viernes, 28 de diciembre de 2018
La fuerza que mueve la espada
Sucedió hace innumerables siglos. Un pueblo recién llegado al oeste desde costas lejanas encontró majestuosas tierras que se abrían paso entre altas montañas y amplios valles junto a profundos pantanos. Fue testigo del ocaso de maravillosas construcciones abandonadas. Templos hermosamente tallados en todos sus frentes, incrustados de piedras preciosas en cada columna y baluarte. Todos estos, testimonio de un gran pueblo extinto. Un pueblo consumido por la guerra según relataban los grabados que poblaban sus templos en ruinas. Quedaban todavía algún puñado de moradores, apenas una sombra de los tiempos de gloria, pero todos ellos a la espera del regreso de los señores del fuego. Cuando vieron a las columnas transitando el antiguo camino de las brasas les recibieron como reyes. Como enviados de los dioses. Y el pueblo de la llama aceptó la invitación, gustosos de no tener que pelear por la tierra.
Este nuevo pueblo, esta muchedumbre de gentes que escapaban de un destino oscuro se refugió en la llama que supieron venerar por siempre. Encontraron una muchedumbre que se había quedado sin sacerdotes, también encontraron un dios demasiado parecido al suyo. Era una señal y por devoción o por conveniencia todos se ciñeron a ella. Sólo en algo se diferenciaba este señor del fuego del padre de la llama que ellos veneraban. El dios que encontraron era fuego de guerra mientras que la llama buscaba traer la paz perpetua a los corazones. Porque para ellos cada llama encierra el alma de su preciado dios. El señor de la llama que elige a los suyos y los señala con el más sublime signo de la divinidad, la marca ardiente. Y allí sucedió lo que todos temieron en silencio. Muchos de los recién llegados abrazaron el fuego de guerra para ganar adeptos entre los moradores que encontraron. Para formar con ellos grandes ejércitos con los que prevalecer sobre los otros clanes. La guerra incendió los corazones en vez de pacificarlos. Y el enfrentamiento fraticida comenzó en el oeste...otra vez.
Pronto los clanes pequeños no tuvieron más opción que tomar partido por un bando. El clan más antiguo con su jerarca Plamia, llamado el sabio, se dedicó desde el primer momento a reorganizar el culto y atender los derruidos templos. Repartió las tierras respetando a las tribus primitivas y reconociendo a sus jefes. Nombró jueces para dirimir los conflictos y señaló a los templos como lugares sagrados donde no podía derramarse sangre. Esto molestó a algunos originarios ya que los templos eran lugar donde los enemigos eran sacrificados. Sintieron que el dios que traían los recién llegados era un impostor que no venía a devolverles la gloria sino a apagar el fuego definitivamente. Fue para ellos el dios impostor. Y quienes lo veneraban eran guardianes de las brasas, las sobras de lo que ardió. Un insulto.
El otro clan antiguo que se alzó para aprovechar las disidencias y engrandecer su legado fue la casa Povelitel y su impetuoso líder Haakon, el diestro. Había recibido una profecía en su juventud y estaba seguro de que el padre de la llama lo había elegido como el mayor portador de la marca ardiente. La primer espada. El profeta le dijo...
─Tu triunfo será sin esfuerzo pero la victoria puede ser un fruto amargo...
Haakon solo atendió a lo primero ya que la victoria era todo lo que deseaba y se preparó para ella. Había cruzado el mar oscuro en galeras armadas y se encontró de pronto en unas tierras donde la guerra era un asunto secundario. Allí, en Verbogón, la puerta de los dioses, se le prohibió la espada. Y Haakon no tuvo más remedio que obedecer. Una multitud de pueblos y clanes se reunían allí y todos habían acatado la orden de los tres sumos sacerdotes. No tenía oportunidad. Luego, llegados al oeste, Plamia le volvió a hablar de paz y esta vez Haakon calló pero no volvería a obedecer.
Le llevó años reunir una fuerza considerable como para tomar el poder en el oeste y lanzarse a conquistar el resto del continente. La semilla del imperio vivía también en su corazón.
Plamia, el sabio, fue advertido de que rumores de guerra se agitaban en todo el oeste pero el anciano líder estaba apremiado por terminar las reformas que asegurarían el futuro de todos allí. Luego ellos se encargarían de defenderlas de Haakon o cualquier otro. Porque el anciano era tan sabio que sabía que una guerra era lo peor que podía legarle al oeste, además de que no tenía esperanzas en derrotar militarmente al clan Povelitel. Pero si tenía las fuerzas suficientes para culminar la obra de su vida el mismo caminaría para entregar el poder a Haakon en una ceremonia vacía de sentido. Porque el anciano escribía el Códice Sagrado. Un tratado de conducta religiosa y honoraria que serviría como guía y convertía en todo aquel que lo siga en miembro pleno del reino, más allá de sus bienes o linaje. Esto fue visto como la forma de traer la paz al oeste, y también de como hacer la guerra, bendecido por el padre de la llama.
Garantizar las reglas de combate fue algo saludado por todos, temerosos de que la ambición de Haakon terminara por consumirlos. Todos sus seguidores pusieron la condición de que se respetara el Códice para mantener lealtad a él. Haakon no estaba de acuerdo en someterse a un libro pero la pérdida de varios clanes aliados y las tribus locales, ávidas de reconocimiento como parte del reino, amenazaba su plan de conquista. Y Haakon, sin haber podido enfrentar a su rival en el campo de batalla fue derrotado por la verdadera fuerza que mueve la espada.
Sus huestes llegaron en el día señalado y se formaron frente al Templo de la Llama. Innumerables y temibles, pero no estaban allí por él ni por el viejo sabio sino por el Códice, la verdadera guía del oeste. Plamia caminó hacia él dispuesto a entregar la corona que adornaba su cabeza sin presentar oposición. Y Haakon, rebosante de ganas de cortar la cabeza que la portaba no desenvainó su espada sino que alzó el brazo del anciano reconociendo su autoridad y al Códice que había creado, aceptando su derrota.
Plamia murió tres días después, victima del esfuerzo empleado en su misión y Haakon se alzó como el primer rey del oeste sin oposición alguna, pero con la pesada carga de ser ahora el protector del Códice. Así logró, sin desenvainar el acero, su objetivo primero de dominar el oeste pero renunció para siempre a ser el verdadero vencedor de la contienda. Y renunció además a sus deseos de conquista, obligado a guardar el reino por sobre cualquier otra empresa. Dicen que cuando se sentó en el trono lloró amargamente recordando aquella vieja profecía.
También dicen que Plamia murió con una sonrisa. Con un gesto parecido al de un conquistador. Sereno y confiado y que fue embalsamado. Por siglos se lo guardó en la cripta del templo, abrazado al primer ejemplar del Códice. Su más poderosa arma. Una bastante entendible para el hombre que jamás había blandido una espada.
domingo, 23 de diciembre de 2018
Una mísera gota de agua
Sharra no solía levantar la voz en el campamento, de hecho, apenas se la sentía yendo y viniendo solo para entrenar y teniendo su camastro en una de las cuevas pequeñas. Alejada del resto así como Davan se recluía en el balcón de piedra junto a su discípulo Barbeta. De todas las peleas posibles, aquella era la más improbable, y no por eso menos violenta.
─Maldito seas, arrasaron una aldea entera gracias a tu genial idea de hacerte pasar por un espíritu. ─gritó la guerrera fuera de sí mientras la sostenían entre cuatro hermanos.
─Niña, es mejor que te calmes. Ese día debíamos ganar la batalla del camino alto como fuera...esto es la guerra.
─Esto es tu guerra anciano, y arrastras a ella a cualquiera con tal de ganar un palmo de ventaja.
─¿Y acaso tú no tienes tu propia guerra? para que estás aquí sino para vengarte de los bandidos que masacraron a los tuyos. ¿Y me hablas a mí?
─Mi guerra nunca estuvo en conflicto con lo que hacemos aquí. Mi enemigo es el mismo. ¿Acaso tú puedes decir lo mismo?
─Solo te diré que no había brazo que torciera el destino la última vez. Estuvimos cerca de morir todos a causa de las partidas voyanas. Lamento que ahora se venguen con las aldeas vecinas pero todos sabemos el precio, no me arrepiento de nada niña, esto es como es.
─¿Cuantos árboles de sangre necesitas para entender? ¿cuanto pasará hasta que nos sacrifiques a todos para obtener tu propia victoria anciano? ¿acaso dudarías en hacerlo? contesta...
─Vencer al imperio es todo, no tengo más anhelo que ese...y si piensas que todos veremos ese día eres más ingenua de lo que creía.
─Esta ingenua meterá su acero en ti antes de ese día, te lo aseguro.
─Si vas a amenazar a alguien, asegúrate de prometer tomar algo que la otra persona estime lo suficiente. No le debo explicaciones a una aldeana miserable.
Ahora eran varios los que se interponían entre ellos. Davan estaba fuera de si también. Se consideraba padre de una victoria que estaba puesta en duda.
Barbeta se interpuso y expuso el pecho abriendo su camisa. Sharra lo miró con desprecio.
─Fue mi idea señora, es a mi a quién debe dirigir su acero. Mía fue la idea de los espíritus del llano, mío fue el uso del veneno, quizás no medí las consecuencias friamente...y lamento su pérdida. También lamento haber arriesgado la vida de todos, casi los maté con mi aventura. Y si debo pagar el precio lo haré sin queja alguna.
─Solo eres el sirviente del mago, no haces más que acatar sus órdenes. ¿Por qué ofreces tu vida por él?
─Porque es más valioso que yo. Como usted también lo es mi señora. Habrá otros que puedan interpretar los signos y leer los pergaminos sagrados. Siempre encontraran un aprendiz. Pero no siempre habrá una espada como la suya señora o un conocimiento del enemigo como el de él. Ciertamente debí acompañarlos a aquella aldea. Y contemplar por mi mismo el resultado de mis actos, pero sin duda pagaré por ellos en completa humildad.
─Apártate necio ─Ordenó Davan mientras forcejeaba con varios hermanos tratando de ponerse cara a cara con Sharra que hacía otro tanto por liberarse.
─No lo haré mi señor. No estoy aquí para seguir su aventura de venganza, tampoco seguiré la de ella. Solo estoy aquí para que el imperio sea derrotado y para que el portal caiga de una vez dejando de enviar la muerte a nuestras tierras. Mucho me temo que mi lealtad está con la causa de la hermandad antes que cualquier afán personal. Seguimos siendo un puñado para toda esa enorme tarea. Y si debo enfrentarme a ambos para que desistan lo haré.
Hiperión sacó su espada y se acercó a Barbeta. Todos quedaron expectantes de lo que sucedería a continuación.
─Yo responderé con mi espada por él. Es el que me ha demostrado ser capaz de anteponer la hermandad a sus lealtades personales. Si no empezamos a pensar como él estaremos perdidos muy pronto.
El resto de los hermanos se puso en medio con su espada en la mano. Pronto tanto Sharra como Davan entendieron el mensaje. No había lugar para las divisiones allí.
─Una misma causa mis hermanos, una misma causa... tan grande como para que en ella quepan las justicias que sus corazones necesitan ─Sentenció Hiperión ─y no hablo solo de Sharra y Davan sino de la búsqueda de la familia de Vallekano, la restitución del culto de Baraqz, la defensa de la tribu de Haru, la restitución del honor de Xamu...cada uno guarda una razón para estar aquí, un hecho por el que no han sido perdonados por los suyos. O por el reino. ¿Acaso Raluk no añoras caminar por las calles de Lurtz otra vez? Valkiria se debe un retorno al templo de la diosa con la certeza de que sus hermanas han sido vengadas. Carlos debe ir a presentar respetos a la memoria de su padre alguna vez también. Todos aquí tenemos nuestras batallas pero por sobre todo está esta guerra. Sólo venciendo podremos darle a todos alguna clase de justicia. Eso no podemos olvidarlo...es todo lo que tenemos y a lo que podemos aspirar...alguna clase de justicia.
Todos bajaron la mirada concientes de que sus causas personales, al menos una vez habían sido reconocidas. A veces oir el dolor propio en labios ajenos aquieta los corazones más dolidos. Nadie en esa situación aspiraba a ser redimido después de tanta indiferencia pero si a recibir algo a cambio del despojo y el dolor cosechados en ese tiempo. Porque para el sediento un manantial es un sueño pero una mísera gota de agua puede ser lo que lo mantenga con vida.
martes, 18 de diciembre de 2018
¿Quieres conocer a los hombres?
Sharra no preguntó nada y alistó su caballo. Otro tanto hizo Vallekano. Oscar lo pensó un momento y luego también se sumo a la partida. Todos ellos hijos de aldeas miserables. Todos ellos temiendo lo peor cabalgaron haciendo sangrar sus monturas para llegar antes de que cayera la noche. Lo consiguieron, pero quizás lograrlo fue más un castigo que un premio. Todavía ardían algunas casuchas miserables pero todo estaba envuelto en un ominoso silencio. Ni siquiera veían cabras o gallinas vagar por el lugar. Pronto entendieron que lo que había atacado no había dejado a nadie vivo, ni siquiera animales. La sangre era un arroyo que descendía apacible siguiendo la pendiente que se dirigía hacia los llanos. Pero no encontraban cuerpos. Las personas no estaban.
─No entiendo Sharra...¿donde están todos? Vallekano había revisado la aldea de arriba a abajo y si bien dieron con los animales muertos no había ningún otro cuerpo.
─Busca un árbol grande arquero. Quizás no conozcas del todo a los voyanas...
Detrás de la aldea dieron con un roble añoso. La luz del atardecer no les dejaba ver por completo pero el olor presagió lo peor. Olía a sangre derramada. Las nutridas y deformes ramas eran suficiente para lo que los voyanas tenían en mente. En cada rama, en cada nudo y horqueta había una soga de la cual colgaba un cuerpo. Los había de todos los tamaños. Desde el más pequeño al más anciano de la aldea pendía de una rama. No hubo piedad para ninguno. Se habían tomado el trabajo de preparar la escena todo el día ya que lo último que habían hecho fue incendiar el caserío ya vacío.
─Árbol de sangre. Tanto una ofrenda a los espíritus de los llanos como un aviso para los enemigos.─se limitó a decir Sharra.
Vallekano no podía creer lo que veía. Los ojos se le empañaron pensando que su familia había huido alguna vez de su vieja aldea en dirección al territorio donde moraban estas bestias.
─Para hacer esta ofrenda tienen que haber ofendido seriamente a sus dioses Sharra. ¿Que puede haber pasado en este tiempo? ─preguntó Oscar que ya conocía esas prácticas barbáricas.
─Tiene que ver con nosotros, Tenían otras aldeas, otros lugares más ventajosos que atacar pero lo hicieron con una aldea que podíamos alcanzar, prepararon esto pacientemente... es un mensaje para nosotros, es para nosotros ─contestó con su habitual parquedad y se sentó a mirar la nada y los cuerpos que se mecían con el viento de la tarde.
Vallekano se acercó a contemplar más de cerca y notó el suelo. La mayoría de los niños pequeños estaban al pie del árbol. Las madres colgaban de las ramas más altas. Después de un rato lo dedujo. Colgaron a las madres con los infantes en brazos. Jugaron con la desesperación de ellas que buscaron aferrarse a ellos y sostenerlos hasta quedar sin vida. Luego era inevitable que cayeran desde lo alto y se estrellaran entre las raices. Buscó en un insano deseo que alguna hubiera podido sostener a su hijo aún muerta. Encontró una que todavía se negaba a soltarlo. Una flecha atravesaba ambos cuerpos negando esa mínima esperanza de supervivencia.
─Quemen el maldito árbol. ─Sharra contempló sentada la escena por un rato y se podía ver el odio en sus ojos fríos.
Oscar trajo leña pacientemente. Vallekano se acercó a ella indignado buscando explicaciones.
─Traigamos a los demás y enterremos a todos, se lo debemos a esta pobre gente, tú más que nadie sábes lo que significa que arrasen con tu gente de esta manera...¿es que acaso olvidaste todo?...
─Aún no entiendes a los hombres Vallekano. Y no voy a ser yo quien te lo explique, has lo que digo o piérdete.
Oscar lo tomó del brazo y se lo llevó con él. El arquero no entendía la actitud de desprecio de la guerrera que seguía sentada mirando a la nada. Tuvo que pasar un rato para que finalmente su hermano le explicara la situación.
─Intentaré explicarte lo que pasa aquí hermano. Ese árbol es ahora tanto amenaza como altar. Quemándolo desafiaremos a los que lo hicieron para que vuelvan, vamos a profanar su ofrenda. El árbol de sangre es algo que los salvajes cuidan por un tiempo. Los familiares de las victimas regresan siempre que pueden a intentar bajar los cuerpos y los voyanas los están esperando, y si no son ellos son los lobos los que rondan el lugar y se encargan de los deudos. Por eso se llama así, sigue dando su fruto. Prepara tu arco, Sharra los está esperando, si tenemos suerte vendrán en breve, apenas vean las llamas.
Vallekano sentía el estómago revuelto de la escena y su significado pero se recompuso a tiempo para ayudar a Oscar a juntar un poco de leña al pie del árbol. Pronto la fogata creció y atrapó las ramas bajas. La noche caía cuando el altar ardió por completo. Sharra había desaparecido hacía un rato. El dúo restante se escondió entre las ruinas de una cabaña incendiada a esperar. Los cascos de caballos amparados en la negrura de la noche se oyeron a la distancia. Alguien venía y no parecía ser amistoso. Proferían gritos y maldiciones. Parece que los voyanas estaban enojados por la blasfemia.
─Soy mejor con la espada pero no podré con ellos si están montados, ayúdame con el arco Vallekano ─dijo Oscar saliendo de su escondite. El árbol seguía ardiendo y era el lugar donde el enemigo se congregaría. Hacia ellos se dirigía en soledad. Vallekano tuvo que reconocer que no vio ni un solo rastro de duda en él. A él le causaba temor todo lo que decían de los bárbaros de los llanos. Respiró hondo y exhaló ligero, tensó su arco y salió tras él.
Los gritos eran confusos y desperdigados. Oscar se topó con un voyana que parecía escapar en su dirección. Levantó su espada para atacar pero el enemigo venía vigilando su espalda y no lo vio. Lo hirió a la altura de la cadera en un tajo preciso y profundo que lo hizo caer de costado. Corrió hacia él y lo remató con ligereza. Vallekano apuntó a un grupo de tres que estaban girando sus monturas para volver al árbol. Alcanzó a uno en plena espalda, cosa que lo hizo perder las riendas y darse de cara al suelo. No lo vio moverse y buscó otro blanco. No habían podido contarlos pero con cada giro que daban al árbol eran menos. La explicación era sencilla. Sharra estaba furiosa enfrentándose ella sola con toda la partida frente al árbol.
Otro giro y otra cuota de suerte para seguir despachando enemigos distraídos. Pronto la docena que parecían ser terminó en tres o cuatro de ellos. Oscar ya estaba junto a Sharra blandiendo su espada y protegiendo a su hermana que luchaba con demasiada rapidez y vigor pese a tener una armadura pesada. Parecía usar una túnica y no el equipamiento que solo hombres vigorosos utilizaban. Dos de ellos fueron tras el par pero uno vio a Vallekano y fue tras él. Alzó su lanza amenazante y gritó con fiereza mientras dirigía su montura contra el arquero. Vallekano se sintió como aquella vez con el dragón a punto de escupirle fuego. Sus dedos no temblaron ni dudó de su tiro, apuntó a la frente sabiendo que el tiro podía caer más abajo. A último momento apuntó por encima de la cabeza del voyana y dejó ir la flecha que se enterró profundo en un ojo. Todavía avanzó un poco más antes de caer dando la impresión de que el tiro no le había hecho daño pero fue solo el envión del ataque cortado de improviso. Se acercó a él buscando señales de vida para rematar pero ya era un charco enorme de sangre el que había alrededor de él.
Sharra se acercó a él trayendo la chaqueta de piel humana del líder. Se la puso en los hombros y se alejó a decapitar el resto de los cuerpos. Los voyanas no entraban a la morada de las almas incompletos así que ella se llevaría sus cabezas para negarles el viaje. Al menos eso la consolaba entre tanta rabia masticada ese día. Se tomó un instante para girarse hacia el arquero que miraba horrorizado las caras humanas que estaban prolijamente cosidas en la chaqueta.
─Si quieres entender, si quieres conocer a los hombres mira esa prenda y entenderás Vallekano...
El camino de regreso fue el más silencioso y triste que podía imaginarse. Llegaron bien entrada la noche y se cruzaron con Parabel que estaba de guardia. Vio los semblantes y no se atrevió a preguntar. Sharra llevaba un saco del que asomaban cabellos. Goteaba sangre. No necesitaba demasiadas señas más de lo acontecido. Oscar lo saludo apenas con la mano mientras Vallekano cerraba la fila en silencio y cabizbajo. Apenas vio al juglar desmontó y se acercó con la chaqueta de piel humana. La dejó junto a la hoguera y se fue. El juglar la contempló por un rato y se preguntó quienes serían aquellas personas que estaban con sus caras hechas lienzo. Se preguntó por qué los voyanas hacian cosas como esas, por qué le daban valor a esas prácticas, pero no tenía demasiadas respuestas. Tampoco supo que hacer con la chaqueta y la lanzó al fuego. Ardió intensamente borrando esos rostros atrapados allí. Aquellos infelices congelados en una mueca eterna de dolor. Ojalá les sirviera de descanso.
miércoles, 5 de diciembre de 2018
Las virtudes del miedo, parte final
Todos se miraron por un momento. Habían olvidado que en el camino alto se desarrollaba la batalla más importante. Pronto se encontraron lanzados a la carrera buscando divisar el camino real. Davan parecía tener aptitudes para la marcha forzada ya que daba órdenes mientras corría entre los árboles.
─Vamos por el sendero de los leñadores, caeremos sobre ellos sin aviso.
El más comprometido era Javensen ya que su aventura con las llamas lo había dejado agotado. Una parte de él estaba feliz. Nunca había hecho uso de sus habilidades por tanto tiempo, y aunque sentía su piel arder todavía no encontraba siquiera una ampolla sobre ella que delatara su arte. Finalmente había logrado dominarlo.
Encontraron rápido la huella de los que iban a recoger leña, eran mayoritariamente de la hermandad ya que la guerra había alejado a los aldeanos de esa parte del bosque. Muchas partidas de rastreadores imperiales habían sido vistas merodeando por allí y mataban sin dudar a quien pudiera delatarlos.
No oían aún demasiadas voces que delataran la batalla, mala señal.
Cuando llegaron por fín al camino el panorama no era el que ellos esperaban. Los hermanos, lejos de formar una línea compacta estaban desperdigados por doquier en combates individuales. El frente estaba roto. No habían podido romper el cerco de las dos compañías enemigas y estas avanzaron sobre ellos sin dudar. Jenny traía como podía a Vallekano que maldecía y pedía volver a la batalla aunque su costado sangrara sin control. Brian y Alex estaban espalda con espalda mientras una veintena los rodeaba sin lograr doblegarlos. Hiperión parecía un molino de viento agitando dos espadas sin permitir que los enemigos lo cercaran y terminaran de ultimarlo. El puñado de Davan cayó sobre ellos sin dudarlo y alivió la situación de los más comprometidos pero solo eran cinco y no tardaron en encontrarse en la misma situación de sus hermanos. La diferencia fue que pronto un hombres en llamas se lanzó sobre la primera linea de la compañia imperial del león azul incendiando a todos los que se le pusieron delante. Javensen otra vez habia convocado a las llamas mientras Carlos lanzaba sus ánforas cargadas y humeantes sobre la retaguardia. La brecha no tardó en abrirse obligando a los imperiales sueltos a replegarse para intentar cerrar el espacio. Hacia allí fueron también los hermanos a presionar en vista de la oportunidad. No podían dejar que el enemigo recomponga su frente de ataque o volverían a cargar sobre ellos. Barbeta acercó su veneno a Valkiria y sus arqueros para que hostiguen la retaguardia que ahora ardía por los juguetes de Carlos. El polvo se encendería facilmente diezmando el lugar donde los comandantes daban sus órdenes. La idea era generar toda la confusión posible para que la hermandad pudiera recomponerse. Y si era necesario, escapar.
─¡Hiperión!...¡Hiperión!...─Gritó Davan mientras buscaba al mercenario, que había quedado aislado del resto. Le hizo un gesto a Silvia y Baraqz para que se desplieguen y lo busquen. Fue la dama de rojo quien lo encontró bajo el cuerpo de un obeso imperial al que había destripado pero del que no podía desembarazarse aún. Las visceras le habían teñido aún más su célebre coraza roja. Ahora su rostro también hacía juego con su atuendo dándole un aspecto bestial. Sólo sus ojos, blancos y furiosos destacaban del tono rojizo uniforme. Apenas agradeció y ya fue en busca de Davan para saber si debían prepararse para una embestida desde el bosque.
─Dame alguna buena noticia Davan...¿debemos preocuparnos de los voyanas?
─No de momento ─contestó el mago renegado mostrándole el colgante de Arroyo de Sangre, justamente empapado en ella.
─Supongo que lo hiciste enfadar. Suele atacar a ciegas cuando se ofusca.
Davan asintió con la cabeza mientras miraba el campo de batalla. No entendía como habían llegado a esto. Hiperión tampoco parecía dar crédito al paisaje.
─Todo falló. Intentamos rodearlos...mandé una partida...no volvimos a verlos ─comenzó a decir coraza roja. ─Subieron por encima del camino para hacerles creer que eran muchos. Crow los hizo llevar metales diversos para hacer ruidos y lanzar destellos, pero algo pasó, no se todavía si los estaban esperando. Y estos malditos no se movieron un palmo de su posición, debo asumir que los atraparon o peor.
─Dile a los arqueros que toca desenvainar, necesitamos todos los brazos posibles. ─recomendó Davan mientras se disponía a lanzarse a la brecha. Se arremangó las mangas de su capa y leyó las runas en sus antebrazos. Al momento en que sintió el calor se despojó completamente de ella. No le gustaba convocar a las llamas pero la situación era desesperada. Todo podía desmoronarse esa tarde y no estaba de humor para permitirlo.
No había suficiente fuerza para romper la linea pero las llamas de ambos piromantes se encargaron de contribuir al caos. El horizonte empezó a ennegrecerse a causa de los nubarrones que habían amenazado desde la mañana. Quizás la lluvia ayudara a mover a los pesados caballeros negros del camino, al menos, a no dejarlos sostenerse tan férreamente como se habían mantenido bloqueando el camino alto. Pero si llovía también perderían la ventaja de los piromantes. No había en el horizonte una ventaja decisiva sino más bien un parche temporal.
Hiperión contempló el cielo encapotado y le pareció que hasta el fuego de Javensen le sería arrebatado. Desconsolado, refrenó el impulso de soltar la espada y maldecir a toda deidad conocida pero las lágrimas querían asomar por un momento ante la evidente frustración. Una mano se posó en su hombro y le dijo con suavidad.
─Deme un momento para trabajar y luego mande a los nuestros que se retiren señor, no tenga miedo, las lluvias serán nuestro alivio, ya lo verá...
Barbeta se colgó un saco del hombro y avanzó al campo de batalla. El mercenario no entendía que se proponía pero espero paciente a que el sirviente de Davan hiciera lo suyo, después de todo, no quedaba mucho por perder. Luchaban en inferioridad numérica, eran claramente superados y no había lugar donde escapar. Esa era la tarde donde morirían seguramente. Y lamentaba que justamente pasara bajo su mando.
─Perdóname Aleana, no podré cumplir con mi palabra. Lo intenté, te juro que lo intenté hermana...─repetía entre lágrimas mientras acomodaba su pechera toda mellada.
Barbeta esparció el contenido del saco en una larga linea por toda la extensión del campo de batalla. Lo hizo por la retaguardia. Hiperión podía verlo murmurar entre dientes repasando quién sabe que formula o receta. Vio que se acercó en un momento a Davan para decirle algo mientras el mago renegado luchaba por no ser sobrepasado. La cara de Davan no pareció muy feliz pero asintió con vehemencia. Empezó a reunir a su pequeño grupo y a impartir órdenes a diestra y siniestra. Los hermanos empezaron a retroceder escalonados dejando a Davan y los suyos al frente. Los caballeros negros no dudaron en presionar. Era claramente el momento de definir el combate. Davan y los suyos volvieron a cubrirse el rostro. Sus cabezas humeaban gracias al polvo que les había esparcido Carlos por los cabellos. Parecían tizones de una hoguera que se negaba a extinguirse. Luchaban por no ser sobrepasados. Valkiria usaba su arco entre los resquicios para intentar vulnerar las pesadas armaduras. Tuvo éxito en más de una ocasión, pero nada era suficiente contra la doble fila de guerreros que empujaba. La línea de polvo de Barbeta se iba convirtiendo en una densa humareda que empezó a rodearlos. Todo el frente de batalla se volvió confuso gracias a ella y los imperiales no dudaron en internarse en ella persiguiendo a los hermanos que quedaban. Entendieron que trataban de escapar pero no era así. Allí permanecían esperándolos. El veneno ahora empapado por la lluvia se había vuelto más intenso y los envolvió a todos. Barbeta le gritó a los de Davan que salieran de él. No era suficiente la protección que tenían. El escudo de ceniza se iba escurriendo con la lluvia y dejaba de surtir efecto. Pero el puñado sabía que si retrocedían demasiado el frente imperial tomaría impulso. En un acto desesperado algunos hermanos se embadurnaron el rostro y las manos con el preparado de Barbeta y corrieron a rescatarlos. De la neblina verdosa salieron arrastrando los cuerpos de Davan y su puñado. Se escuchaban claramente las convulsiones de los soldados imperiales, indefensos y tomados por sorpresa. Todos buscaban escapar de aquello que les cerraba la garganta y quemaba los ojos. La ceguera los llevó a caer en gran número del lado de la hermandad que dio cuenta de ellos, pero la niebla de muerte pronto amenazó con llegar a todos y debieron retroceder.
─!A los árboles, rápido! ─gritó Barbeta cuando se dio cuenta de que el viento les estaba jugando una mala pasada. La niebla verdosa no ascendía demasiado pero se expandía a toda velocidad por la brisa helada que bajaba de las montañas. Pronto estuvieron todos en las ramas altas con sus arcos preparados. Aún Davan y los suyos que se hallaban inconcientes, quizás muertos.
─¡Maldita sea! los arcos mojados no son demasiado confiables. ─se quejó Valkiria mientras trataba de acertar a los caballeros negros que vagaban desorientados y tambaleantes. Pero no fueron necesarias demasiadas flechas. Uno a uno fueron cayendo mientras las órdenes de retirarse no llegaban. Los comandantes habían sido atacados primero con el veneno y ahora yacían muertos en la parte alta del sendero. Nadie daría la voz de retirada.
─¿Que mal arte has hecho allí abajo Barbeta? Nos mataste a todos ─dijo Hiperión que sentía la vista arder como el mismo infierno.
─Lo siento señor, fue una medida desesperada. Es el veneno más potente que conozco y es una variación de lo que usamos en el bosque. Casi no hay defensa contra él, debemos buscar la manera de llegar a la cueva pues todos sufriremos convulsiones en algún momento. Debemos secarnos al fuego ya que el agua lo hace más intenso aún...
─¿Tiene nombre ese maldito humo?
─Beso de dragón lo llamaron los primeros alquimistas, pero tarde o temprano los que lo manipulan mueren horriblemente. Así que solo se conoce como polvo prohibido.
─¿Y para que trajiste eso hoy? ¿acaso fue una orden de tu maestro Davan?
─Para nada. El desconfía de los venenos, lo traje porque estaba seguro de que esta batalla sería decisiva...o vencíamos...o moríamos todos junto al enemigo. Pero ninguno marcharía por el camino real si lograban vencernos. Perdón pero estaba decidido a que no pasaran
Hiperión lo miró con intensidad. Había realizado los preparativos con tanta calma que nunca imaginó la matanza que estaba por desatar. Definitivamente era el ayudante de Davan, tan loco y renegado como su señor.
Se fueron moviendo con dificultad entre las ramas tratando de encontrar una manera de escapar de la densa humareda que parecía no disiparse. Mucho más dificil fue llevar con ellos al puñado de Davan que apenas respiraba y seguía inconciente. Valkiria ya comenzaba a vomitar una baba verdosa y hubo que sostenerla para que no cayera de los árboles. Finalmente encontraron el camino de tablones que construyeron en la parte alta de los árboles. El camino que utilizaban cuando estaban cercados en las cuevas. Solo eran algunos tablones y cuerdas para sostenerse en la altura pero para ellos resultó la esperanza de vida. Ingresaron al campamento por una grieta en la cima de la montaña. Un antiguo pasadizo que utilizaban para burlar a los espías y rastreadores. Solo un puñado de hermanos lo conocía, entre ellos, el mismo Barbeta. Por allí escapaba en las noches que debía visitar el templo del Ocaso.
Mientras descendían pacientemente por las grietas profundas empezaron a divisar un resplandor en los profundo de la inquietante oscuridad. Ese pequeño destello los guió a la caverna principal donde la primera hoguera ardía con intensidad. Jenny los recibió junto a un maltrecho Vallekano. Más atrás en camastros improvisados divisaron a Parabel y el resto de la partida que había subido temprano para intentar sorprender a las compañías imperiales. Estaban vivos.Todos estaban allí. Hiperión también notó algunas figuras paradas frente al fuego que desconocía. Había más gente en la cueva.
La atención de los heridos fue la prioridad así que coraza roja no hizo demasiadas preguntas. Jenny le dedicó un par de miradas confirmándole que eran visitantes.
Davan y Barbeta estaban bastante comprometidos por el veneno al igual que el resto del puñado del bosque. Carlos estaba conciente pero no dejaba de vomitar espuma verdosa. Baraqz estaba desvanecido y Silvia lo sostenía mientras se mantenía lúcida aunque su semblante se viera pálido como la leche. Los demás habían recibido menos veneno así que se acercaron al fuego mientras rodeaban lentamente a los visitantes.Los metales relucieron cuando empezaron a asomar. Las figuras seguían dándole la espalda al grupo. A último momento que el grupo de extraños se movía lentamente. Estiraron sus brazos, arrojando atrás de sí sus cintos y espadas, mantuvieron sus manos alzadas, mostrando que no deseaban pelear. Uno de ellos tomó la palabra y calmó un poco los ánimos.
─Deberían orinar a los más enfermos, ese veneno no perdona...perdón por la brusquedad, solicito Parlamento.
─¿Quienes son ustedes y que hacen aquí? ─interrogó Hiperión mientras daba la venia a Jenny para que intentara lo de la orina.
─Una delegación del oeste. Si me permites girar te entregaré la carta de embajada que traigo.
─Quedate como estás, yo te diré cuando necesite ese papel. ─dijo Hiperión recordando pasadas experiencias con embajadores. Levantó la espada de uno de ellos y la examinó con detenimiento.
─Así que son del oeste, creo que lo más recuerdo de allí es su folklore. Sobre todo ese cuento tan conocido por ustedes, ese del lobo y el león...
─Y el dragón, corrigió uno, del dragón.
─No, no, era un lobo, lo recuerdo muy bien ─retrucó Hiperión.
─Entonces no tienes ni puta idea del oeste mi amigo. Porque el lobo está en el norte, del oeste viene el dragón.
Se hizo un silencio de muerte. Los cuatro de la hoguera se prepararon para la lucha. La intervención de Parabel fue la que rompió el momento.
─No están mintiendo. Son una embajada del oeste. Tengo el honor de conocer a uno de ellos. No es hoy por hoy el más honorable ni honrado, pero si el más conocido.
─Ya no me defiendas tanto... ─dijo un moreno de manos grandes y mirada fiera girándose para darle un abrazo al juglar. Hiperión bufó pero le indicó a todos que guarden sus aceros. Parabel hizo las presentaciones del caso.
─Les presento a Quequir, hijo de un gran señor del oeste. Noble, mujeriego, ladrón y capitán de navíos.
─Todas esas acusaciones son infundadas cantor, puras habladurías de gente sin seso.─contestó con su sonrisa de dientes blancos contrastando con su piel morena.
─Puede que sean las malas lenguas, pero juraría que vi la recompensa por tu cabeza alguna vez.
─Síntoma de la envidia que reina entre los hombres juglar. Es triste ver como tratan en estas tierras a los hombres de éxito.
─Quizás deberías dejar de seducir esposas ajenas para que tu éxito fuera más tolerable.
─Uno no puede luchar con su propia belleza Parabel. Sólo queda resignarse. ─dijo con su eterna sonrisa. mientras señalaba a sus acompañantes. ─Quiero que conozcan a la comitiva oficial de la marca ardiente. El gran reino del oeste. Calcos, representante de la legión de arqueros. Link, de infantería acorazada y nuestro querido Yeyom, del cuerpo de lanceros. Nuestra mejor arma debo reconocer, heredero de los antiguos guerreros del fuego que repelieron la invasión voyana. Y hoy sostienen la línea de frontera contra el imperio del este.
─Muy impresionante debo reconocer ─comenzó a decir Hiperión. ─pero hubiera preferido que mandaran algún destacamento en vez de mandarnos a sus líderes. Estamos cortos de aceros por aquí.
─Yeyom es mi nombre, y vengo trayendo saludos de un reino que lleva mil años de asedio. Sabemos lo que es vivir como ustedes viven. Hemos aprendido a combatir donde nos sorprenda el día. Debo decir que han arriesgado mucho usando tan poderosos venenos contra las compañías imperiales. Eso fue casi suicida. Les presento mis respetos y les ruego que nos devuelvan las espadas. No he pasado tanto tiempo lejos de ella desde que era niño...
Hiperión dio la orden y todos recuperaron sus filos. Lo importante de una embajada no era tanto el apoyo militar sino la información que pudieran traer con ellos. El mercenario sabía del código de honor que regía en el oeste. Eran guerreros probados y respetuosos de sus propias reglas de combate. Algo bastante ceremonioso para lo sucia que resulta la guerra pero era lo que sostenía la causa de ese pueblo. No sería él quien la pusiera en duda.
─Sean bienvenidos entonces. No tenemos grandes comodidades pero si un buen fuego para pasar la noche bebiendo y llenado la tripa con lo que podamos asar.
─Así se habla mercenario ─vivó Quequir mientras alzaba su puño tomando la jarra de hidromiel que le ofrecieron. ─Tuvimos un largo viaje hasta la Puerta de los Dioses. Era el único para alcanzarlos amigos. Los llanos meridios hoy no son una travesía segura para líderes enemigos del imperio.
─Tú no te has presentado ─señaló Hiperión ─¿que cargo tienes en el oeste?
─Mucho me temo que mi influencia no ha sido reconocida en los palacios de los hombres, mi tierra es el mar y mi casa es un navío.
─En pocas palabras, eres un pirata. ─concluyó Coraza Roja.
Quequir bebió un largo sorbo, pensando una respuesta, su cara se había puesto seria de un momento a otro devolviendo la tensión a la reunión...
─No se me ocurre una definición mejor mercenario ─contestó el moreno, estallando en sonoras carcajadas.
La noche cerrada invitaba al brindis. En muchos siglos de contiendas jamás el oeste había enviado embajada al sur, y ahora tenían a tres nobles entre ellos, capitanes de armas que no vendrían mal después de haber perdido la iniciativa en el valle. Todos trabajaron atendiendo a los que no podían valerse por si mismos hasta que los sorprendió el alba. Las primeras luces mostraron el horror que había dejado la batalla del día anterior. El camino estaba tapizado de guerreros caídos en armaduras negras. Sus caras desencajadas y sus ojos heridos, en parte por el veneno y en parte por los profundos arañazos que se provocaron a si mismos en su desesperación hacían más dramática la escena. Funestos recordatorios de que la hermandad resistía, aunque fuera en muchos casos de manera desesperada. En cuanto recuperaran fuerzas pondrían todos aquellos caídos en la encrucijada del camino alto donde ya cada vez había menos lugar para ellos. Pero esos recordatorios habían alimentado la leyenda que ahora los protegía de mercenarios y oportunistas. Nadie que no siguiera órdenes atacaba el valle hace meses. Solo voyanas, que a estas alturas ya eran un arma más del imperio, quién sabe a cambio de que promesa. El portezuelo se mantenía libre, al menos, por un rato.
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