sábado, 17 de noviembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte dos





─Davan te agradecemos que nos hayas elegido para morir aquí ─dijo Carlos con sobrada ironía.

─Puedes morir en tu cama cualquier noche muchacho. Te traje aquí para otra cosa...

El puñado había vuelto a los pozos a esconderse. Davan buscaba entre la bruma a los voyanas pero apenas se podía distinguir algo a unos palmos, luego todo era niebla. Los oídos de todos se aguzaron naturalmente buscando indicios de peligro. Carlos cargaba un par de bolsas de cuero con sus juguetes que incendiaban. Davan los revisaba buscando algo en especial. El elegido del fuego miraba con curiosidad pero no se entrometía. Era sabido que el anciano misterioso tenía poca paciencia. Un sonido de pisadas suaves se oyó cerca de ellos y todos prepararon sus espadas. Un búho ululó tímidamente. Era un hermano que llegaba, un gorrión le contestó y le dio la bienvenida. Barbeta llegaba cargando una pesada bolsa con quién sabe que cosas para su maestro.

─¿Recuerdan lo que hicimos la batalla anterior? ¿cuando confundimos a sus caballos?

Todos asintieron, recordaban lo elaborado del plan y lo definitorio que fueron las tropas del castillo llegando para salvar el día. Esta vez no se esperaban sorpresas. Del castillo habían enviado a Kurz y a Jose más un par de escuderos. No habría mucho más que ese puñado de espadas.

─Tenemos que matar a sus caballos esta vez. No podemos dejar que se retiren. Debo preparar veneno. Un veneno que también nos matará a nosotros a menos que estemos a suficiente altura. Pelearemos desde los árboles pero si tenemos que bajar a pelear no habrá demasiada posibilidad. ─detallaba Davan mientras los hermanos se miraban entre ellos. Sabían que esta era una misión suicida pero no a tal extremo. Preferían caer por el acero enemigo que respirar los venenos del anciano misterioso. Sin embargo nadie dijo nada. Carlos se guardó sus quejas por un rato.

─Estás loco ─exclamó Javensen pintando el sentimiento de todos. ─debemos durar el suficiente tiempo como para romper el cerco en el camino alto ─dijo parándose frente al anciano misterioso ─prepara tus polvos y pon todo en sacos. Yo me ocuparé de hacerlos arder en el momento indicado. Al menos no matarás a todos con esto.

A Davan no le gustaba que lo desafíen. Su mirada se volvió fría y penetrante. Las miradas se cruzaron y por un momento el enfrentamiento era similar a los que ambos protagonizaron alguna vez en las mazmorras. Davan no veía que el plan del iscario fuera mejor que el de él. La intervención de Barbeta fue la que calmó los ánimos y trajo una alternativa.

─Maestro, sabemos que ese veneno no arderá por sí solo, que debemos encenderlo con calor directo cuando tengamos al enemigo muy cerca, entonces pensé que quizás el escudo de cenizas pueda servirnos, es una vieja receta de magia verde... tengo algo de eso conmigo...quizás pueda ayudarnos. Sabía que al pedirme traer polvo de mandrágora tendríamos que lidiar con un poderoso veneno así que me tomé el atrevimiento de prepararlo ─dijo con algo de temor y reverencia.

─No he visto ese preparado más que una vez en mi vida...y ciertamente nunca aprendí a hacerlo Barbeta. Si tú lo has conseguido tenemos una chance ─dijo sin demostrar entusiasmo. Nunca mostraba demasiada aprobación por su discípulo pero por algo le había conseguido acceso a la biblioteca del templo del ocaso. Debía conseguir sacar rédito al erudito que había rescatado hace años de las mazmorras de Margón.

Pronto el aprendiz estaba embadurnando sus rostros con una pasta gris que olía a diantres. Tanto que Carlos tuvo que vomitar, provocando las risas de Silvia y Baraqz. Javensen tuvo un pequeño recuerdo de cuando permaneció tres días en una carreta de muertos para escapar de una de las tantas mazmorras que intentaron retenerlo. Recordaba lo que pensó ese día, que jamás tendría que volver a hacer algo tan asqueroso y sin embargo, aunque pasó incontables horas entre los gusanos de la carne, tuvo que hacer cosas peores aún. Cómo despellejar a un amigo para ponerse su piel y engañar a sus captores en otra ocasión. Lamentó mucho perder a su amigo por las fiebres, y más lamentó tener que hacerle eso a su cadáver. Para cuando acabó de recordar ya su cuerpo estaba cubierto con la pasta grisácea. No le pareció tan malo.

─Barbeta...creo que tenemos algo...¿ Recuerdas la historia de los fuegos? ¿los espectros de los llanos? ─preguntó Davan que miraba como habían quedado todos, embadurnados de gris.

─Maestro, esperaba que usted lo viera también. Tengo tizones. Con un poco de carbón podemos hacerlos parecer a...

─Ravninis...espíritus del llano...

Davan pronto le encontró la lógica. Los voyanas no temían a los hombres. Pero los espíritus del llano eran otra cosa. Deidades antiguas que ellos supieron venerar. El culto de la llama muerta. El fuego frío que vaga por los antiguos campos de batalla, a ellos siempre les tendrían un respeto distinto. Siempre temerían lo que el acero no puede matar, pero la clave era el fuego frío. Las llamas muertas mantienen encendidos a los espiritus, condenados a arder sin consumirse...Davan alzó su vista y miró a Javensen. Tenían algo parecido. Fue como un destello, como el paso de una sombra, una mínima esperanza agazapada esperando entre tanta certeza de muerte. Quizás tuvieran ese guiño de los dioses, quizás  habían encontrado por fin, el miedo de su enemigo.

Davan escribió runas de fuerza en el pecho del iscario. Protección contra las mismas llamas del piromante. Debía mantener sus habilidades por más tiempo que nunca,  aún a riesgo de perder la vida. Pero el iscario no temía. Siempre había querido dominar por completo su arte, y ahora, a causa de la necesidad, el anciano misterioso le otorgaba el don completo al inscribir sobre su piel las runas que no había podido conocer. Tenía por fín los tres círculos del fuego en su piel. Ahora podía vengarse.

Todos abandonaron sus posiciones y fueron tras su enemigo. El iscario no ardería hasta que estuvieran a la vista. Quizás no engañaran a todos pero si a los más incautos. Solo una persona tenía sus reservas con el plan. Silvia se sentía incómoda. Los ravninys eran hijos del padre de la llama. Los que habían trascendido a la carne para ser guardianes de la tierra. Y ahora ellos los imitarían como viles impostores. Baraqz notó sus dudas y se acercó a ella para intentar disiparlas.

─Matemos a los voyanas y después yo mismo te ayudaré a hacer un altar donde quemar nuestra transgresión, te lo prometo.

Silvia asintió sin decir palabra. Todo hubiera sido distinto si el sumo sacerdote lo hubiera elegido a él como sucesor. Pero el anciano esperaba por Carlos y no tuvo ojos para otro. Quizás algún día Baraqz regresara y restaurara la llama en el altar del templo. Era el único con suficiente devoción para hacerlo.

La bruma era intensa ese día en el bosque. Ahora la necesitaban. Debían volverse espíritus vengativos que se ocultaran de la vista de los voyanas hasta que fuera el momento. Los pozos que habían cavado para defenderse serían parte de la maniobra. Y las palabras que les había enseñado Barbeta completarían la farsa. Hoy serían los fantasmas más que nunca, aunque ofendieran a un par de dioses en el proceso pero por algo eran bien conocidos, siempre habían sido imperdonables.  

─Los primeros son siempre los ansiosos por entrar en batalla, esos lideran las avanzadas. Muéstrense un poco pero luego desaparezcan...ocúltense tras un árbol, arrástrense a un pozo, lo que sea pero desaparezcan...

Todos asintieron. Dilatar la lucha cuerpo a cuerpo no sonaba mal, dados los números, que siempre eran desfavorables. Davan parecía conocer muy bien la manera de pensar de su enemigo. Algunos de ellos dijeron tener cuentas pendientes con él. Todos intuían que había algo más detrás de estas misiones a las que el anciano misterioso siempre se ofrecía. Pero nunca había en él ánimos de echar luz sobre sus asuntos. Con él había dos cosas por hacer, sobrevivir y adivinar lo próximo.

─¿Por qué no trajimos a las asesinas con nosotros? Raluk, Wonder hasta el mismo Espinal podían ser todo lo invisibles que Davan pretende ─siguió quejándose Carlos pero la mirada de Baraqz le contestó sin decirle nada. Necesitaban a los más aptos para enfrentar a las dos compañías del sendero alto. Aquí necesitaban a un par de incautos que llevaran veneno con ellos. Veneno que debía arder, gente que supiera encenderlo. Todos los caminos terminaban en Carlos y sus habilidades.

Pronto se escucharon cascos de caballos aunque de manera extraña. Sonaban pesados y con un ruido ahogado. Davan acabó con las incógnitas.

─Les ponen paños en las patas. Es para que el ruido no los delate, viene una avanzada...

Carlos preparó un polvo extraño y lo roció sobre las cabezas de todos. Les dijo a todos que llevaran su cantimplora para mojarse el cabello cuando fuera el momento. Todos ocultaron sus rostros y se calaron las capuchas. Ahora si eran los perfectos fantasmas.

─Parecerá que arden...sólo será un poco de humo. Sólo descubran la cabeza y mojen sus cabellos. En cuanto se vuelvan a poner las capuchas el efecto terminará y podrán esconderse. ─explicó Carlos que seguía sin entender como era posible que lo descartaran en cada misión suicida. Solo un idiota no entiende que lo que él sabía podía sacarlos de más de un apuro.

Los caballos bufaban cerca. Habían esparcido el veneno directo en el suelo tratando de no respirarlo. A ninguno le causó demasiado daño. Algún que otro dolor de cabeza pero nada serio. Carlos esparció su polvo violáceo también, ese que ardía furiosamente. La trampa estaba lista.

─Ahora a rondar a los voyanas. ─susurró Davan y los despidió con un gesto de su mano.

Pronto el bosque se llenó de susurros, palabras que los hermanos no entendían empezaron a sonar en las sombras. Entre la bruma. Y ellos también empezaron a susurrar cual coro sombrío. Desde los árboles, en el suelo, alrededor

La primer avanzada moderó el avance. El destacado hizo señas de parar al resto. Parecía un jinete desconfiado ya que desmontó y sacó su espada. Veía la pesada bruma frente a él, pero también sentía un fuerte olor. Cuando su caballo se inquietó decidió seguir a pie. Carlos miró a Davan que había dicho lo osados que eran en sus avanzadas los voyanas.

─Parece que no son tan predecibles ─dijo el elegido del fuego haciendo gala de su ironía. Davan le sonrió y casi lo confunde. El voyana hincó la rodilla y examinó el terreno. Pasó su mano por la hierba y se la llevó a la nariz. Cayó pesadamente sobre su rostro y ya no se movió.

El resto de la partida lo vio caer pero no percibió como había sido atacado. Quizás una flecha. Un dardo envenenado. No veían nada inusual en el terreno. Quizás algún aroma extraño pero poco más. Todos desenvainaron y cometieron el segundo error. Separarse para investigar. Divididos en parejas se volvían predecibles. Uno seguía al otro a prudente distancia, pero la niebla no permitía divisar demasiado. El que abría la marcha llevaba espada y el que la cerraba arco. Los hermanos fueron por los de la retaguardia. Un corte certero que entrara bajo la axila o en el plano del muslo. Donde la sangre fluye como torrente. Heridas de tres pasos, porque es lo que tardaban en caer. Apenas un quejido de guerreros que sabían soportar el dolor sabiéndose ya muertos. Cuerpos desplomándose, cayendo pesadamente desde sus monturas. El que abría la marcha que se volteaba percibiendo problemas con su compañero y el ataque que se alzaba desde el frente para atacar el cuello descubierto. La sangre que manaba generosa cerrándo el círculo con el cual despedían guerreros. Listos para que los reciban sus dioses.

Se reunieron alrededor de los muertos. Barbeta dio algunas indicaciones y los cuerpos fueron fueron dispuestos de rodillas ante unos simbolos que pintó en un viejo roble. Runas pintadas con la misma sangre de los caídos. Un cráneo que trajo se dispuso sobre un montículo de piedras. Carlos puso de sus polvos que hacían humo entre las piedras completando la puesta en escena. Resultaba atemorizante la bruma púrpura tiñendo la niebla lentamente. Realmente parecía un portal al inframundo. Todos volvieron a sus pozos a prudente distancia. Por momentos el altar se veía y por momentos desaparecía pero las voces se escucharon claramente cuando la segunda partida llegó. Hubo un grito ahogado, luego algunas conversaciones que se tornaron discusiones.

─Algunos son más religiosos que otros. ─Musitó Barbeta ─pero la duda ya está sembrada. Algunos quieren volver al campamento. Dicen que fue un error aliarse con el imperio. Ellos los llaman invasores porque fueron los primeros que llegaron a los llanos hace siglos.

─Pero siempre me han dicho que viraron al este, que despreciaron los llanos ─interrumpió Carlos.

─No todos, mi querido incendiario.  Al este viró el grueso de ellos pero una tribu se dirigió directo a los campos extensos. Una casa que renunció al consejo y poder de los líderes militares. Pero no vinieron en paz. Masacraron cuanta villa encontraron cuando aún no decidían que dirección tomar para asentarse.... La casa Valyuta siguió el consejo de los sacerdotes de la forja y bajó desde la montaña a los llanos.

─¿Los reyes de la moneda?

─Sus descendientes terminaron por reinar allí, pero ya no eran hijos de la forja. ─contestó Barbeta asintiendo. ─Eran mucho más.

Unos gritos en la bruma los sacaron de sus especulaciones. Y aunque casi ninguno entendía el dialecto que usaban si reconocieron una palabra que muchos repetían...ravninys...ravninys.

─Algunos se marcharan, y los que queden tendrán que reagruparse. Ese será nuestro momento para encender el veneno. ─dijo Davan convencido.

Se acercaron al altar en silencio contemplando la escena. El voyana que parecía ser el líder estaba realmente ofuscado y parecía insultar a los que pretendían marcharse. En un momento de ciega furia pateó el montículo de piedras con el cráneo y escupió las runas del árbol. Eso pareció terminar de convencer a los indecisos y fueron varios los que giraron sus monturas y se marcharon. Quedaban alrededor de treinta de ellos con su colérico líder.

─Le llaman arroyo de sangre. No temerá a los espíritus, sólo podemos confiar en su furia ─sentenció el anciano misterioso, que parecía conocer a todos los enemigos por su nombre. ─mostrémosle un enemigo y cargará contra el ahora que está furioso.

Javensen se puso en pie y tomó un saco de veneno. Miró su antebrazo y empezó a recitar las runas tatuadas en el mientras caminaba por la bruma. Los demás también se irguieron. Necesitaba tiempo para arder y debían dárselo como fuere. Davan desenvainó y se quitó su conocida capa con capucha desnudándo un torso casi tan tatuado como el del iscario. Reogió su pelo con una cinta de cuero y todos pudieron ver que no era tan viejo. La capa y cierta postura ocultaban su vigor. Su cuerpo estaba marcado por innumerables cicatrices pero estaba trabajado y firme como si los años no hubieran hecho mella en él. Notaron que solía moverse encorvado y que ahora, erguido, tenía una estatura importante.

─Dejen de mirarme y concéntrense. El enemigo está allá. ─dijo señalando con la espada y salió de su escondite.

Los demás se separaron. Carlos tensó su arco y buscó tiro mientras Baraqz sacaba su sable corvo al igual que Silvia que ya se había adelantado en busca de victimas. Los fantasmas del bosque iniciaban su faena sin saber como podrían lograr enfrentar a treinta jinetes. Sólo sabían que debían mantenerse en el lugar donde el veneno había sido esparcido. Pero hasta ahora el veneno no parecía haberles hecho daño suficiente. Debía ser respirado de alguna manera. Carlos tomó una de sus flechas incendiarias y esperó el momento. Los guerreros se reunían cerca del viejo roble. A simple vista la mayoría ya estaba dentro del círculo. Un caballo despreocupado se puso a comer algo de hierba mientras los voyanas discutían. El elegido del fuego esperó el desenlace un rato. La montura trastabilló primero y luego cayó desplomada. El guerrero quedó atrapado por ella y comenzó a pedir ayuda para liberar su pierna. Algunos desmontaron para socorrerlo. Carlos no encontró un momento mejor así que encendió su flecha con el pedernal y la lanzó al claro. Sintió la misma ansiedad de siempre ante la inminencia del fuego que se levantó como fogonazo apenas la flecha impactó en el suelo. El destello cegó momentaneamente al enemigo y varios caballos escaparon al instante ante el peligro y no les importó si tenían jinete encima. Fueron varios los que terminaron siendo lanzados por los aires o arrastrados en la loca huida de sus caballos. La confusión reinaba mientras la bruma se teñía de un tono verdoso. Los que lograron dominar a sus monturas percibieron el olor pero antes de intuir algo vieron aparecer de la bruma unas figuras espectrales. Más jinetes abandonaron la escena espantados. Finalmente quedaban alrededor de veinte oponentes pero las figuras entre la bruma volvieron a esconderse mientras los voyanas giraban la cabeza tratando de adivinar de donde vendría el ataque. El humo verdoso llegó al nivel de los caballos que se agitaron por un momento y sacudieron la cabeza. Luego empezaron a caer uno por uno. El líder alzó su mano para indicar que salieran de allí a todo galope pero algo lo detuvo. Frente a él una figura con el torso desnudo lo señaló con su espada.

─Tú, todo este tiempo tú maldito perro. ─gritó Arroyo de sangre con el rostro desencajado, pero antes de embestirlo sintió que perdía sustento y caía. Su caballo había sido victima del vapor verdoso y yacía inerte en el suelo mientras él luchaba por incorporarse. Las figuras de la bruma se acercaban a un voyana caído, daban su estocada y retrocedían. Pronto fueron diezmando a la mayoría. El líder les dio una orden y los que quedaban en pie cubrieron su rostro con sus máscaras de guerra. Era tarde para muchos pero aún quedaba el líder con su guardia personal. Los doblaban en número pero ya no eran decenas de ellos sino un puñado de guerreros esperando reunidos en círculo. Davan los tenía donde quería. Allí fue cuando apareció Javensen con su cuerpo encendido. Sus brazos abiertos dejaban escapar llamas azuladas mientras avanzaba iluminando el claro. Esa imagen fue demasiado para los fieles guardias de Arroyo de sangre, escaparon a pie si que nadie los persiguiera. El líder con la furia pintada en el rostro los insultaba pero fue incapaz de retenerlos. Empuñaba su espada apuntando a la aparición mientras maldecía por los dioses que conocía y por lo que habría de conocer. Todos lo habían abandonado. Quedó solo junto al roble entendiendo que había caido en una trampa. Javensen permaneció allí pero dejó caer el veneno al suelo. No iba a hacerle las cosas tan fáciles a Davan. Si tanto ansiaba luchar contra ellos era hora de demostrarlo. Empezó a leer las runas de su otro brazo y a apagarse lentamente mientras volvía a perderse entre la bruma.

─Arroyo de sangre...parece que hoy no fluyes ─dijo Davan al advertir que el iscario había decidido limitar su participación.

─Maldito perro embustero, podrás engañar a todos pero yo te conozco dedo negro, no eres más que un cuento de viejas, ven por mí si eres lo que dicen las historias...

Los dos avanzaron alzando sus espadas. El voyana atacó desde arriba bajando su espada en diagonal para hacerle un surco en el pecho pero el anciano misterioso no solo parecía menos viejo ahora sino que también demostró ser bastante ágil al robarle el cuerpo a ese ataque y pasar por el costado de Arroyo de sangre sin mover su espada en absoluto. Sin embargo el voyana no se volvió para contraatacar sino que cayó de bruces allí mismo, luego se volcó sobre su costado y murió. La mano de la espada se mantuvo alzada todo el tiempo pero nunca atacó. Fue su otra mano la que clavó la daga en el costado del voyana, haciendo camino entre sus costillas hasta atravesar su corazón en un solo movimiento. Davan se tomó su tiempo para envainar ambos aceros para luego mirar el cuerpo y lanzar un escupitajo.
 
─...¿cuentos de viejas?... 

El anciano misterioso le quitó el colgante a su oponente y lo guardó. Seguro se uniría al souvenir de Cara de guerra, luego volvió a ponerse su capa y se caló la capucha.

─Hermanos, vamos al camino alto y veamos que podemos hacer por el resto. Aquí ya está cumplida la tarea...






























jueves, 15 de noviembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte uno



Hiperión se agachó un instante antes de que la flecha diera en su cabeza. Odiaba a los malditos arqueros, los arqueros imperiales eran sobradamente diestros, pero peor eran los voyanas, porque se movían por todo el bosque ya que iban a caballo. Atacaban desde la espesura con fiereza mientras las dos compañias imperiales presionaban desde el camino alto. En el fuego cruzado las flechas parecían no tener bando ya que los hermanos las oían silbar sobre sus cabezas. Pero todas apuntaban a la maltrecha hermandad que resistía en improvisadas zanjas que se cavaron a último momento. La situación podía volverse insostenible si debían luchar cara a cara en dos frentes. El castillo de Lurzt había enviado un puñado de hombres que parecían más una excusa que apoyo. El príncipe siempre podía decir que eran desertores si no enviaba suficiente cantidad de espadas.
Xamu se arrastró entre la maleza buscando el pozo donde Raluk y Wonder disparaban flechas a diestra y siniestra.

─¿Que tal culo tuerto? saludó Wonder mientras le daba una mirada risueña a su hermana oscura.

─Muy graciosa hermanita, les traje dos carcajs de flechas, la próxima pueden arrastrarse ustedes hacia mi pozo...

Xamu dejó el material ofuscado y se retiraba arrastrando cuando Raluk mostró una cara de sorpresa mirando su trasero, cosa que el hermano no esperaba.

─¿Qué pasa? ¿por qué me miras así? ─preguntó desesperado mientras se tocaba las nalgas.

─Nada, pensé que ya te habían dejado el culo ciego, pero fallaron...─contestó Raluk mientras Wonder rompía en sonoras carcajadas.

─Malditas, envenenaré su vino, ya verán...─contestó Xamu y se siguió arrastrando con algo de alivio.

La lluvia de flechas no cesaba pero la bruma del bosque escondía los bandos enfrentados. Las compañías imperiales habían fortificado una saliente frente al camino y desde allí descargaban sus arcos con meticulosidad y paciencia. Disparaban por sectores tratando de cubrir las posibles posiciones de la hermandad. Para ese momento la hermandad había dispuesto de sus escudos a manera de cubierta y los habían disimulado con ramas y hojas. Sus pozos al menos tenían un precario techo pero el sonido de las flechas golpeando contra ellos delataba sus posiciones. Cascos de caballos sonaban peligrosamente cerca de ellos. Pronto tendrían que salir a enfrentar a los jinetes. Y el sonido de la batalla atraería a los imperiales que esperaban en el camino. Eran un animal acorralado al que su depredador persigue mientras los cuervos vuelan en círculos. Hiperión caminaba de pozo en pozo chequeando que todos estuvieran a cubierto. Él no se arrastraba ni se guarecía, parecía querer ser el primero en morir, quizás agobiado por la magnitud de la amenaza. O tal vez las flechas silbando no tenían ya sobre él mayor efecto que el de incomodarlo y fastidiarlo. Estaban atrapados desde hace horas y no encontraba como romper el cerco. Quería correr hacia algún lado y trabarse en lucha, esperar para él era casi lo mismo que la muerte. Finalmente decidió que debía optar por atacar uno de los frentes y esperar que el otro no tuviera tiempo de apoyar. Romper el cerco. Los voyanas se movían constantemente, venían en oleadas como el mar empujándolos contra las rocas. Rocas de armadura pesada imperial que los esperaban en el camino alto. La trampa era perfecta pero no quería morir dentro de un húmedo pozo con una flecha entre los ojos sino con una espada en la mano cargando contra el enemigo. Una vez un guerrero curtido le dijo que nunca pensara en morir antes de la batalla, que pensara en vivir, no hay que hacer planes para la muerte en el campo. La muerte ya conoce su libreto. Y a veces podemos sorprenderla.
Les comunicó a todos que irían por las compañías del camino alto. El único punto de resistencia que podían medir y ubicar.

─Sabes que es una trampa, nos quieren allí ─dijo Davan mirándolo con dureza.

─Cuéntame un plan mejor que seguir enterrados aquí, soy todo oídos. ─replicó

─Déjame al piromante y al loco del fuego. Tengo algunas ideas para distraer a los voyanas. ─dijo el anciano misterioso poniendo una mano en el hombro de coraza roja  ─ocúpate de vencer allá arriba o todo será inútil. Olvídate de nosotros y de este bosque.

Hiperión asintió mientras le hacía un gesto a Carlos y a Javensen que se imaginaron lo que seguía. Silvia se acercó al elegido del fuego.

─Voy contigo

─¿Estás loca mujer? ─contestó con pesar Carlos. ─Vamos a morir allí

─Es mi decisión, si el elegido va a morir debo estar allí. Y Baraqz también vendrá si en algo lo conozco.

─Si voy a ser libre de mi juramento hoy debo presenciarlo todo. ─dijo Baraqz recordando su promesa.

─Ustedes están locos, los dos, nunca voy a entenderlos

─Te prometo que si mueres llevaré tu cabeza y la depositaré en el altar del señor del fuego. ─juró nuevamente Baraqz

─No sábes cuanto me consuela eso ─dijo Carlos cerrando la charla con una mueca.

Hiperión reunió a los restantes al costado del camino. La idea era intentar usar alguno de los senderos de montaña para ganar altura y sobrepasarlos. Habían fortificado el camino frente al bosque y sería una locura atacarlos allí.

─Si pretendemos ir todos por allí seremos un desfile del día de los dioses. Seremos blanco de sus arqueros, hasta Vallekano nos daría...sin ofender  ─protestó Espinal mientras se disculpaba con un gesto. El pastor arquero le dedicó una mirada fría pero no le dio mayor importancia, estaba acostumbrado a las críticas pero pocos habían dado cuenta de un dragón con un par de flechas, eso nadie podía quitárselo.

─Quizás debamos enviar sólo una partida ─ dijo una voz a espaldas de todos, sobresaltándolos.

Crow estaba apoyado en una muleta rudimentaria mientras Jenny lo sostenía de la cintura.

─No quiso quedarse, lo siento ─se disculpó la maga verde

─¿Que propones? ─dijo simplemente Hiperión disimulando la alegría de ver a su estratega nuevamente de pie.

─Necesitaremos cosas brillantes, los escudos bruñidos, todo. Tenemos que confundirlos primero. ─se entusiasmó el cuervo.

Jenny llevó aparte a Hiperión y le habló por lo bajo.

─El tuétano de las costillas rotas se mezcló con la sangre. Eso podía envenenarlo a menos que se hiciera un quiste y no se esparciera. Está vivo así que sucedió esto último. Lo vendé con fuerza en el pecho pero cualquier golpe puede romper ese coágulo y matarlo, tenlo presente.

Hiperión asintió y se acercó al grupo. Era una espada menos pero su fuerte eran los mapas así que pondría a Crow donde hacía más daño. Frente a los pergaminos.

─Muy bien hermandad. ─empezó a decir Crow. ─Ellos cuentan con un ataque frontal. Desconocen los senderos de pastoreo que vamos a usar pero debe ir un grupo pequeño. Uno rápido y preciso. Vamos a hacerles creer que los rodeamos. Será difícil pero con la carnada adecuada...cuando el perro tiene hambre, no se fija lo que lleva a la boca...creo que podemos fabricarnos una oportunidad.

Hiperión eligió a Espinal, Parabel, Raluk l,pl,,. , Kurz, que recién había llegado del castillo y José que otra vez habían puesto al frente de los refuerzos del príncipe. El resto esperarían la señal y atacarían si la distracción surtía efecto. Deberían pegar por el lado fortificado cuando realmente dudaran de un ataque por allí. Todo era riesgoso y bastante incierto. Y sin embargo, sonaba como un plan razonable. Uno que se podía elaborar en esa situación desesperada.

─Atacaremos por su lado fuerte en el único momento en que no nos esperen...nunca tuvimos perdón, y nunca perdonaremos, cuando ataquen hagan honor a nuestro nombre. ─dijo coraza roja y se aseguró la pechera, comenzaba el juego...












jueves, 8 de noviembre de 2018

Cuando nada ilumina la senda




─¿Cómo sigue?

Hiperión entró en la cueva en silencio pero estaba cubierto de cortes y sangre. Le preocupaba la salud de Crow.

─Sigue igual. Perdió mucha sangre y me costó sacarle el frío. Le dí mucha agua y lo mantuve seco. Dependerá de sus fuerzas ─contestó Jenny con algo de pesar. ─¿y afuera? ¿es tan malo como se ve en tí?
─Estamos perdiendo, y nos estamos acostumbrando, que es peor. Intentamos no perder a nadie pero los voyanas nos asedian y debemos combatirlos en el bosque. Eso es bueno cuando vienen caballeros negros desde el camino alto, pero con los voyanas es distinto.Tienen sus trucos, algunos más antiguos que este mismo reino.

Hiperión suspiró y se encogió de hombros. Desde que habían dejado de llegar desde el camino alto era difícil pelear. Los senderos a los llanos meridios eran incontables. Evitaban el escollo natural de las montañas pero el imperio no transitaba por ellos, eran dominio de los voyanas. Hacía mucho que no se sabía de ellos pero habían regresado con fuerza. Nada de lo que pasaba en los llanos era cosa juzgada, se tejían leyendas y se fabricaban mitos para explicar lo que el imperio había hecho con la región más próspera de esas tierras. Solo una cosa había quedado clara. Querían borrar el legado de los reyes de la moneda. Ese fue el juramento que los generales del este se habían hecho. Al menos dos de ellos.
Crow se quejó entre dientes y pareció estar a punto de despertar. Hiperión casi deja escapar una expresión de gozo pero su estratega volvió a sumirse en el sopor de la fiebre y siguió inconciente. Lo primero que hicieron los malditos fue dejarlo a ciegas, quitándole a su maestro de mapas. No sabía en que momento empezó a depender tanto de él. No es que no supiera luchar contra esos salvajes, pero no le podía sacar provecho al terreno.Ganaban y perdían por igual a veces por diferencias mínimas, quizás por el hecho de que no se los había podido detener en el momento en que llegaron. Algunos hablaban de volver al viejo fuerte lindero a las montañas donde la primer guarnición vivió. Desde allí podían dominar los senderos pero perdían la primacía en el camino alto, y como siempre, eran pocos. Había que elegir que defender.
Parabel entró apurado y observó la escena. No preguntó sobre el maestro de mapas. Estaba en su propia batalla. Se dirigió a coraza roja con el parte de la batalla.

─Nos retiramos por tres caminos distintos. Todos pasan cerca del río, en dirección a Lurzt para que crean que nos refugiamos en la fortaleza. Luego rodeamos largo y estamos volviendo. Arlorg se negó a rendirse y le perdimos el rastro. No sabemos que fue de él. Ese hombre está loco. Dijo que no vino para dejar su mazo sediento.

─Establezcamos perímetro juglar. Los que lleguen primero deben vigilar el bosque y buscar espías, rastreadores. Haganlo bien, si cagan quiero saber a que huele ¿entendido?

Parabel asintió con gesto adusto pero apenas se volvió Hiperión le hizo una cara graciosa a Jenny  imitando los gestos del líder.

─Juglar, ve a hacer lo que te dije o hallaré otros usos para ese laúd que tienes.

Parabel se retiró rápido mientras Raluk llegaba también cubierta de sangre. Una postal habitual donde se mezclaban heridas propias con el rastro de sus víctimas. Jenny se acercó a ella con unos paños dispuesta a ayudarla pero ella le hizo un gesto negativo. No estaba de humor. Las derrotas le sentaban mal. No las digería hasta pasadas dos o tres botellas de hidromiel. Pero eso era después, primero había que esperar a los demás. Ver los rostros que iban llegando y rogar que los que faltaban no tardaran. Esa siempre sería la parte difícil. La cueva empezó a iluminarse timidamente gracias al fuego que Brian fue alimentando mientras se vendaba el brazo con dificultad. Le llamaban la primer hoguera porque era la que hacían en un rincón para que no se viera desde el bosque. Era la que recibía a los demás y que el primero que llegara debía encender. Ese fuego reconfortaba como nada en el mundo, ese que empieza a brillar cuando nada ilumina la senda.

   


viernes, 2 de noviembre de 2018

Sobre nosotros crecerá la hierba




Solot se sobresaltó cuando divisó a la figura sentada en la oscuridad. Todavía no se acostumbraba a estas repentinas apariciones. Intentó mostrar aplomo y fue encendiendo lentamente las velas. Los palidos destellos fueron arrojando luz sobre el extraño. Cabellos grises. Tunica gris, mirada fiera. Un dedo negro.

─Si muero del espanto no podré servir a tus propósitos ─dijo con sorna.

─Estoy seguro de que sobrevivirás. Has traído tantos horrores a este mundo que un viejo amigo no te hará mella...

─Tú no tienes amigos Davan.

El mago renegado sonrió a medias. La visita sería corta. Lanzó sobre la pequeña mesa de la cámara del sumo sacerdote un rollo de pergamino. Solot no necesitaba abrirlo para saber que era un mapa, uno de su propia biblioteca. El tratamiento que le hacían al pergamino para que no se dañe delataba su orígen.

─Has decidido jugar tus cartas, eso lo respeto, pero eres descuidado ─dijo Davan analizando las reacciones del sacerdote.

─¿De donde sacaste eso? ¿acaso tu aprendiz decidió robarnos?

─Dudo que mi aprendiz conspiré contra si mismo. Tuvimos una incursión voyana. Una muy informada. Versada en los senderos ocultos en la montaña. Una que intentó tomarnos por sorpresa con la ayuda de tu biblioteca.

─Y claramente todo apunta contra mi, porque soy tan idiota que les daría algo que solo yo puedo entregar, una especie de confesión muda. ¿En serio Davan crees que eso pasó por mis manos?   

─Dímelo tú, ¿cuantas personas tienen la llave de la biblioteca?

─Mi llave la tiene tu aprendiz, la otra la conserva el maestro de escritos. Tú lo sabes bien.

Davan no tenía demasiado motivo para desconfiar de un anciano que año tras año transitaba sus últimos momentos para luego, de algún milagroso modo sobrevivía.
 Hace unos años le habían puesto de ayudante a un mago jóven que había aprendido el oficio y buscaba afanosamente quedarse con el puesto del anciano.

─No tengo intención de perder la utilidad que hoy represento para el general. Si los derrota seré un estorbo. Tengo poco tiempo para demostrarle que puedo serle verdaderamente útil en el futuro. Y eso contando con que el imperio no derrote al oeste. Todas nuestras posiciones son precarias Davan. La maldita soberbia del hombre nos trajo hasta aquí y no creo que mejore demasiado.

─¿Y tú que propones? ¿liberar las criaturas del abismo y traer la noche al mundo? no asegura nuestro futuro de manera alguna

─Mis antecesores equivocaron el camino. Perdieron el control del portal, fueron demasiado ambiciosos. Yo hubiera mantenido los portales pequeños como era la tradición. Tomar consejo de los primigenios para combatir al imperio...

─Ahora me dices que no pretendes que llegue finalmente la noche que se come al mundo.

─Eso será inevitable Dedo Negro. Como los días que vivimos llegan a su ocaso, la noche debe llegar para que el hombre cese. Llegará cuando sea el momento del sueño del hombre y el reinado de la oscuridad. Así ha sido por todas las edades. Y no podemos adelantar ni retrasar eso. Y un día volverá a despertar cuando llegue el amanecer. No hay voluntad que pueda detener el transcurrir. El imperio es el último intento de la voluntad de detener lo inevitable. Deberíamos abrazar ese destino y dejar de pelear contra él. Los primigenios vendrán a purificar. Deberíamos estar agradecidos

─Ya veremos como recibirlos, ya sabes que les dare acero y fuego a todos los que pueda. Y cerraré ese maldito portal.

─Los titanes mantienen los llanos de Margón a salvo del imperio. El imperio se mantiene bajo tierra

─Las bestias mataron a los míos. No lo olvides. Mataré a todos ellos. Luego seguiré con los hombres. ─amenazó Davan con firmeza

─No temo morir por tu mano Davan, harías bien en entender que hay cosas peores a las que temer. Temo que no me alcance el tiempo, solo eso...

Davan se levantó y se caló la capucha dándole una última mirada al sumo sacerdote.

─Averigua quién le dio ese mapa a los voyanas...porque volveré para que me lo digas

Solot vio como se escurría en la oscuridad. Conocía todos los pasajes secretos del templo y se escabullía detrás de los cortinados y tapices para desaparecer entre los muros.

─Recuerda algo Dedo Negro. No importa demasiado lo que hagamos. Los que no mueren están destinados a regir. Nosotros no somos obstáculo. No contamos. No estamos hechos para la noche que viene. Sobre nosotros solo crecerá la hierba...