la palabra.

─Hermano, soy un sacerdote del hierro. No puedo ir a decirle a los míos abiertamente que el imperio debe caer por romper el pacto ancestral.

─Os veo preocupados por la traición mis hermanos. ─remarcó Glazh. ─Pero nunca será traición si veláis porque la luz no se extinga completamente. Todas las demás lealtades serán fatuas. Cuando el poder de la noche eterna se levante no habrá corazones firmes. Todos temerán. Todos serán tentados. Todos flaquearán. La carne siempre tiembla mis hermanos, siempre tiembla.

Zhelezo y Ogon se miraron tratando de imaginar hasta donde serían ciertas las palabras del sacerdote del ojo. Glazh parecía poder leerlos porque contestaba a las preguntas cuando todavía no habían salido del corazón para hacerse presentes en la lengua.

─Se que dudáis de cuán cierto puede ser esto que les anuncio hermanos. Cuando vuelvan a sus palacios de piedra en Verbogón recordad que pronto empezaréis a sufrir la traición de la oscuridad. Ya está aquí, pero es tenue todavía para quienes ven con los ojos de la carne.

Glazh volvió a calarse la capucha y se puso lentamente de pie. Eso daba por terminada la reunión que tenían prohibido tener. El único lugar donde podían reunirse era en el concilio, donde las reuniones cara a cara eran escasas y poco productivas.

─¿Tengo tu palabra de que las espadas de Yurzhani estarán disponibles para el sur entonces? ─preguntó Zhelezo con algo de ansiedad mal disimulada.

─Yurzhani no tiene ejército, pero cada viajero que pase por ella será advertido de lo que se cierne sobre su cabeza.

─¿Incluidas las compañías mercenarias que peregrinan constantemente?

─Todos merecen ser advertidos. ─fue lo último que dijo Glazh antes de perderse en la oscuridad. O encontrarse en ella.

Yurzhani había sido siempre una ciudad de mala reputación y escasas leyes. Allí estaba el templo de Nekkis, la diosa de los secretos. Una deidad oscura con una venda en sus ojos y un puñal en su mano. Se veneraba al otro lado del mar oscuro y viajó con hombres de mala vida que escapaban de la ley regia de Mediamar hasta Meridia en busca de nuevos comienzos. Los mercenarios comenzaron su culto y se establecieron en el extremo sur. Les resultaba un lugar ideal para vender la espada al no haber ejércitos cuantiosos. Todos los conflictos se mediaban de acuerdo a los mercenarios que se pudieran pagar. No había lugar para otro tipo de justicia.

Zhelezo y Ogon partieron por caminos distintos con sus escasas comitivas. Cada uno se iba pensando en que decirles a los suyos sobre lo que venía hacia el sur. Fueran fuerzas del portal o simplemente las huestes imperiales, siempre sería malo. Sobre todo la intención manifiesta de romper la tregua ancestral, pecado altamente condenable.
Pero lo primero sería planear con tiempo como decirle a cada culto sobre el peligro. Tendrían que cuidar de que lo que se hablaba no pareciera demasiado parecido a lo que predicarían los otros sacerdotes supremos, aunque en el fondo todos advirtieran sobre lo mismo. Había que elegir las palabras con cuidado, y dejar lo restante tras el velo del silencio. Aunque eso significara matar a ese puñado de acompañantes que era testigo del encuentro entre los tres para que la noticia no se esparciera entre los acólitos, ya que no hay mejor silencio que el de un muerto.




















No hay comentarios:

Publicar un comentario