miércoles, 5 de diciembre de 2018
Las virtudes del miedo, parte final
Todos se miraron por un momento. Habían olvidado que en el camino alto se desarrollaba la batalla más importante. Pronto se encontraron lanzados a la carrera buscando divisar el camino real. Davan parecía tener aptitudes para la marcha forzada ya que daba órdenes mientras corría entre los árboles.
─Vamos por el sendero de los leñadores, caeremos sobre ellos sin aviso.
El más comprometido era Javensen ya que su aventura con las llamas lo había dejado agotado. Una parte de él estaba feliz. Nunca había hecho uso de sus habilidades por tanto tiempo, y aunque sentía su piel arder todavía no encontraba siquiera una ampolla sobre ella que delatara su arte. Finalmente había logrado dominarlo.
Encontraron rápido la huella de los que iban a recoger leña, eran mayoritariamente de la hermandad ya que la guerra había alejado a los aldeanos de esa parte del bosque. Muchas partidas de rastreadores imperiales habían sido vistas merodeando por allí y mataban sin dudar a quien pudiera delatarlos.
No oían aún demasiadas voces que delataran la batalla, mala señal.
Cuando llegaron por fín al camino el panorama no era el que ellos esperaban. Los hermanos, lejos de formar una línea compacta estaban desperdigados por doquier en combates individuales. El frente estaba roto. No habían podido romper el cerco de las dos compañías enemigas y estas avanzaron sobre ellos sin dudar. Jenny traía como podía a Vallekano que maldecía y pedía volver a la batalla aunque su costado sangrara sin control. Brian y Alex estaban espalda con espalda mientras una veintena los rodeaba sin lograr doblegarlos. Hiperión parecía un molino de viento agitando dos espadas sin permitir que los enemigos lo cercaran y terminaran de ultimarlo. El puñado de Davan cayó sobre ellos sin dudarlo y alivió la situación de los más comprometidos pero solo eran cinco y no tardaron en encontrarse en la misma situación de sus hermanos. La diferencia fue que pronto un hombres en llamas se lanzó sobre la primera linea de la compañia imperial del león azul incendiando a todos los que se le pusieron delante. Javensen otra vez habia convocado a las llamas mientras Carlos lanzaba sus ánforas cargadas y humeantes sobre la retaguardia. La brecha no tardó en abrirse obligando a los imperiales sueltos a replegarse para intentar cerrar el espacio. Hacia allí fueron también los hermanos a presionar en vista de la oportunidad. No podían dejar que el enemigo recomponga su frente de ataque o volverían a cargar sobre ellos. Barbeta acercó su veneno a Valkiria y sus arqueros para que hostiguen la retaguardia que ahora ardía por los juguetes de Carlos. El polvo se encendería facilmente diezmando el lugar donde los comandantes daban sus órdenes. La idea era generar toda la confusión posible para que la hermandad pudiera recomponerse. Y si era necesario, escapar.
─¡Hiperión!...¡Hiperión!...─Gritó Davan mientras buscaba al mercenario, que había quedado aislado del resto. Le hizo un gesto a Silvia y Baraqz para que se desplieguen y lo busquen. Fue la dama de rojo quien lo encontró bajo el cuerpo de un obeso imperial al que había destripado pero del que no podía desembarazarse aún. Las visceras le habían teñido aún más su célebre coraza roja. Ahora su rostro también hacía juego con su atuendo dándole un aspecto bestial. Sólo sus ojos, blancos y furiosos destacaban del tono rojizo uniforme. Apenas agradeció y ya fue en busca de Davan para saber si debían prepararse para una embestida desde el bosque.
─Dame alguna buena noticia Davan...¿debemos preocuparnos de los voyanas?
─No de momento ─contestó el mago renegado mostrándole el colgante de Arroyo de Sangre, justamente empapado en ella.
─Supongo que lo hiciste enfadar. Suele atacar a ciegas cuando se ofusca.
Davan asintió con la cabeza mientras miraba el campo de batalla. No entendía como habían llegado a esto. Hiperión tampoco parecía dar crédito al paisaje.
─Todo falló. Intentamos rodearlos...mandé una partida...no volvimos a verlos ─comenzó a decir coraza roja. ─Subieron por encima del camino para hacerles creer que eran muchos. Crow los hizo llevar metales diversos para hacer ruidos y lanzar destellos, pero algo pasó, no se todavía si los estaban esperando. Y estos malditos no se movieron un palmo de su posición, debo asumir que los atraparon o peor.
─Dile a los arqueros que toca desenvainar, necesitamos todos los brazos posibles. ─recomendó Davan mientras se disponía a lanzarse a la brecha. Se arremangó las mangas de su capa y leyó las runas en sus antebrazos. Al momento en que sintió el calor se despojó completamente de ella. No le gustaba convocar a las llamas pero la situación era desesperada. Todo podía desmoronarse esa tarde y no estaba de humor para permitirlo.
No había suficiente fuerza para romper la linea pero las llamas de ambos piromantes se encargaron de contribuir al caos. El horizonte empezó a ennegrecerse a causa de los nubarrones que habían amenazado desde la mañana. Quizás la lluvia ayudara a mover a los pesados caballeros negros del camino, al menos, a no dejarlos sostenerse tan férreamente como se habían mantenido bloqueando el camino alto. Pero si llovía también perderían la ventaja de los piromantes. No había en el horizonte una ventaja decisiva sino más bien un parche temporal.
Hiperión contempló el cielo encapotado y le pareció que hasta el fuego de Javensen le sería arrebatado. Desconsolado, refrenó el impulso de soltar la espada y maldecir a toda deidad conocida pero las lágrimas querían asomar por un momento ante la evidente frustración. Una mano se posó en su hombro y le dijo con suavidad.
─Deme un momento para trabajar y luego mande a los nuestros que se retiren señor, no tenga miedo, las lluvias serán nuestro alivio, ya lo verá...
Barbeta se colgó un saco del hombro y avanzó al campo de batalla. El mercenario no entendía que se proponía pero espero paciente a que el sirviente de Davan hiciera lo suyo, después de todo, no quedaba mucho por perder. Luchaban en inferioridad numérica, eran claramente superados y no había lugar donde escapar. Esa era la tarde donde morirían seguramente. Y lamentaba que justamente pasara bajo su mando.
─Perdóname Aleana, no podré cumplir con mi palabra. Lo intenté, te juro que lo intenté hermana...─repetía entre lágrimas mientras acomodaba su pechera toda mellada.
Barbeta esparció el contenido del saco en una larga linea por toda la extensión del campo de batalla. Lo hizo por la retaguardia. Hiperión podía verlo murmurar entre dientes repasando quién sabe que formula o receta. Vio que se acercó en un momento a Davan para decirle algo mientras el mago renegado luchaba por no ser sobrepasado. La cara de Davan no pareció muy feliz pero asintió con vehemencia. Empezó a reunir a su pequeño grupo y a impartir órdenes a diestra y siniestra. Los hermanos empezaron a retroceder escalonados dejando a Davan y los suyos al frente. Los caballeros negros no dudaron en presionar. Era claramente el momento de definir el combate. Davan y los suyos volvieron a cubrirse el rostro. Sus cabezas humeaban gracias al polvo que les había esparcido Carlos por los cabellos. Parecían tizones de una hoguera que se negaba a extinguirse. Luchaban por no ser sobrepasados. Valkiria usaba su arco entre los resquicios para intentar vulnerar las pesadas armaduras. Tuvo éxito en más de una ocasión, pero nada era suficiente contra la doble fila de guerreros que empujaba. La línea de polvo de Barbeta se iba convirtiendo en una densa humareda que empezó a rodearlos. Todo el frente de batalla se volvió confuso gracias a ella y los imperiales no dudaron en internarse en ella persiguiendo a los hermanos que quedaban. Entendieron que trataban de escapar pero no era así. Allí permanecían esperándolos. El veneno ahora empapado por la lluvia se había vuelto más intenso y los envolvió a todos. Barbeta le gritó a los de Davan que salieran de él. No era suficiente la protección que tenían. El escudo de ceniza se iba escurriendo con la lluvia y dejaba de surtir efecto. Pero el puñado sabía que si retrocedían demasiado el frente imperial tomaría impulso. En un acto desesperado algunos hermanos se embadurnaron el rostro y las manos con el preparado de Barbeta y corrieron a rescatarlos. De la neblina verdosa salieron arrastrando los cuerpos de Davan y su puñado. Se escuchaban claramente las convulsiones de los soldados imperiales, indefensos y tomados por sorpresa. Todos buscaban escapar de aquello que les cerraba la garganta y quemaba los ojos. La ceguera los llevó a caer en gran número del lado de la hermandad que dio cuenta de ellos, pero la niebla de muerte pronto amenazó con llegar a todos y debieron retroceder.
─!A los árboles, rápido! ─gritó Barbeta cuando se dio cuenta de que el viento les estaba jugando una mala pasada. La niebla verdosa no ascendía demasiado pero se expandía a toda velocidad por la brisa helada que bajaba de las montañas. Pronto estuvieron todos en las ramas altas con sus arcos preparados. Aún Davan y los suyos que se hallaban inconcientes, quizás muertos.
─¡Maldita sea! los arcos mojados no son demasiado confiables. ─se quejó Valkiria mientras trataba de acertar a los caballeros negros que vagaban desorientados y tambaleantes. Pero no fueron necesarias demasiadas flechas. Uno a uno fueron cayendo mientras las órdenes de retirarse no llegaban. Los comandantes habían sido atacados primero con el veneno y ahora yacían muertos en la parte alta del sendero. Nadie daría la voz de retirada.
─¿Que mal arte has hecho allí abajo Barbeta? Nos mataste a todos ─dijo Hiperión que sentía la vista arder como el mismo infierno.
─Lo siento señor, fue una medida desesperada. Es el veneno más potente que conozco y es una variación de lo que usamos en el bosque. Casi no hay defensa contra él, debemos buscar la manera de llegar a la cueva pues todos sufriremos convulsiones en algún momento. Debemos secarnos al fuego ya que el agua lo hace más intenso aún...
─¿Tiene nombre ese maldito humo?
─Beso de dragón lo llamaron los primeros alquimistas, pero tarde o temprano los que lo manipulan mueren horriblemente. Así que solo se conoce como polvo prohibido.
─¿Y para que trajiste eso hoy? ¿acaso fue una orden de tu maestro Davan?
─Para nada. El desconfía de los venenos, lo traje porque estaba seguro de que esta batalla sería decisiva...o vencíamos...o moríamos todos junto al enemigo. Pero ninguno marcharía por el camino real si lograban vencernos. Perdón pero estaba decidido a que no pasaran
Hiperión lo miró con intensidad. Había realizado los preparativos con tanta calma que nunca imaginó la matanza que estaba por desatar. Definitivamente era el ayudante de Davan, tan loco y renegado como su señor.
Se fueron moviendo con dificultad entre las ramas tratando de encontrar una manera de escapar de la densa humareda que parecía no disiparse. Mucho más dificil fue llevar con ellos al puñado de Davan que apenas respiraba y seguía inconciente. Valkiria ya comenzaba a vomitar una baba verdosa y hubo que sostenerla para que no cayera de los árboles. Finalmente encontraron el camino de tablones que construyeron en la parte alta de los árboles. El camino que utilizaban cuando estaban cercados en las cuevas. Solo eran algunos tablones y cuerdas para sostenerse en la altura pero para ellos resultó la esperanza de vida. Ingresaron al campamento por una grieta en la cima de la montaña. Un antiguo pasadizo que utilizaban para burlar a los espías y rastreadores. Solo un puñado de hermanos lo conocía, entre ellos, el mismo Barbeta. Por allí escapaba en las noches que debía visitar el templo del Ocaso.
Mientras descendían pacientemente por las grietas profundas empezaron a divisar un resplandor en los profundo de la inquietante oscuridad. Ese pequeño destello los guió a la caverna principal donde la primera hoguera ardía con intensidad. Jenny los recibió junto a un maltrecho Vallekano. Más atrás en camastros improvisados divisaron a Parabel y el resto de la partida que había subido temprano para intentar sorprender a las compañías imperiales. Estaban vivos.Todos estaban allí. Hiperión también notó algunas figuras paradas frente al fuego que desconocía. Había más gente en la cueva.
La atención de los heridos fue la prioridad así que coraza roja no hizo demasiadas preguntas. Jenny le dedicó un par de miradas confirmándole que eran visitantes.
Davan y Barbeta estaban bastante comprometidos por el veneno al igual que el resto del puñado del bosque. Carlos estaba conciente pero no dejaba de vomitar espuma verdosa. Baraqz estaba desvanecido y Silvia lo sostenía mientras se mantenía lúcida aunque su semblante se viera pálido como la leche. Los demás habían recibido menos veneno así que se acercaron al fuego mientras rodeaban lentamente a los visitantes.Los metales relucieron cuando empezaron a asomar. Las figuras seguían dándole la espalda al grupo. A último momento que el grupo de extraños se movía lentamente. Estiraron sus brazos, arrojando atrás de sí sus cintos y espadas, mantuvieron sus manos alzadas, mostrando que no deseaban pelear. Uno de ellos tomó la palabra y calmó un poco los ánimos.
─Deberían orinar a los más enfermos, ese veneno no perdona...perdón por la brusquedad, solicito Parlamento.
─¿Quienes son ustedes y que hacen aquí? ─interrogó Hiperión mientras daba la venia a Jenny para que intentara lo de la orina.
─Una delegación del oeste. Si me permites girar te entregaré la carta de embajada que traigo.
─Quedate como estás, yo te diré cuando necesite ese papel. ─dijo Hiperión recordando pasadas experiencias con embajadores. Levantó la espada de uno de ellos y la examinó con detenimiento.
─Así que son del oeste, creo que lo más recuerdo de allí es su folklore. Sobre todo ese cuento tan conocido por ustedes, ese del lobo y el león...
─Y el dragón, corrigió uno, del dragón.
─No, no, era un lobo, lo recuerdo muy bien ─retrucó Hiperión.
─Entonces no tienes ni puta idea del oeste mi amigo. Porque el lobo está en el norte, del oeste viene el dragón.
Se hizo un silencio de muerte. Los cuatro de la hoguera se prepararon para la lucha. La intervención de Parabel fue la que rompió el momento.
─No están mintiendo. Son una embajada del oeste. Tengo el honor de conocer a uno de ellos. No es hoy por hoy el más honorable ni honrado, pero si el más conocido.
─Ya no me defiendas tanto... ─dijo un moreno de manos grandes y mirada fiera girándose para darle un abrazo al juglar. Hiperión bufó pero le indicó a todos que guarden sus aceros. Parabel hizo las presentaciones del caso.
─Les presento a Quequir, hijo de un gran señor del oeste. Noble, mujeriego, ladrón y capitán de navíos.
─Todas esas acusaciones son infundadas cantor, puras habladurías de gente sin seso.─contestó con su sonrisa de dientes blancos contrastando con su piel morena.
─Puede que sean las malas lenguas, pero juraría que vi la recompensa por tu cabeza alguna vez.
─Síntoma de la envidia que reina entre los hombres juglar. Es triste ver como tratan en estas tierras a los hombres de éxito.
─Quizás deberías dejar de seducir esposas ajenas para que tu éxito fuera más tolerable.
─Uno no puede luchar con su propia belleza Parabel. Sólo queda resignarse. ─dijo con su eterna sonrisa. mientras señalaba a sus acompañantes. ─Quiero que conozcan a la comitiva oficial de la marca ardiente. El gran reino del oeste. Calcos, representante de la legión de arqueros. Link, de infantería acorazada y nuestro querido Yeyom, del cuerpo de lanceros. Nuestra mejor arma debo reconocer, heredero de los antiguos guerreros del fuego que repelieron la invasión voyana. Y hoy sostienen la línea de frontera contra el imperio del este.
─Muy impresionante debo reconocer ─comenzó a decir Hiperión. ─pero hubiera preferido que mandaran algún destacamento en vez de mandarnos a sus líderes. Estamos cortos de aceros por aquí.
─Yeyom es mi nombre, y vengo trayendo saludos de un reino que lleva mil años de asedio. Sabemos lo que es vivir como ustedes viven. Hemos aprendido a combatir donde nos sorprenda el día. Debo decir que han arriesgado mucho usando tan poderosos venenos contra las compañías imperiales. Eso fue casi suicida. Les presento mis respetos y les ruego que nos devuelvan las espadas. No he pasado tanto tiempo lejos de ella desde que era niño...
Hiperión dio la orden y todos recuperaron sus filos. Lo importante de una embajada no era tanto el apoyo militar sino la información que pudieran traer con ellos. El mercenario sabía del código de honor que regía en el oeste. Eran guerreros probados y respetuosos de sus propias reglas de combate. Algo bastante ceremonioso para lo sucia que resulta la guerra pero era lo que sostenía la causa de ese pueblo. No sería él quien la pusiera en duda.
─Sean bienvenidos entonces. No tenemos grandes comodidades pero si un buen fuego para pasar la noche bebiendo y llenado la tripa con lo que podamos asar.
─Así se habla mercenario ─vivó Quequir mientras alzaba su puño tomando la jarra de hidromiel que le ofrecieron. ─Tuvimos un largo viaje hasta la Puerta de los Dioses. Era el único para alcanzarlos amigos. Los llanos meridios hoy no son una travesía segura para líderes enemigos del imperio.
─Tú no te has presentado ─señaló Hiperión ─¿que cargo tienes en el oeste?
─Mucho me temo que mi influencia no ha sido reconocida en los palacios de los hombres, mi tierra es el mar y mi casa es un navío.
─En pocas palabras, eres un pirata. ─concluyó Coraza Roja.
Quequir bebió un largo sorbo, pensando una respuesta, su cara se había puesto seria de un momento a otro devolviendo la tensión a la reunión...
─No se me ocurre una definición mejor mercenario ─contestó el moreno, estallando en sonoras carcajadas.
La noche cerrada invitaba al brindis. En muchos siglos de contiendas jamás el oeste había enviado embajada al sur, y ahora tenían a tres nobles entre ellos, capitanes de armas que no vendrían mal después de haber perdido la iniciativa en el valle. Todos trabajaron atendiendo a los que no podían valerse por si mismos hasta que los sorprendió el alba. Las primeras luces mostraron el horror que había dejado la batalla del día anterior. El camino estaba tapizado de guerreros caídos en armaduras negras. Sus caras desencajadas y sus ojos heridos, en parte por el veneno y en parte por los profundos arañazos que se provocaron a si mismos en su desesperación hacían más dramática la escena. Funestos recordatorios de que la hermandad resistía, aunque fuera en muchos casos de manera desesperada. En cuanto recuperaran fuerzas pondrían todos aquellos caídos en la encrucijada del camino alto donde ya cada vez había menos lugar para ellos. Pero esos recordatorios habían alimentado la leyenda que ahora los protegía de mercenarios y oportunistas. Nadie que no siguiera órdenes atacaba el valle hace meses. Solo voyanas, que a estas alturas ya eran un arma más del imperio, quién sabe a cambio de que promesa. El portezuelo se mantenía libre, al menos, por un rato.
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