domingo, 14 de abril de 2019

La as de Hiperión



El mercenario no quedó conforme con la reunión. Davan no era confiable según su criterio. Hacía falta muy poco para que su plan fracasara y la vida de sus hombres se viera comprometida. Debía acelerar los tiempos y lanzar la ofensiva sobre el palacio ahora que todavía tenía la iniciativa. Parabel ya estaba en las mazmorras. José ya había acomodado a los leales en el turno matutino y Kurz había logrado acceder a la misma guardia de la torre. Era tiempo de poner en marcha el secuestro del príncipe. Obligarlo a abdicar en favor del muchacho Oren o matarlo. Ya no importaba.
La hermandad lo estaba esperando en el camino cuando volvió al campamento. Tenían un carromato preparado donde viajarían los falsos artistas mientras el resto oficiaría de custodia. Hizo una señal y Vallekano lanzó su flecha negra. La caravana partió de inmediato sin siquiera esperar su presencia. Debían dar un largo rodeo para aparentar venir desde el sur. Acamparían en el bosque cerca de alguna aldea para dar la idea de que llegaban luego de un largo viaje. No podían dejar ningún asunto librado a la suerte. Al despuntar el alba tendrían que dirigirse a palacio. Tenían todo ese día y la noche para simular su viaje. Las agotadoras jornadas le darían al grupo el semblante justo de cansancio para completar el timo.
Mientras tanto en Lurzt el juglar no había perdido el tiempo. Había pasado las horas cantando y maldiciendo a los guardias. El resto de los cautivos empezó a vivarlo cuando entonó conocidas canciones en contra del príncipe y su casa. El alboroto pronto hizo reaccionar a los carceleros. No era conveniente un disturbio de ese tipo cuando llegaba la época en la que el príncipe abandonaba la torre y bajaba a la plaza principal. Podían acabar el día colgados de alguna torre. La golpiza fue feroz y para coronarla le pusieron la capucha negra que usaban con los reos más revoltosos. La total oscuridad solía ser un buen apaciguador de ánimos. El juglar se volvió a estirar sobre la paja maloliente buscando algo de confort. Todavía le dolía la paliza anterior así que de la nueva no tenía registro exacto. Suspiró y se dispuso a dormir un poco. Al menos sus manos estaban bien, las necesitaría luego. La próxima vez que viera la luz tendría sabor a libertad. Ese era su único alivio.
Kurz y José se reunieron en un salón desierto mirando un tosco dibujo del castillo y sus pasajes.

─¿Quién te enseñó a dibujar José?

─Tu madre ─contestó con fastidio ante la sonrisa socarrona del guerrero de la flor.

─Sabemos como llegar a la torre. Tomaremos por sorpresa a la guardia. Allí es cuando tú deberás dirigirlos hacia el salón de los visitantes. Los encerraremos allí...

─Soy nuevo para ellos, ¿que pasa si no me siguen cuando los alerte del peligro?

─Supongo que deberás sonar convincente mi amigo, o el plan fracasará y todos seremos colgados.

Kurz suspiró y la sonrisa se le escapó del rostro. Todavía no sabía si podría lograr aquello. Estaba decidido que la compañía de la estrella del sur ganara el premio máximo y se presentaran ante el príncipe. Habían sumado a los mayordomos que hacían el recuento a la causa. Odiaban a José los escoltaría y los perdería en los pasillos mientras Parabel y los demás tomaban su lugar y se dirigían a la torre. Para ese momento, más hermanos deberían haber llegado a las mazmorras para completar el número de la compañía de artistas. Era sabido que que nunca superaban la decena. La guardia no permitía demasiados extraños cerca de la torre. Las entradas estaban vigiladas con mucho recelo. El único lugar donde la hermandad podía ocultarse era en las mazmorras. El camino desde ellas hasta la torre del principe era largo pero no había mucha opción. Demasiado podía salir mal pero era el único momento en que la guardia de la torre, los mejores de todo Lurzt, estaban más preocupados en el itinerario del principe que en controlar el resto del castillo.
La causa había ganado aliados insólitos. De alguna manera se sabía que algo pasaría esas fiestas y todos querían participar. El odio era especialmente intenso hacia los Astrim en el palacio. Hacia la casa del príncipe y hacia los protegidos por ellos. Amadir, jefe de los mayordomos era uno de los que más pasiones despertaba. Había más de un mayordomo que no sabía nada de los planes de la hermandad pero que apenas oyó rumores de cambio se ofreció a cortar las cabezas de cuanto noble le pusieran delante. Y la de su jefe.
El juglar, a pesar de la capucha, escuchó como seguían llegando revoltosos al calabozo. Algunos en especial le hicieron gracia. La gitana que timaba a los aldeanos en la plaza con sus adivinaciones sonaba demasiado parecida a Jenny. La arrojaron a una celda cercana sin siquiera dirigirle la palabra aunque ella los maldecía por generaciones. Luego llegaron un par de borrachos que peleaban por una mujer y creyó distinguir las voces de Emithan y Asi mientras de fondo se oía el llanto de...¿Silvia? tratando de explicarles a los guardias que todo era un error. Los tres compartirían celda y seguirían discutiendo mientras los guardias se alejaban. Parabel sonrió a medias ya que el costado le dolía horrores. Parece que el plan había sido adelantado. Debían ir llegando con el correr de los días y ahora estaban todos allí en el transcurso de una mañana. Algo había cambiado y parecía necesario quemar etapas. Eso siempre le había parecido peligroso, porque lo era.
La caravana había llegado al valle de la conjura. Era lo más al sur que podían llegar antes de emprender el retorno. Valkiria miró con algo de melancolía el camino real perdiéndose entre las colinas. Algunos días de camino más la hubieran depositado en los enormes arcos de piedra que daban la bienvenida a la tierras sin guerra. Verbogón. La puerta de los dioses. Y en lo alto de una colina el templo de la luna. Sus hermanas, su camino trastocado por la maldad de los hombres. La luz de la guardiana que se opacó hasta que solo quedó el brillo de su acero. Todos los pensamientos atropellándose en su cabeza por un instante. No era tiempo aún. Su corazón no brillaba todavía. Le habían robado la luz pensó mientras acariciaba las dagas que tenía en el cinto.

─Todavía no puedo hermanas. Todavía no...

La caravana dio un tortuoso rodeo y emprendió el regreso. Nadie los había seguido. Ahora eran una caravana de artistas. La compañía de espectáculos espectaculares, venidos desde las lejanas tierras de Mediamar a Meridia para satisfacer los caprichos de un príncipe ignoto.
Todos cambiaron sus atuendos y guardaron en los cofres de vestuario sus armaduras y espadas. Sólo la escolta se mantuvo tal como estaba. Alex, Brian, Sharra, Valkiria, Raluk y Wonder. Seis serían suficientes para imponer respeto. No había reportes de bandas demasiado cerca del valle del dragón pero estos caminos estaban alejados de sus dominios. Todos se mantuvieron alertas mientras lentamente emprendían el regreso. Todos deseaban que terminara siendo una marcha triunfal. Sobre todo Hiperión que acechaba Lurzt desde los bosques a la espera de ellos. Esta era su carta de triunfo, aunque había muchas más en la baraja.












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