sábado, 31 de agosto de 2019

La tierra yerma




Palash entró con pasos pesados en la tienda alfombrada. Su hermano estaba sentado en su sillón habitual al que todos llamaban por lo bajo "el trono"
Topor era el general supremo de las fuerzas del imperio. Y actuaba desde siempre como un emperador. Aunque el propio código imperial prohibiese que un general estuviera por encima de los otros dos. Era un gobierno de tres. Y una competencia por el poder entre Topor y Turbarión que dejaba a Palash en incómoda posición. Oscilaba entre la ambición de uno y la soberbia del otro. Pero sabía que era más peligroso uno que lo quería todo que aquel que ya lo tenía. Porque Topor era el guardián del código imperial. La letra decía que el guardián era el primer servidor. Pero la letra puede tener muchas interpretaciones y recibir poco servicio, sobre todo si crees que para proteger algo debes estar por encima de el. Turbarión, en cambio, quería ser el guardián para acabar con el código para siempre. Y eso era demasiado para Palash, un hombre que necesitaba que ciertas cosas siguieran siendo como eran. Aunque estuvieran mal.

─Bienvenido hermano...¿que noticias me traes del frente?.

─Nada bueno Topor. La campaña de invierno no es mejor que la pasada. El pantano no se ha congelado. Ahora es barro helado que no deja transitar ni pasar los carros.

─¿Y que pasó con los puentes que mandé construir?

─Esos nunca fueron puentes sino pasarelas, y son de madera. Fáciles de incendiar. El nuevo entretenimiento de los hombres del fuego. Ya sabes que tienen afición por esas cosas.

─Necesitamos establecer la linea de fuertes pronto. La nieve cubrirá todo en unos días.

─Ya nieva copiosamente en el Valle Muerto Topor. ─dijo sacándose con dificultad las botas.

Sus pies estaban ennegrecidos. En parte congelados y en parte por el unguento que debía ponerse para no perder los dedos. Topor hizo un gesto de asco y apartó la vista.

─¿No te agrada el espectáculo hermano? Y eso que no has visto nada aún, pero claro, para eso deberías visitar el frente alguna vez. No está tan lejos de aquí.

Habían montado campamento en Gorod. Que era un montón de ruinas después que el imperio llegó a ella. De nada sirvieron los intentos de negociar. Las declaraciones de lealtad. Supo ser una majestuosa ciudad en otro tiempo. Y fue pasto de las llamas. Ahora yacía abandonada, perdida en los llanos.
Después hubo que lidiar con los titanes y demás bestias que por allí vagaban. Pero no dejaban de ser animales que necesitaban comer y siempre iban donde había comida. Gorod era una tumba. Les atraían más los poblados y aldeas que los destacamentos llenos de soldados armados. La comida fácil siempre era más sabrosa.
Hubo que construir un extenso muro para que no volvieran. En eso se uso la cantidad de piedra que quedó de la ciudad. Porque algún día los poblados y aldeas se acabarían. Sea porque los destruían las bestias y los salvajes voyanas, o porque migraban al sur a montar campamentos del otro lado de las montañas. El imperio, sin embargo, no perdía el sueño por los pueblos de los llanos. Eran algo que simplemente debía desaparecer. Con ellos se iba la oportunidad de la traición.

─Hermano, te ha sentado mal el viaje. Descansa un poco. Ya encontraremos la forma de flanquear sus defensas. Es cuestión de tiempo.

─No hay tiempo para más inviernos en el frente. Perdimos un quinto de los hombres por muerte o deserción...

─La ley dice que si un hombre le da la espada al código su compañía debe pagar por él.

─Topor..─dijo Palash con un suspiro ─Si mato a los fieles, sobre todo en tal cantidad, pronto no tendré números ni para atacar una aldea.

─El código es todo lo que une esta gran fuerza Palash. Debemos honrarla. Ser dignos de ella...

─Déjame reclutar en los llanos. Muchos vendrán por un par de comidas al día. Gente que está habituada al clima...

─En el este también nieva Palash, no seas ridículo.

─Pero la nieve cae sobre la piedra. No se transforma en pantanales infranqueables.

─La gente de los llanos debe morir aquí. Han vivido como reyes por siglos mientras el hambre era nuestra. Es hora de que paguen ─dijo con súbita furia Topor.

─Ya los venciste Topor. Los reyes de la moneda son un recuerdo. La dinastía se perdió. Sus ciudades. Sus templos. Su oro. Todo está enterrado. Muerto.

─No he vencido una mierda si mañana aquellos que vine a vencer son parte de mis filas. ─dijo ya de pie. No los necesito. No los quiero. Vine a terminar con ellos...

─Vinimos ─dijo Palash haciendo una pausa para recordarle que no estaba solo en la campaña. ─Vinimos para acabar con la casa Valyuta. Y lo hemos hecho.

─Ya suenas como Turbarión hermano. No debes hablar en contra del código.

─Vivo por el código del hierro, y muero por el ─dijo con mirada endurecida Palash.

Pero su hermano ya se había calmado. Le acercó una copa de vino a su hermano de armas mientras buscaba algo de comer de una fuente llena de frutas en la mesa de la tienda.

─Hermano mío. No fue prudente levantar la voz. Tampoco cuestionar tu lealtad, lo siento, a veces me dejo llevar por la pasión, así soy porque así debe ser un guardián...sólo te pediré una cosa y te dejaré descansar. Dime una lista de nuestros enemigos conocidos.

Palash se tomó un momento para pensar. Topor también ya que sabía que lo que evitaba un ascenso mayor de Turbarión era el apoyo que le había dado Palash en las desiciones de campaña.
Palash comenzó su enumeración.

─Los señores del fuego, en el oeste, nos mantienen en la frontera. En el norte los señores han capitulado pero los salvajes, los bóreos, aún resisten y asedian nuestra línea de fuertes. Del sur siempre vienen rumores pero nada de lo que tengamos noticias claras...

─¿Te das cuenta hermano? Hay un lugar que no has nombrado.

─Aquí vencimos tempranamente. Aquí vinimos con todas nuestras fuerzas. Y todavía no pudimos dar con ese que llaman el innombrable, pero porque nunca nos ha presentado batalla abiertamente.

─El código hermano dice que ante todo está la tierra ─dijo con vehemencia y comenzó a recitar ..."No has de tomar botín ni guardarás vino. Tomarás en cambio la fuente de todo. Porque el hierro y el oro duermen bajo ella y la vid crece por estar a ella unida"...

Palash lo escrutó en silencio. Conocía el pasaje.

─Tomamos la tierra para no compartirla con nuestros enemigos. El único enemigo que hoy no contamos Palash es aquel a quien le arrebatamos la tierra. Por eso no lo reclutaremos. Los obligaremos a irse de aquí. Si mueren es por su culpa. Que vayan al sur. Al oeste. O que los coman los lobos, no me importa. No pondré una espada en la mano de mi enemigo jamás.

Palash guardó silencio. Si hubiera cerrado la boca podría estar en su tienda descansando. Siempre olvidaba que había que evitar darle al guardián del código la oportunidad de dar sermones y montar ceremonias.
No había descendientes de los Valyuta vivos que se supiera. Y la gente común, como pasa siempre, vive su vida sin prestar mucha atención a quienes dirigen el reino. Eran simples reclutas y no seres ávidos de vengar la muerte de unos reyes que no habían conocido jamás. 

─Me bastaba con un no ─fue todo lo que dijo y se retiró mientras su hermano volvía a sentarse en el trono satisfecho de su elocuencia.

Palash volvía a tener esa vieja sensación como cuando hablaba con Turbarión. Infinitas ansias de perder la guerra y librar a toda Meridia del azote del este. No había encontrado en ninguno de los dos suficiente visión como para manejar las cosas cuando la guerra acabase. Pero tenía que ser justo  y reconocerle algo a Turbarión. Le interesaba respetar otros legados. Quería cierta continuidad en las cosas, mantener la costumbre de cada lugar y con ello ganar adeptos más fácilmente. Cierta negociación lógica para evitar la destrucción total del legado Valyuta.
 

Porque el imperio no podía esperar más que resistencias si todo lo que ofrecía era tierra yerma.





   



sábado, 24 de agosto de 2019

El silencio de los muertos



─¿No pudiste conseguir algo mejor Zhelezo? ─se quejó Ogon, sumo guardián del fuego mientras limpiaba el asiento de piedra con su pañuelo. El santuario de la magia verde permanecía abandonado buena parte del año mientras los magos hacían sus rituales en el bosque. No les habían permitido fundarlo en Verbogón pero lo hicieron a prudente distancia de allí. La magia se reconocía pero no se veneraba. La magia oscura no se anduvo con rodeos y viajó más lejos a instalarse en lo alto de las montañas dragón. Allí fundaron el infame templo del ocaso.

─Hubieras abierto tu templo entonces...─contestó con malicia el sacerdote del hierro ─ah claro. No es conveniente que nos vean conspirando juntos. Podríamos perder la cabeza. Ahora cállate que no tenemos escolta suficiente. Esperemos por Glazh

─Ese pordiosero. ─redobló Ogon con el ceño fruncido. ─¿Es necesario hacerlo parte de esto?

─¿Donde van los mercenarios a hacer sus votos cuando comienzan en el oficio? ¿Has olvidado la fe oscura? Esas son las espadas que el sur tiene disponibles. Y esa magia hoy está del lado del imperio. Toda esa podredumbre termina en Yurzhani...y Glazh es Yurzhani mi estimado. Si él se niega, el sur está indefenso.

─Por los dioses...¡son mercenarios! irán donde les digamos si pagamos lo suficiente...

Ogon se revolvió en su túnica. En parte por la demora del sacerdote del ojo, por las recriminaciones del sacerdote del hierro, y porque le molestaba su tocado rojo. Apto para las ceremonias pero no para reuniones clandestinas. Sin embargo, siempre había compensado su baja estatura con su elevado adorno así que no salía sin el a ninguna parte.
Zhelezo en cambio se había vuelto un hombre práctico y en cuanto traspasó el umbral del santuario se quitó su elaborado tocado metálico. Su cuello no soportaba tanto tiempo con el enrejado de oro sobre su cabeza. Sin embargo, no perdía oportunidad en molestar a su colega.






─Ya puedes quitarte eso. Nadie sabrá lo de tu escaso porte ─dijo el sacerdote del hierro con malicia.

Ogon no se dignó contestar. Estaba pendiente de la entrada. Una silueta oscura se recortó a la luz de las antorchas. Podía ser tranquilamente una aparición con esa túnica negra y el báculo de hueso. Ni siquiera necesitaba escolta para andar por esos lugares desolados en la noche. No había nada más terrorífico que él transitando las sombras.




Ogon no soportaba el hedor que despedía. Todo en él mostraba los signos y aromas propios de la muerte. Avanzó a paso cansino y se sentó sin saludar. Cuando se quitó la capucha el espectáculo no mejoró un ápice. Su cabeza calva era blanca como la leche sin cabello ni cejas ni nada que lo dotara de expresión o vida. La cuenca a la que le faltaba el ojo mostraba la carne del interior del cráneo. Carne que se veía oscura y despedía un aura fétida. Para ser ordenado ojo de cuervo se debía ofrendar uno propio. Y Glazh lo llevaba desecado en un anillo que ostentaba con orgullo en su mano derecha.

─Gracias por dignarte en aparecer ─dijo Ogon con desprecio medido.

─Te agradecemos ojo sagrado. El tiempo apremia. Las huestes del este marchan cercanas al espinazo.

Glazh hablaba despacio y en voz baja. Obligaba al silencio para ser entendido, y jamás repetía un dicho. Era parte de su encanto.

─Un visovy los guía...lo he visto. Y no está urgido hermanos míos. Sabe que será su último viaje. ─fue lo que susurró. Su lengua negra apenas se movía dentro de su boca pero sus dichos solían dar mucha claridad a los asuntos más oscuros.

─Dínos de una vez lo que has visto cuervo. ─ Ogon se ponía ansioso con los rodeos que solía dar.

─Veo muerte. La noche viene porque los hombres de voluntad la incitan con su vanagloria.

Ogon miró a Zhelezo sin disimular su hartazgo. La mueca de fastidio no tardó en aparecer

─No dices nada que no sepamos desde siempre...¿acaso no eres de los que la esperan con ansias?

─La noche debe venir cuando el día muere. Es el paso natural. Luego la luz mata la noche y el ciclo se renueva. ─empezó a explicar Glazh con parsimonia. ─La noche que devora el mundo es la que se alimenta de su luz cuando las demás cosas permanecen dormidas. Lo que está despertando no pertenece a ese ciclo. Lo que intentan desatar lo devorará todo. También a los durmientes. Nosotros somos los durmientes

A medida que explicaba sus manos huesudas parecían querer tomar algo invisible en el aire. Los dedos ennegrecidos y las uñas oscuras acentuaban el mensaje.

─Ogon podeis despreciarme cuanto quieras, a mi tampoco me agradaría mi aspecto ─dijo mirándolo por primera vez fijamente con su único ojo. ─Pero necesitareis a vuestros hermanos del oeste para la batalla, es necesario que se lo digáis.

─Tú sabes tan bien como yo que están en guerra con el imperio. Como podrán ayudarnos si no pueden abandonar la frontera.

─El imperio no sabe lo que está surgiendo del portal. La noche los devorará primero. Luego vuestros hermanos no tendrán enemigos a quienes combatir.


─Nada ha pasado todavía. Son muchos años de guerra para los míos como para embarcarlos en una campaña nueva. No puedo enviar a decirles que dejen de pelear mientras el imperio acampa en nuestra frontera.

─Sólo os pido que digáis que cuando vean al imperio desmoronarse y abandonar el frente recuerden tu mensaje. ─lo conminó Glazh. ─Solo eso.

Ogon no estaba convencido de que mensaje podía enviar que no pareciera de un traidor pero calló.
 Zhelezo con su pragmatismo habitual tomó nuevamente la palabra.

─Hermano, soy un sacerdote del hierro. No puedo ir a decirle a los míos abiertamente que el imperio debe caer por romper el pacto ancestral.

─Os veo preocupados por la traición mis hermanos. ─remarcó Glazh. ─Pero nunca será traición si veláis porque la luz no se extinga completamente. Todas las demás lealtades serán fatuas. Cuando el poder de la noche eterna se levante no habrá corazones firmes. Todos temerán. Todos serán tentados. Todos flaquearán. La carne siempre tiembla mis hermanos, siempre tiembla.

Zhelezo y Ogon se miraron tratando de imaginar hasta donde serían ciertas las palabras del sacerdote del ojo. Glazh parecía poder leerlos porque contestaba a las preguntas cuando todavía no habían salido del corazón para hacerse presentes en la lengua.

─Se que dudáis de cuán cierto puede ser esto que les anuncio hermanos. Cuando vuelvan a sus palacios de piedra en Verbogón recordad que pronto empezaréis a sufrir la traición de la oscuridad. Ya está aquí, pero es tenue todavía para quienes ven con los ojos de la carne.

Glazh volvió a calarse la capucha y se puso lentamente de pie. Eso daba por terminada la reunión que tenían prohibido tener. El único lugar donde podían reunirse era en el concilio, donde las reuniones cara a cara eran escasas y poco productivas.

─¿Tengo tu palabra de que las espadas de Yurzhani estarán disponibles para el sur entonces? ─preguntó Zhelezo con algo de ansiedad mal disimulada.

─Yurzhani no tiene ejército, pero cada viajero que pase por ella será advertido de lo que se cierne sobre su cabeza.

─¿Incluidas las compañías mercenarias que peregrinan constantemente?

─Todos merecen ser advertidos. ─fue lo último que dijo Glazh antes de perderse en la oscuridad. O encontrarse en ella.

Yurzhani había sido siempre una ciudad de mala reputación y escasas leyes. Allí estaba el templo de Nekkis, la diosa de los secretos. Una deidad oscura con una venda en sus ojos y un puñal en su mano. Se veneraba al otro lado del mar oscuro y viajó con hombres de mala vida que escapaban de la ley regia de Mediamar hasta Meridia en busca de nuevos comienzos. Los mercenarios comenzaron su culto y se establecieron en el extremo sur. Les resultaba un lugar ideal para vender la espada al no haber ejércitos cuantiosos. Todos los conflictos se mediaban de acuerdo a los mercenarios que se pudieran pagar. No había lugar para otro tipo de justicia.

Zhelezo y Ogon partieron por caminos distintos con sus escasas comitivas. Cada uno se iba pensando en que decirles a los suyos sobre lo que venía hacia el sur. Fueran fuerzas del portal o simplemente las huestes imperiales, siempre sería malo. Sobre todo la intención manifiesta de romper la tregua ancestral, pecado altamente condenable.
Pero lo primero sería planear con tiempo como decirle a cada culto sobre el peligro. Tendrían que cuidar de que lo que se hablaba no pareciera demasiado parecido a lo que predicarían los otros sacerdotes supremos, aunque en el fondo todos advirtieran sobre lo mismo. Había que elegir las palabras con cuidado, y dejar lo restante tras el velo del silencio. Aunque eso significara matar a ese puñado de acompañantes que era testigo del encuentro entre los tres para que la noticia no se esparciera entre los acólitos, ya que no hay mejor silencio que el de un muerto.




















viernes, 16 de agosto de 2019

Lobos en la puerta



La marcha comenzó con la primera claridad. Eran demasiados para demorar el viaje. Un pequeño destacamento se adelantó para explorar y limpiar el camino de enemigos si era necesario. Prekass mismo encabezó la columna principal. La mayoría de sus hombres acostumbraban ver a los generales viajar comodamente en carros especiales. El general lobo era distinto. Todos lo sabían de alguna manera pero no sabían cuanto.
Los oficiales echaron suertes para ver quién iría a preguntarle los detalles de la misión. Había de todo en esos destacamentos. Paños morados. Zorros negros. Trekeris para rastrear enemigos. Lanceros. Arqueros imperiales y por supuesto la infanteria pesada. Caballeros negros en tal cantidad que una nube de polvo ascendía a medida que marchaban. Era claro que eran una ofensiva. Una incontenible, pero no sabían a que tipo de enemigo se podían enfrentar en el sur. Nadie tenía noticia de una fuerza semejante a la que enfrentar.

─Ustedes son patéticos ─dijo Bestrass, uno de los oficiales. Soy mitad visovi, yo hablaré con él. ─espetó y espoleó su caballo para adelantarse en la columna.

Le llevó un rato alcanzar el frente de marcha. No solía haber desplazamientos de tanta magnitud. Tampoco había caminos como los que trajeron la invasión desde el este. Apenas unas sendas polvorientas ahora completamente desbordadas de tropas, carros y animales.

─¿General?...¿me permite unas palabras?

La respuesta fue apenas un gesto para que se acerque mientras contemplaba desde una elevación la ruta que empezaba a dirigirse hacia las montañas donde el paso sería mucho más lento por lo estrecho de las calzadas. No podía entender como le llamaban camino real a eso.

─Supongo que te eligieron a ti para que vengas a preguntar

─Yo me ofrecí general. Se que hay directivas y el mandato de que los generales tengan reuniones periódicas con usted. No pretendo incomodar.

─¿Y que pretendes entonces?

─Me llamo Bestrass señor. Capitán de lanceros...siempre se han oído cosas sobre usted.

─Supongo que esas historias de terror no espantan a un guerrero imperial

─A mi no me interesan los cuentos. A esos hombres tampoco ─dijo el capitán señalando con la cabeza hacia atrás ─Me interesa la suerte que corra esa gente.

─Ah ─dijo el general con un gesto ─Esas historias...

Se hizo un silencio incómodo que pareció durar demasiado para el capitán.

─¿Estuvo en la campaña del norte capitán?

─Fuerte del juramento señor. Dos inviernos allí. Clima duro, comida escasa y enemigos...bueno, usted ya sabe. Perdimos la mitad de la compañía.

El general seguía sin mirarlo. Contemplaba como un carro se había atascado en una zanja y varios corazas negras se habían sacado los yelmos para ayudar.

─Más allá de los cuentos que se contaron usted sabe a que nos enfrentamos en esos lugares helados. Podrá no decirlo. Podrá no saberlo pero usted mataba lobos por la noche y enterraba hombres en la mañana.

El capitán sopesó su respuesta. Estaba prohibido en las compañías hablar de hombres que se convierten en animales. Era un mito. Un cuento del norte para que nadie los invadiera. Pero los bóreos eran reales. Los había visto fugazmente en las noches en que aullaban frenéticos, cuando atacaban ferozmente los fuertes. Cuando arrancaban gargantas de una mordida. Todos se llevaron su marca del norte. Como la mordida que el general tenía en el antebrazo. Esa que hizo pensar a todos que se volvería uno de ellos. Pero nada pasó. Era un hombre sin alma pero nunca se transformó en algo peor de lo que ya era. Quizás porque no existía tal cosa.

─Mire capitán. Hemos visto en el norte cosas que no podemos explicar. Qué hemos decidido no decir ─enumeró el general casi sin mirarlo. ─Pero ahora vamos al sur donde tenemos un escenario peor. Porque esta vez mataremos hombres para enterrar lobos. No crea que no tenemos enemigos. No nos morderán ni se mostraran feroces pero bailarán sobre nuestras tumbas con una sonrisa en los labios si los dejamos hacer. Dígale eso a los demás.

El capitán se retiró en silencio. Había confirmado sus peores sospechas. El imperio rompería la tregua ancestral. El pacto antiguo que databa de tiempos inmemoriales cuando las tribus llegaron desde el mar oscuro. No había ejército que enfrentar ni reinos que doblegar pero si un enemigo. Uno que se ganarían al bajar del camino real y marchar por el valle del dragón. Adonde vieran habría miradas de odio y desconfianza y se preguntarían donde buscar al enemigo, pero no hay respuesta cuando es uno, cualquiera, todos.
Había lobos en la puerta, y eran ellos.





martes, 6 de agosto de 2019

Nadie, de la nada


El guardia arrojó el cuenco de sopa sin ninguna delicadeza.

─Come...

─Preferiría algo de cerdo en verdad ─le respondió una voz desde las sombras

─Díselo al príncipe...

─Se lo diré a tu madre para estar seguro.

El pesado cerrojo de hierro hizo un ruido sordo al correr. Parabel se acomodó para la golpiza. Ya era costumbre con el guardia del almuerzo. No eran divertidos los moretones en el cuerpo pero debía estar listo para el momento en que debiera salir de allí. La sesión no fue muy extensa. Apenas podía pararse pero siempre lo hacia. Algo inútil dado que el puñetazo lo derribaba casi siempre, luego llegarían las patadas pero ya había conseguido cubrirse lo suficiente como para que el guardia se cansé de golpearlo sin que el perdiera el sentido en el proceso.

─Tienes la boca muy grande idiota.

El juglar iba a responder, pero era mejor no provocarlo más por ese día. Mañana volvería a la carga con los aspectos relacionados a la madre del guardia. Juntó algo de paja para acomodar su maltratado cuerpo. Se suponía que ya debían haber llegado al castillo con la caravana pero aún no se habían contactado con él. No entendía el retraso. Deberían haber llegado hace días. Repasaba su plan una y otra vez para tener algo que hacer con su cabeza en los momentos difíciles. Era fácil perder la razón allí.

 ─Vas a hacer que te maten bufón ─se oyó decir desde la celda contigua.

─Tampoco es muy prometedor extender mi estancia en este lugar ─se limitó a responder.

Solo había escuchado gritos de los torturados en el fondo de las mazmorras. Había logrado que lo lleven a lo más profundo de ellas asi que no tenía mucha compañía. Allí dejaban a los infortunados volverse locos en la oscuridad. También era el lugar menos custodiado de todos. Solo remedos de hombres quedaban por allí. Sin embargo la voz parecía cuerda y firme.

─¿Por qué te enviaron aquí? ─intentó preguntar el juglar con tono conciliador.

...

─¿Te has vuelto tímido de pronto? ─insistió.

─Deja de provocarlo o lograrás que nos suban a la sala de tormentos idiota. ─fue toda la respuesta.

─¿Te preocupa un poco de atención?

─No eres el único esperando su momento de escapar. Todo ese trabajo escondiendo cosas en las paredes de tu celda será inútil si te sacan de allí. Porque te aseguro que no volverás.

Parabel había trabajado en silencio removiendo pacientemente piedras para esconder el puñal que le había pasado José la última vez que vino. También tenía un unguento para que sus heridas no se infecten pero debía ponerselo por las noches y disimular el olor con su propia orina. Debían creer que estaba cada vez más débil aunque guardaba sus raciones de carne seca también en las paredes a salvo de las hambrientas ratas. Pero estaba seguro de haber sido discreto y era poco el ruido que se podía percibir con los gritos de la sala de tormentos.

─Me llamo Oregaen, el bardo ─mintió con destreza ─uno que osó cantar contra el príncipe allá arriba, en plena plaza. Toda una hazaña entre tantos cantantes tratando de conseguir atención. ¿Y tú? ¿quién eres?

...

─Mira, si no vas a entretenerme con algo de charla mañana seguiré mi juego con el guardia...y te aseguro que me ocuparé de mencionarte para que te unas a la fiesta...

─No tienes con que amenazarme juglar...

Parabel sintió que su mundo se caía. Alguien estaba allí vigilándolo desde su llegada. Alguien que lo conocía. Al menos por referencias. Eso complicaba sus planes. Sería acaso un hombre del príncipe esperando el momento para atraparlo a él y a los demás en medio del ataque. José no le había mencionado que dejara alguien allí para acompañarlo. Tenía que pensar lo peor simplemente porque no había muchas opciones.

...

─Ahora eres tú el que se ha quedado callado juglar...¿o debo llamarte Parabel?

─¿Quién eres?

─Yo soy nadie.

─Puedes ser un don nadie pero de seguro tienes nombre y origen, no juegues conmigo.

Una risa disimulada apenas fue toda la respuesta.

─Vengo de la nada. ─terminó por decir. ─¿Acaso puedo decir que vengo de un pueblo que es un yermo o de lugar que ya no existe? Mi pueblo, mi familia, mis amigos...son cenizas. Soy hijo de las cenizas. Ahí está tu respuesta.

─¿Cómo me conoces? ...y te recomiendo dejar los rodeos. Si eres una amenaza yo mismo me ocuparé de tí

─No tengo nada contigo juglar. Pero te diré lo mismo que tú a mí. Si pones en riesgo lo que tengo aquí seré yo quién termine contigo.

La voz se había movido desde la celda contigua hasta la misma puerta de su celda. Estaba en el pasillo. Podía salir a voluntad al parecer.

─Pues pareces ser un guardia. No estás encerrado como yo.

─Claro que estoy encerrado aquí. Solo que tengo más que un poco de unguento y carne seca escondidos en las paredes.

Parabel buscaba en su memoria cosas que pensar acerca de ese personaje. La verdad era que solo el imperio había arrasado con pueblos de esa manera. Solo el este y los titanes habían traído tal destrucción. Tenía que ser la invasión o el portal torpemente abierto dejando escapar a las criaturas que asolaron la región.

─Y dime nadie...¿que esperas para irte de aquí?

─Todavía no es tiempo. Además estoy cómodo aquí. Estoy esperando a los tuyos...igual que tú.

El juglar entendió que todo aquello era una miserable trampa pero no tenía como avisar a los demás. Si ya se sabía que ellos vendrían a intentar tomar el castillo estaban perdidos. No tendrían oportunidad. Era vital que escapara de allí para avisarles. Tanteó la pared para dar con los bloques de piedra sueltos y conseguir la daga. Al menos podía intentar aflojar los goznes de la puerta...o forzar el cerrojo. Quizás fingir un ataque de locura repentina que obligara a los guardias a bajar a verlo...algo, lo que fuera.
Comenzó a usar su puñal con el cerrojo para intentar abrirlo. Una mano sujetó la suya con firmeza para que se detenga. Eso lo convenció lo suficiente junto a la espada que se posó sobre su cuello. De alguna manera estaba dentro de su propia celda. Pero ¿cómo? el había revisado cada piedra del interior. Era sólida, sin tabiques ni pasajes.

─Hagamos un trato ─dijo nadie. ─Tú me dices lo que necesito saber de tu gente, y puede que yo te cuente de mis planes.

─¿Por qué no me matas simplemente? No veo la ventaja de decirte nada.

─¿Es una petición o una oferta? ─contestó la voz apretando el acero contra su garganta.

Parabel soltó el puñal que cayó al suelo con un ruido apagado. La espada dejó de sentirse sobre él al tiempo que su puñal regresaba a su mano. Se dio vuelta y tanteó la oscuridad pero ya no había nadie allí. La voz volvió a oirse al otro lado de la puerta.

─No te quitaré nada...y tú tampoco. Solo hazme saber cuando llegaran los tuyos.

─No voy a traicionarlos ─contestó Parabel con firmeza.

─No necesito que lo hagas. Pero detrás de ustedes vendrán muchos hijos del este a asolar el sur. Necesitan una excusa para romper el pacto. Ahora la tendrán.

─Si el sur no se alza nada detendrá al imperio.

─Si el sur se alza será un baño de sangre. Yo he visto lo que imperio hace cuando quiere dar un mensaje.

─¿Vas a decirme quién eres?

─Solo si me ayudas a detener esto antes de que sea tarde.

─Si voy a ayudarte debes demostrarme cuál es tu plan.

La puerta de la celda se abrió. Un guerrero de coraza oscura estaba frente a él.

─No voy a decirte mucho. Lo único que debes saber es que solo el imperio puede vencer al imperio juglar.

Parabel no entendió a que se refería con eso pero el hecho de poder salir por primera vez en mucho tiempo de su celda le cambió el ánimo por completo. Siguió a Nadie hasta una celda al final del corredor. Estaba iluminada con antorchas y se veía una mesa servida con variedad de platos. Hacía rato que no veía comida de verda así que engulló todo lo que pudo. El vino era bueno también.

Nadie se sentó en las sombras. Parecía molestarle la luz de las antorchas.

─Así que te gusta el misterio señor de las cenizas. Por mí está bien, pero no suelo confiar a quién no me mira a la cara.

Nadie suspiró. Ese juglar podía ser muy insistente, pero le habían dado buenas referencias de él asi que decidió darle el gusto. Se levantó pesadamente y se quitó el yelmo. El solo contacto con el aire le generó incomodidad pero no había más remedio. Tenía que curar sus heridas.

─Acerca una antorcha si es lo que quieres.

Parabel tomó una cercana y alumbró donde estaba el guerrero. Una cara horriblemente quemada lo observaba con ojos que resaltaban entre la piel lacerada como enormes esferas que parecían flotar en las cuencas. No tenía labios así que su boca parecía sonreír de forma macabra. Tampoco había nariz. Sólo dos orificios que se agradaban y reducían al ritmo de la respiración.

─¿Contento?

─Creo que me arrepiento de insistir ─dijo Parabel tratando de disimular el asco que sentía no solo por el aspecto sino por el hedor que emanaba de esas heridas. ─¿cómo es que sigues vivo?

─No creo que esto sea vida, pero sigo aquí. Debo irme. Mantenme informado de las acciones de tu gente. Este castillo es mío por derecho. Nadie más tendrá este trono.

─¿Debo seguir llamándote Nadie?

─Me da igual como me digan. Mi nombre está prohibido juglar. Al menos por ahora...cumple tu parte.

El guerrero se retiró en silencio por una escalerilla que se adentraba en el vacio. Parabel entendió como había llegado a su celda. No había pasadizos en las paredes sino en los techos. Le pareció ingenioso. El hedor todavía impregnaba el ambiente cuando decidió seguir comiendo. Era demasiado el hambre para andarse con remilgos. Parecía que esa noche había conocido por fín a la leyenda. El fantasma, la aparición, el no muerto, o como lo habían bautizado en los llanos. El innombrable.