sábado, 27 de octubre de 2018

En la noche no se ven los cuervos




─Camina hijo de perra o te matamos aquí mismo.

─Quisiera verte intentarlo...

El puñetazo se hundió profundo en su estómago. El voyana que llevaba sus cadenas tenía poca paciencia. Crow lo provocaba cada tanto ganándose unos buenos golpes. La capucha en su cabeza se agitaba con la golpiza. Cada tanto lograba que se corra un poco dejándole ver el paisaje. Escupió sangre y rió desafiante. Todavía no identificaba el camino pero no lo llevaban hacia el templo del ocaso. El general, presumiblemente, no estaba esperandolo al final de esa jornada. Si su cabeza tenía precio todavía no pensaban cobrarlo. No recordaba problemas personales con ellos. De hecho tenían el mismo oficio. Todos vivían de la espada. No entendía que podían querer de él.
Pronto el sendero se transformó en camino de cabras y empezó un tortuoso ascenso. Estaban cruzando montañas a buen ritmo. No iban al este sino al contrario. Suponía que los llanos meridios. Lugar donde perdían la batalla con el Innombrable. Quizás lo llevaban a su escondite los que se suponían exterminados hace tiempo. Hora de provocar un poco más a su captor.

─¿Sabes lo que hacemos con un voyana cuando lo encontramos? le levantamos la falda para ver que es...

El golpe no se hizo esperar y volvió a escupir sangre. El voyana era diestro y adelantaba exageradamente el pie izquierdo para golpear. Bajaba la otra mano mientras golpeaba. Toda información en ese momento resultaba útil. Todavía no le había acomodado la capucha cuando logró que los golpes empezaran a dar en su codo. Lo movía sutilmente para cubrirse. Pronto vio que el puño del voyana chocó estrepitosamente con el y escuchó un quejido disimulado. Con suerte se habría roto algún hueso de la mano. Pronto vio que ya no sostenía la cadena con la diestra. Estaba menguando sus fuerzas de a poco. La noche empezaba a caer y sus ropas negras se volvían aliadas aunque todavía no había margen para un escape. Era una docena de enemigos contra un cautivo encadenado. No había muchas garantias de poder torcer semejante número pero estaba oscureciendo. La noche era amiga de un cuervo.
Se dio cuenta de que iban a pie porque los caballos eran fáciles de rastrear, además de que el terreno elevado y pedregoso era una complicación extra. Si sus hermanos iban por él seguro irían tras la ruta del camino alto ya que lo más obvio era creer que el general Turbarión estaba detrás del secuestro. 
Lo único que se le había ocurrido era dejar plumas de su capa negra. Algunas en el mirador del valle. Y el resto en los lugares donde el voyana impaciente lo había golpeado. Sólo necesitaba un par de ellas allí sueltas, y la suficiente suerte para que fueran vistas.
El líder hizo un gesto y todos se dispersaron. Aún con la capucha puesta Crow había logrado que le dieran un golpe en el rostro que había dañado la cubierta. Ahora podía ver algo más. Sin embargo sus oídos eran su aliado más poderoso en ese momento. Escucho pasos ir en todas direcciones y el silbido del metal rozando el cuero, común cuando las espadas abandonan su funda. No sabía si buscaban a alguien o eran precauciones para establecer campamento. Era lo último. Estaban tensos y expectantes, si no fuera por la extendida fama de los voyanas hubiera creído que tenían miedo. Tenían que estar en tierras de su mayor enemigo, el rey sin nombre.

Hiperion había conformado una partida reducida con los hermanos más livianos y ágiles. Espinal y Raúl rastreaban en el camino alto. Wonder y Raluk descubrieron algunos rastros dispersos que luego se esfumaban como si los hombres aprendieran a volar. Pero creían que era raro que no hubiera siquiera huellas de animales. Las cabras iban y venían por los senderos pequeños dado que siempre pastaban allí. Alguien había limpiado las sendas tan bien que lo había ocultado todo. No había llovido y las nevadas habían acabado hace unas semanas. Esa fue la primer pista que les hizo pensar en abandonar el sendero alto de la montaña. Parabel y Haru tomaron los senderos que iban a la cima mientras los demás tomaban los que descendían infinitamente para ir a los llanos. Se encontrarían en la pequeña aldea de Sharra, donde sabían que no deberían explicar demasiado para conseguir ayuda,
Era difícil buscar cuando el enemigo sabía ocultar sus rastros y cualquier pastor de montaña era más hábil que ellos. La tarea se volvió infructuosa y lenta. La desesperación de coraza roja iba en aumento. Mientras ellos iban en círculos el enemigo avanzaba ligero seguramente. Habían evitado el camino alto, el templo de los magos oscuros, Turbarión parecía no ser la fuente de la amenaza por una vez en la guerra, lo cual podía parecer un alivio hasta que recordaban que había un enemigo nuevo con el que lidiar.

La partida de voyanas había esperado la noche para acampar. No habían hecho fuego y se cubrieron con pieles de osos en improvisados hoyos cavados apenas en la tierra. Había dos de ellos al acecho haciendo guardia. Crow esperaba que el líder tomara la suya para intentar hablarle. Le habían cambiado el guardián desde que en su impaciencia se había lastimado la mano golpeándolo.
Faltaba todavía un poco para el alba cuando el jefe se puso a cargo.

─¿Y desde cuando los voyanas son mandaderos de Turbarión?

Al principio no hubo respuesta, solo una mirada torcida y una sonrisa de desprecio. Pero sus palabras generaban alguna especie de efecto así que continuó.

─Supongo que no les queda más que ser los perros del este. Por eso han dejado de regir...

─Tienes la lengua muy larga para la cadena tan corta que llevas fantasma

Al menos sabía que sabían a quien llevaban, el cuervo temía que lo hubieran confundido con otro pero era claro que lo habían venido a buscar. Y a juzgar por el trabajo que se tomaban con él podía deducir que creían que era uno de los líderes.

─Demasiado trabajo te tomas por un mercenario igual que tú. ¿Cuanto pueden pagarte por mis huesos? dijo el cuervo escupiendo los restos de sangre que le quedaban en la boca.

─Me crees un bárbaro ignorante fantasma, pero no puedes ocultar quién eres y para quién luchas...

─¿Desde cuando es secreto que luchamos contra el imperio, mi querido voyana?

─¿Desde cuando es secreto que pelean por el malnacido de Dedo Negro?

Crow se tomó un momento para responder. No esperaba esa afirmación del voyana que parecía tener asuntos pendientes con Davan. Asuntos que, como acostumbraba el mago renegado, se mantenían fuera del conocimiento del resto. Pero se podía usar la información disponible. No sabía que estaba pasando en el valle y le urgía saberlo para saber si debía seguirle el juego a la partida o apresurar el intento de escape.

─¿En serio crees que Davan es el líder de los fantasmas? él es uno de muchos que sirven al líder supremo, nosotros no servimos a ningún mago, nosotros tenemos al rey...

El gesto del voyana cambió por completo. Nada les cambiaba más el humor que las referencias al innombrable.

─¿Que pasa voyana? ¿no reconoces al vedadero rey? Todos vamos a volver a los llanos floridos de Margón para ver al rey sentarse sobre el trono de cráneos de sus enemigos. Quería que te hicieras la idea de que nadie escapará de la furia del hombre que camina por el fuego...

Crow no tenía demasiadas referencias sobre el rey sin nombre pero recordaba algunas habladurías de un bárbaro con el que compartió filas en su vida de soldado.
Tan suficiente se sentía por lograr perturbar al líder voyana que olvidó su situación. El puñetazo en el ojo lo tumbó de espaldas y lo dejó casi inconciente. Al principio iba a girarse y tratar de revisar su ojo pero luego cambió de opinión. Decidió quedarse tendido tratando de ver si lograba encontrar alguna información más. Su oído era privilegiado y quizás lograra sacarle algo más a sus enemigos.
EL líder despertó a todos y hablo algunas palabras con cada uno tratando de aparentar normalidad. Partian. Algo le urgía y sólo se lo expresó a su segundo con el que habló un poco más. Se puso de perfil en un momento señalándolo y mirando hacia el oeste. Estaba alejado y hablaba bajo pero sus labios se formó una palabra que echaba luz sobre el asunto que los había llevado a cruzar territorio hostil arrastrándolo. El cuervo se relajó y se permitió descansar un momento. Empezaba a entenderlo todo.

Hiperión mantuvo el ritmo de marcha por horas, descendían buscando en los senderos de pastoreo, Faltaban un buen trecho para alcanzar la aldea de Sharra y aún no tenían una mínima huella. Fue Parabel el que se acercó a él en un momento y le sonrió. Puso ante sus ojos una pluma negra, una muy familiar, una pequeña pluma cubierta de polvo pero innegable y certera. Estaban sobre el rastro casi por casualidad. Pero estaban sobre el. Revisaron el lugar del hallazgo. Encontraron bajo el polvo un escupitajo de sangre. Coraza roja conocía lo insidioso que podía ser el cuervo para provocar y sacar de sus cabales a cualquiera. Sabía que se estaba ocupando de dejar huellas a costa de su propia salud. Pero todo el lugar estaba cubierta de un fino polvo. Estaban peinando el rastro con algún tipo de piel. Seguramente el último de ellos llevaba una atada a su cintura y sólo bastaba con que marcharan en una fila ordenada para quedar cubiertos. Hizo un gesto y redoblaron la marcha. Ahora iban a paso forzado tratando de darles alcance.

La partida había esquivado los últimos poblados antes de descender a los llanos. Todavía estaba oscuro y costaba avanzar en los últimos trechos pedregosos. El líder insistió en partir apresuradamente y sus hombres se mostraban molestos. Se turnaban para llevar la delantera y estaban bastante nerviosos por la cercanía del lugar donde el innombrable mandaba. En un momento Crow comenzó a cantar y tres de ellos se abalanzaron sobre él para callarlo. Otra vez los golpes. Las plumas desparramandose y su conocido escupitajo de sangre. En el horizonte cerrado por la noche se vieron un par de refucilos lejanos. El aire ahora empezaba a oler a humedad. Crow sabía que no todo podía ser simple pero si llovía su rastro se perdería para siempre. Esa si podía ser una complicación.
Había que retrasar la marcha. Era hora de buscar a su guardián impaciente...

─Hey amigo...¿te duele la mano? ─dijo girando exageradamente la cabeza en todas direcciones, la capucha ya era restos deshilachados pero estaban demasiado apurados para reparar en detalles. Por un agujero en ella lo úbicó al final de la línea. ─Te pido disculpas, la próxima trataré de relajarme así no te lastimas golpeándome ─terminó de decir entre risas.

El líder le dijo algunas palabras en su lengua. Quizás para evitar que reaccione. Pero Crow conocía a su guardián, Era cuestión de tiempo...

─A tí no tengo que levantarte la falda para reconocerte, tu eres la princesa de tu pueblo. O quizás eres un bujarrón de feria...si, creo que eres eso...una princesa sería sangre real y tú no pareces de la realeza jajaja!

Los pasos pesados de una carrera se oyeron a sus espaldas. Aflojó el cuerpo y esperó. Apenas un instante antes de que lo alcance realizó una finta y dejó su pie extendido. El voyana pasó de largo y tropezó yendo a dar su cara contra el duro suelo. Se levantó de un salto con el rostro cubierto de sangre. Los gritos del líder no lo detuvieron pero el cuervo podía luchar con las manos atadas, era un juego que hacía de muchacho y no se le daba mal. Utilizó sus hombros para cubrirse un lado de la cara mientras preparaba sus codos para golpear. Cada vez que el guardian fallaba se enfurecía más y era más fácil contrarrestar sus ataques. Pronto estaba demasiado golpeado para pensar con claridad. El cuervo aprovechó para terminar de quebrar su mano herida y darle una buena tunda. El resto de la partida que había presenciado el espectáculo en silencio, se lanzaron sobre él arrojándolo al suelo y cubriéndolo de patadas. Espero pacientemente que se cansen mientras se cubría como mejor podía. Se acercó arrastrándose a su guardián e intentó extrangularlo pero lo detuvieron, después no recordó más nada. Despertó en una especie de camilla. Lo arrastraban con dificultad, su guardián iba en otra similar. Se alegró de haberlo lastimado lo suficiente. Ahora la partida viajaría más lento. Sintió en su puño cerrado aquello que había tomado del cuello de su guardián cuando lo quiso ahorcar. Un colgante de acero que llevaba en una gruesa cadena. Ese dije era justo lo que necesitaba para trabajar en sus cadenas. Necesitaba abrir sus grilletes para poder escapar, si es que aún tenía fuerzas para lograrlo.
La claridad del alba se adivinaba en un horizonte cerrado por las nubes de tormenta que se amontonaban. No tenía mucho tiempo más. El primer grillete se abrió con un ruido metálico sordo que amortiguó como pudo. Sólo uno más. Sentía que una costilla empezaba a quitarle el aliento, punzando agudamente cada vez que respiraba. Seguramente estaba rota y le impediría moverse con normalidad. Decidió abandonar la paciencia y forzó el último grillete aunque hiciera ruido por demás. El voyana que cerraba la marcha advirtió sus movimientos y se acercó con la mano en la empuñadura. Se le había acabado el tiempo.

Hiperión vio la tormenta en el horizonte y pensó en los rastros que habían hallado. Poco quedaría si los encontraba la tormenta. Saber que estaban sobre la pista no significaba la certeza de encontrar a su estratega. Si los voyanas descubrían que los seguían darían cuenta del cuervo sin la menor de las dudas. Cómo rastrear en campo abierto sin ser advertidos era una proeza improbable, aún para ellos. La sola idea de que se le escapara el grupo lo enfermaba. Le habían matado a dos hermanos en sus narices. Y no era un hombre misericordioso, nunca lo había sido.

La tormenta se desencadenó violentamente enpantanando el terreno. La cadena siguió girando y alcanzó a un segundo voyana en pleno rostro. A este pudo por fín quitarle la espada y rematarlo. Ahora podía luchar con algo de dignidad. El cuervo no era alguien que esperara sentado su destino. Prefería ir a buscar la muerte que esperarla..."a dos pasos la muerte, mi paso yo doy"... era su parte favorita de la canción. Pronto intentaron rodearlo pero la lluvia estaba de su lado y uno resbaló en el barro. Hacia allí fue con todo su ímpetu dejándole un buen tajo en el cuello mientras escapaba.
La tormenta había devuelto la oscuridad que necesitaba en ese amanecer que se habia vuelto noche por un rato. Ya se adivinaban los primeros arbustos tipicos de los llanos. Excelentes para ocultarse pero bastante obvios. Dejó su capa negra en uno y se ocultó a cierta distancia. Seguramente se separaran para buscarlo pero no irían sólos. Seguramente irían en parejas. Un número bastante justo ya que habiéndolos contado y habiendo matado a dos solo quedaban siete contando a su líder Benioth. Tuvo suerte una vez más, vinieron dos acercándose despacio. Uno, para su sorpresa era el guardián impaciente, que volvía al ruedo con un grueso vendaje tapándole un ojo y una mano que colgaba, sostenida  con el cinturón. El mote de fantasmas nunca había sido exagerado. El primero cayó sin siquiera verlo pero con el guardián impaciente la historia fue distinta. EL voyana tenía la espada en la siniestra cuando lo atacó, y aunque creyó tener la ventaja, este rechazó sus ataques con sorprendente facilidad.

─¿Sorprendido fantasma? no encontrarás ningún voyana que no sepa usar ambas manos para la batalla ─le dijo atacándolo con todas sus fuerzas. A Crow le costó evadirlo. El costado le dolía horrores y no lo dejaba respirar con normalidad. Si la lucha se extendía estaría en problemas. Solo le quedaba atacar por el lado del ojo malo y la mano herida. Cabía esperar que eso le diera alguna ventaja y solo allí pudo realmente herirlo. Optó por un amago a la cabeza y un golpe a la pierna que lo hizo trastabillar, pero era increíblemente resistente y seguía luchando con furia, ambos estaban agotados cuando se oyeron voces de los otros gritándole. Allí fue cuando Crow abandonó la pelea y corrió sabiendo que su rival no podría seguirle

─Adiós princesa.

Se cuidó de tomar su capa y escapar en la oscuridad mientras la lluvia cubría sus pasos. Al menos ahora era libre. Debería estar amaneciendo cuando la lluvía comenzó a menguar pero no había rastros de luz en el firmamento. El líder voyana encontró al guardián impaciente allí caido pero vivo, le señaló hacia donde había escapado el fantasma y luego se desmayó a causa de sus heridas. El prisionero corría de vuelta a las montañas, iba hacia el lugar del que trataban de escapar desde hace más de un día. Sería demasiada suerte no encontrar enemigos si volvían y ahora tenían un herido. Adonde miraba era negrura y viento lanzándole agua a la cara.

─Fantasmas de mierda...

Reunió a los suyos y deliberó acerca de lo que harían. Cara de Guerra no perdonaba esos errores pero nunca le había dicho que tipo de guerrero eran los fantasmas. Ahora sabía que eran de los que no se dejan llevar prisioneros. Deberían haberlo matado pese a las órdenes. Ahora lo sabía.Se levantó y señaló a las montañas.

─No tenemos opción, vamos a buscarlo.

Espinal y Raúl bajaban de las cumbres por terreno resbaladizo. Hacia rato que la lluvia los había hecho perderse y no estaban seguros de si estaban yendo a la aldea de Sharra. Escucharon algunos gritos en medio de la tormenta. Quizás era Hiperión y el resto impacientes por la espera. Decidieron guiarse por el sonido mientras llegaban a terreno llano. Los gritos no parecían amigables, eran signos de lucha, algo pasaba y se lo estaban perdiendo. Espinal se lanzó a la carrera con Raúl tratando de seguirle el paso. Si estaban sobre ellos sus hermanos no podían renunciar a la lucha, mucho menos él que juró no volver a faltar a una batalla. Y por los dioses que no había lluvia ni viento que le hiciera faltar a esa promesa. Pronto se toparon frente a frente con los voyanas, Raúl venía rezagado cuando vio que dos bárbaros se lanzaron encima de Espinal que terminó aprisionado en el suelo. Raúl se paralizó, todavía no lo habían visto. Sólo vio que el señor de la muerte se giró mientras forcejeaba y le lanzó una mirada. Pero no lo delató y siguió luchando solo. Raúl tuvo tiempo de retroceder y esconderse pensando en que hacer y por donde escapar. Avanzó gateando buscando alguna roca grande desde la cuál asomarse. Esos eran voyanas y él sería presa fácil si lo encontraban. Espinal había sido imprudente, era su culpa, él debía regresar y dar aviso. Cuando fueran suficientes irían por ellos. A Raúl esto le sonaba mejor que intentar luchar con esos demonios. Prefería que lo tilden de cobarde o peor, que lo expulsaran si querían pero no lo podían obligar a hacerse matar estúpidamente.
Llegó a un recodo del camino y vió luces a la distancia, no estaban lejos. Creyó ver el arco de la entrada a la aldea. Sharra les dijo que había uno con un cráneo de cabra allí, A la distancia parecía serlo, igualmente estaba perdido. Se acercó despacio. Sacó su espada por primera vez pero decidió esperar un poco. Tenía miedo de que Espinal apareciera. Debía contar una historia convincente. Una que lo dejara a salvo de sospechas si contaba algo distinto. Decidió esperar un rato más mientras terminaba de organizar la excusa y luego se acercó al caserío. En la plaza había personas reunidas. Reconoció una armadura roja. Sesintió primero aliviado y luego aterrado. Había abandonado a uno de los suyos. Sacó su cuchillo y se hizo algunas marcas en el rostro y los brazos. Algo de sangre para librarse de las sospechas. Seguramente Espinal estaba bien muerto y el respiraba. Ya habría más peleas en las cuales participar. Se acercó cojeando y pidió ayuda. En seguida se le acercaron. Parabel lo sostuvo de un lado y Raluk del otro. Lo llevaron con Hiperión que miraba al suelo pensativo. Parecía que no habían encontrado a Crow todavía, eso también era bueno. No había tiempo de hacer demasiadas averiguaciones. Lo ayudaron a sentarse y algunos se pusieron detrás de él para ver que tenía para contar.

─Nos asaltaron...voyanas...nos perdimos en las cumbres y no encontrabamos la senda de la aldea. Llovía mucho y estaba muy resbaladizo. Espinal escuchó algo, no se, no me dijo pero me ordenó que corrieramos, no sabía si estabamos escapando o que, solo lo seguí hasta que escuché un ruido de lucha y supe que nos habían caído encima. Después no lo vi más coraza roja, juro que no se que más pasó pero eran voyanas. Era su lengua la que oí en la oscuridad, como a tres horas de aquí...─mintió sumando tiempo suficiente como para que no salieran corriendo tras él.

─Ya veo, esos malditos ahora tienen a dos de los nuestros. Van hacia los llanos y todavía nos llevan demasiada ventaja. ─Contestó pensativo mientras se rascaba la barbilla. Tenemos que trazar una ruta...hay algo que no me queda claro...¿en serio creíste que Espinal estaba escapando de una pelea?

Raúl sintió que algo no andaba bien. Había olvidado el estúpido juramento de ese loco. Pero no importaba ya que era un cadáver tendido en la gramilla. Al menos eso sabía hasta ahora.


─Así que ahora ni siquiera guardo los juramentos que hago, que verguenza Espinal...¿como pudiste? podías haberme tratado de estúpido por lanzarme a la pelea sin pensar...te lo habría perdonado, pero ...¿tratarme de cobarde? eso no se ve bien. Podría estar muerto ahora mismo y esa sería la imagen que quedaría de mí...que en mi último momento decidí romper mi palabra y huir para ser asesinado vil y merecidamente.

Espinal estaba apoyado en el marco de una puerta. Se notaba que había llegado hace rato ya que le habían tratado unos cortes en el rostro. Tenía un ojo negro pero estaba peligrosamente entero. Raúl quiso pararse pero alguien lo retuvo de los hombros y lo obligó a permanecer sentado. 

─Quiero un combate contigo Raúl, uno para demostrar si merezco ser llamado cobarde ─dijo Espinal caminando hacia él.

Raúl de pronto se vio sólo y con una espada en la mano. Frente a él estaba su destino, también con acero afilado y presto. Raúl intentó un ataque pero no encontró a su oponente allí que robó el cuerpo hacia un lado y asestó un golpe en el costado con su puño. Ni siquiera le hizo falta la espada para ponerlo de rodillas. Raúl alzó una mano para intentar defenderse y balbuceó alguna palabra pero el tajo fue limpio y certero y su cabeza rodó un par de palmos hacia adelante. La tarea había terminado para él.

Crow por fín vio luz en el horizonte. Todavía la lluvia se empecinaba en molestar pero se veían en las montañas algunos claros donde la luz de la mañana se empezaba a mostrar. Ya había cubierto un largo trecho y asegurado de que no lo seguían. Podía decir que el viaje le había salido menos costoso de lo que pensaba. Esas travesías son de las que nadie cuenta el regreso. Porque no suele haberlo. Respiró lo mejor que pudo con el costado punzándole. Hasta se atrevió a mirar por un momento el paisaje. Siempre le habían gustado las montañas pero hoy, hoy era distinto, hoy la vista le sabía a vida y fue el mejor paisaje que sus ojos hubieran contemplado alguna vez. Y eso que a él le quedaba más cómoda la noche, esa eterna aliada que esta vez le había parecido demasiado larga, y demasiado corta. Por esta vez elegiría el día, aunque estuviera a la vista. Hoy valía la pena que lo vieran pensó mientras caminaba hacia un poblado que recordaba cerca de allí. La aldea de Sharra, ese rincón de casas entre  los llanos y a las montañas. Con suerte lo recibirían allí y podría intentar conseguir algún vendaje para su costado. Atrás quedó la larga noche de su escape donde sólo tuvo su abrigo, porque si tocaba pelear había que convocarla, la que siempre llega. La que ampara a los cuervos, negros como ella.


 
 







viernes, 19 de octubre de 2018

La última mazmorra (próximamente)



─Lo tenemos Aldrich.

El guerrero de armadura pesada se sacó con dificultad el yelmo. Se lo notaba extenuado. Por entre las juntas de su coraza asomaban salpicones de sangre seca, restos de carne y cabello. Testimonios de una batalla cruenta.

─¿Cuantos perdieron?

─¿Nosotros o él? quedamos un puñado, mi guardia, un par de arqueros. Demasiados por un hombre, demasiados...

Aldrich, el guardián de la mazmorra prefirió no seguir indagando. El capitán de los caballeros negros lucía bastante mal pero pronto olvidaría el cansancio. Lo llenarían de honores y lo llevarían en un carro ornamentado hasta el campamento de los generales. Habían dado caza a uno de los lugartenientes del innombrable. Uno especialmente odiado. El llamado Dedo Negro.

─¿Por qué no me permitieron matarlo Aldrich?

─¿Estás loco? ¿con todo lo que sabe? no capitán, lo pedí especialmente, yo puedo quebrarlo

─Claramente no estamos hablando del mismo hombre. Entiendo que te motive el desafío pero has cometido un error. Los generales han cometido un error. Uno de esos demasiado caros. ─dijo el capitán y volvió a calzarse el yelmo ─Vuelvo al campamento.

El capitán se retiró apurado sin siquiera tomar un poco de vino de la despensa, quería salir de allí antes que sucediera algo. Un caballero negro no podía tener miedo, menos de un cautivo, pero estos casos no eran comunes. Habían perseguido a la partida de Dedo Negro por meses. Siempre se les esfumaba. Y de pronto acampó con un puñado de hombres a campo abierto y esperó sentado allí a que ellos llegaran. Se había calzado su armadura de dragón cuando siempre se lo veía con su túnica y su capucha calada. Pero no había sido fácil. Cuando se levantó y sus hombres se prepararon se desató la matanza. Lo triplicaban en número pero bastó un rato de lucha para que el mago renegado emparejara la cuenta.
Finalmente Davan se quedó sólo. Hizo escapar al resto de los suyos y se quedó luchando hasta que pareció cansarse o simplemente le pareció suficiente tiempo para que los otros escaparan, quién sabe. Clavó la espada en el suelo y se entregó.  Aunque el primero de los caballeros que lo alcanzó intentó rematarlo y Dedo Negro pareció enojarse. Lo hizo arder dentro de su propia armadura con una mano y volvió a sentarse, no hizo mucho más. El capitán se acercó para aprenderlo dictándole los cargos por los que era perseguido. No dejó que nadie se acercara. Lo encadenó el mismo, mantuvo a todos alejados de él. Se lo subió a un caballo y se lo llevó directo a las mazmorras de Margón. Una de las pocas cosas que el imperio había preservado en aquella ciudad maldita.

Aldrich estaba emocionado. Tenía una larga trayectoria quebrando prisioneros. que torció la opinión de uno de los genrales, del que importaba. Tenía el permiso de Topor, aunque Palash hubiera intentado hasta último momento lograr que lo ejecuten. Las malas lenguas dicen que a Topor le interesaba solo la cabeza del innombrable. El resto era un problema con el que ahora lidiaba Turbarión. Ya habían estabilizado el frente del oeste. No mirarían atrás ni se preocuparían de lo que quedaba a sus espaldas. El verdadero enemigo estaba frente a ellos.   


domingo, 14 de octubre de 2018

Cosecha de caos



Crow alistó su caballo y partió rumbo al camino alto. Los observadores que reclutaron en la aldea habían dado aviso de movimientos en la curva del ciervo, ese recodo lejano donde se avistaban los primeros indicios de actividad enemiga. Algo venía y el Ojo gustaba de ver las cosas en persona para dar su opinión. Vallekano se ofreció a acompañarlo pero el cuervo estaba con prisas y no lo esperó.

─Alcánzame arriba, iré ganado tiempo...

La actividad en el campamento era frenética. Esperaban "el grande". Un ataque a gran escala desde hace días. Sabían que el general estuvo en el templo del Ocaso en dos ocasiones y que había enviado observadores por mucho tiempo. Ahora contaba con voyanas que se habían apostado en el camino alto por un par de jornadas. Todo parecía indicar que se tomaba su tiempo y tramaba algo. Los aldeanos no paraban de venir hasta el camino para dejar mensajes o esperar a alguno de los hermanos. Hablaban de hombres haciendo preguntas en tal taberna, bandoleros golpeando granjeros y amenazando para que los delaten. Hasta un mago verde que andaba por las cabañas ofreciendo curas a diversos males que no hacían más que enfermar peor a las personas. Había noticias por demás extrañas como un tigre que habían soltado cerca del mercado de Lurzt y que había obligado a huir a todos antes de que la guardia de palacio llegara. Davan había definido la situación con simpleza. Sembrar caos siempre da buena cosecha.
La situación de los hermanos había cambiado por completo. Sin Leo a cargo Crow había tomado algunas decisiones pero nada significativo. Sharra había sido terminante con la postulación de los demás.

─Los líderes hablan, yo no...

Los ojos de todos iban y venían, era sabido que la responsabilidad que acarreaba estar al frente era importante. El único que seguía dando órdenes a los suyos y actuando con aparente normalidad era Hiperion, más acostumbrado a esas lides.

─¿Quién le preguntará? ─dijo Brian especulando con la reacción de los demás

─Yo podría ser el líder aquí ─se postuló Alex pero nadie respondió ─puedo ser un gran líder...

Brian le puso la mano en el hombro y le hizo un gesto a su hermano de armas

─Nosotros no sabemos mucho de dar órdenes Alex...además...¿podrías sentarte en un promontorio a vernos pelear mientras consultas un mapa?

El gesto de Alex cambió por completo, no se imaginaba mirar una batalla sin desenvainar ni meterse en el fango de la lucha. Les pasaba a todos, no podían imaginar un escenario donde en una orden de ellos se jugara la vida de los demás. Que alguno cayera por una mala decisión era terrible de imaginar, en realidad nadie quería estar en ese rol.

─¿Haru? ¿tu no eras princesa de tu tribu? ─preguntó Vallekano

─¿Que crees que estoy haciendo aquí? es mi hermano el que toma las decisiones en casa. Yo solo tuve que hacerlo en un par de ocasiones y no es lo mío

─¿Parabel? tu luchas bien y nos pones de buen ánimo...

─Creo que justamente ese es mi papel aquí, y está bien así ─respondió el juglar dejando el tema zanjado.

Hiperion hablaba con Carlos y le indicaba donde quería poner trampas para evitar que flanquearan el camino real si decidían cruzar por alguno de los pasos exteriores. Hacía eso y miraba el mapa maldiciendo a Crow por salir con tanto apuro cuando él quería darle algunas directivas. Los hermanos habían aprendido a confiar en él, Leo confiaba en él y siempre le había encomendado los trabajos difíciles. Pero aún nadie se atrevía a decirlo en voz alta.

─Bueno, tomen una decisión de una vez y vengan a ayudarnos ─dijo Valkiria con signos de fatiga después de preparar varias monturas para salir de allí rumbo al bosque. Todos se pusieron de pie como para ir en busca de coraza roja pero al ponerse en camino se encontraron con él viniendo hacia ellos.

─Acepto, pero deberán obedecerme, esto no es un juego. ─les dijo Hiperion a la pasada mientras llevaba su montura al hombro.

─Pero todavía no te hemos dicho nada! ─retrucó Brian.

─Como si hiciera falta ─contestó entre risas ─ahora muevan el culo antes de que ese hijo de su perra madre venga a sitiarnos. Acamparemos en el bosque para resguardar este lugar.

Todos obedecieron y se pusieron en marcha mientras Hiperion le hablaba a Carlos y Wonder alertándolos sobre los senderos de montaña que podía usar el enemigo. Luego mandó a Garlick y a Daniel que fueran en busca de Crow, lo necesitaba allí más que nunca. Hacía mucho tiempo que buscaba recuperar a su maestro de mapas, ahora no había excusas.
El plan era casi el mismo de siempre. Llevarlos a un terreno donde les fuera difícil maniobrar. Donde no tuvieran un llano abierto o alturas de cobertura, allí por muchos que fueran serían emboscados en tandas. Desgastados hasta rendir la espada o perecer. No hay mucha defensa contra un enemigo que usa el terreno a su favor más que conocerlo, y en esa faceta la hermandad conocía hasta la última piedra.
Garlick tomó un sendero empinado hasta el mirador. Le gustaba demostrar que era el mejor trepando hasta las alturas donde se apostaban los observadores. Daniel bufaba y resoplaba por el esfuerzo pero no se quejaba. Sería el blanco de las burlas si demostraba cansancio. Ya estaban próximos a la saliente desde la que se dominaba parte del portezuelo y la entrada al camino alto cuando notaron huellas y rastros que no eran usuales. Como si un grupo numeroso hubiera pasado por ese lugar que solo utilizaban ellos. Mala señal. Luego vieron un rastro de sangre. Daniel le hizo señas de regresar y dar aviso pero su hermano tenía la vista fija en el sendero. Quería saber si todavía había chances de ayudar a los suyos ahí arriba. Garlick siguió subiendo con cautela y a su compañero no le quedó más remedio que acompañarlo. Escucharon voces en un acento extraño, forcejeos y algunos jadeos. Prepararon sus espadas para entrar en lucha, no había más remedio que aparecer en el claro y encontrarse frente a frente con lo que fuera que allí se había instalado. Garlick irrumpió primero y se quedó parado justo allí. Daniel estaba cerca y esperaba un nuevo movimiento de su compañero para entrar pero este permanecía inmóvil. Luego de un instante demasiado largo se acercó cauteloso para notar que su hermano estaba de pie gracias a la lanza que le había atravesado el pecho. Su cara mostraba sorpresa como última expresión. Daniel espió y vio a Crow arrodillado y maniatado que lo miraba fijo con ojos que avisaban, que decían algo que su boca amordazada no podía.
Daniel retrocedió y estuvo a punto de escapar pero tres hombres le cortaban la retirada. Lo habían rodeado. Pronto estuvo de rodillas junto a Crow que ahora tenía un gesto de resignación para el que no necesitaba hablar. Los enemigos charlaban en una lengua extraña que jamás había oído. Los señalaron a ambos y deliberaban. Era claro que no se habían podido poner de acuerdo cuando se acercaron a ellos. Uno intentó desenvainar su espada y otro se lo impidió posando su mano en la empuñadura de su compañero. Parecía que uno quería matarlos y el otro se lo impedía. Daniel miró con ojos de esperanza a Crow que lo miró fijo y negó con la cabeza, pero a él le parecía que quizás quisieran negociarlos. Después de todo eran de la hermandad fantasma y valían mucho.
Se acercó finalmente el que parecía no querer ejecutarlos. Había ganado la pulseada con el otro que abandonó el sendero y se perdió de vista. Finalmente se acercó a Daniel y le habló en lengua sureña aunque con un marcado acento.

─Estás de suerte muchacho. Mi compañero quería matarte sin más, pero yo necesito que des un mensaje.

Daniel asintió con ganas. No veía la hora de salir de allí e ir e busca de sus hermanos, sabía que intentarían seguirlo pero él también podía ser rápido y despistarlos. El hombre se puso detrás de él. Daniel extendió sus brazos para que el hombre cortara sus ligaduras, pero el hombre lo tomó por sus cabellos y tiró su cabeza violentamente hacia atrás.

─No se necesita que hables para dar un mensaje muchacho ─dijo con una sonrisa y lo degolló en un instante.

Daniel no había acabado de moverse todavía cuando su cabeza estaba ya en manos del hombre al que llamaban Benoth que también cortó la cabeza de Garlick y las clavó en lanzas que puso en el camino. Luego hizo una seña y cargaron a Crow en la grupa de un caballo.

─Hay planes para tí ─dijo simplemente el líder y partieron por el camino alto.

A los hermanos no les costó mucho dar con el mensaje. Allí junto al camino fueron desfilando uno a uno con Hiperion contemplando la escena desde un costado. Peinaron la ladera pero no había señas de Crow. No encontrarlo suponía cierto alivio. Pronto dieron con el rastro de los caballos marchándose y uno que extrañamente dejaba huellas más profundas que el resto. O era un guerrero muy obeso o había una montura con dos jinetes. O un jinete llevando a un prisionero. Todos sabían que los habían vigilado y que los conocían de batallas anteriores. El guerrero cuervo hacía rato que estaba identificado. Y ahora se lo habían llevado. Hiperion maldijo su suerte. Mala manera de comenzar a liderar le había deparado el destino.
La situación era compleja por donde se la mire. Si habían llegado al mirador del camino ya no odía saberse cuanto movimiento hubo mientras estuvieron allí. No había lugares seguros y sin embargo no habían atacado las cuevas donde tenían el campamento. Podía ser una buena señal entre tanta incertidumbre. Si para algo lo habían designado era para tomar decisiones y coraza roja pensaba tomarse el trabajo en serio.

─Hermanos, tenemos que afrontar esto lo mejor que podamos. Han invadido el valle. Y ahora quieren cazarnos. Están en el bosque, y seguramente en el camino alto. Además se han llevado a Crow y han matado a dos de los nuestros. No podemos ganar la batalla pero si podemos negarles la victoria. Vamos a movernos por el bosque tratando de que nos sigan hacia el río, quiero que piensen que vamos a Lurzt, que piensen que nos vamos a refugiar al castillo, pero primero hay que pelear o no morderan el cebo...

Era extraño para todos que se hablara en términos de perder y a la vez ganar. No estaban acostumbrados a las ambiguedades, tan afectas para un hombre como Hiperion. El pensaba en términos parciales, en posibilidades concretas. En sacar tajada. La vida de un soldado de la fortuna era simple. Sobrevive y cobra por tus servicios. El único que matizaba su sabida postura ante las adversidades era el cuervo, su estratega, y de alguna manera Turbarión lo sabía, por eso se lo había quitado. También logró sacar del medio a Leo porque pensaba de manera peligrosa para sus planes. Hiperión recordó la promesa que le hizo a su hermana y el consejo que ella le dio. Debía hacer las cosas de manera distinta o todo sucumbiría. Y no tenía a quién pedirle consejo sobre como ser otro tipo de líder.
La hermandad se movió ligero por el bosque evitando los pasos obvios que pudieran estar vigilados. Pronto se toparon con una partida de mercenarios que iba rumbo a una aldea cercana. Podían evitar el enfrentamiento y seguir hacia el río pero los hermanos no estaban dispuestos a abandonar a sus amigos así porque sí. Esa fue la primera prueba de liderazgo en la hermandad después de las pérdidas. Todos veían a la partida consultar un mapa y señalar en dirección a la villa cercana. Querían atacarlos en ese momento pero Hiperión quería ver si tenían órdenes o simplemente buscaban algo que dañar. Se puso cara a cara con Brían que lo trató de cobarde y ambos pusieron sus manos en las empuñaduras pero de alguna manera Parabel logró calmar los ánimos.

─Señores, se puede lograr ambos cometidos con un poco de astucia y paciencia, dividamos al enemigo. Y por sobre todo, consigamos ese mapa, para saber quién le provee información a los mercenarios.

Valkiria se sacó la coraza y se dejó simplemente la túnica y se dispuso a recoger hierbas cerca de allí. Su porte era llamativo y tenía buen aspecto. Sabía que no la ignorarían e irían tras ella.

─Vaya vaya ─dijo el líder de la partida apenas la vio. ─no solo crecen cardos en este miserable bosque. ¿Cómo te llamas bella flor?

Valkiria lo miró atemorizada y se quedó quieta en el lugar, justo en el claro, justo donde debía retenerlos.

─¿Por qué no contestas? ¿me tienes miedo? deberías temer a la guerra que está llegando, yo puedo cuidar de tí muy bien, al menos por un rato...

Una daga se clavó en su cuello apenas se acercó lo suficiente. Otra se incrustó en su pecho para terminar el asunto. Valkiria vio el último resto de vida abandonar al hombre y no olvidó darle su respuesta.

─Dicen mis hermanas que no...

El resto de la partida desenvainó pero ya era tarde. No hubo flecha ni cuchillo volador que errara su blanco, ni siquiera el mazo de Arlorg que voló para hundir el cráneo de un jinete que intentó escapar.
La amenaza era historia.

Pronto Hiperión tuvo el mapa en sus manos. Barbeta confirmó lo que todos temían. Era un mapa con el sello de la orden de la magia oscura, venido directamente desde el templo del ocaso. Esas fueron las visitas del general. Buscaba información. Y el mapa que le entregaron era suficientemente completo como para que supieran de la ubicación de todas las aldeas y de los lugares donde se creía que la hermandad acampaba. Las cuevas de las montañas no estaban marcadas pero si el camino real, justo donde se hicieron las emboscadas anteriores. Todo estaba marcado, lo que sabían los magos, lo que sabía el enemigo, lo que habían rastreado los voyanas. Sabían demasiado pero a Hiperión no le preocupó demasiado. Ahora sabía lo que ellos sabían y podía jugar con eso.

La meta era el río, llegar en cercanías del puente y luego volver por el agua a internarse en el bosque, dejando suficientes rastros como para que las partidas fueran tras la ciudad real. La cuestión era por donde ir, que camino tomar.

─Tenemos dos opciones Hiperión, o tomar la curva amplia del camino real tratando de esquivar el grueso de los enemigos o cortar por el bosque y prepararnos para lo que haya en el.

─Lo se Juglar, esa es mi duda, en el camino somos presa fácil y en el bosque hombres muertos, no paro de pensar en por qué acepté este trabajo.

─Quizás porque estabas aburrido ─deslizó el juglar con gracia.

Coraza roja levantó un brazo e hizo un gesto con la mano apuntando hacia el bosque. Había elegido el camino corto y riesgoso. La batalla estaba perdida desde un principio pero se podía caer derrotado con estilo. De alguna manera llegarían al río. Pronto llegaron los avisos de los demás miradores. Pese a que fueron tras la mayoría de ellos, otros hermanos tuvieron más suerte y escaparon sigilosamente del cerco de los voyanas.

─Muchos mercenarios. Los dirigen voyanas, conté al menos 50 lanzas. La mayoría con varias caras en sus casacas. Arlorg dice que son los cuchillos azules. Dominan buena parte de los llanos meridios y están enemistados con el innombrable así que pelean lejos de Margón, por eso están aquí.

El parte de Haru era bastante completo. Demasiados para enfrentar, demasiados para huir. Habían venido a cazarlos uno a uno. Lo único contra lo que no podría el enemigo sería las murallas de un castillo. Había que jugar con eso. Hacerles creer eso.

─Ellos van a caballo y son imbatibles con sus arcos cortos. Cabalgar por el bosque es darles lo que necesitan para acabar con nosotros. Pero si vamos a pie seremos blanco fácil. ─Comenzó a decir Hiperión.

─Hay otras maneras ─interrumpió Davan, que casi nunca hablaba en los encuentros.

─Te escucho ─contestó coraza roja, interesado en sus ideas.

─Puede que no sea el indicado en hablar de lealtades. Mi relación con ustedes ha sido difícil a veces, pero me atrevo a hacerles un pedido. Si hoy caemos, caera todo el valle...y quizás el sur. No pueden eliminar esta hermandad. No ahora, nunca...¿lo entienden? nunca!

Davan estaba exaltado como nunca se había mostrado. En parte se entendía que su plan se caía a pedazos si perdían ese día. No habría mañana. Lurzt rendiría la espada que nunca había desenvainado con facilidad. A menos que le llevaran la guerra hasta sus puertas. Esa era la idea de Hiperión. Dirigir a los voyanas contra la ciudad real. Pero había un largo camino y mil cosas que se podían torcer. Davan le hizo una seña a Javensen para que se acercara. Era hora de usar algunos trucos aprendidos en las mazmorras del oeste. El único lugar donde alguien podía aprender la piromancia.
Carlos podía aportar materiales para su plan pero los que quedaran atrás dificilmente se salvarían. Podían crear distracciones para la mayoría y sin embargo perder a más hermanos.

─Si alguno debe caer para que otros vivan así será ─afirmó con fuerza el anciano misterioso. El mago renegado que nunca había querido liderar pero ocupaba en parte el alma del liderazgo, aliviando la carga de Hiperión.

Pronto estaban desplegados en el bosque al acecho de las partidas a caballo que iban y venían buscándolos. Dedo Negro le pidió a Carlos que acumulara pequeños montículos de salitre y sulfuro por el camino. Les agregó un polvo oscuro que nadie reconoció. También pidió leña húmeda para comenzar la distracción. Los arqueron subieron a los árboles por pedido del mago ya que sería difícil luchar en tierra. Luego dividió a los hermanos en columnas para el avance. Los que correrían por el bosque debían evitar en lo posible entrar en combate. Cosa que pocos estaban dispuestos a cumplir.

─Donde aprendiste todo esto anciano ─preguntó Hiperión. Extrañado de su pericia en ese campo.

─Los voyanas han sufrido pocas derrotas categóricas. Me tocó combatirlos en los llanos meridios. Puedo jactarme de que esa vez pocos escaparon. Ellos reconocerán mis tácticas. Las aprendí de un fiero guerrero. Uno que ya es leyenda...

─Sólo conozco a uno que los ha derrotado con claridad, el rey sin nombre...

Davan sonrió como toda respuesta y se encaminó hacía la leña mojada.

─Cuando esto empiece muevanse rápido y en silencio. Tendremos poco tiempo. Arqueros, deben atacar por las sendas que los montículos les marcaran, ningún hermano irá por allí así que no escatimen flechas aunque no logren ver demasiado, cuando vacíen su carcaj deberán abandonar sus posiciones y seguir al resto.

Todos asintieron concientes de lo importante que sería hacer blanco. Valkiria había preparado sus flechas especiales, traspasaban cualquier armadura y eran casi imposibles de remover una vez que perforaban. Vallekano había puesto más flechas de la cuenta, podría fallar aquella tarde pero lo compensaría con un mayor número de ataques. Raluk y Wonder prepararon sus cuchillos voladores. Podían lanzarlos mientras se movían con absoluta facilidad. El resto usó espadas cortas. Había demasiadas cosas que quedaron en las cuevas del campamento en la montaña. Escapaban con lo puesto, y esperaban que alcance.

─Hiperión...me quedó atrás, juré nunca escapar de una batalla otra vez hace mucho. Todavía no puedo negar ese voto

─Quedate conmigo entonces Espinal. Habrá trabajo por demás en la retaguardia.

Davan hizo una seña y miró a cada uno para asegurarse que estaban listos. Los ojos de todos brillaban exultantes. Estaban más listos para entrar en batalla que para escapar, no estaba en la naturaleza de ninguno huir en esos momentos. Hace rato que se habían olvidado del miedo. EL anciano se levantó y fue hacia un extremo del bosque mientras sus manos empezaban a iluminarse un en destello rojizo. Javensen iba detrás de él encendiendo también las suyas. Pronto la leña comenzó a humear y un par de gritos se oyeron en el bosque. Alguien había visto el humo. La primer partida cabalgó hacia Davan a toda velocidad con las espadas en alto. Eran mercenarios pero servían para ir entrando en calor. Carlos se había unido con su arco a Valkiria y Vallekano. Sus flechas también eran especiales y ardían con facilidad.
La densa humareda de la leña mojada empezó a cubrir el bosque. Pero aunque era una buena cubierta no era todo lo que el mago tenía para ofrecer. Apenas tuvo a mano a los jinetes lanzó calor desde sus manos hacia los montículos preparados. Carlos esperaba verlos arder en una explosión fulgurante pero la realidad fue que sólo hicieron un poco más de humo. Decepcionado cargó su arco y tensó derribando al primero de ellos. Algo es algo pensó para sí.
Davan siguió encendiendo los montículos que humeaban tranquilamente entre la cubierta de bruma que seguía aportando la madera mojada. Pronto no se vio nada por debajo de los arqueros que adivinaban donde apuntar por las sombras que se movían en la humareda.
Los voyanas no tardaron en llegar. Desconfiaban de la bruma y mandaron a los mercenarios primero. Se escuchaban gritos ahogados y algún caballo que volvía enardecido pero sin jinete. No les gustaban los trucos, les parecían indignos de un campo de batalla aunque ellos fueran de los guerreros más desleales que existían. Quizás les molestaba que les quitaran la iniciativa. 
Las partidas de mercenarios fueron una tras otra limpiadas del campo con asombrosa facilidad. Sus monturas, quizás confundidas por el humo se negaban a obedecerlos y se quedaban allí inmóviles dejándolos indefensos. Los hermanos vaciaron sus carcajs de flechas y sus dedos se ampollaron de tanto tensar sus arcos.

─Guardemos algunas para los hombres con camisa de piel ─dijo Valkiria satisfecha de no haber fallado ningún ataque. Vallekano tuvo suficientes aciertos como para recordar su epoca en que una flecha suya equivalía a un dragón. Carlos fue el que más midió sus ataques tratando siempre de divisar primero al lider de la partida. Había que matar al que daba las órdenes. Eso facilitaba siempre el trabajo.

Pronto aparecieron los voyanas con sus lanzas y comenzó la verdadera batalla. Esquivaban las flechas como si tuvieran un sentido oculto que les permitiera saber de donde venían los ataques. LOs caballos también se quedaban estáticos y a los hermanos no les quedó más remedio que acabar con ellos para dejarlos a pie. Pero eso igualaba las cosas. Cuando estaban en tierra eran practicamente invisibles. Valkiria desenvainó y bajó al suelo. Vio que Hiperión y Espinal se adentraban en el humo y fue hacia ellos. Pronto se toparon con los primeros y se dieron cuenta de que no sería una batalla justa. Vallekano vio que el grueso de los hermanos se mantenía a raya del humo y desaparecía por la espesura. La hermandad tenía esperanzas de salvarse si llegaban al río. Carlos preparó flechas incendiarias y las lanzó donde divisaba un voyana. Eso fue todo un alivio ya que exponía a los que se escondían para atacar. Sin embargo era muy difícil. Parecían no sentir los golpes y las heridas no los detenían. Parecían tener más de una vida.
Davan apareció de golpe en un claro golpeando a uno en la cabeza y poniendole una mano en la frente lo mató con el calor de la piromancia. Otra ya estaba sobre él cuando un cuchillo volador se le clavó en la garganta, pero igual atacó tres veces antes de caer.

─Gracias Raluk ─dijo Davan sabiendo que ella estaba allí, aunque no pudiera verla.

Javensen la llevaba un poco peor. Cada vez que usaba la piromancia se tambaleaba y debía usar la espada hasta recuperarse. Sus antebrazos despedían vapor y dolían como si los hubiera puesto a hervir en un caldero.

Un voyana saltó desde un árbol y atacó a Hiperión que reaccionó sin pensar y puso su antebrazo cubierto con muñequeras de metal bloqueando el acero antes de que se incruste en su pecho. Atravesó al voyana por el costado de su coraza que parecía querer seguir la lucha aunque estuviera herido de muerte. Lo abrazó a la espera de que otro de los suyos llegara y lograra finalmente vencerlo así que le dio un cabezazo y se desembarazó de él lo más rápido que pudo pero era tarde. Otros dos llegaron para abalanzarse sobre él. Una sombra saltó y derribó a uno de ellos mientras lo atacaba con su puñal. Espinal había leído el momento y había emparejado los números dándole a Hiperión el margen para acabar con el otro.
Pronto estaban espalda con espalda y se vieron las caras. De a poco los habían ido rodeando y cercando a base de ataques certeros. Era un pequeño círculo de voluntades, rodeados por numerosos enemigos. Raluk tenía sangre que le brotaba del hombro pero su mirada mantenía la frialdad de siempre, Wonder era una tapiz de heridas pero sostenía su espada a la espera de otro ataque, sostenida en la espalda de Valkiria que aunque estaba herida en la pierna no daba muestras de dolor. Davan despojado de su habitual túnica y capucha mostraba una extraña pechera de cuero endurecido grabada con runas antiguas. Sus cabellos largos y canos flotaban con la brisa mientras su espada se hundía en un voyana. Su mano terminaba la faena lanzando calor contra su rostro con ojos enrojecidos y cegados. No era en realidad un anciano cuando estaba sin su túnica sino un recio guerrero que ahora se erguía desafiante. Los cabellos canos podían confundir pero de alguna manera cuando se quitaba el disfraz mostraba su verdadero porte, y era intimidante.
Espinal estaba doblado sobre su costado. una herida le había hecho perder mucha sangre pero seguía insultando y desafiando al enemigo. Hiperión todavía mantenía las esperanzas de durar un poco más para dar tiempo a escapar a los demás. Pero les quedaban momentos simplemente. Estaba vencidos.
Un jinete se adelantó. Extrañamente estaba montado. Su caballo tenía algún tipo de cobertura en su hocico y parecía no responder al humo. Alzó su mano y los ataques se detuvieron al instante. Parecía alguien de rango ya que nadie desafió la orden.

─Dedo Negro, por fín volvemos a vernos. Te dije una vez que sería cuestión de tiempo.

─La última vez no te fue muy bien Cara de Guerra. Estás lejos de los llanos, quizás alguien te ha echado finalmente de allí ─contestó Davan, desafiante.

─La guerra es larga mago, hoy estamos aquí y mañana en los salones de algún rey. Hay que durar lo suficiente para verlo. Ese es mi secreto.

El líder voyana tenía varias caras en su chaqueta. Que parecía más que nada una capa de piel humana. Un tapiz de muerte con rostros que ya habían caido por su mano. Le señaló un espacio vacio en el hombro derecho.

─Aquí vas tú Dedo Negro, cerca de mi oido, para darme consejos . Guardé lugar para tí ─sonrió Cara de Guerra que disfrutaba su momento de venganza.

─No pierdas tiempo, te diré mi consejo ahora...muérete ─contestó el mago escupiendo frente a él.

Cara de Guerra alzó su mano para poner final a los hermanos. Una flecha silbó desafiante pero el se protegió con el antebrazo desviándola, sin embargo, las flechas de Carlos siempre traían sorpresa y esta explotó en el suelo lanzando un fogonazo que hizo corcovear al caballo del líder voyana. Fragmentos de grasa y salitre salieron encendidos en todas direcciones incendiando la capa de piel humana de Cara de Guerra que tuvo que quitársela y arrojarla a un lado maldiciendo en idioma desconocido.
Los hermanos aprovecharon la confusión y salieron disparados en todas direcciones buscando el abrigo del humo atropellando a los voyanas que estaban preocupados por la suerte de su líder. Se vieron sorprendidos y superados. Pero adonde iban había más voyanas y no tenían escapatoria. Se agruparon y esperaron que vinieran por ellos mientras tratabn sus heridas como podían.
Ruidos de galope sonaron desde lo profundo del bosque. Si eran caballeros negros tenían el paso bloqueado por ambos frentes pero pronto las voces voyanas desaparecieron entre gritos y órdenes. Algo más pasaba. Los voyanas en vez de ir por ellos se alejaban vociferando al galope. Pronto hubo silencio y más silencio. Davan llamó a Carlos que contestó desde un árbol. Estaba más lejos de lo que pensaba.

─¿Puedes ver algo? ¿hacia donde se dirigen?

─Van hacia los pasos de Nuria, por el río, en dirección a los llanos, no se muy bien que pasa pero parece que escapan mago. Vinieron jinetes desde el río...Lurzt Davan, creo que Lurzt vino por fín a la cita.

Davan sonrió. Finalmente sus esfuerzos estaban dando frutos. Entonces estaba hecho, habían logrado reclutar hombres de la guardia real. Lurzt todavía tenía algo de honor entre sus filas.
Pronto los jinetes llegaron y con ellos los hermanos que venían intentando saber que esperar de aquella situación. Los hermanos se fundieron en abrazos sentidos. Haru se abrazó a Valkiria y Wonder que apenas podían estar en pie. Barbeta se acercó respetuosamente a Dedo Negro y le brindó un poco de hidromiel para que olvidara su cansancio. Baraqz se acercó a su hermano que se hallaba agotado pero ileso. Sharra se acecó a javensen que estaba de rodillas sin aliento después de usar su piromancia como nunca lo había intentado.

─Nada mal traidor, nada mal ─dijo y le dedico un gesto que el iscario entendió como respeto.

El líder de la guardia de Lurzt desmontó y se acercó a Davan presentando sus respetos.

─No imaginé a nadie resistir a tantos voyanas, tenían suficientes mercenarios como para acabar con todos ustedes y quizás con nosotros. Mi nombre es José, capitán de la guardia real y vine en su apoyo, claro que en desobediencia directa a mi señor, el príncipe por lo que me esperan las mazmorras caundo regrese, pero el precio es pequeño si pudimos mantener el valle.

─Gracias capitán, esperaba que finalmente su príncipe recapacitara pero veo que al menos aún queda valor entre sus filas ─contestó Davan que volvió a ponerse su túnica y capucha mientras recogía los restos de la capa de piel.

Cara de Guerra había dejado atrás todo su honor y sus logros. No estaría contento esa noche. Había perdido una batalla ganada. Eso era imperdonable. Quién sabe si seguiría al mando de los cuchillos azules. Quizás hasta perdiera su cabeza si le juzgaba su tribu.
Uno de los guardias reales se acercó a Espinal que era atendido por Jenny ya que su herida era profunda. Sin sacarse el yelmo le hizo una venia y sacó algo envuelto en un trozo de paño para entregárselo. El señor de la muerte descubrió su contenido. La daga ornamentada de Kurz brilló ante el resplandor de los últimos rayos de la tarde. Espinal alzó la vista pero el guardia ya se había ido, aunque algo en él le resultó familiar. Al caer la tarde la partida del castillo regresó aunque José se quedó un rato más con ellos y los ayudó a regresar al campamento de las cuevas. Tampoc había sido un paseo la escapada hasta el río. Una fila de voyanas guardaba el sendero al río y hubo una cruenta batalla donde Sharra, Alex y Brian brillaron rompiendo la línea enemiga y permitiendo que el resto escapara. La noche caía cuando los primeros fuegos se encendieron. Increiblemente seguían vivos.
y beberían hasta olvidar que casi habían muerto.
El general Turbarión había hecho todo por quebrarlos. Había puesto a su servicio a los mejores guerreros de las antiguas tribus. Y sin embargo no pudo quebrar lo que había doblado al extremo.
Hiperión miraba la hoguera mientras tomaba un sorbo de vino y reflexionaba. Parabel, aún con marcas en el rostro de la batalla del río se acercó al nuevo líder para hacer la pregunta que todos tenían en la punta de la lengua.

─¿Cuando iremos a buscarlo?...

─Al amanecer iremos por mi estratega, no bebas demasiado juglar.

El balcón de piedra donde Davan meditaba todavía recibía algo de claridad cuando el mago llegó allí a descansar. Barbeta preparaba la cena para él y su maestro cuando una figura emergió de la grieta de la entrada. El guardia real hizo una reverencia y se sentó con ellos. Kurz se quitó el casco y suspiró aliviado. Era increiblemente molesto para luchar pero debía mantenerse en el papel por ahora.

─Has reclutado bien, pronto tendremos de nuestro lado a toda la guardia y el príncipe no tendrá más remedio que negociar conmigo.

─Eso espero mago, No tengo disciplina para la vida del soldado. Necesito algo de vino...

Bebió un largo sorbo y suspiró nuevamente. Barbeta le ofreció algo de cordero ahumado que el caballero florido devoró con prisa. Debía volver con José que no bebía estando de guardia, así que pronto partirían al castillo. Acaso lo más mortificante que podía imaginar como destino pero necesario ya que sin el apoyo de la guardia estaban más que comprometidos por la presión de Turbarión. Davan había tardado en convencerlo. Kurz tenía experiencia en la vida palaciega e indudable encanto tanto para influir en los hombres como para seducir mujeres. Era el mejor prospecto para ganar influencia en el castillo.

─Es suficiente Kurz, vuelve con el capitán, no quiero que desconfíe.

El guerrero florido hizo un gesto de fastidio y se retiró masticando aún un poco de cordero. Davan se sentó nuevamente y miró a Barbeta que terminaba de cortar las lonjas de cordero.
Kurz pronto estuvo con su yelmo y su coraza reluciente haciendo guardia en la entrada de la cueva, esperando por su capitán, el único que sabía que no era un nuevo recluta enviado desde la puerta de los dioses. Espinal se acercó a él y le ofreció vino pero estaba de guardia así que negó con la cabeza. Sin embargo el señor de la muerte sabía lo suficiente como para no necesitar decir mucho. Sonrió socarronamente mientras tomaba otro sorbo de vino y se alejó unos pasos...

─Lo hiciste bien hoy Kurz, te la has ganado ─dijo y le lanzó su daga. Luego se fue a festejar por estar vivos, ya habría tiempo de apostar por ella nuevamente.

  


















 
  

 














martes, 9 de octubre de 2018

Martillos y centella




Decíres del escriba verso primero, acerca de las condiciones que dieron sustento a la unificación de los reinos…

Uno de los hechos que desencadenará la unificación de las Islas de Piedra y el Continente de Mediamar en un formidable imperio, y responsable directo de la ascensión de Primo Cordas como supremo emperador, fue la matanza del banquete. 
Este hecho que marca la caída de los principales clanes de Islas de Piedra y un nuevo comienzo en la balanza de poder entre ambas naciones. En un hecho que cada facción leyó de manera distinta, algunos como traición y otros como justicia, el mismo pueblo del continente se rebeló aún contra sus propios líderes para resistir lo que consideró una invasión. Si bien los saqueos eran una constante, jamás involucraban a las casas mayores, demasiado alejadas de las prácticas antiguas desde que comerciaban con los puertos vecinos a Vincar. Sin motivo aparente, los isleños se lanzan con una colosal flota en una invasión en lo que pretendió ser un encuentro entre señores y vasallos. Madena, lejos de someterse como pretendía su regente, Verecún, le inflinge a las islas de piedra la mayor derrota de su historia sin necesidad de desenvainar. Fue durante el banquete que la regencia ofreció a los invasores donde se acabó con una de las familias más influyentes que ostentaron el título de “espada mayor”. Los señores de Rocanegra. Fue un hecho que el continente consideró una victoria y las Islas condenaron como un ultraje, cómo el desconocimiento de la tradición de hospitalidad.  Los Rocanegra con su líder Iccarius al frente, desembarcaron una noche cerrada, de la novena luna, en plena estación de las lluvias. Tocaron tierra a la hora del búho en el puerto de Madena. Aunque minimizaron la confrontación en puertas de la bahía con el capitán Galil, se consideraron “invitados” al permitírseles desembarcar. El regente de la ciudad blanca ya tenía en su poder el edicto que los aceptaba como huéspedes, y preparado el banquete, según comentaban los sirvientes, aunque nunca hubieran sido invitados. Y echando por tierra la versión temprana de que Verecún fue sorprendido por el invasor y se vio obligado a negociar una salida diplomática que evitara el saqueo. Los detractores del regente dijeron que quiso volverse un señor de piedra, ajustándose a las costumbres del invasor. Que quería hacer de Madena parte de las islas, acabando para siempre con la enemistad, renunciando a su propia libertad en el proceso. Dándole a las islas el mayor puerto del continente, el más preciado botín que podían pretender los isleños. Pero Verecún tenía muchos enemigos. Rivales con voz y respeto en el consejo de regencia. Entre todos ellos se destacaba uno y el regente de Madena ya tenía planes para él. Existía una vieja costumbre isleña, el combate singular, donde un representante de cada bando se batía a duelo para definir el resultado de una batalla. Se le conferiría al infortunado contendiente el título de espada mayor del continente y su defensor, aunque los señores del grano, no solían tener pericia en batalla. Eran sembradores a los que se pretendía poner en pie de igualdad con los invasores. Sólo había un señor al que Verecún no podría comprar. El Dominus Doral Torvic de la casa del Grano Dorado. Uno de los pocos guerreros que había prevalecido alguna vez contra los señores de las islas sería el elegido en esta batalla simbólica. Aunque era un gran general y experto estratega, Doral Torvic ya estaba entrado en años y no sería rival en el combate contra un guerrero maduro pero habituado al combate. La elección de la regencia, pretendía aniquilar el seguro foco de resistencia que podía significar Grano Dorado. Uno de los pocos señoríos que poseía un ejército consolidado y vasallos lo suficientemente fieles como para seguir a su señor a la guerra.
La tradición de la espada mayor, era la más venerada que poseyeran las islas. Era costumbre de las islas designar una espada mayor, aquel guerrero más distinguido, el mejor de su casa, que tomaba la atribución de comandar en la batalla y convocar las velas negras, es decir, armar una numerosa flota para invadir y saquear un territorio. Conseguir que fuera exitosa aseguraba que no hubiera próximo espada mayor, el título se heredaba al mejor de su casa y este continuaba en el cargo hasta que sobreviniera la derrota. Tres generaciones llevaban los señores de Rocanegra al frente de los isleños gracias a sus numerosas victorias. Con el tiempo se empezó a sospechar que no era el favor de la Madre Forja sino los arreglos que acostumbraban hacer los señores de esta casa, los responsables de la seguidilla de éxitos que cimentaron su fama como espadas mayores. El general Iccarius de Rocanegra no fue la excepción esa vez cuando llevó a sus dromones directo desde Tres Escudos hasta la Bahía de Marfil sin desviarse o acecharla, tan confiadamente navegó, que sus hombres se miraron incrédulos. Y en un invierno muy húmedo y lluvioso, en una noche sin luna, fría y ventosa, las velas negras llegaron a la Bahía del Marfil. Fueron casi 500 dromones, navíos livianos atiborrados de remeros y guerreros ansiosos, que trajeron a lo más selecto de las Islas a las puertas de Madena. El regente de Madena, Verecún, señor del túmulo, se negó a la confrontación y les franqueó el paso desoyendo todo consejo. La sospechosa irrupción de semejante cantidad de navíos en la bahía hizo creer a los nobles madenienses que Verecún estaba al tanto de la llegada de los isleños. La bahía de Madena siempre había contado con una poderosa defensa y contaba con navíos de guerra como para enfrentar a los invasores, pero sospechosamente estaban en campaña combatiendo a los piratas en el extremo oriental frente a las costas de Ur-Kamoi, en plena época de tormentas. Y el Ojo del Eterno, la colosal torre de defensa que podía echar fuego sobre sus enemigos en el extremo este de la bahía se hallaba con sus guardias borrachos esa noche, merced a la contribución de un desconocido. Allí se almacenaba aliento del eterno, un compuesto a base de manteca de cerdo, cal, salitre  y otras cosas que la mayoría desconocía. Los guerreros sombra habían provisto a Madena de una generosa cantidad, aunque  nunca dieron su receta. Las torres menores y la opuesta, llamada la del Silbido, amanecieron con sus guardias muertos al alba, en un acto de guerra que todos prefirieron ignorar. Esa noche 500 barcos de guerra habían puesto proa hacia la bahía de marfil. Esa noche solo dos navíos salieron a enfrentarlos.

–Capitán…ya hemos alistado los navíos, los hombres se niegan a quedar en tierra.

En el mascarón de proa del navío insignia, un hombre de piel tostada y cabellos canos miraba atentamente la negrura de una noche de viento y llovizna. La bahía no mostraba un solo destello que rompiera el velo. Ni siquiera contaba con un relámpago que le arrojara una pista, pero seguía con la vista fija. Los viejos marineros sabían que nada se podía ver en semejante noche, como también sabían que en realidad, el hombre no buscaba ver sino oir.
El capitán era a simple vista, un hombre de mar. No era por sus numerosas marcas y tatuajes. Era su porte. Su piel quemada por el sol y la sal, como atestiguaba el viejo refrán. Sus hombros fornidos delataban años de tomar los remos, un remero que escapa a la suerte de su navío queda marcado por él. Todos sospechaban que alguna vez había sido esclavo. Nadie se hubiera atrevido a preguntarlo. Poco se sabía de su pasado, pero una vez llegado a Madena en su juventud, no tardó en demostrar que era más pez que hombre. Y cuando se hizo una leva para la flota, su figura apareció desde las profundidades del mercado del puerto para ponerse a las órdenes de los primeros dromones de guerra de la ciudad blanca. Su nombre no era uno que pudiera confundirse en las llanuras, era nombre que tenía ascendencia en la ciudad pirata de Ur Kamoi, en el extremo oriental.
Su pericia como navegante y la influencia que ejercía sobre los otros hombres de mar, le granjearon un ascenso casi indiscutido. Lejos de las rencillas propias del ego, los demás capitanes vieron en él un líder, y lo siguieron hasta el último momento.
Gibal Galil fue durante la gran invasión el capitán del puerto. Reunió suficientes hombres como para alistar dos embarcaciones, un dromón de guerra y una barcaza de abordaje, eligiendo el mando de “Muerte sombra” por su amplia bodega. Era un navío magnífico. Aunque urgía dar respuesta a la flota que se lanzaba contra la bahía de marfil mandó al resto de los hombres a sumarse a la defensa de la ciudad. Los capitanes de los demás dromones protestaron, estaban listos para pelear, de hecho alzaron la voz reclamando pero el capitán no pensaba sacrificar hombres que posiblemente fueran decisivos en la defensa. Algo andaba muy mal cuando, tardíamente, llegaron los primeros reportes de avistamientos. Barcos isleños con velas negras, navíos de la muerte. Habían salido de los tres escudos, los puertos de guerra de Islas de Piedra. Había fallado toda la red que se extendía y vigilaba los movimientos de los isleños. En esos puestos había nombrado a sus hombres más fieles y dedicados, si los mensajes llegaban tarde, esos hombres seguramente habían perecido. Y sabía que para que tal cosa fuera posible, alguien con suficiente poder, había amañado las cosas. Conocía hombres viles, dispuestos a entregar Madena, pero todavía confiaba en que también hubiera hombres dispuestos a defenderla. Así que Gibal puso proa hacia los invasores, buscando con su gema de aumento en la negrura de la noche, aún no sabía que daño podría causar ni el tamaño de la amenaza. Solo sabía que si se plantaba resistencia Madena no dudaría en resistir. 
Se dedicó a buscar el dromón más ornamentado, el que tuviera el mascarón distintivo de los grandes señores. Podía ser un lobo blanco con sus fauces amenazantes de la casa Roca del Lobo, tres escudos con una espada atravesada de los Rocafuerte o una dama con un martillo en la mano, de los infames Fraguapiedra. Cuanto más grande y distintivo fuera el dromón, mayor sería el ilustre marino que lo comandara. Solo sabía que uno de esos grandes señores de la guerra dormiría con él en el fondo de la bahía esa noche.
El honor recayó sobre dos martillos cruzados y una centella en el centro. Recordó ese emblema. No era una casa distinguida la que llevaba ese estandarte, pero si una de las más conocidas. Sabía la triste fama que le precedía, como los carniceros vasallos de la casa Fraguapiedra. Había tenido el dudoso honor de enfrentarlos, por eso le pareció familiar. Fue en los años de su juventud cuando sangró en la batalla del Ruhm, defendiendo al Dominus de Campoverde, una ocupación ideal para un muchacho huérfano con pocas luces, escapado de un barco pesquero kamoiense, que se había lanzado a la búsqueda de aventuras. Fue así que vagando por los señoríos de las planicies, terminó encontrando más hambre que acción. Su destino, como el de muchos vagabundos, fue el de acabar comiendo en los campamentos de leva que los señores montaban cuando la invasión llegaba. Una vez que llenaba la tripa con una comida decente, inmediatamente se encontraban enlistados para la milicia. La mayoría pretendía desertar pero el día previo a la batalla simplemente se los apresaba a la espera de la matanza. Aunque se les siguiera llamando batallas. Era lo único que sabían hacer los señores del continente en la víspera de la batalla, alistando por un jornal a quien quisiera pelear por ellos. Tenían la esperanza que reunir un gran número de infantería, como si esto fuera a desalentar a los curtidos guerreros isleños.
La derrota, como siempre, resultó inevitable. Aquella ocasión, y una vez consumada la matanza, los isleños pasaron revista entre los prisioneros. Los formaron cerca de donde la noche anterior habían sido encerrados. A los heridos los pasaron sin más a cuchillo, no había contemplaciones. El muchacho se irguió cual largo era y no tardó en verse sobrepasando a los demás jóvenes reclutas. Su porte era distinto, la vida en el mar había curtido su piel y templado sus músculos. Aunque no quisiera, en la línea su figura se destacaba. Un señor de la guerra pasaba buscando buenos esclavos para su terruño y viéndolo entre las filas de fallidos guerreros y mercenarios, se acercó a él. Sus tatuajes, en honor al mar, característicos de Ur-Kamoi lo delataron. El señor de la guerra, vestido con una reluciente coraza y su distintivo, dos martillos y una centella decorándola, puso sus negros ojos en él. No lo enfrentó, solo bajó la mirada y se deleitó en el ornamento de su coraza. Recordó cuanto brillaban en relieve, y la distinción que brindaban al portador. Era un hombretón de larga cabellera negra y unos ojos negros profundos como pozos, Se inclinó a él ­con una sonrisa despectiva y dijo algo en lengua del mar, para sorpresa de Gibal…

–Demasiado lejos del agua…

No hubo demasiado que recordar después. Lo siguiente fueron años remando encadenado en el vientre de un dromón, esperando el momento de su muerte. Solo los fuertes lograrían sobrevivir las extenuantes jornadas, Aunque hubo veces en que hasta los fuertes se dejaron ir para escapar a través de la muerte a ese tormento. Uno tras otro los vio dejar sus lugares vacantes. Malik el trasgo, Ur el tuerto que esperaba que su tribu viniera por él. El viejo Licarno, quien fuera su último maestro al enseñarle que el odio es la única batalla que le quedaba por pelear, que usara ese sentimiento para mantenerse vivo, pero si alguna vez lograba escapar de ese barco, dejara todo ese sentimiento en su bodega. Y tomó ese consejo como brújula, aún cuando el viejo pereció de agotamiento una estación más tarde. Un naufragio cerca del estrecho ardiente le ofreció una segunda oportunidad para vivir. Aunque sería difícil salir de las entrañas de aquel navío anegado. El barco se fue a pique demasiado rápido y esa bodega se fue tan al fondo que no tuvo más remedio que llevar su odio con él…creyó que volvería a tener aire en sus pulmones cuando quedó sumergido en la negrura de esa bodega. Las cadenas le impedían escapar. Estaban unidas a la viga central del casco.  Fue la fortuna, y el buen signo de las diosas marinas que ese mismo fondo colapsara cuando chocó con una saliente rocosa de camino al fondo del estrecho, fue designio de las diosas de las aguas que la misma viga central cediera por el impacto y que el grueso ojal de hierro se torciera liberando sus cadenas. Arrastrando sus eslabones y apartando las manos que se aferraron a él todavía encadenadas buscó la superficie. Nadó con una energía inhumana para vencer el contrapeso de esa larga cadena. Los que conocieron la historia siempre creyeron que él murió ahogado esa noche, que lo que emergió desde lo profundo de las aguas y del odio, era otra cosa, un ser de voluntad inquebrantable listo para la venganza, un ser que se propuso no olvidar desoyendo el consejo del viejo Licarno, el no dejó su odio en la bodega, lo llevó con él, aunque pesara más que una cadena de hierro.
Despidió a la tripulación antes de alcanzar Punta del Ojo. Ya habían hecho su trabajo, y no era seguro que alcanzaran tierra a nado si se adentraban más en el Mar Oscuro. La enorme vela estaba desplegada, la carga estaba en la bodega. La cubierta estaba limpia de todo aquello que pudiera arder. Sólo necesitaba derivar un poco más, la flota enemiga venía a buena velocidad y no tardaría en darle alcance.
La primer flecha incendiaria no tardó en caer. Podía escuchar sus risas con claridad. El mar tiene esa magia de transportar los navíos y los sonidos con facilidad, reían mientras apostaban seguramente, quién sería el que le acertaría al mástil. No se apuraban en incendiar la vela ya que se quedarían sin juego. Igualmente no podrían. Viró a babor para proteger un poco la embarcación. Las risas aumentaban, seguramente pensando que trataba de escapar. Era difícil maniobrar con una barcaza cargada, atada al dromón. La negrura de la noche había ayudado de ocultarla, y su pericia hizo el resto. Había llegado a la desembocadura de la bahía donde la corriente hacía un extraño giro y lo arrastraría violentamente hacia el oriente, y Gibal contaba con ese impulso. La cubierta empezó a arder lentamente. Los marineros la habían empapado con agua de mar junto con la vela, como les había mandado, así que tenía algo de tiempo. Cuando sintió el empujón de la corriente giró violentamente el timón y se lanzó con su carga contra los dos escudos y la centella que se ocultaba detrás de la primera línea de navíos.
El navío ardía lentamente enviando su mensaje luminoso a toda la bahía. A lo lejos ya se oía las campanas advirtiendo y se escuchaba el murmullo de los gritos de alerta. La tarea estaba cumplida…en parte. La flota completa ahora estaba en guardia. Al menos eso quería que creyeran. La resistencia encontrada hasta ahora era tímida pero la bahía podía volverse un infierno si se lo proponía. Soltó las amarras de la barcaza. Era más liviana a pesar de estar cargada por completo. Cubierta como estaba de una vela y pintada con grasa ennegrecida, apenas mostraba algún destello cuando viajó rauda contra la formación de naves isleñas. Sabía que la verían muy tarde, era una barcaza de abordaje, confiaba en que la atacarían como habían hecho con él. Después de todo, era una táctica isleña muy antigua para adueñarse de navíos sin necesidad de causarle daños. Las primeras advertencias se oyeron pronto, se escuchó el grito de ¡tensar! Y Gibal por única vez en la noche, sonrió. La siguiente orden no tardó en oírse… ¡soltar! Y las flechas salieron como luciérnagas en busca de su destino. La llamarada iluminó la noche cuando la barcaza llena de aliento del eterno estalló en una bola amarilla de fuego, despidiendo la grasa encendida en todas direcciones. Siete dromones fueron alcanzados por la explosión, causando confusión en las tripulaciones. Había una extraña belleza en ese súbito destello iluminando esos navíos que pretendían esconderse. Lo que seguía también fue lo previsto. El reflejo de apagar el fuego con agua de mar completaba la faena. Lejos de atenuarse, el fuego se avivaba con el agua condenando las naves a arder inexorablemente. Sostuvo el timón mientras se protegía de las flechas, su barco seguía ardiendo pero había hecho cargar la cubierta con odres llenas de agua y  estaba rodeado de ellos. Los fue rompiendo a medida que las llamas se acercaban, comprando tiempo. Todavía no estaba lo suficientemente cerca de los dos martillos y la centella.
Se acercó a los navíos incendiándose, el aliento del eterno ardía sobre el agua, y aún debajo de ella, no había salvación para nadie allí. Se lamentó por los remeros, seguro habían sido esclavizados como él alguna vez, en tristes circunstancias, pero conocía su situación y saber que morían junto a sus captores les brindaba una única, aunque modesta satisfacción.
La proa de Muerte Sombra enfiló hacia las embarcaciones incendiadas, partiendo a una por la mitad, gracias al peso del impulso que le daba su propia carga. La brisa cargada de calor le hizo arder la cara. La superficie del agua se iluminaba fantasmal por el destello del incendio desatado. Los islotes de fuego salpicaban la oscuridad del mar mientras los gritos de los infortunados se multiplicaban, debían elegir entre ahogarse o quemarse, luchando vanamente por escapar. La imagen de los náufragos tapizando la superficie del mar, coronó la vista de Gibal.
Las embarcaciones que venían detrás de la vanguardia habían empezado a virar para evitar el daño pero el señor de los martillos y las centellas quedó atrapado en lo cerrado de la formación, una veintena de dromones luchaban entre sí por abandonar la mancha de fuego que tenían por delante. Lo buscó con la vista. A pesar de que su melena se volvió cenicienta con los años su porte permanecía intacto. Lo vio junto a su mascarón, al pie de su embarcación, maldiciendo por todos los dioses que conocía. Sintió una especie de alivio, por encontrarlo. Su coraza, otrora reluciente, había visto el paso de los años y se la veía mellada y opaca. Ya no brillaba, ni con los barcos incendiándose en sus narices. Recordó que un isleño jamás la cambia. No sabía si llegaría a impactarlo, había demasiados despojos entre ambos pero al menos lo veía y se aseguró de que él también lo viera. Parado en la quilla se quitó el jubón dejando a la vista sus innumerables tatuajes, se los señaló mientras le gritaba en lengua del mar.
Leegstra de Rocaforjada, observó a sus naves chocar entre sí impotente, entendiendo que su avanzada había fracasado. Había logrado ser designado la vanguardia de la invasión. Sitial que le auguraba la gloría en ese simulacro armado por el general Iccarius. Las crónicas hablarían de la casa que abrió el camino en la gloriosa avanzada al continente. Debía resultar un modesto paseo hacia un destino rendido. Así lo habían planeado. Había resignado su parte del botín para conseguir asistir al evento en primera fila. Lo que veía ante sus ojos era el desastre desatado. La segunda línea tratando de asistir a sus compañeros, se acercaron arrojando agua a los infortunados, solo para lograr avivar más las llamas, pronto la segunda línea perdió tres embarcaciones más y en la tercera línea se hallaba atrapado él. Justo cuando empezaba a saborear el festín que se avecinaba, había sido emboscado por un solo barco. La vergüenza no podía ser mayor. Solo rogaba que su sobrino, que comandaba la primera línea de dromones hubiera ardido en el más espantoso tormento.  

–General…el capitán de la nave enemiga trata de llegar hasta nosotros, viraremos para escapar del fuego y señor…dijo el capitán de cubierta con cara de asombro.
El general no dejaba de mirar la mancha de fuego amenazante, pero notó que algo más había en el gesto de su segundo.

– ¡Habla de una vez!

Señor…nos está gritando algo. –le dijo y continuó dando órdenes a diestra y siniestra tratando de dirigir al timonel para salir del laberinto de naves entrechocando.

Leegstra sabía que la vergüenza había caído nuevamente sobre su casa. Años había invertido su padre en borrar su pasado de pirata para ganar favor ante las espadas mayores. Aunque eso significara cometer los actos más terribles en nombre de su señor. Aún en su lecho de muerte le había pedido juramento para continuar lavando el nombre de Piedraforjada. Quería que alguna vez, alguno de sus descendientes, llegara a poner su nombre en el Salón de la Forja, fundir la espada y la coraza en la fragua sagrada, ofrendando su acero a la Madre Forja. Quizás conseguir unas nuevas para el mejor de su casa, anhelando el día en que le fueran otorgadas. Llegaría el día en que acumulara suficientes martillos en su coraza, merced a sus hazañas. Todos aquellos sueños ardían en el Mar Oscuro frente a la Bahía de Marfil, y el hombre que se los había arrebatado ya empezaba a divisarse entre el humo y el fuego. Gritaba a todo pulmón, pero nadie entendía lo que decía. No podían, era la lengua del mar. El que vociferaba se señalaba el pecho, le mostraba algo, sin preocuparse porque su nave estaba casi envuelta en llamas. Su segundo seguía impartiendo órdenes y parecía estar logrando hacerse camino entre los demás dromones. La única salida fue arremeter contra sus propios barcos, aún a costa de hacerlas zozobrar. Siguió mirando al vociferante tratando de entender por qué le gritaba eso. Ahora empezaba a señalarlo. Parecía conocerlo. El creyó saber quién era pero luego dudó. Tantas matanzas, tantos enemigos, tantas casas agraviadas en nombre de sus señores a lo largo de su camino, ¿cómo saberlo? lo que era seguro es que alguno de todos ellos había logrado encontrarlo y acabar con el honor de su casa, en una noche cerrada, acometiendo contra la flota más numerosa que se recordara, con un solo barco. Volvió a maldecirlo con todas sus fuerzas mientras ese hombre solo repetía una y otra vez lo mismo, aún no entendía por qué ese hombre gritaba una y otra vez…

–demasiado lejos de la tierra…demasiado lejos de la tierra…

El general desenvainó su espada y lo señaló…– ¡Ven por mi malnacido! –dijo en perfecta lengua del mar, un dialecto que hacía mucho tiempo no usaba. Y entonces sintió el calor barriendo el aire en un destello cegador. El barco enemigo estalló en una inmensa bola de fuego naranja rojiza, llevándose los gritos, el extraño marino que vociferaba, sus martillos cruzados junto a la centella pintada de amarillo. Se llevó su sueño de dar honor a su casa y escribir su nombre en algún salón de Piedramayor, allí en el enorme castillo oscuro que se elevaba en la ladera del Monte de la Diosa. Se llevó la ambición de ver finalmente el emblema de su casa coronar el portal de la espada rota, y dar finalmente gloria a su linaje maldito, tal como su padre le había reclamado. Pero nada de eso ya importaba. La carga y el sueño de borrar el pasado de su casa, se elevaron hacia la negrura de la noche, fugazmente iluminada, junto con toda la flota de Piedraforjada, y luego se apagaron por completo, perdiéndose para siempre. Lo último en apagarse fue una espada, que lanzada como proyectil ardiente, fue a clavarse en el casco de un dromón rezagado, que por su impericia no había podido llevar el ritmo, librando a su tripulación del desastre. 
Los marineros curiosos, con esfuerzo lograron rescatarla y se la mostraron, como quien muestra un animal misterioso, a su capitán que no dejaba de contemplarla sorprendido. La hoja estaba ennegrecida y el mango aunque dañado parecía ornamentado. La sostenía con firmeza una mano cercenada, cuyos dedos llevaban los vistosos anillos del señor de Piedraforjada, parecía asirse con fuerza a la empuñadura, aunque no hubiera brazo que la tensara. El capitán la guardó con respeto sin tocar esa mano que aferraba la espada, esa mano que desmentía la muerte, como negándose a aceptar su destino.

jueves, 4 de octubre de 2018

Una rendija en la armadura


Se retiraron sin confrontar con los voyanas. Los números eran similares, pero les preocupaba lo descuidado de los movimientos del enemigo. Demasiado despreocupados por ser vistos. Parecían estar de paseo. Eso era algo que no era común para ellos. Habían descubierto movimientos más elaborados en la frontera y era dificil que se escapara algo para quienes sabían qué y donde vigilar, pero ellos no estaban escondiéndose de nadie. Estaban haciendo gala de su legendaria arrogancia.

─No me gusta ─dijo Crow. ─Escuché demasiadas historias acerca de ellos como para tragarme la carnada. Deberíamos volver al camino alto y ver para que nos distraen con ellos.

Leo estaba de acuerdo e hizo una seña para retirarse en silencio. Pronto hubo ruidos en la maleza que hicieron que todos se escondieran y prepararan sus aceros. Vallekano apareció con cara sorprendida esperando otro recibimiento...

─Hice la llamada del búho antes de llegar...

─Creo que te equivocaste de pájaro...otra vez ─dijo Parabel con una sonrisa.

─Están bajando dos compañías por el camino alto. Escudos pesados, armadura completa, espero equivocarme pero creo que son tortugas.

─¿Barcas está con ellos? ─preguntó Leo con el gesto adusto

─No lo he visto, a menos que haya adelgazado 20 libras y ahora mida una vara menos. Parecen jóvenes y esbeltos. No los recordaba tan elegantes ─agregó el arquero.

─Nos atrajeron al bosque, o nos creen escondidos en el, mientras ellos blindan el camino real con suficientes tropas como para que los voyanas hagan el trabajo sucio, estamos entre dos frentes...

─Aún no Crow, no si nos movemos rápido ─Contestó Leo y ordenó volver rápido al camino

La idea era simple. La única debilidad del Paño Morado era la marcha, debían adelantarlos antes de que fijaran posición. Y todo dependía de donde lo hicieran. Demasiado alto en el camino habían vencido a otras compañías con facilidad. Pero era una opción lógica para alguien como Barcas. El punto es que si él no estaba al frente podían esperar que siguieran bajando y confiando en los voyanas como distracción. Todo se aclararía en cercanías del camino.

─Busquen la flecha negra ─ordenó Leo.

Enseguida encontraron una en el tronco de un árbol. Hubo que trepar y fue Crow el que se encargó de ello. Apenas alcanzó la flecha se dio cuenta del porqué de lanzarla justo allí. Entre el denso follaje se abría un claro que mostraba buena parte del camino. La información era acotada pero clara, dos compañias, una de caballeros negros y una de tortugas en apoyo. Vio las dos columnas a la distancia avanzando a paso ligero por el camino. Practicamente trotaban lo que denotaba que buscaban alcanzar una posición ya en pleno camino real por el perpetuo temor de que las tropas de Lurzt brindaran apoyo.
Desde allí Crow mandó la flecha negra de nuevo hacia el campamento con las órdenes de preparación para quienes estaban allí guardando el puesto. Pero el estratega sabía que ya estaban listos.
Pronto se habían dispuesto a ambos lados del camino. Esperando por ellos. Eran más, muchos más y bien armados pero estaban en la única situación donde podían verse vulnerables.Toda armadura tenía una rendija, solo había que saber buscarla.
Carlos, que siempre tenía sus artilugios preparados esparció un polvo púrpura en el camino. Les dijo a todos que esperaran a que los fuegos ardieran antes de montarse en el camino. Eran preferibles los arcos en primera instancia. Dejaron una pequeña guarnición detrás vigilando a los voyanas que se movían a ritmo cansino tal como seguramente les habían pedido.
Carlos se sentó en medio del camino y se quedó allí esperando mientras escribía algunos signos en el suelo con una delgada vara. No parecía una gran amenaza pero era seguro que las columnas se detendrían a prudente distancia, lo cual sucedió apenas lo vieron. El capitan a cargo temió lo peor e hizo lo único que sabía hacer, envió al grueso de las tropas a los márgenes del camino mientras enviaba una partida reducida a reconocer al extraño que parecía actuar como un lunático. Escribía en la tierra y cada tanto señalaba al cielo con la vara en aparente diálogo con alguna deidad. Un caballero negro cubierto por arqueros se adelantó para interrogarlo.

─Dime tu nombre o perece...─gritó imperativamente el caballero, visiblemente nervioso.

─No hay que molestar a los fantasmas...no no no, no hay que molestar a los fantasmas de la montaña...─repetía Carlos con la mirada perdida.

El caballero se acercó una poco más con la mano en la empuñadura en un gesto amenazante y repitió la pregunta.

─¿Quién eres? habla o morirás...

─No hay que molestar a los fantasmas, no no no...no hay que molestar a los fantasmas...porque los fantasmas no pueden morir ─contestó mirándolo fijamente con una sonrisa perturbadora.    

El caballero desenvainó mientras daba la señal a los arqueros de que ataquen pero Carlos ya había lanzado una chispa de pedernal al suelo y desaparecido en la espesura. Un chispazo dio lugar a otro y este a un tercero. La tierra pareció encenderse y lanzar abundante humo. Pronto el caballero y los arqueros quedaron envueltos en la cortina grisácea y ya no los vieron más. El humo parecía crecer rapidamente así que el capitán ordenó que se internen en el bosque y lo rodeen. Directo a donde los querían. Las trampas no se veían pero se podía escuchar los gritos a medida de que estas iban siendo accionadas. Zanjas con estacas, troncos suspendidos de cuerdas en las alturas, rejillas de púas que se alzaban cuando las pisabas. Todo lo que pudiera servir para herir estaba allí dispuesto. Era el trabajo de semanas y sin embargo aún quedaban suficientes enemigos para una buena batalla. Los voyanas tarde o temprano vendrían a enfrentarlos así que debían terminar con la amenaza del camino. La batalla en el bosque se volvió cruenta. Los tortugas habían sido llevados a terreno desfavorable pero los caballeros se reordenaron rapidamente. La hermandad plantó un frente con sus guerreros pesados, escudos cercanos y defensa cerrada, pero solo era una manera de que el enemigo se orientara hacia ellos. Las espaldas pronto quedaron descubiertas. Lanzas y flechas hicieron mella en ellos que no podían luchar en el bosque con el humo invadiéndolo todo. Finalmente los tortugas se agruparon en formación con sus escudos cubriendo los flancos y cerrando la cobertura con ellos sobre sus cabezas. Allí los hermanos usaron las vasijas del incendiario y el fuego llovió sobre ellos terminando de cerrar la trampa. No por nada les decían los fantasmas. Poco era lo que pudieron ver los caballeros negros a su enemigo y este los había barrido con terrible eficacia. Tenían suficientes batallas contra ellos como para saber al dedillo de que manera luchaba cada compañía. Ese bosque maldito se había transformado en un suplicio que los guerreros del este querían evitar. Pronto las filas se rompieron y los guerreros empezaron a correr escapando por el bosque tratando de llegar al camino. Una flecha de Vallekano dio cuenta del capitán. Por más que escaparan no había todavía quien diera las órdenes, vieron a un sargento de los tortugas gritando y ordenando en el caos y fueron tras él. Raluk lo calló para siempre.
Para cuando los voyanas llegaron el bosque era un tapiz sangriento, cubierto de corazas negras y humo grisáceo. El líder se adelantó con su caballo y partió una flecha en alto, la vieja manera de pedir audiencia. Estaba solicitando parlamento.

─Suelta tus armas y desmonta ─grito la voz de Crow a través de la bruma.

─¿Me crees idiota fantasma? acabas de emboscar a sesenta hombres y matarlos sin siquiera mostrar tu rostro...hablemos a través de la niebla. A mi no me molesta.

─No los matamos a todos, algunos se fueron corriendo...¿que es lo que quieres? has venido a mis tierras a asesinar pero pretendes modales, tú también me tomas por idiota. ─contestó Leo con desprecio.

─Supongo que tu eres el líder, ...¿o me equivoco? ─interrogó el voyana

─Los fantasmas no tienen rango.

El voyana rió sonoramente. Miró hacia sus espaldas y dijo algo en su idioma. Hubo más risas entre la bruma. Javensen se acercó a Leo y le tradujo.

─Les está diciendo que estamos locos al creernos fantasmas, les pregunta que seremos cuando terminen con nosotros, si puede haber fantasmas de fantasmas...

El voyana volvió a hablar sureño lo mejor que pudo, era raro que parlamentaran, debían estar encomendados. Mucho oro debían haber puesto en esas bolsas para que trajeran un mensaje.

─Vine a hablar con los rebeldes del sur, esos a los que el pueblo llama salvadores...a traerles malas noticias. Pueden seguir cuidando el paso, que nosotros nos encargaremos de ir por sus hogares. Pagan muy bien por las orejas de sus esposas y los ojos de sus hijos, aunque los corazones de sus madres son el mejor precio que pudimos negociar...

─Crees que vamos a rendir las armas por un par de amenazas. ─contestó Leo. ─solo eres un perro amaestrado de los generales del este. Esos que pisotearon sus tierras y violaron a sus mujeres.

─En eso te equivocas fantasma...también las mataron. Pero bueno, lo importante es que salvamos los caballos...

Leo no contestó a eso, sería inútil continuar. No había mucho sentimentalismo en un voyana. Solo una provocación barata que les hacía perder el tiempo. Además de que estaban interesados en saber quien era el lider.

─Bueno, nadie de aquí manda entonces, una pena porque el mensaje era para esa persona, los demás me tienen sin cuidado, pero...

─Yo soy el líder ─gritó Crow ─di lo que tengas que decir

─Se que tú no lo eres. Sabemos que el lider viene del este y que tiene a su pueblo en la montaña. Es un Hindrata. Dile que ya ubicamos a los suyos. Que le conviene ir haciendo su nido aquí porque el original será historia dentro de poco. Y todos ustedes, sepan que iremos por los suyos también, sea aldea, fortaleza o templo. Vamos a cazarlos uno por uno, a todos ─terminó de decir con palabras que sonaban como golpes

Crow no vio cuando Leo desapareció, lo tenía a su lado hace un momento. Luego se perdió de vista aunque una sombra que se movió entre la bruma lo delató. Lo vieron correr hacia el líder de los voyanas y saltar sobre el caballo. Los dos cayeron trenzados en lucha mientras ambos bandos se mantenían expectantes. La orden era mantener posiciones, algo lógico dada la poca visión en el bosque. Se escuchaban los quejidos y los ruidos de la lucha. Ambos estaban trabados con sus dagas prestas.

─¿Que pasa Aguilucha? ¿un bárbaro te ha hecho enojar?

─Vamos a ver si eres tan legendario cuando te hunda mi acero perro voyana. ─contestó Leo con la voz entrecortada por el esfuerzo.

─Me haré una linda camisa con los tuyos, con sus caras en mi pecho, te lo puedo asegurar ─lo provocaba el voyana para minar sus fuerzas pero Leo seguía siendo un guerrero capaz y disciplinado. Finalmente el voyana cometió un error y aunque tomó el antebrazo de Leo sintió como la daga comenzaba a pinchar en su costado.

─No lo entiendes aún Hindrata, estás tan condenado como los tuyos aunque logres matarme.

─Eso lo sabré por mi cuenta, pero no creo que tú llegues a verlo ─le contestó mientras presionaba por clavar la daga que el voyana aún no permitía hundir

─No lo entiendes, puedes clavarme tu acero, o cortarme un brazo, pero jamás podrás tocarme...

─Me conformo con eso ─dijo finalmente Leo venciendo la resistencia de su oponente y enterrando su daga hasta la empuñadura en un diálogo que no tendría más lineas.

Los demás llegaron junto a Leo que aún sostenía la daga contra un oponente inerte.

─Leo...déjalo, ya está muerto.

Los hermanos rodearon a su líder. Estaba con el rostro desencajado mirando hacia las montañas. Pensando seguramente en los suyos. Nadie sabía si tenía esposa o hijos, madre o padre, hermanos...solo sabían que los voyanas iban tras ellos.

─Perdónenme...por favor perdónenme ─alcanzó a decir mientras tomaba el caballo del voyana y partía al galope. Seguramente hacia una trampa voyana hábilmente preparada. Los hermanos se miraron entre sí sin atinar a decir algo.

─¿Que vamos a hacer? ─preguntó Oscar sin obtener respuesta. Todos se seguían mirando mientras nadie atinaba a decir nada. Parecía que quien dijera algo sería tomado como referente y extrañamente nadie quería ese rol. Sharra llegó desde la bruma tirando delante de ellos el cuerpo de un voyana y empezó a limpiar su espada.

─Se fueron, dejaron a este de vigía por si su lider tenía éxito con Leo, volvamos al campamento...

Todos la miraban fijo. Ella los miró extrañada mientras buscaba a Leo con la mirada. El semblante de los hermanos fue suficiente explicación. El lider voyana seguía allí pero ni Leo ni su daga estaban a la vista. Tampoco el caballo del bárbaro.

─¿Es una broma? ─llegó a decir Sharra mientras el resto la miraba como una manada de cachorros sin madre. ─¿que están mirando?

La bruma empezaba a despejarse. Todos volvieron en silencio y los semblantes siguieron hablando y contestando las preguntas que nadie podía hacer. Las tretas de Turbarión parecían infinitas. Y las espadas, cada vez más escasas. La fuerza de la hermandad seguía menguando en una sangría interminable. Más de uno recordó su hogar y el peligro que significaba que bandas de mercenarios fueran en su búsqueda. Valkiria estuvo largo rato sobre el camino viendo como se alejaba por el valle en dirección al sur. Recordó lo poco que hizo falta para que perdiera a sus hermanas y lo mucho que significaban para ella las almas que cuidaban el templo de la guardiana. Las últimas que velaban por mantener la noche a raya. Tuvo el impulso de tomar un caballo y galopar con destino al mar pero se contuvo a último momento. Dos lealtades no hacen una pensó con tristeza mientras el sol caía sobre el valle que estaba sereno y hermoso bañado por los reflejos rojizos del atardecer.
Vallekano se acercó a Crow que miraba hacia el camino alto, quizás con la loca esperanza de que su líder regresara o que viniera al menos a pedirles ayuda. Pero eso era lo último que haría Leo. Él como todos, conocía la importancia de ese paso y todo lo que dependía de la voluntad de unos pocos.

─¿Estás bien cuervo?

Crow no supo que responder así que se encogió de hombros y le mostró el pulgar hacia abajo. Vallekano le palmeó el hombro y regresó al campamento. No hacía falta explicar demasiado.