sábado, 17 de noviembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte dos





─Davan te agradecemos que nos hayas elegido para morir aquí ─dijo Carlos con sobrada ironía.

─Puedes morir en tu cama cualquier noche muchacho. Te traje aquí para otra cosa...

El puñado había vuelto a los pozos a esconderse. Davan buscaba entre la bruma a los voyanas pero apenas se podía distinguir algo a unos palmos, luego todo era niebla. Los oídos de todos se aguzaron naturalmente buscando indicios de peligro. Carlos cargaba un par de bolsas de cuero con sus juguetes que incendiaban. Davan los revisaba buscando algo en especial. El elegido del fuego miraba con curiosidad pero no se entrometía. Era sabido que el anciano misterioso tenía poca paciencia. Un sonido de pisadas suaves se oyó cerca de ellos y todos prepararon sus espadas. Un búho ululó tímidamente. Era un hermano que llegaba, un gorrión le contestó y le dio la bienvenida. Barbeta llegaba cargando una pesada bolsa con quién sabe que cosas para su maestro.

─¿Recuerdan lo que hicimos la batalla anterior? ¿cuando confundimos a sus caballos?

Todos asintieron, recordaban lo elaborado del plan y lo definitorio que fueron las tropas del castillo llegando para salvar el día. Esta vez no se esperaban sorpresas. Del castillo habían enviado a Kurz y a Jose más un par de escuderos. No habría mucho más que ese puñado de espadas.

─Tenemos que matar a sus caballos esta vez. No podemos dejar que se retiren. Debo preparar veneno. Un veneno que también nos matará a nosotros a menos que estemos a suficiente altura. Pelearemos desde los árboles pero si tenemos que bajar a pelear no habrá demasiada posibilidad. ─detallaba Davan mientras los hermanos se miraban entre ellos. Sabían que esta era una misión suicida pero no a tal extremo. Preferían caer por el acero enemigo que respirar los venenos del anciano misterioso. Sin embargo nadie dijo nada. Carlos se guardó sus quejas por un rato.

─Estás loco ─exclamó Javensen pintando el sentimiento de todos. ─debemos durar el suficiente tiempo como para romper el cerco en el camino alto ─dijo parándose frente al anciano misterioso ─prepara tus polvos y pon todo en sacos. Yo me ocuparé de hacerlos arder en el momento indicado. Al menos no matarás a todos con esto.

A Davan no le gustaba que lo desafíen. Su mirada se volvió fría y penetrante. Las miradas se cruzaron y por un momento el enfrentamiento era similar a los que ambos protagonizaron alguna vez en las mazmorras. Davan no veía que el plan del iscario fuera mejor que el de él. La intervención de Barbeta fue la que calmó los ánimos y trajo una alternativa.

─Maestro, sabemos que ese veneno no arderá por sí solo, que debemos encenderlo con calor directo cuando tengamos al enemigo muy cerca, entonces pensé que quizás el escudo de cenizas pueda servirnos, es una vieja receta de magia verde... tengo algo de eso conmigo...quizás pueda ayudarnos. Sabía que al pedirme traer polvo de mandrágora tendríamos que lidiar con un poderoso veneno así que me tomé el atrevimiento de prepararlo ─dijo con algo de temor y reverencia.

─No he visto ese preparado más que una vez en mi vida...y ciertamente nunca aprendí a hacerlo Barbeta. Si tú lo has conseguido tenemos una chance ─dijo sin demostrar entusiasmo. Nunca mostraba demasiada aprobación por su discípulo pero por algo le había conseguido acceso a la biblioteca del templo del ocaso. Debía conseguir sacar rédito al erudito que había rescatado hace años de las mazmorras de Margón.

Pronto el aprendiz estaba embadurnando sus rostros con una pasta gris que olía a diantres. Tanto que Carlos tuvo que vomitar, provocando las risas de Silvia y Baraqz. Javensen tuvo un pequeño recuerdo de cuando permaneció tres días en una carreta de muertos para escapar de una de las tantas mazmorras que intentaron retenerlo. Recordaba lo que pensó ese día, que jamás tendría que volver a hacer algo tan asqueroso y sin embargo, aunque pasó incontables horas entre los gusanos de la carne, tuvo que hacer cosas peores aún. Cómo despellejar a un amigo para ponerse su piel y engañar a sus captores en otra ocasión. Lamentó mucho perder a su amigo por las fiebres, y más lamentó tener que hacerle eso a su cadáver. Para cuando acabó de recordar ya su cuerpo estaba cubierto con la pasta grisácea. No le pareció tan malo.

─Barbeta...creo que tenemos algo...¿ Recuerdas la historia de los fuegos? ¿los espectros de los llanos? ─preguntó Davan que miraba como habían quedado todos, embadurnados de gris.

─Maestro, esperaba que usted lo viera también. Tengo tizones. Con un poco de carbón podemos hacerlos parecer a...

─Ravninis...espíritus del llano...

Davan pronto le encontró la lógica. Los voyanas no temían a los hombres. Pero los espíritus del llano eran otra cosa. Deidades antiguas que ellos supieron venerar. El culto de la llama muerta. El fuego frío que vaga por los antiguos campos de batalla, a ellos siempre les tendrían un respeto distinto. Siempre temerían lo que el acero no puede matar, pero la clave era el fuego frío. Las llamas muertas mantienen encendidos a los espiritus, condenados a arder sin consumirse...Davan alzó su vista y miró a Javensen. Tenían algo parecido. Fue como un destello, como el paso de una sombra, una mínima esperanza agazapada esperando entre tanta certeza de muerte. Quizás tuvieran ese guiño de los dioses, quizás  habían encontrado por fin, el miedo de su enemigo.

Davan escribió runas de fuerza en el pecho del iscario. Protección contra las mismas llamas del piromante. Debía mantener sus habilidades por más tiempo que nunca,  aún a riesgo de perder la vida. Pero el iscario no temía. Siempre había querido dominar por completo su arte, y ahora, a causa de la necesidad, el anciano misterioso le otorgaba el don completo al inscribir sobre su piel las runas que no había podido conocer. Tenía por fín los tres círculos del fuego en su piel. Ahora podía vengarse.

Todos abandonaron sus posiciones y fueron tras su enemigo. El iscario no ardería hasta que estuvieran a la vista. Quizás no engañaran a todos pero si a los más incautos. Solo una persona tenía sus reservas con el plan. Silvia se sentía incómoda. Los ravninys eran hijos del padre de la llama. Los que habían trascendido a la carne para ser guardianes de la tierra. Y ahora ellos los imitarían como viles impostores. Baraqz notó sus dudas y se acercó a ella para intentar disiparlas.

─Matemos a los voyanas y después yo mismo te ayudaré a hacer un altar donde quemar nuestra transgresión, te lo prometo.

Silvia asintió sin decir palabra. Todo hubiera sido distinto si el sumo sacerdote lo hubiera elegido a él como sucesor. Pero el anciano esperaba por Carlos y no tuvo ojos para otro. Quizás algún día Baraqz regresara y restaurara la llama en el altar del templo. Era el único con suficiente devoción para hacerlo.

La bruma era intensa ese día en el bosque. Ahora la necesitaban. Debían volverse espíritus vengativos que se ocultaran de la vista de los voyanas hasta que fuera el momento. Los pozos que habían cavado para defenderse serían parte de la maniobra. Y las palabras que les había enseñado Barbeta completarían la farsa. Hoy serían los fantasmas más que nunca, aunque ofendieran a un par de dioses en el proceso pero por algo eran bien conocidos, siempre habían sido imperdonables.  

─Los primeros son siempre los ansiosos por entrar en batalla, esos lideran las avanzadas. Muéstrense un poco pero luego desaparezcan...ocúltense tras un árbol, arrástrense a un pozo, lo que sea pero desaparezcan...

Todos asintieron. Dilatar la lucha cuerpo a cuerpo no sonaba mal, dados los números, que siempre eran desfavorables. Davan parecía conocer muy bien la manera de pensar de su enemigo. Algunos de ellos dijeron tener cuentas pendientes con él. Todos intuían que había algo más detrás de estas misiones a las que el anciano misterioso siempre se ofrecía. Pero nunca había en él ánimos de echar luz sobre sus asuntos. Con él había dos cosas por hacer, sobrevivir y adivinar lo próximo.

─¿Por qué no trajimos a las asesinas con nosotros? Raluk, Wonder hasta el mismo Espinal podían ser todo lo invisibles que Davan pretende ─siguió quejándose Carlos pero la mirada de Baraqz le contestó sin decirle nada. Necesitaban a los más aptos para enfrentar a las dos compañías del sendero alto. Aquí necesitaban a un par de incautos que llevaran veneno con ellos. Veneno que debía arder, gente que supiera encenderlo. Todos los caminos terminaban en Carlos y sus habilidades.

Pronto se escucharon cascos de caballos aunque de manera extraña. Sonaban pesados y con un ruido ahogado. Davan acabó con las incógnitas.

─Les ponen paños en las patas. Es para que el ruido no los delate, viene una avanzada...

Carlos preparó un polvo extraño y lo roció sobre las cabezas de todos. Les dijo a todos que llevaran su cantimplora para mojarse el cabello cuando fuera el momento. Todos ocultaron sus rostros y se calaron las capuchas. Ahora si eran los perfectos fantasmas.

─Parecerá que arden...sólo será un poco de humo. Sólo descubran la cabeza y mojen sus cabellos. En cuanto se vuelvan a poner las capuchas el efecto terminará y podrán esconderse. ─explicó Carlos que seguía sin entender como era posible que lo descartaran en cada misión suicida. Solo un idiota no entiende que lo que él sabía podía sacarlos de más de un apuro.

Los caballos bufaban cerca. Habían esparcido el veneno directo en el suelo tratando de no respirarlo. A ninguno le causó demasiado daño. Algún que otro dolor de cabeza pero nada serio. Carlos esparció su polvo violáceo también, ese que ardía furiosamente. La trampa estaba lista.

─Ahora a rondar a los voyanas. ─susurró Davan y los despidió con un gesto de su mano.

Pronto el bosque se llenó de susurros, palabras que los hermanos no entendían empezaron a sonar en las sombras. Entre la bruma. Y ellos también empezaron a susurrar cual coro sombrío. Desde los árboles, en el suelo, alrededor

La primer avanzada moderó el avance. El destacado hizo señas de parar al resto. Parecía un jinete desconfiado ya que desmontó y sacó su espada. Veía la pesada bruma frente a él, pero también sentía un fuerte olor. Cuando su caballo se inquietó decidió seguir a pie. Carlos miró a Davan que había dicho lo osados que eran en sus avanzadas los voyanas.

─Parece que no son tan predecibles ─dijo el elegido del fuego haciendo gala de su ironía. Davan le sonrió y casi lo confunde. El voyana hincó la rodilla y examinó el terreno. Pasó su mano por la hierba y se la llevó a la nariz. Cayó pesadamente sobre su rostro y ya no se movió.

El resto de la partida lo vio caer pero no percibió como había sido atacado. Quizás una flecha. Un dardo envenenado. No veían nada inusual en el terreno. Quizás algún aroma extraño pero poco más. Todos desenvainaron y cometieron el segundo error. Separarse para investigar. Divididos en parejas se volvían predecibles. Uno seguía al otro a prudente distancia, pero la niebla no permitía divisar demasiado. El que abría la marcha llevaba espada y el que la cerraba arco. Los hermanos fueron por los de la retaguardia. Un corte certero que entrara bajo la axila o en el plano del muslo. Donde la sangre fluye como torrente. Heridas de tres pasos, porque es lo que tardaban en caer. Apenas un quejido de guerreros que sabían soportar el dolor sabiéndose ya muertos. Cuerpos desplomándose, cayendo pesadamente desde sus monturas. El que abría la marcha que se volteaba percibiendo problemas con su compañero y el ataque que se alzaba desde el frente para atacar el cuello descubierto. La sangre que manaba generosa cerrándo el círculo con el cual despedían guerreros. Listos para que los reciban sus dioses.

Se reunieron alrededor de los muertos. Barbeta dio algunas indicaciones y los cuerpos fueron fueron dispuestos de rodillas ante unos simbolos que pintó en un viejo roble. Runas pintadas con la misma sangre de los caídos. Un cráneo que trajo se dispuso sobre un montículo de piedras. Carlos puso de sus polvos que hacían humo entre las piedras completando la puesta en escena. Resultaba atemorizante la bruma púrpura tiñendo la niebla lentamente. Realmente parecía un portal al inframundo. Todos volvieron a sus pozos a prudente distancia. Por momentos el altar se veía y por momentos desaparecía pero las voces se escucharon claramente cuando la segunda partida llegó. Hubo un grito ahogado, luego algunas conversaciones que se tornaron discusiones.

─Algunos son más religiosos que otros. ─Musitó Barbeta ─pero la duda ya está sembrada. Algunos quieren volver al campamento. Dicen que fue un error aliarse con el imperio. Ellos los llaman invasores porque fueron los primeros que llegaron a los llanos hace siglos.

─Pero siempre me han dicho que viraron al este, que despreciaron los llanos ─interrumpió Carlos.

─No todos, mi querido incendiario.  Al este viró el grueso de ellos pero una tribu se dirigió directo a los campos extensos. Una casa que renunció al consejo y poder de los líderes militares. Pero no vinieron en paz. Masacraron cuanta villa encontraron cuando aún no decidían que dirección tomar para asentarse.... La casa Valyuta siguió el consejo de los sacerdotes de la forja y bajó desde la montaña a los llanos.

─¿Los reyes de la moneda?

─Sus descendientes terminaron por reinar allí, pero ya no eran hijos de la forja. ─contestó Barbeta asintiendo. ─Eran mucho más.

Unos gritos en la bruma los sacaron de sus especulaciones. Y aunque casi ninguno entendía el dialecto que usaban si reconocieron una palabra que muchos repetían...ravninys...ravninys.

─Algunos se marcharan, y los que queden tendrán que reagruparse. Ese será nuestro momento para encender el veneno. ─dijo Davan convencido.

Se acercaron al altar en silencio contemplando la escena. El voyana que parecía ser el líder estaba realmente ofuscado y parecía insultar a los que pretendían marcharse. En un momento de ciega furia pateó el montículo de piedras con el cráneo y escupió las runas del árbol. Eso pareció terminar de convencer a los indecisos y fueron varios los que giraron sus monturas y se marcharon. Quedaban alrededor de treinta de ellos con su colérico líder.

─Le llaman arroyo de sangre. No temerá a los espíritus, sólo podemos confiar en su furia ─sentenció el anciano misterioso, que parecía conocer a todos los enemigos por su nombre. ─mostrémosle un enemigo y cargará contra el ahora que está furioso.

Javensen se puso en pie y tomó un saco de veneno. Miró su antebrazo y empezó a recitar las runas tatuadas en el mientras caminaba por la bruma. Los demás también se irguieron. Necesitaba tiempo para arder y debían dárselo como fuere. Davan desenvainó y se quitó su conocida capa con capucha desnudándo un torso casi tan tatuado como el del iscario. Reogió su pelo con una cinta de cuero y todos pudieron ver que no era tan viejo. La capa y cierta postura ocultaban su vigor. Su cuerpo estaba marcado por innumerables cicatrices pero estaba trabajado y firme como si los años no hubieran hecho mella en él. Notaron que solía moverse encorvado y que ahora, erguido, tenía una estatura importante.

─Dejen de mirarme y concéntrense. El enemigo está allá. ─dijo señalando con la espada y salió de su escondite.

Los demás se separaron. Carlos tensó su arco y buscó tiro mientras Baraqz sacaba su sable corvo al igual que Silvia que ya se había adelantado en busca de victimas. Los fantasmas del bosque iniciaban su faena sin saber como podrían lograr enfrentar a treinta jinetes. Sólo sabían que debían mantenerse en el lugar donde el veneno había sido esparcido. Pero hasta ahora el veneno no parecía haberles hecho daño suficiente. Debía ser respirado de alguna manera. Carlos tomó una de sus flechas incendiarias y esperó el momento. Los guerreros se reunían cerca del viejo roble. A simple vista la mayoría ya estaba dentro del círculo. Un caballo despreocupado se puso a comer algo de hierba mientras los voyanas discutían. El elegido del fuego esperó el desenlace un rato. La montura trastabilló primero y luego cayó desplomada. El guerrero quedó atrapado por ella y comenzó a pedir ayuda para liberar su pierna. Algunos desmontaron para socorrerlo. Carlos no encontró un momento mejor así que encendió su flecha con el pedernal y la lanzó al claro. Sintió la misma ansiedad de siempre ante la inminencia del fuego que se levantó como fogonazo apenas la flecha impactó en el suelo. El destello cegó momentaneamente al enemigo y varios caballos escaparon al instante ante el peligro y no les importó si tenían jinete encima. Fueron varios los que terminaron siendo lanzados por los aires o arrastrados en la loca huida de sus caballos. La confusión reinaba mientras la bruma se teñía de un tono verdoso. Los que lograron dominar a sus monturas percibieron el olor pero antes de intuir algo vieron aparecer de la bruma unas figuras espectrales. Más jinetes abandonaron la escena espantados. Finalmente quedaban alrededor de veinte oponentes pero las figuras entre la bruma volvieron a esconderse mientras los voyanas giraban la cabeza tratando de adivinar de donde vendría el ataque. El humo verdoso llegó al nivel de los caballos que se agitaron por un momento y sacudieron la cabeza. Luego empezaron a caer uno por uno. El líder alzó su mano para indicar que salieran de allí a todo galope pero algo lo detuvo. Frente a él una figura con el torso desnudo lo señaló con su espada.

─Tú, todo este tiempo tú maldito perro. ─gritó Arroyo de sangre con el rostro desencajado, pero antes de embestirlo sintió que perdía sustento y caía. Su caballo había sido victima del vapor verdoso y yacía inerte en el suelo mientras él luchaba por incorporarse. Las figuras de la bruma se acercaban a un voyana caído, daban su estocada y retrocedían. Pronto fueron diezmando a la mayoría. El líder les dio una orden y los que quedaban en pie cubrieron su rostro con sus máscaras de guerra. Era tarde para muchos pero aún quedaba el líder con su guardia personal. Los doblaban en número pero ya no eran decenas de ellos sino un puñado de guerreros esperando reunidos en círculo. Davan los tenía donde quería. Allí fue cuando apareció Javensen con su cuerpo encendido. Sus brazos abiertos dejaban escapar llamas azuladas mientras avanzaba iluminando el claro. Esa imagen fue demasiado para los fieles guardias de Arroyo de sangre, escaparon a pie si que nadie los persiguiera. El líder con la furia pintada en el rostro los insultaba pero fue incapaz de retenerlos. Empuñaba su espada apuntando a la aparición mientras maldecía por los dioses que conocía y por lo que habría de conocer. Todos lo habían abandonado. Quedó solo junto al roble entendiendo que había caido en una trampa. Javensen permaneció allí pero dejó caer el veneno al suelo. No iba a hacerle las cosas tan fáciles a Davan. Si tanto ansiaba luchar contra ellos era hora de demostrarlo. Empezó a leer las runas de su otro brazo y a apagarse lentamente mientras volvía a perderse entre la bruma.

─Arroyo de sangre...parece que hoy no fluyes ─dijo Davan al advertir que el iscario había decidido limitar su participación.

─Maldito perro embustero, podrás engañar a todos pero yo te conozco dedo negro, no eres más que un cuento de viejas, ven por mí si eres lo que dicen las historias...

Los dos avanzaron alzando sus espadas. El voyana atacó desde arriba bajando su espada en diagonal para hacerle un surco en el pecho pero el anciano misterioso no solo parecía menos viejo ahora sino que también demostró ser bastante ágil al robarle el cuerpo a ese ataque y pasar por el costado de Arroyo de sangre sin mover su espada en absoluto. Sin embargo el voyana no se volvió para contraatacar sino que cayó de bruces allí mismo, luego se volcó sobre su costado y murió. La mano de la espada se mantuvo alzada todo el tiempo pero nunca atacó. Fue su otra mano la que clavó la daga en el costado del voyana, haciendo camino entre sus costillas hasta atravesar su corazón en un solo movimiento. Davan se tomó su tiempo para envainar ambos aceros para luego mirar el cuerpo y lanzar un escupitajo.
 
─...¿cuentos de viejas?... 

El anciano misterioso le quitó el colgante a su oponente y lo guardó. Seguro se uniría al souvenir de Cara de guerra, luego volvió a ponerse su capa y se caló la capucha.

─Hermanos, vamos al camino alto y veamos que podemos hacer por el resto. Aquí ya está cumplida la tarea...






























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