Memorias del escriba
domingo, 1 de septiembre de 2019
La pasión de los traidores
─Comandante, las tropas aguardan...
Turbarión dejó la copa de vino en la mesa y se dispuso a abrocharse la capa. Un súbito viento del norte había helado el paisaje durante la noche. Aviso de los duros tiempos que vendrían. Estaba claro que sería recio pero no tanto como él cayendo sobre los llanos y acabando con los otros generales. Era hora de tomar el poder. Mientras tomaba la decisión había enviado el grueso de sus filas al sur para bloquear cualquier intento sureño de tomarlo por sorpresa. Los lobos del norte estaban contenidos por la línea de fuertes. Aún si pasaran sería un largo camino hasta alcanzarlo. Tenía tiempo. Tenía fuerzas. Lo que no tenía era paciencia. Se le había agotado hace años esperando un golpe de suerte que debilitara la alianza entre Topor y Palash. Una grieta, un momento de duda o debilidad que le permitiera ganar favor y debilitar por fin al supremo guardián del código. Pero nada pasó. Nada cambió y la gloria del imperio de hundía en el barro de los inmundos pantanos del oeste. Ahora que había dejado a las maltrechas guarniciones sufrir la arrogancia de sus generales se ofrecería como solución a ellos. Habría resistencia. Pero la sola posibilidad de salir del atolladero haría que muchos de los soldados imperiales le rindieran la espada. Si un tercio de ellos cambiaba de lealtad tendría suficientes fuerzas para doblegar a sus hermanos de guerra.
─¿Tiene familia capitán? ─preguntó sin mirarlo siquiera mientras acomodaba el broche de su capa. Una cabeza de dragón oscura y feroz. Tenía esa rara costumbre de no mirar a las personas a la cara. No le interesaban los rostros, a menos que tuvieran algo interesante que decir. Solo entonces miraba a los ojos buscando cierta ferocidad en la mirada, cierta ambición. No era fácil dar con hombres parecidos a él.
─Esposa y tres hijos señor.
─¿Piensa en ellos antes de la batalla? ¿cuál es su último pensamiento?
─No quiero tenerlos muy presentes señor. Es riesgoso, pero no puedo evitar ver sus rostros por un momento. Luego me concentro en mis deberes y esa imagen se pierde.
─¿Cree en el amor entonces?
─No lo se señor, creo que solo me aferro a la idea de que ellos me esperan, que me recibirán aunque tenga que hacer cosas horribles en el campo de batalla. Me consuela saber que tengo donde volver.
─Interesante punto capitán. Interesante. ─mintió Turbarión. ─Aliste mi caballo, enseguida saldré.
El capitán se cuadró y haciendo un gesto con la cabeza se retiró en silencio.
El comandante hizo un gesto de asco. No le gustaban los hombres como ese capitán. Un creyente del amor. La aceptación incondicional y demás mierda que se usa entre guerreros cuando han reemplazado la gloria por algo más modesto. Esa gente finalmente solo quiere vivir. No son muy distintos a los traidores. Prefería los que no tienen nada que perder ni nada que amar. Que buen material se tiene con hombres como esos. Que dudas tendrán al seguir órdenes si no tienen prole con la cual identificarse cuando deben quemar aldeas y masacrar poblados enteros. Esos son verdaderos soldados. Miran hacia adelante. No añoran lo que dejan atrás, porque no hay atrás. Todo lo que les espera está por delante. Malditos sean los que aún confían en el amor pensó casi en voz alta mientras buscaba las notas enviadas por sus espías. Esa inútil esperanza puesta en una falsa porción de eternidad, posteridad mal entendida. Creen que el amor es eterno. Que los cobijará en las malas épocas. Ingenuos como aquellos que mueren abrazados a los suyos cuando sus filas aplastan poblados enteros. Traidores todos ellos si finalmente renuncian a la gloria de regir.
Como siempre antes de la batalla sentía la soledad del mando. Era como una creciente angustia. Solo se disiparía al ver las primeras columnas de humo elevarse. El olor a sangre en el aire. Los ruidos de la matanza. El sabor de haber vencido era siempre mejor que el vino.
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