viernes, 28 de diciembre de 2018

La fuerza que mueve la espada







Sucedió hace innumerables siglos. Un pueblo recién llegado al oeste desde costas lejanas encontró majestuosas tierras que se abrían paso entre altas montañas y amplios valles junto a profundos pantanos. Fue testigo del ocaso de maravillosas construcciones abandonadas. Templos hermosamente tallados en todos sus frentes, incrustados de piedras preciosas en cada columna y baluarte. Todos estos, testimonio de un gran pueblo extinto. Un pueblo consumido por la guerra según relataban los grabados que poblaban sus templos en ruinas. Quedaban todavía algún puñado de moradores, apenas una sombra de los tiempos de gloria, pero todos ellos a la espera del regreso de los señores del fuego. Cuando vieron a las columnas transitando el antiguo camino de las brasas les recibieron como reyes. Como enviados de los dioses. Y el pueblo de la llama aceptó la invitación, gustosos de no tener que pelear por la tierra.
Este nuevo pueblo, esta muchedumbre de gentes que escapaban de un destino oscuro se refugió en la llama que supieron venerar por siempre. Encontraron una muchedumbre que se había quedado sin sacerdotes, también encontraron un dios demasiado parecido al suyo. Era una señal y por devoción o por conveniencia todos se ciñeron a ella. Sólo en algo se diferenciaba este señor del fuego del padre de la llama que ellos veneraban. El dios que encontraron era fuego de guerra mientras que la llama buscaba traer la paz perpetua a los corazones.  Porque para ellos cada llama encierra el alma de su preciado dios. El señor de la llama que elige a los suyos y los señala con el más sublime signo de la divinidad, la marca ardiente. Y allí sucedió lo que todos temieron en silencio. Muchos de los recién llegados abrazaron el fuego de guerra para ganar adeptos entre los moradores que encontraron. Para formar con ellos grandes ejércitos con los que prevalecer sobre los otros clanes. La guerra incendió los corazones en vez de pacificarlos. Y el enfrentamiento fraticida comenzó en el oeste...otra vez.
Pronto los clanes pequeños no tuvieron más opción que tomar partido por un bando. El clan más antiguo con su jerarca Plamia, llamado el sabio, se dedicó desde el primer momento a reorganizar el culto y atender los derruidos templos. Repartió las tierras respetando a las tribus primitivas y reconociendo a sus jefes. Nombró jueces para dirimir los conflictos y señaló a los templos como lugares sagrados donde no podía derramarse sangre. Esto molestó a algunos originarios ya que los templos eran lugar donde los enemigos eran sacrificados. Sintieron que el dios que traían los recién llegados era un impostor que no venía a devolverles la gloria sino a apagar el fuego definitivamente. Fue para ellos el dios impostor. Y quienes lo veneraban eran guardianes de las brasas, las sobras de lo que ardió. Un insulto.
El otro clan antiguo que se alzó para aprovechar las disidencias y engrandecer su legado fue la casa Povelitel y su impetuoso líder Haakon, el diestro. Había recibido una profecía en su juventud y estaba seguro de que el padre de la llama lo había elegido como el mayor portador de la marca ardiente. La primer espada. El profeta le dijo...

─Tu triunfo será sin esfuerzo pero la victoria puede ser un fruto amargo...

Haakon solo atendió a lo primero ya que la victoria era todo lo que deseaba y se preparó para ella.  Había cruzado el mar oscuro en galeras armadas y se encontró de pronto en unas tierras donde la guerra era un asunto secundario. Allí, en Verbogón, la puerta de los dioses, se le prohibió la espada. Y Haakon no tuvo más remedio que obedecer. Una multitud de pueblos y clanes se reunían allí y todos habían acatado la orden de los tres sumos sacerdotes. No tenía oportunidad. Luego, llegados al oeste, Plamia le volvió a hablar de paz y esta vez Haakon calló pero no volvería a obedecer.
Le llevó años reunir una fuerza considerable como para tomar el poder en el oeste y lanzarse a conquistar el resto del continente. La semilla del imperio vivía también en su corazón.
Plamia, el sabio, fue advertido de que rumores de guerra se agitaban en todo el oeste pero el anciano líder estaba apremiado por terminar las reformas que asegurarían el futuro de todos allí. Luego ellos se encargarían de defenderlas de Haakon o cualquier otro. Porque el anciano era tan sabio que sabía que una guerra era lo peor que podía legarle al oeste, además de que no tenía esperanzas en derrotar militarmente al clan Povelitel. Pero si tenía las fuerzas suficientes para culminar la obra de su vida el mismo caminaría para entregar el poder a Haakon en una ceremonia vacía de sentido. Porque el anciano escribía el Códice Sagrado. Un tratado de conducta religiosa y honoraria que serviría como guía y convertía en todo aquel que lo siga en miembro pleno del reino, más allá de sus bienes o linaje. Esto fue visto como la forma de traer la paz al oeste, y también de como hacer la guerra, bendecido por el padre de la llama.
Garantizar las reglas de combate fue algo saludado por todos, temerosos de que la ambición de Haakon terminara por consumirlos. Todos sus seguidores pusieron la condición de que se respetara el Códice para mantener lealtad a él. Haakon no estaba de acuerdo en someterse a un libro pero la pérdida de varios clanes aliados y las tribus locales, ávidas de reconocimiento como parte del reino, amenazaba su plan de conquista. Y Haakon, sin haber podido enfrentar a su rival en el campo de batalla fue derrotado por la verdadera fuerza que mueve la espada.
Sus huestes llegaron en el día señalado y se formaron frente al Templo de la Llama. Innumerables y temibles, pero no estaban allí por él ni por el viejo sabio sino por el Códice, la verdadera guía del oeste. Plamia caminó hacia él dispuesto a entregar la corona que adornaba su cabeza sin presentar oposición. Y Haakon, rebosante de ganas de cortar la cabeza que la portaba no desenvainó su espada sino que alzó el brazo del anciano reconociendo su autoridad y al Códice que había creado, aceptando su derrota.



Plamia murió tres días después, victima del esfuerzo empleado en su misión y Haakon se alzó como el primer rey del oeste sin oposición alguna, pero con la pesada carga de ser ahora el protector del Códice. Así logró, sin desenvainar el acero, su objetivo primero de dominar el oeste pero renunció para siempre a ser el verdadero vencedor de la contienda. Y renunció además a sus deseos de conquista, obligado a guardar el reino por sobre cualquier otra empresa. Dicen que cuando se sentó en el trono lloró amargamente recordando aquella vieja profecía.
También dicen que Plamia murió con una sonrisa. Con un gesto parecido al de un conquistador. Sereno y confiado y que fue embalsamado. Por siglos se lo guardó en la cripta del templo, abrazado al primer ejemplar del Códice. Su más poderosa arma. Una bastante entendible para el hombre que jamás había blandido una espada. 





domingo, 23 de diciembre de 2018

Una mísera gota de agua





Sharra no solía levantar la voz en el campamento, de hecho, apenas se la sentía yendo y viniendo solo para entrenar y teniendo su camastro en una de las cuevas pequeñas. Alejada del resto así como Davan se recluía en el balcón de piedra junto a su discípulo Barbeta. De todas las peleas posibles, aquella era la más improbable, y no por eso menos violenta.

─Maldito seas, arrasaron una aldea entera gracias a tu genial idea de hacerte pasar por un espíritu. ─gritó la guerrera fuera de sí mientras la sostenían entre cuatro hermanos.

─Niña, es mejor que te calmes. Ese día debíamos ganar la batalla del camino alto como fuera...esto es la guerra.

─Esto es tu guerra anciano, y arrastras a ella a cualquiera con tal de ganar un palmo de ventaja.

─¿Y acaso tú no tienes tu propia guerra? para que estás aquí sino para vengarte de los bandidos que masacraron a los tuyos. ¿Y me hablas a mí?

─Mi guerra nunca estuvo en conflicto con lo que hacemos aquí. Mi enemigo es el mismo. ¿Acaso tú puedes decir lo mismo?

─Solo te diré que no había brazo que torciera el destino la última vez. Estuvimos cerca de morir todos a causa de las partidas voyanas. Lamento que ahora se venguen con las aldeas vecinas pero todos sabemos el precio, no me arrepiento de nada niña, esto es como es.

─¿Cuantos árboles de sangre necesitas para entender? ¿cuanto pasará hasta que nos sacrifiques a todos para obtener tu propia victoria anciano? ¿acaso dudarías en hacerlo? contesta...

─Vencer al imperio es todo, no tengo más anhelo que ese...y si piensas que todos veremos ese día eres más ingenua de lo que creía.

─Esta ingenua meterá su acero en ti antes de ese día, te lo aseguro.

─Si vas a amenazar a alguien, asegúrate de prometer tomar algo que la otra persona estime lo suficiente. No le debo explicaciones a una aldeana miserable.

Ahora eran varios los que se interponían entre ellos. Davan estaba fuera de si también. Se consideraba padre de una victoria que estaba puesta en duda.

Barbeta se interpuso y expuso el pecho abriendo su camisa. Sharra lo miró con desprecio.

─Fue mi idea señora, es a mi a quién debe dirigir su acero. Mía fue la idea de los espíritus del llano, mío fue el uso del veneno, quizás no medí las consecuencias friamente...y lamento su pérdida. También lamento haber arriesgado la vida de todos, casi los maté con mi aventura. Y si debo pagar el precio lo haré sin queja alguna.

─Solo eres el sirviente del mago, no haces más que acatar sus órdenes. ¿Por qué ofreces tu vida por él?

─Porque es más valioso que yo. Como usted también lo es mi señora. Habrá otros que puedan interpretar los signos y leer los pergaminos sagrados. Siempre encontraran un aprendiz. Pero no siempre habrá una espada como la suya señora o un conocimiento del enemigo como el de él. Ciertamente debí acompañarlos a aquella aldea. Y contemplar por mi mismo el resultado de mis actos, pero sin duda pagaré por ellos en completa humildad.

─Apártate necio ─Ordenó Davan mientras forcejeaba con varios hermanos tratando de ponerse cara a cara con Sharra que hacía otro tanto por liberarse.

─No lo haré mi señor. No estoy aquí para seguir su aventura de venganza, tampoco seguiré la de ella. Solo estoy aquí para que el imperio sea derrotado y para que el portal caiga de una vez dejando de enviar la muerte a nuestras tierras. Mucho me temo que mi lealtad está con la causa de la hermandad antes que cualquier afán personal. Seguimos siendo un puñado para toda esa enorme tarea. Y si debo enfrentarme a ambos para que desistan lo haré.

Hiperión sacó su espada y se acercó a Barbeta. Todos quedaron expectantes de lo que sucedería a continuación.

─Yo responderé con mi espada por él. Es el que me ha demostrado ser capaz de anteponer la hermandad a sus lealtades personales. Si no empezamos a pensar como él estaremos perdidos muy pronto.

El resto de los hermanos se puso en medio con su espada en la mano. Pronto tanto Sharra como Davan entendieron el mensaje. No había lugar para las divisiones allí.

─Una misma causa mis hermanos, una misma causa... tan grande como para que en ella quepan las justicias que sus corazones necesitan ─Sentenció Hiperión ─y no hablo solo de Sharra y Davan sino de la búsqueda de la familia de Vallekano, la restitución del culto de Baraqz, la defensa de la tribu de Haru, la restitución del honor de Xamu...cada uno guarda una razón para estar aquí, un hecho por el que no han sido perdonados por los suyos. O por el reino. ¿Acaso Raluk no añoras caminar por las calles de Lurtz otra vez? Valkiria se debe un retorno al templo de la diosa con la certeza de que sus hermanas han sido vengadas. Carlos debe ir a presentar respetos a la memoria de su padre alguna vez también. Todos aquí tenemos nuestras batallas pero por sobre todo está esta guerra. Sólo venciendo podremos darle a todos alguna clase de justicia. Eso no podemos olvidarlo...es todo lo que tenemos y a lo que podemos aspirar...alguna clase de justicia.

Todos bajaron la mirada concientes de que sus causas personales, al menos una vez habían sido reconocidas. A veces oir el dolor propio en labios ajenos aquieta los corazones más dolidos. Nadie en esa situación aspiraba a ser redimido después de tanta indiferencia pero si a recibir algo a cambio del despojo y el dolor cosechados en ese tiempo. Porque para el sediento un manantial es un sueño pero una mísera gota de agua puede ser lo que lo mantenga con vida.





martes, 18 de diciembre de 2018

¿Quieres conocer a los hombres?



Todavía estaban moviendo los cuerpos cuando notaron el humo. Se elevaba al noroeste. Desde la funesta zona donde el bosque empezaba a morir y una extensa meseta pedregosa continuaba hasta darse de bruces con el abrupto declive y los llanos meridios. Territorio dificil de defender mientras estuvieran concentrados en el camino. Algunas aldeas pobres salpicando el paisaje. Algunas cabras escuálidas que se criaban para escapar del hambre. No había mucho más por allí.
Sharra no preguntó nada y alistó su caballo. Otro tanto hizo Vallekano. Oscar lo pensó un momento y luego también se sumo a la partida. Todos ellos hijos de aldeas miserables. Todos ellos temiendo lo peor cabalgaron haciendo sangrar sus monturas para llegar antes de que cayera la noche. Lo consiguieron, pero quizás lograrlo fue más un castigo que un premio. Todavía ardían algunas casuchas miserables pero todo estaba envuelto en un ominoso silencio. Ni siquiera veían cabras o gallinas vagar por el lugar. Pronto entendieron que lo que había atacado no había dejado a nadie vivo, ni siquiera animales. La sangre era un arroyo que descendía apacible siguiendo la pendiente que se dirigía hacia los llanos. Pero no encontraban cuerpos. Las personas no estaban.

─No entiendo Sharra...¿donde están todos? Vallekano había revisado la aldea de arriba a abajo y si bien dieron con los animales muertos no había ningún otro cuerpo.

─Busca un árbol grande arquero. Quizás no conozcas del todo a los voyanas...

Detrás de la aldea dieron con un roble añoso. La luz del atardecer no les dejaba ver por completo pero el olor presagió lo peor. Olía a sangre derramada. Las nutridas y deformes ramas eran suficiente para lo que los voyanas tenían en mente. En cada rama, en cada nudo y horqueta había una soga de la cual colgaba un cuerpo. Los había de todos los tamaños. Desde el más pequeño al más anciano de la aldea pendía de una rama. No hubo piedad para ninguno. Se habían tomado el trabajo de preparar la escena todo el día ya que lo último que habían hecho fue incendiar el caserío ya vacío.

─Árbol de sangre. Tanto una ofrenda a los espíritus de los llanos como un aviso para los enemigos.─se limitó a decir Sharra.

Vallekano no podía creer lo que veía. Los ojos se le empañaron pensando que su familia había huido alguna vez de su vieja aldea en dirección al territorio donde moraban estas bestias.

─Para hacer esta ofrenda tienen que haber ofendido seriamente a sus dioses Sharra. ¿Que puede haber pasado en este tiempo? ─preguntó Oscar que ya conocía esas prácticas barbáricas.

─Tiene que ver con nosotros, Tenían otras aldeas, otros lugares más ventajosos que atacar pero lo hicieron con una aldea que podíamos alcanzar, prepararon esto pacientemente... es un mensaje para nosotros, es para nosotros ─contestó con su habitual parquedad y se sentó a mirar la nada y los cuerpos que se mecían con el viento de la tarde. 

Vallekano se acercó a contemplar más de cerca y notó el suelo. La mayoría de los niños pequeños estaban al pie del árbol. Las madres colgaban de las ramas más altas. Después de un rato lo dedujo. Colgaron a las madres con los infantes en brazos. Jugaron con la desesperación de ellas que buscaron aferrarse a ellos y sostenerlos hasta quedar sin vida. Luego era inevitable que cayeran desde lo alto y se estrellaran entre las raices. Buscó en un insano deseo que alguna hubiera podido sostener a su hijo aún muerta. Encontró una que todavía se negaba a soltarlo. Una flecha atravesaba ambos cuerpos negando esa mínima esperanza de supervivencia.

─Quemen el maldito árbol. ─Sharra contempló sentada la escena por un rato y se podía ver el odio en sus ojos fríos.

Oscar trajo leña pacientemente. Vallekano se acercó a ella indignado buscando explicaciones.

─Traigamos a los demás y enterremos a todos, se lo debemos a esta pobre gente, tú más que nadie sábes lo que significa que arrasen con tu gente de esta manera...¿es que acaso olvidaste todo?...

─Aún no entiendes a los hombres Vallekano. Y no voy a ser yo quien te lo explique, has lo que digo o piérdete.

Oscar lo tomó del brazo y se lo llevó con él. El arquero no entendía la actitud de desprecio de la guerrera que seguía sentada mirando a la nada. Tuvo que pasar un rato para que finalmente su hermano le explicara la situación.

─Intentaré explicarte lo que pasa aquí hermano. Ese árbol es ahora tanto amenaza como altar. Quemándolo desafiaremos a los que lo hicieron para que vuelvan, vamos a profanar su ofrenda. El árbol de sangre es algo que los salvajes cuidan por un tiempo. Los familiares de las victimas regresan siempre que pueden a intentar bajar los cuerpos y los voyanas los están esperando, y si no son ellos son los lobos los que rondan el lugar y se encargan de los deudos. Por eso se llama así, sigue dando su fruto. Prepara tu arco, Sharra los está esperando,  si tenemos suerte vendrán en breve, apenas vean las llamas.

Vallekano sentía el estómago revuelto de la escena y su significado pero se recompuso a tiempo para  ayudar a Oscar a juntar un poco de leña al pie del árbol. Pronto la fogata creció y atrapó las ramas bajas. La noche caía cuando el altar ardió por completo. Sharra había desaparecido hacía un rato. El dúo restante se escondió entre las ruinas de una cabaña incendiada a esperar. Los cascos de caballos amparados en la negrura de la noche se oyeron a la distancia. Alguien venía y no parecía ser amistoso. Proferían gritos y maldiciones. Parece que los voyanas estaban enojados por la blasfemia.

─Soy mejor con la espada pero no podré con ellos si están montados, ayúdame con el arco Vallekano ─dijo Oscar saliendo de su escondite. El árbol seguía ardiendo y era el lugar donde el enemigo se congregaría. Hacia ellos se dirigía en soledad. Vallekano tuvo que reconocer que no vio ni un solo rastro de duda en él. A él le causaba temor todo lo que decían de los bárbaros de los llanos. Respiró hondo y exhaló ligero, tensó su arco y salió tras él.
Los gritos eran confusos y desperdigados. Oscar se topó con un voyana que parecía escapar en su dirección. Levantó su espada para atacar pero el enemigo venía vigilando su espalda y no lo vio. Lo hirió a la altura de la cadera en un tajo preciso y profundo que lo hizo caer de costado. Corrió hacia él y lo remató con ligereza. Vallekano apuntó a un grupo de tres que estaban girando sus monturas para volver al árbol. Alcanzó a uno en plena espalda, cosa que lo hizo perder las riendas y darse de cara al suelo. No lo vio moverse y buscó otro blanco. No habían podido contarlos pero con cada giro que daban al árbol eran menos. La explicación era sencilla. Sharra estaba furiosa enfrentándose ella sola con toda la partida frente al árbol.
Otro giro y otra cuota de suerte para seguir despachando enemigos distraídos. Pronto la docena que parecían ser terminó en tres o cuatro de ellos. Oscar ya estaba junto a Sharra blandiendo su espada y protegiendo a su hermana que luchaba con demasiada rapidez y vigor pese a tener una armadura pesada. Parecía usar una túnica y no el equipamiento que solo hombres vigorosos utilizaban. Dos de ellos fueron tras el par pero uno vio a Vallekano y fue tras él. Alzó su lanza amenazante y gritó con fiereza mientras dirigía su montura contra el arquero. Vallekano se sintió como aquella vez con el dragón a punto de escupirle fuego. Sus dedos no temblaron ni dudó de su tiro, apuntó a la frente sabiendo que el tiro podía caer más abajo. A último momento apuntó por encima de la cabeza del voyana y dejó ir la flecha que se enterró profundo en un ojo. Todavía avanzó un poco más antes de caer dando la impresión de que el tiro no le había hecho daño pero fue solo el envión del ataque cortado de improviso. Se acercó a él buscando señales de vida para rematar pero ya era un charco enorme de sangre el que había alrededor de él.
Sharra se acercó a él trayendo la chaqueta de piel humana del líder. Se la puso en los hombros y se alejó a decapitar el resto de los cuerpos. Los voyanas no entraban a la morada de las almas incompletos así que ella se llevaría sus cabezas para negarles el viaje. Al menos eso la consolaba entre tanta rabia masticada ese día. Se tomó un instante para girarse hacia el arquero que miraba horrorizado las caras humanas que estaban prolijamente cosidas en la chaqueta.

─Si quieres entender, si quieres conocer a los hombres mira esa prenda y entenderás Vallekano...

El camino de regreso fue el más silencioso y triste que podía imaginarse. Llegaron bien entrada la noche y se cruzaron con Parabel que estaba de guardia. Vio los semblantes y no se atrevió a preguntar. Sharra llevaba un saco del que asomaban cabellos. Goteaba sangre. No necesitaba demasiadas señas más de lo acontecido. Oscar lo saludo apenas con la mano mientras Vallekano cerraba la fila en silencio y cabizbajo. Apenas vio al juglar desmontó y se acercó con la chaqueta de piel humana. La dejó junto a la hoguera y se fue. El juglar la contempló por un rato y se preguntó quienes serían aquellas personas que estaban con sus caras hechas lienzo. Se preguntó por qué los voyanas hacian cosas como esas, por qué le daban valor a esas prácticas, pero no tenía demasiadas respuestas. Tampoco supo que hacer con la chaqueta y la lanzó al fuego. Ardió intensamente borrando esos rostros atrapados allí. Aquellos infelices congelados en una mueca eterna de dolor. Ojalá les sirviera de descanso. 














miércoles, 5 de diciembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte final



Todos se miraron por un momento. Habían olvidado que en el camino alto se desarrollaba la batalla más importante. Pronto se encontraron lanzados a la carrera buscando divisar el camino real. Davan parecía tener aptitudes para la marcha forzada ya que daba órdenes mientras corría entre los árboles.

─Vamos por el sendero de los leñadores, caeremos sobre ellos sin aviso.

El más comprometido era Javensen ya que su aventura con las llamas lo había dejado agotado. Una parte de él estaba feliz. Nunca había hecho uso de sus habilidades por tanto tiempo, y aunque sentía su piel arder todavía no encontraba siquiera una ampolla sobre ella que delatara su arte. Finalmente había logrado dominarlo.
Encontraron rápido la huella de los que iban a recoger leña, eran mayoritariamente de la hermandad ya que la guerra había alejado a los aldeanos de esa parte del bosque. Muchas partidas de rastreadores imperiales habían sido vistas merodeando por allí y mataban sin dudar a quien pudiera delatarlos.
No oían aún demasiadas voces que delataran la batalla, mala señal.
Cuando llegaron por fín al camino el panorama no era el que ellos esperaban. Los hermanos, lejos de formar una línea compacta estaban desperdigados por doquier en combates individuales. El frente estaba roto. No habían podido romper el cerco de las dos compañías enemigas y estas avanzaron sobre ellos sin dudar. Jenny traía como podía a Vallekano que maldecía y pedía volver a la batalla aunque su costado sangrara sin control. Brian y Alex estaban espalda con espalda mientras una veintena los rodeaba sin lograr doblegarlos. Hiperión parecía un molino de viento agitando dos espadas sin permitir que los enemigos lo cercaran y terminaran de ultimarlo. El puñado de Davan cayó sobre ellos sin dudarlo y alivió la situación de los más comprometidos pero solo eran cinco y no tardaron en encontrarse en la misma situación de sus hermanos. La diferencia fue que pronto un hombres en llamas se lanzó sobre la primera linea de la compañia imperial del león azul incendiando a todos los que se le pusieron delante. Javensen otra vez habia convocado a las llamas mientras Carlos lanzaba sus ánforas cargadas y humeantes sobre la retaguardia. La brecha no tardó en abrirse obligando a los imperiales sueltos a replegarse para intentar cerrar el espacio. Hacia allí fueron también los hermanos a presionar en vista de la oportunidad. No podían dejar que el enemigo recomponga su frente de ataque o volverían a cargar sobre ellos. Barbeta acercó su veneno a Valkiria y sus arqueros para que hostiguen la retaguardia que ahora ardía por los juguetes de Carlos. El polvo se encendería facilmente diezmando el lugar donde los comandantes daban sus órdenes. La idea era generar toda la confusión posible para que la hermandad pudiera recomponerse. Y si era necesario, escapar.

─¡Hiperión!...¡Hiperión!...─Gritó Davan mientras buscaba al mercenario, que había quedado aislado del resto. Le hizo un gesto a Silvia y Baraqz para que se desplieguen y lo busquen. Fue la dama de rojo quien lo encontró bajo el cuerpo de un obeso imperial al que había destripado pero del que no podía desembarazarse aún. Las visceras le habían teñido aún más su célebre coraza roja. Ahora su rostro también hacía juego con su atuendo dándole un aspecto bestial. Sólo sus ojos, blancos y furiosos destacaban del tono rojizo uniforme. Apenas agradeció y ya fue en busca de Davan para saber si debían prepararse para una embestida desde el bosque.

─Dame alguna buena noticia Davan...¿debemos preocuparnos de los voyanas?

─No de momento ─contestó el mago renegado mostrándole el colgante de Arroyo de Sangre, justamente empapado en ella.

─Supongo que lo hiciste enfadar. Suele atacar a ciegas cuando se ofusca.

Davan asintió con la cabeza mientras miraba el campo de batalla. No entendía como habían llegado a esto. Hiperión tampoco parecía dar crédito al paisaje.

─Todo falló. Intentamos rodearlos...mandé una  partida...no volvimos a verlos ─comenzó a decir coraza roja. ─Subieron por encima del camino para hacerles creer que eran muchos. Crow los hizo llevar metales diversos para hacer ruidos y lanzar destellos, pero algo pasó, no se todavía si los estaban esperando. Y estos malditos no se movieron un palmo de su posición, debo asumir que los atraparon o peor.

─Dile a los arqueros que toca desenvainar, necesitamos todos los brazos posibles. ─recomendó Davan mientras se disponía a lanzarse a la brecha. Se arremangó las mangas de su capa y leyó las runas en sus antebrazos. Al momento en que sintió el calor se despojó completamente de ella. No le gustaba convocar a las llamas pero la situación era desesperada. Todo podía desmoronarse esa tarde y no estaba de humor para permitirlo.

No había suficiente fuerza para romper la linea pero las llamas de ambos piromantes se encargaron de contribuir al caos. El horizonte empezó a ennegrecerse a causa de los nubarrones que habían amenazado desde la mañana. Quizás la lluvia ayudara a mover a los pesados caballeros negros del camino, al menos, a no dejarlos sostenerse tan férreamente como se habían mantenido bloqueando el camino alto. Pero si llovía también perderían la ventaja de los piromantes. No había en el horizonte  una ventaja decisiva sino más bien un parche temporal.
Hiperión contempló el cielo encapotado y le pareció que hasta el fuego de Javensen le sería arrebatado. Desconsolado, refrenó el impulso de soltar la espada y maldecir a toda deidad conocida pero las lágrimas querían asomar por un momento ante la evidente frustración. Una mano se posó en su hombro y le dijo con suavidad.

─Deme un momento para trabajar y luego mande a los nuestros que se retiren señor, no tenga miedo, las lluvias serán nuestro alivio, ya lo verá...

Barbeta se colgó un saco del hombro y avanzó al campo de batalla. El mercenario no entendía que se proponía pero espero paciente a que el sirviente de Davan hiciera lo suyo, después de todo, no quedaba mucho por perder. Luchaban en inferioridad numérica, eran claramente superados y no había lugar donde escapar. Esa era la tarde donde morirían seguramente. Y lamentaba que justamente pasara bajo su mando.

─Perdóname Aleana, no podré cumplir con mi palabra. Lo intenté, te juro que lo intenté hermana...─repetía entre lágrimas mientras acomodaba su pechera toda mellada.

Barbeta esparció el contenido del saco en una larga linea por toda la extensión del campo de batalla. Lo hizo por la retaguardia. Hiperión podía verlo murmurar entre dientes repasando quién sabe que formula o receta. Vio que se acercó en un momento a Davan para decirle algo mientras el mago renegado luchaba por no ser sobrepasado. La cara de Davan no pareció muy feliz pero asintió con vehemencia. Empezó a reunir a su pequeño grupo y a impartir órdenes a diestra y siniestra. Los hermanos empezaron a retroceder escalonados dejando a Davan y los suyos al frente. Los caballeros negros no dudaron en presionar. Era claramente el momento de definir el combate. Davan y los suyos volvieron a cubrirse el rostro. Sus cabezas humeaban gracias al polvo que les había esparcido Carlos por los cabellos. Parecían tizones de una hoguera que se negaba a extinguirse. Luchaban por no ser sobrepasados. Valkiria usaba su arco entre los resquicios para intentar vulnerar las pesadas armaduras. Tuvo éxito en más de una ocasión, pero nada era suficiente contra la doble fila de guerreros que empujaba. La línea de polvo de Barbeta se iba convirtiendo en una densa humareda que empezó a rodearlos. Todo el frente de batalla se volvió confuso gracias a ella y los imperiales no dudaron en internarse en ella persiguiendo a los hermanos que quedaban. Entendieron que trataban de escapar pero no era así. Allí permanecían esperándolos. El veneno ahora empapado por la lluvia se había vuelto más intenso y los envolvió a todos. Barbeta le gritó a los de Davan que salieran de él. No era suficiente la protección que tenían. El escudo de ceniza se iba escurriendo con la lluvia y dejaba de surtir efecto. Pero el puñado sabía que si retrocedían demasiado el frente imperial tomaría impulso. En un acto desesperado algunos hermanos se embadurnaron el rostro y las manos con el preparado de Barbeta y corrieron a rescatarlos. De la neblina verdosa salieron arrastrando los cuerpos de Davan y su puñado. Se escuchaban claramente las convulsiones de los soldados imperiales, indefensos y tomados por sorpresa. Todos buscaban escapar de aquello que les cerraba la garganta y quemaba los ojos. La ceguera los llevó a caer en gran número del lado de la hermandad que dio cuenta de ellos,  pero la niebla de muerte pronto amenazó con llegar a todos y debieron retroceder.

─!A los árboles, rápido! ─gritó Barbeta cuando se dio cuenta de que el viento les estaba jugando una mala pasada. La niebla verdosa no ascendía demasiado pero se expandía a toda velocidad por la brisa helada que bajaba de las montañas. Pronto estuvieron todos en las ramas altas con sus arcos preparados. Aún Davan y los suyos que se hallaban inconcientes, quizás muertos.

─¡Maldita sea! los arcos mojados no son demasiado confiables. ─se quejó Valkiria mientras trataba de acertar a los caballeros negros que vagaban desorientados y tambaleantes. Pero no fueron necesarias demasiadas flechas. Uno a uno fueron cayendo mientras las órdenes de retirarse no llegaban. Los comandantes habían sido atacados primero con el veneno y ahora yacían muertos en la parte alta del sendero. Nadie daría la voz de retirada.

─¿Que mal arte has hecho allí abajo Barbeta? Nos mataste a todos ─dijo Hiperión que sentía la vista arder como el mismo infierno.

─Lo siento señor, fue una medida desesperada. Es el veneno más potente que conozco y es una variación de lo que usamos en el bosque. Casi no hay defensa contra él, debemos buscar la manera de llegar a la cueva pues todos sufriremos convulsiones en algún momento. Debemos secarnos al fuego ya que el agua lo hace más intenso aún...

─¿Tiene nombre ese maldito humo?

─Beso de dragón lo llamaron los primeros alquimistas, pero tarde o temprano los que lo manipulan mueren horriblemente. Así que solo se conoce como polvo prohibido.

─¿Y para que trajiste eso hoy? ¿acaso fue una orden de tu maestro Davan?

─Para nada. El desconfía de los venenos, lo traje porque estaba seguro de que esta batalla sería decisiva...o vencíamos...o moríamos todos junto al enemigo. Pero ninguno marcharía por el camino real si lograban vencernos. Perdón pero estaba decidido a que no pasaran

Hiperión lo miró con intensidad. Había realizado los preparativos con tanta calma que nunca imaginó la matanza que estaba por desatar. Definitivamente era el ayudante de Davan, tan loco y renegado como su señor.
Se fueron moviendo con dificultad entre las ramas tratando de encontrar una manera de escapar de la densa humareda que parecía no disiparse. Mucho más dificil fue llevar con ellos al puñado de Davan que apenas respiraba y seguía inconciente. Valkiria ya comenzaba a vomitar una baba verdosa y hubo que sostenerla para que no cayera de los árboles. Finalmente encontraron el camino de tablones que construyeron en la parte alta de los árboles. El camino que utilizaban cuando estaban cercados en las cuevas. Solo eran algunos tablones y cuerdas para sostenerse en la altura pero para ellos resultó la esperanza de vida. Ingresaron al campamento por una grieta en la cima de la montaña. Un antiguo pasadizo que utilizaban para burlar a los espías y rastreadores. Solo un puñado de hermanos lo conocía, entre ellos, el mismo Barbeta. Por allí escapaba en las noches que debía visitar el templo del Ocaso. 
Mientras descendían pacientemente por las grietas profundas empezaron a divisar un resplandor en los profundo de la inquietante oscuridad. Ese pequeño destello los guió a la caverna principal donde la primera hoguera ardía con intensidad. Jenny los recibió junto a un maltrecho Vallekano. Más atrás en camastros improvisados divisaron a Parabel y el resto de la partida que había subido temprano para intentar sorprender a las compañías imperiales. Estaban vivos.Todos estaban allí. Hiperión también notó algunas figuras paradas frente al fuego que desconocía. Había más gente en la cueva.
La atención de los heridos fue la prioridad así que coraza roja no hizo demasiadas preguntas. Jenny le dedicó un par de miradas confirmándole que eran visitantes.
Davan y Barbeta estaban bastante comprometidos por el veneno al igual que el resto del puñado del bosque. Carlos estaba conciente pero no dejaba de vomitar espuma verdosa. Baraqz estaba desvanecido y Silvia lo sostenía mientras se mantenía lúcida aunque su semblante se viera pálido como la leche. Los demás habían recibido menos veneno así que se acercaron al fuego mientras rodeaban lentamente a los visitantes.Los metales relucieron cuando empezaron a asomar. Las figuras seguían dándole la espalda al grupo. A último momento que el grupo de extraños se movía lentamente. Estiraron sus brazos, arrojando atrás de sí sus cintos y espadas, mantuvieron sus manos alzadas, mostrando que no deseaban pelear. Uno de ellos tomó la palabra y calmó un poco los ánimos.

─Deberían orinar a los más enfermos, ese veneno no perdona...perdón por la brusquedad, solicito Parlamento.

─¿Quienes son ustedes y que hacen aquí? ─interrogó Hiperión mientras daba la venia a Jenny para que intentara lo de la orina.

─Una delegación del oeste. Si me permites girar te entregaré la carta de embajada que traigo.

─Quedate como estás, yo te diré cuando necesite ese papel. ─dijo Hiperión recordando pasadas experiencias con embajadores.  Levantó la espada de uno de ellos y la examinó con detenimiento.

─Así que son del oeste, creo que lo más recuerdo de allí es su folklore. Sobre todo ese cuento tan conocido por ustedes, ese del lobo y el león...

─Y el dragón, corrigió uno, del dragón.

─No, no, era un lobo, lo recuerdo muy bien ─retrucó Hiperión.

─Entonces no tienes ni puta idea del oeste mi amigo. Porque el lobo está en el norte, del oeste viene el dragón.

Se hizo un silencio de muerte. Los cuatro de la hoguera se prepararon para la lucha. La intervención de Parabel fue la que rompió el momento.

─No están mintiendo. Son una embajada del oeste. Tengo el honor de conocer a uno de ellos. No es hoy por hoy el más honorable ni honrado, pero si el más conocido.

─Ya no me defiendas tanto... ─dijo un moreno de manos grandes y mirada fiera girándose para darle un abrazo al juglar. Hiperión bufó pero le indicó a todos que guarden sus aceros. Parabel hizo las presentaciones del caso.

─Les presento a Quequir, hijo de un gran señor del oeste. Noble, mujeriego, ladrón y capitán de navíos.

─Todas esas acusaciones son infundadas cantor, puras habladurías de gente sin seso.─contestó con su sonrisa de dientes blancos contrastando con su piel morena.

─Puede que sean las malas lenguas, pero juraría que vi la recompensa por tu cabeza alguna vez.

─Síntoma de la envidia que reina entre los hombres juglar. Es triste ver como tratan en estas tierras a los hombres de éxito.

─Quizás deberías dejar de seducir esposas ajenas para que tu éxito fuera más tolerable.

─Uno no puede luchar con su propia belleza Parabel. Sólo queda resignarse. ─dijo con su eterna sonrisa. mientras señalaba a sus acompañantes. ─Quiero que conozcan a la comitiva oficial de la marca ardiente. El gran reino del oeste. Calcos, representante de la legión de arqueros. Link, de infantería acorazada y nuestro querido Yeyom, del cuerpo de lanceros. Nuestra mejor arma debo reconocer, heredero de los antiguos guerreros del fuego que repelieron la invasión voyana. Y hoy sostienen la línea de frontera contra el imperio del este.

─Muy impresionante debo reconocer ─comenzó a decir Hiperión. ─pero hubiera preferido que mandaran algún destacamento en vez de mandarnos a sus líderes. Estamos cortos de aceros por aquí.

─Yeyom es mi nombre, y vengo trayendo saludos de un reino que lleva mil años de asedio. Sabemos lo que es vivir como ustedes viven. Hemos aprendido a combatir donde nos sorprenda el día. Debo decir que han arriesgado mucho usando tan poderosos venenos contra las compañías imperiales. Eso fue casi suicida. Les presento mis respetos y les ruego que nos devuelvan las espadas. No he pasado tanto tiempo lejos de ella desde que era niño...

Hiperión dio la orden y todos recuperaron sus filos. Lo importante de una embajada no era tanto el apoyo militar sino la información que pudieran traer con ellos. El mercenario sabía del código de honor que regía en el oeste. Eran guerreros probados y respetuosos de sus propias reglas de combate. Algo bastante ceremonioso para lo sucia que resulta la guerra pero era lo que sostenía la causa de ese pueblo. No sería él quien la pusiera en duda.

─Sean bienvenidos entonces. No tenemos grandes comodidades pero si un buen fuego para pasar la noche bebiendo y llenado la tripa con lo que podamos asar.

─Así se habla mercenario ─vivó Quequir mientras alzaba su puño tomando la jarra de hidromiel que le ofrecieron. ─Tuvimos un largo viaje hasta la Puerta de los Dioses. Era el único para alcanzarlos amigos. Los llanos meridios hoy no son una travesía segura para líderes enemigos del imperio.

─Tú no te has presentado ─señaló Hiperión ─¿que cargo tienes en el oeste?

─Mucho me temo que mi influencia no ha sido reconocida en los palacios de los hombres, mi tierra es el mar y mi casa es un navío.

─En pocas palabras, eres un pirata. ─concluyó Coraza Roja.

Quequir bebió un largo sorbo, pensando una respuesta, su cara se había puesto seria de un momento a otro devolviendo la tensión a la reunión...

─No se me ocurre una definición mejor mercenario ─contestó el moreno, estallando en sonoras carcajadas.

La noche cerrada invitaba al brindis. En muchos siglos de contiendas jamás el oeste había enviado embajada al sur, y ahora tenían a tres nobles entre ellos, capitanes de armas que no vendrían mal después de haber perdido la iniciativa en el valle. Todos trabajaron atendiendo a los que no podían valerse por si mismos hasta que los sorprendió el alba. Las primeras luces mostraron el horror que había dejado la batalla del día anterior. El camino estaba tapizado de guerreros caídos en armaduras negras. Sus caras desencajadas y sus ojos heridos, en parte por el veneno y en parte por los profundos arañazos que se provocaron a si mismos en su desesperación hacían más dramática la escena. Funestos recordatorios de que la hermandad resistía, aunque fuera en muchos casos de manera desesperada. En cuanto recuperaran fuerzas pondrían todos aquellos caídos en la encrucijada del camino alto donde ya cada vez había menos lugar para ellos. Pero esos recordatorios habían alimentado la leyenda que ahora los protegía de mercenarios y oportunistas. Nadie que no siguiera órdenes atacaba el valle hace meses. Solo voyanas, que a estas alturas ya eran un arma más del imperio, quién sabe a cambio de que promesa. El portezuelo se mantenía libre, al menos, por un rato.










sábado, 17 de noviembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte dos





─Davan te agradecemos que nos hayas elegido para morir aquí ─dijo Carlos con sobrada ironía.

─Puedes morir en tu cama cualquier noche muchacho. Te traje aquí para otra cosa...

El puñado había vuelto a los pozos a esconderse. Davan buscaba entre la bruma a los voyanas pero apenas se podía distinguir algo a unos palmos, luego todo era niebla. Los oídos de todos se aguzaron naturalmente buscando indicios de peligro. Carlos cargaba un par de bolsas de cuero con sus juguetes que incendiaban. Davan los revisaba buscando algo en especial. El elegido del fuego miraba con curiosidad pero no se entrometía. Era sabido que el anciano misterioso tenía poca paciencia. Un sonido de pisadas suaves se oyó cerca de ellos y todos prepararon sus espadas. Un búho ululó tímidamente. Era un hermano que llegaba, un gorrión le contestó y le dio la bienvenida. Barbeta llegaba cargando una pesada bolsa con quién sabe que cosas para su maestro.

─¿Recuerdan lo que hicimos la batalla anterior? ¿cuando confundimos a sus caballos?

Todos asintieron, recordaban lo elaborado del plan y lo definitorio que fueron las tropas del castillo llegando para salvar el día. Esta vez no se esperaban sorpresas. Del castillo habían enviado a Kurz y a Jose más un par de escuderos. No habría mucho más que ese puñado de espadas.

─Tenemos que matar a sus caballos esta vez. No podemos dejar que se retiren. Debo preparar veneno. Un veneno que también nos matará a nosotros a menos que estemos a suficiente altura. Pelearemos desde los árboles pero si tenemos que bajar a pelear no habrá demasiada posibilidad. ─detallaba Davan mientras los hermanos se miraban entre ellos. Sabían que esta era una misión suicida pero no a tal extremo. Preferían caer por el acero enemigo que respirar los venenos del anciano misterioso. Sin embargo nadie dijo nada. Carlos se guardó sus quejas por un rato.

─Estás loco ─exclamó Javensen pintando el sentimiento de todos. ─debemos durar el suficiente tiempo como para romper el cerco en el camino alto ─dijo parándose frente al anciano misterioso ─prepara tus polvos y pon todo en sacos. Yo me ocuparé de hacerlos arder en el momento indicado. Al menos no matarás a todos con esto.

A Davan no le gustaba que lo desafíen. Su mirada se volvió fría y penetrante. Las miradas se cruzaron y por un momento el enfrentamiento era similar a los que ambos protagonizaron alguna vez en las mazmorras. Davan no veía que el plan del iscario fuera mejor que el de él. La intervención de Barbeta fue la que calmó los ánimos y trajo una alternativa.

─Maestro, sabemos que ese veneno no arderá por sí solo, que debemos encenderlo con calor directo cuando tengamos al enemigo muy cerca, entonces pensé que quizás el escudo de cenizas pueda servirnos, es una vieja receta de magia verde... tengo algo de eso conmigo...quizás pueda ayudarnos. Sabía que al pedirme traer polvo de mandrágora tendríamos que lidiar con un poderoso veneno así que me tomé el atrevimiento de prepararlo ─dijo con algo de temor y reverencia.

─No he visto ese preparado más que una vez en mi vida...y ciertamente nunca aprendí a hacerlo Barbeta. Si tú lo has conseguido tenemos una chance ─dijo sin demostrar entusiasmo. Nunca mostraba demasiada aprobación por su discípulo pero por algo le había conseguido acceso a la biblioteca del templo del ocaso. Debía conseguir sacar rédito al erudito que había rescatado hace años de las mazmorras de Margón.

Pronto el aprendiz estaba embadurnando sus rostros con una pasta gris que olía a diantres. Tanto que Carlos tuvo que vomitar, provocando las risas de Silvia y Baraqz. Javensen tuvo un pequeño recuerdo de cuando permaneció tres días en una carreta de muertos para escapar de una de las tantas mazmorras que intentaron retenerlo. Recordaba lo que pensó ese día, que jamás tendría que volver a hacer algo tan asqueroso y sin embargo, aunque pasó incontables horas entre los gusanos de la carne, tuvo que hacer cosas peores aún. Cómo despellejar a un amigo para ponerse su piel y engañar a sus captores en otra ocasión. Lamentó mucho perder a su amigo por las fiebres, y más lamentó tener que hacerle eso a su cadáver. Para cuando acabó de recordar ya su cuerpo estaba cubierto con la pasta grisácea. No le pareció tan malo.

─Barbeta...creo que tenemos algo...¿ Recuerdas la historia de los fuegos? ¿los espectros de los llanos? ─preguntó Davan que miraba como habían quedado todos, embadurnados de gris.

─Maestro, esperaba que usted lo viera también. Tengo tizones. Con un poco de carbón podemos hacerlos parecer a...

─Ravninis...espíritus del llano...

Davan pronto le encontró la lógica. Los voyanas no temían a los hombres. Pero los espíritus del llano eran otra cosa. Deidades antiguas que ellos supieron venerar. El culto de la llama muerta. El fuego frío que vaga por los antiguos campos de batalla, a ellos siempre les tendrían un respeto distinto. Siempre temerían lo que el acero no puede matar, pero la clave era el fuego frío. Las llamas muertas mantienen encendidos a los espiritus, condenados a arder sin consumirse...Davan alzó su vista y miró a Javensen. Tenían algo parecido. Fue como un destello, como el paso de una sombra, una mínima esperanza agazapada esperando entre tanta certeza de muerte. Quizás tuvieran ese guiño de los dioses, quizás  habían encontrado por fin, el miedo de su enemigo.

Davan escribió runas de fuerza en el pecho del iscario. Protección contra las mismas llamas del piromante. Debía mantener sus habilidades por más tiempo que nunca,  aún a riesgo de perder la vida. Pero el iscario no temía. Siempre había querido dominar por completo su arte, y ahora, a causa de la necesidad, el anciano misterioso le otorgaba el don completo al inscribir sobre su piel las runas que no había podido conocer. Tenía por fín los tres círculos del fuego en su piel. Ahora podía vengarse.

Todos abandonaron sus posiciones y fueron tras su enemigo. El iscario no ardería hasta que estuvieran a la vista. Quizás no engañaran a todos pero si a los más incautos. Solo una persona tenía sus reservas con el plan. Silvia se sentía incómoda. Los ravninys eran hijos del padre de la llama. Los que habían trascendido a la carne para ser guardianes de la tierra. Y ahora ellos los imitarían como viles impostores. Baraqz notó sus dudas y se acercó a ella para intentar disiparlas.

─Matemos a los voyanas y después yo mismo te ayudaré a hacer un altar donde quemar nuestra transgresión, te lo prometo.

Silvia asintió sin decir palabra. Todo hubiera sido distinto si el sumo sacerdote lo hubiera elegido a él como sucesor. Pero el anciano esperaba por Carlos y no tuvo ojos para otro. Quizás algún día Baraqz regresara y restaurara la llama en el altar del templo. Era el único con suficiente devoción para hacerlo.

La bruma era intensa ese día en el bosque. Ahora la necesitaban. Debían volverse espíritus vengativos que se ocultaran de la vista de los voyanas hasta que fuera el momento. Los pozos que habían cavado para defenderse serían parte de la maniobra. Y las palabras que les había enseñado Barbeta completarían la farsa. Hoy serían los fantasmas más que nunca, aunque ofendieran a un par de dioses en el proceso pero por algo eran bien conocidos, siempre habían sido imperdonables.  

─Los primeros son siempre los ansiosos por entrar en batalla, esos lideran las avanzadas. Muéstrense un poco pero luego desaparezcan...ocúltense tras un árbol, arrástrense a un pozo, lo que sea pero desaparezcan...

Todos asintieron. Dilatar la lucha cuerpo a cuerpo no sonaba mal, dados los números, que siempre eran desfavorables. Davan parecía conocer muy bien la manera de pensar de su enemigo. Algunos de ellos dijeron tener cuentas pendientes con él. Todos intuían que había algo más detrás de estas misiones a las que el anciano misterioso siempre se ofrecía. Pero nunca había en él ánimos de echar luz sobre sus asuntos. Con él había dos cosas por hacer, sobrevivir y adivinar lo próximo.

─¿Por qué no trajimos a las asesinas con nosotros? Raluk, Wonder hasta el mismo Espinal podían ser todo lo invisibles que Davan pretende ─siguió quejándose Carlos pero la mirada de Baraqz le contestó sin decirle nada. Necesitaban a los más aptos para enfrentar a las dos compañías del sendero alto. Aquí necesitaban a un par de incautos que llevaran veneno con ellos. Veneno que debía arder, gente que supiera encenderlo. Todos los caminos terminaban en Carlos y sus habilidades.

Pronto se escucharon cascos de caballos aunque de manera extraña. Sonaban pesados y con un ruido ahogado. Davan acabó con las incógnitas.

─Les ponen paños en las patas. Es para que el ruido no los delate, viene una avanzada...

Carlos preparó un polvo extraño y lo roció sobre las cabezas de todos. Les dijo a todos que llevaran su cantimplora para mojarse el cabello cuando fuera el momento. Todos ocultaron sus rostros y se calaron las capuchas. Ahora si eran los perfectos fantasmas.

─Parecerá que arden...sólo será un poco de humo. Sólo descubran la cabeza y mojen sus cabellos. En cuanto se vuelvan a poner las capuchas el efecto terminará y podrán esconderse. ─explicó Carlos que seguía sin entender como era posible que lo descartaran en cada misión suicida. Solo un idiota no entiende que lo que él sabía podía sacarlos de más de un apuro.

Los caballos bufaban cerca. Habían esparcido el veneno directo en el suelo tratando de no respirarlo. A ninguno le causó demasiado daño. Algún que otro dolor de cabeza pero nada serio. Carlos esparció su polvo violáceo también, ese que ardía furiosamente. La trampa estaba lista.

─Ahora a rondar a los voyanas. ─susurró Davan y los despidió con un gesto de su mano.

Pronto el bosque se llenó de susurros, palabras que los hermanos no entendían empezaron a sonar en las sombras. Entre la bruma. Y ellos también empezaron a susurrar cual coro sombrío. Desde los árboles, en el suelo, alrededor

La primer avanzada moderó el avance. El destacado hizo señas de parar al resto. Parecía un jinete desconfiado ya que desmontó y sacó su espada. Veía la pesada bruma frente a él, pero también sentía un fuerte olor. Cuando su caballo se inquietó decidió seguir a pie. Carlos miró a Davan que había dicho lo osados que eran en sus avanzadas los voyanas.

─Parece que no son tan predecibles ─dijo el elegido del fuego haciendo gala de su ironía. Davan le sonrió y casi lo confunde. El voyana hincó la rodilla y examinó el terreno. Pasó su mano por la hierba y se la llevó a la nariz. Cayó pesadamente sobre su rostro y ya no se movió.

El resto de la partida lo vio caer pero no percibió como había sido atacado. Quizás una flecha. Un dardo envenenado. No veían nada inusual en el terreno. Quizás algún aroma extraño pero poco más. Todos desenvainaron y cometieron el segundo error. Separarse para investigar. Divididos en parejas se volvían predecibles. Uno seguía al otro a prudente distancia, pero la niebla no permitía divisar demasiado. El que abría la marcha llevaba espada y el que la cerraba arco. Los hermanos fueron por los de la retaguardia. Un corte certero que entrara bajo la axila o en el plano del muslo. Donde la sangre fluye como torrente. Heridas de tres pasos, porque es lo que tardaban en caer. Apenas un quejido de guerreros que sabían soportar el dolor sabiéndose ya muertos. Cuerpos desplomándose, cayendo pesadamente desde sus monturas. El que abría la marcha que se volteaba percibiendo problemas con su compañero y el ataque que se alzaba desde el frente para atacar el cuello descubierto. La sangre que manaba generosa cerrándo el círculo con el cual despedían guerreros. Listos para que los reciban sus dioses.

Se reunieron alrededor de los muertos. Barbeta dio algunas indicaciones y los cuerpos fueron fueron dispuestos de rodillas ante unos simbolos que pintó en un viejo roble. Runas pintadas con la misma sangre de los caídos. Un cráneo que trajo se dispuso sobre un montículo de piedras. Carlos puso de sus polvos que hacían humo entre las piedras completando la puesta en escena. Resultaba atemorizante la bruma púrpura tiñendo la niebla lentamente. Realmente parecía un portal al inframundo. Todos volvieron a sus pozos a prudente distancia. Por momentos el altar se veía y por momentos desaparecía pero las voces se escucharon claramente cuando la segunda partida llegó. Hubo un grito ahogado, luego algunas conversaciones que se tornaron discusiones.

─Algunos son más religiosos que otros. ─Musitó Barbeta ─pero la duda ya está sembrada. Algunos quieren volver al campamento. Dicen que fue un error aliarse con el imperio. Ellos los llaman invasores porque fueron los primeros que llegaron a los llanos hace siglos.

─Pero siempre me han dicho que viraron al este, que despreciaron los llanos ─interrumpió Carlos.

─No todos, mi querido incendiario.  Al este viró el grueso de ellos pero una tribu se dirigió directo a los campos extensos. Una casa que renunció al consejo y poder de los líderes militares. Pero no vinieron en paz. Masacraron cuanta villa encontraron cuando aún no decidían que dirección tomar para asentarse.... La casa Valyuta siguió el consejo de los sacerdotes de la forja y bajó desde la montaña a los llanos.

─¿Los reyes de la moneda?

─Sus descendientes terminaron por reinar allí, pero ya no eran hijos de la forja. ─contestó Barbeta asintiendo. ─Eran mucho más.

Unos gritos en la bruma los sacaron de sus especulaciones. Y aunque casi ninguno entendía el dialecto que usaban si reconocieron una palabra que muchos repetían...ravninys...ravninys.

─Algunos se marcharan, y los que queden tendrán que reagruparse. Ese será nuestro momento para encender el veneno. ─dijo Davan convencido.

Se acercaron al altar en silencio contemplando la escena. El voyana que parecía ser el líder estaba realmente ofuscado y parecía insultar a los que pretendían marcharse. En un momento de ciega furia pateó el montículo de piedras con el cráneo y escupió las runas del árbol. Eso pareció terminar de convencer a los indecisos y fueron varios los que giraron sus monturas y se marcharon. Quedaban alrededor de treinta de ellos con su colérico líder.

─Le llaman arroyo de sangre. No temerá a los espíritus, sólo podemos confiar en su furia ─sentenció el anciano misterioso, que parecía conocer a todos los enemigos por su nombre. ─mostrémosle un enemigo y cargará contra el ahora que está furioso.

Javensen se puso en pie y tomó un saco de veneno. Miró su antebrazo y empezó a recitar las runas tatuadas en el mientras caminaba por la bruma. Los demás también se irguieron. Necesitaba tiempo para arder y debían dárselo como fuere. Davan desenvainó y se quitó su conocida capa con capucha desnudándo un torso casi tan tatuado como el del iscario. Reogió su pelo con una cinta de cuero y todos pudieron ver que no era tan viejo. La capa y cierta postura ocultaban su vigor. Su cuerpo estaba marcado por innumerables cicatrices pero estaba trabajado y firme como si los años no hubieran hecho mella en él. Notaron que solía moverse encorvado y que ahora, erguido, tenía una estatura importante.

─Dejen de mirarme y concéntrense. El enemigo está allá. ─dijo señalando con la espada y salió de su escondite.

Los demás se separaron. Carlos tensó su arco y buscó tiro mientras Baraqz sacaba su sable corvo al igual que Silvia que ya se había adelantado en busca de victimas. Los fantasmas del bosque iniciaban su faena sin saber como podrían lograr enfrentar a treinta jinetes. Sólo sabían que debían mantenerse en el lugar donde el veneno había sido esparcido. Pero hasta ahora el veneno no parecía haberles hecho daño suficiente. Debía ser respirado de alguna manera. Carlos tomó una de sus flechas incendiarias y esperó el momento. Los guerreros se reunían cerca del viejo roble. A simple vista la mayoría ya estaba dentro del círculo. Un caballo despreocupado se puso a comer algo de hierba mientras los voyanas discutían. El elegido del fuego esperó el desenlace un rato. La montura trastabilló primero y luego cayó desplomada. El guerrero quedó atrapado por ella y comenzó a pedir ayuda para liberar su pierna. Algunos desmontaron para socorrerlo. Carlos no encontró un momento mejor así que encendió su flecha con el pedernal y la lanzó al claro. Sintió la misma ansiedad de siempre ante la inminencia del fuego que se levantó como fogonazo apenas la flecha impactó en el suelo. El destello cegó momentaneamente al enemigo y varios caballos escaparon al instante ante el peligro y no les importó si tenían jinete encima. Fueron varios los que terminaron siendo lanzados por los aires o arrastrados en la loca huida de sus caballos. La confusión reinaba mientras la bruma se teñía de un tono verdoso. Los que lograron dominar a sus monturas percibieron el olor pero antes de intuir algo vieron aparecer de la bruma unas figuras espectrales. Más jinetes abandonaron la escena espantados. Finalmente quedaban alrededor de veinte oponentes pero las figuras entre la bruma volvieron a esconderse mientras los voyanas giraban la cabeza tratando de adivinar de donde vendría el ataque. El humo verdoso llegó al nivel de los caballos que se agitaron por un momento y sacudieron la cabeza. Luego empezaron a caer uno por uno. El líder alzó su mano para indicar que salieran de allí a todo galope pero algo lo detuvo. Frente a él una figura con el torso desnudo lo señaló con su espada.

─Tú, todo este tiempo tú maldito perro. ─gritó Arroyo de sangre con el rostro desencajado, pero antes de embestirlo sintió que perdía sustento y caía. Su caballo había sido victima del vapor verdoso y yacía inerte en el suelo mientras él luchaba por incorporarse. Las figuras de la bruma se acercaban a un voyana caído, daban su estocada y retrocedían. Pronto fueron diezmando a la mayoría. El líder les dio una orden y los que quedaban en pie cubrieron su rostro con sus máscaras de guerra. Era tarde para muchos pero aún quedaba el líder con su guardia personal. Los doblaban en número pero ya no eran decenas de ellos sino un puñado de guerreros esperando reunidos en círculo. Davan los tenía donde quería. Allí fue cuando apareció Javensen con su cuerpo encendido. Sus brazos abiertos dejaban escapar llamas azuladas mientras avanzaba iluminando el claro. Esa imagen fue demasiado para los fieles guardias de Arroyo de sangre, escaparon a pie si que nadie los persiguiera. El líder con la furia pintada en el rostro los insultaba pero fue incapaz de retenerlos. Empuñaba su espada apuntando a la aparición mientras maldecía por los dioses que conocía y por lo que habría de conocer. Todos lo habían abandonado. Quedó solo junto al roble entendiendo que había caido en una trampa. Javensen permaneció allí pero dejó caer el veneno al suelo. No iba a hacerle las cosas tan fáciles a Davan. Si tanto ansiaba luchar contra ellos era hora de demostrarlo. Empezó a leer las runas de su otro brazo y a apagarse lentamente mientras volvía a perderse entre la bruma.

─Arroyo de sangre...parece que hoy no fluyes ─dijo Davan al advertir que el iscario había decidido limitar su participación.

─Maldito perro embustero, podrás engañar a todos pero yo te conozco dedo negro, no eres más que un cuento de viejas, ven por mí si eres lo que dicen las historias...

Los dos avanzaron alzando sus espadas. El voyana atacó desde arriba bajando su espada en diagonal para hacerle un surco en el pecho pero el anciano misterioso no solo parecía menos viejo ahora sino que también demostró ser bastante ágil al robarle el cuerpo a ese ataque y pasar por el costado de Arroyo de sangre sin mover su espada en absoluto. Sin embargo el voyana no se volvió para contraatacar sino que cayó de bruces allí mismo, luego se volcó sobre su costado y murió. La mano de la espada se mantuvo alzada todo el tiempo pero nunca atacó. Fue su otra mano la que clavó la daga en el costado del voyana, haciendo camino entre sus costillas hasta atravesar su corazón en un solo movimiento. Davan se tomó su tiempo para envainar ambos aceros para luego mirar el cuerpo y lanzar un escupitajo.
 
─...¿cuentos de viejas?... 

El anciano misterioso le quitó el colgante a su oponente y lo guardó. Seguro se uniría al souvenir de Cara de guerra, luego volvió a ponerse su capa y se caló la capucha.

─Hermanos, vamos al camino alto y veamos que podemos hacer por el resto. Aquí ya está cumplida la tarea...






























jueves, 15 de noviembre de 2018

Las virtudes del miedo, parte uno



Hiperión se agachó un instante antes de que la flecha diera en su cabeza. Odiaba a los malditos arqueros, los arqueros imperiales eran sobradamente diestros, pero peor eran los voyanas, porque se movían por todo el bosque ya que iban a caballo. Atacaban desde la espesura con fiereza mientras las dos compañias imperiales presionaban desde el camino alto. En el fuego cruzado las flechas parecían no tener bando ya que los hermanos las oían silbar sobre sus cabezas. Pero todas apuntaban a la maltrecha hermandad que resistía en improvisadas zanjas que se cavaron a último momento. La situación podía volverse insostenible si debían luchar cara a cara en dos frentes. El castillo de Lurzt había enviado un puñado de hombres que parecían más una excusa que apoyo. El príncipe siempre podía decir que eran desertores si no enviaba suficiente cantidad de espadas.
Xamu se arrastró entre la maleza buscando el pozo donde Raluk y Wonder disparaban flechas a diestra y siniestra.

─¿Que tal culo tuerto? saludó Wonder mientras le daba una mirada risueña a su hermana oscura.

─Muy graciosa hermanita, les traje dos carcajs de flechas, la próxima pueden arrastrarse ustedes hacia mi pozo...

Xamu dejó el material ofuscado y se retiraba arrastrando cuando Raluk mostró una cara de sorpresa mirando su trasero, cosa que el hermano no esperaba.

─¿Qué pasa? ¿por qué me miras así? ─preguntó desesperado mientras se tocaba las nalgas.

─Nada, pensé que ya te habían dejado el culo ciego, pero fallaron...─contestó Raluk mientras Wonder rompía en sonoras carcajadas.

─Malditas, envenenaré su vino, ya verán...─contestó Xamu y se siguió arrastrando con algo de alivio.

La lluvia de flechas no cesaba pero la bruma del bosque escondía los bandos enfrentados. Las compañías imperiales habían fortificado una saliente frente al camino y desde allí descargaban sus arcos con meticulosidad y paciencia. Disparaban por sectores tratando de cubrir las posibles posiciones de la hermandad. Para ese momento la hermandad había dispuesto de sus escudos a manera de cubierta y los habían disimulado con ramas y hojas. Sus pozos al menos tenían un precario techo pero el sonido de las flechas golpeando contra ellos delataba sus posiciones. Cascos de caballos sonaban peligrosamente cerca de ellos. Pronto tendrían que salir a enfrentar a los jinetes. Y el sonido de la batalla atraería a los imperiales que esperaban en el camino. Eran un animal acorralado al que su depredador persigue mientras los cuervos vuelan en círculos. Hiperión caminaba de pozo en pozo chequeando que todos estuvieran a cubierto. Él no se arrastraba ni se guarecía, parecía querer ser el primero en morir, quizás agobiado por la magnitud de la amenaza. O tal vez las flechas silbando no tenían ya sobre él mayor efecto que el de incomodarlo y fastidiarlo. Estaban atrapados desde hace horas y no encontraba como romper el cerco. Quería correr hacia algún lado y trabarse en lucha, esperar para él era casi lo mismo que la muerte. Finalmente decidió que debía optar por atacar uno de los frentes y esperar que el otro no tuviera tiempo de apoyar. Romper el cerco. Los voyanas se movían constantemente, venían en oleadas como el mar empujándolos contra las rocas. Rocas de armadura pesada imperial que los esperaban en el camino alto. La trampa era perfecta pero no quería morir dentro de un húmedo pozo con una flecha entre los ojos sino con una espada en la mano cargando contra el enemigo. Una vez un guerrero curtido le dijo que nunca pensara en morir antes de la batalla, que pensara en vivir, no hay que hacer planes para la muerte en el campo. La muerte ya conoce su libreto. Y a veces podemos sorprenderla.
Les comunicó a todos que irían por las compañías del camino alto. El único punto de resistencia que podían medir y ubicar.

─Sabes que es una trampa, nos quieren allí ─dijo Davan mirándolo con dureza.

─Cuéntame un plan mejor que seguir enterrados aquí, soy todo oídos. ─replicó

─Déjame al piromante y al loco del fuego. Tengo algunas ideas para distraer a los voyanas. ─dijo el anciano misterioso poniendo una mano en el hombro de coraza roja  ─ocúpate de vencer allá arriba o todo será inútil. Olvídate de nosotros y de este bosque.

Hiperión asintió mientras le hacía un gesto a Carlos y a Javensen que se imaginaron lo que seguía. Silvia se acercó al elegido del fuego.

─Voy contigo

─¿Estás loca mujer? ─contestó con pesar Carlos. ─Vamos a morir allí

─Es mi decisión, si el elegido va a morir debo estar allí. Y Baraqz también vendrá si en algo lo conozco.

─Si voy a ser libre de mi juramento hoy debo presenciarlo todo. ─dijo Baraqz recordando su promesa.

─Ustedes están locos, los dos, nunca voy a entenderlos

─Te prometo que si mueres llevaré tu cabeza y la depositaré en el altar del señor del fuego. ─juró nuevamente Baraqz

─No sábes cuanto me consuela eso ─dijo Carlos cerrando la charla con una mueca.

Hiperión reunió a los restantes al costado del camino. La idea era intentar usar alguno de los senderos de montaña para ganar altura y sobrepasarlos. Habían fortificado el camino frente al bosque y sería una locura atacarlos allí.

─Si pretendemos ir todos por allí seremos un desfile del día de los dioses. Seremos blanco de sus arqueros, hasta Vallekano nos daría...sin ofender  ─protestó Espinal mientras se disculpaba con un gesto. El pastor arquero le dedicó una mirada fría pero no le dio mayor importancia, estaba acostumbrado a las críticas pero pocos habían dado cuenta de un dragón con un par de flechas, eso nadie podía quitárselo.

─Quizás debamos enviar sólo una partida ─ dijo una voz a espaldas de todos, sobresaltándolos.

Crow estaba apoyado en una muleta rudimentaria mientras Jenny lo sostenía de la cintura.

─No quiso quedarse, lo siento ─se disculpó la maga verde

─¿Que propones? ─dijo simplemente Hiperión disimulando la alegría de ver a su estratega nuevamente de pie.

─Necesitaremos cosas brillantes, los escudos bruñidos, todo. Tenemos que confundirlos primero. ─se entusiasmó el cuervo.

Jenny llevó aparte a Hiperión y le habló por lo bajo.

─El tuétano de las costillas rotas se mezcló con la sangre. Eso podía envenenarlo a menos que se hiciera un quiste y no se esparciera. Está vivo así que sucedió esto último. Lo vendé con fuerza en el pecho pero cualquier golpe puede romper ese coágulo y matarlo, tenlo presente.

Hiperión asintió y se acercó al grupo. Era una espada menos pero su fuerte eran los mapas así que pondría a Crow donde hacía más daño. Frente a los pergaminos.

─Muy bien hermandad. ─empezó a decir Crow. ─Ellos cuentan con un ataque frontal. Desconocen los senderos de pastoreo que vamos a usar pero debe ir un grupo pequeño. Uno rápido y preciso. Vamos a hacerles creer que los rodeamos. Será difícil pero con la carnada adecuada...cuando el perro tiene hambre, no se fija lo que lleva a la boca...creo que podemos fabricarnos una oportunidad.

Hiperión eligió a Espinal, Parabel, Raluk l,pl,,. , Kurz, que recién había llegado del castillo y José que otra vez habían puesto al frente de los refuerzos del príncipe. El resto esperarían la señal y atacarían si la distracción surtía efecto. Deberían pegar por el lado fortificado cuando realmente dudaran de un ataque por allí. Todo era riesgoso y bastante incierto. Y sin embargo, sonaba como un plan razonable. Uno que se podía elaborar en esa situación desesperada.

─Atacaremos por su lado fuerte en el único momento en que no nos esperen...nunca tuvimos perdón, y nunca perdonaremos, cuando ataquen hagan honor a nuestro nombre. ─dijo coraza roja y se aseguró la pechera, comenzaba el juego...












jueves, 8 de noviembre de 2018

Cuando nada ilumina la senda




─¿Cómo sigue?

Hiperión entró en la cueva en silencio pero estaba cubierto de cortes y sangre. Le preocupaba la salud de Crow.

─Sigue igual. Perdió mucha sangre y me costó sacarle el frío. Le dí mucha agua y lo mantuve seco. Dependerá de sus fuerzas ─contestó Jenny con algo de pesar. ─¿y afuera? ¿es tan malo como se ve en tí?
─Estamos perdiendo, y nos estamos acostumbrando, que es peor. Intentamos no perder a nadie pero los voyanas nos asedian y debemos combatirlos en el bosque. Eso es bueno cuando vienen caballeros negros desde el camino alto, pero con los voyanas es distinto.Tienen sus trucos, algunos más antiguos que este mismo reino.

Hiperión suspiró y se encogió de hombros. Desde que habían dejado de llegar desde el camino alto era difícil pelear. Los senderos a los llanos meridios eran incontables. Evitaban el escollo natural de las montañas pero el imperio no transitaba por ellos, eran dominio de los voyanas. Hacía mucho que no se sabía de ellos pero habían regresado con fuerza. Nada de lo que pasaba en los llanos era cosa juzgada, se tejían leyendas y se fabricaban mitos para explicar lo que el imperio había hecho con la región más próspera de esas tierras. Solo una cosa había quedado clara. Querían borrar el legado de los reyes de la moneda. Ese fue el juramento que los generales del este se habían hecho. Al menos dos de ellos.
Crow se quejó entre dientes y pareció estar a punto de despertar. Hiperión casi deja escapar una expresión de gozo pero su estratega volvió a sumirse en el sopor de la fiebre y siguió inconciente. Lo primero que hicieron los malditos fue dejarlo a ciegas, quitándole a su maestro de mapas. No sabía en que momento empezó a depender tanto de él. No es que no supiera luchar contra esos salvajes, pero no le podía sacar provecho al terreno.Ganaban y perdían por igual a veces por diferencias mínimas, quizás por el hecho de que no se los había podido detener en el momento en que llegaron. Algunos hablaban de volver al viejo fuerte lindero a las montañas donde la primer guarnición vivió. Desde allí podían dominar los senderos pero perdían la primacía en el camino alto, y como siempre, eran pocos. Había que elegir que defender.
Parabel entró apurado y observó la escena. No preguntó sobre el maestro de mapas. Estaba en su propia batalla. Se dirigió a coraza roja con el parte de la batalla.

─Nos retiramos por tres caminos distintos. Todos pasan cerca del río, en dirección a Lurzt para que crean que nos refugiamos en la fortaleza. Luego rodeamos largo y estamos volviendo. Arlorg se negó a rendirse y le perdimos el rastro. No sabemos que fue de él. Ese hombre está loco. Dijo que no vino para dejar su mazo sediento.

─Establezcamos perímetro juglar. Los que lleguen primero deben vigilar el bosque y buscar espías, rastreadores. Haganlo bien, si cagan quiero saber a que huele ¿entendido?

Parabel asintió con gesto adusto pero apenas se volvió Hiperión le hizo una cara graciosa a Jenny  imitando los gestos del líder.

─Juglar, ve a hacer lo que te dije o hallaré otros usos para ese laúd que tienes.

Parabel se retiró rápido mientras Raluk llegaba también cubierta de sangre. Una postal habitual donde se mezclaban heridas propias con el rastro de sus víctimas. Jenny se acercó a ella con unos paños dispuesta a ayudarla pero ella le hizo un gesto negativo. No estaba de humor. Las derrotas le sentaban mal. No las digería hasta pasadas dos o tres botellas de hidromiel. Pero eso era después, primero había que esperar a los demás. Ver los rostros que iban llegando y rogar que los que faltaban no tardaran. Esa siempre sería la parte difícil. La cueva empezó a iluminarse timidamente gracias al fuego que Brian fue alimentando mientras se vendaba el brazo con dificultad. Le llamaban la primer hoguera porque era la que hacían en un rincón para que no se viera desde el bosque. Era la que recibía a los demás y que el primero que llegara debía encender. Ese fuego reconfortaba como nada en el mundo, ese que empieza a brillar cuando nada ilumina la senda.

   


viernes, 2 de noviembre de 2018

Sobre nosotros crecerá la hierba




Solot se sobresaltó cuando divisó a la figura sentada en la oscuridad. Todavía no se acostumbraba a estas repentinas apariciones. Intentó mostrar aplomo y fue encendiendo lentamente las velas. Los palidos destellos fueron arrojando luz sobre el extraño. Cabellos grises. Tunica gris, mirada fiera. Un dedo negro.

─Si muero del espanto no podré servir a tus propósitos ─dijo con sorna.

─Estoy seguro de que sobrevivirás. Has traído tantos horrores a este mundo que un viejo amigo no te hará mella...

─Tú no tienes amigos Davan.

El mago renegado sonrió a medias. La visita sería corta. Lanzó sobre la pequeña mesa de la cámara del sumo sacerdote un rollo de pergamino. Solot no necesitaba abrirlo para saber que era un mapa, uno de su propia biblioteca. El tratamiento que le hacían al pergamino para que no se dañe delataba su orígen.

─Has decidido jugar tus cartas, eso lo respeto, pero eres descuidado ─dijo Davan analizando las reacciones del sacerdote.

─¿De donde sacaste eso? ¿acaso tu aprendiz decidió robarnos?

─Dudo que mi aprendiz conspiré contra si mismo. Tuvimos una incursión voyana. Una muy informada. Versada en los senderos ocultos en la montaña. Una que intentó tomarnos por sorpresa con la ayuda de tu biblioteca.

─Y claramente todo apunta contra mi, porque soy tan idiota que les daría algo que solo yo puedo entregar, una especie de confesión muda. ¿En serio Davan crees que eso pasó por mis manos?   

─Dímelo tú, ¿cuantas personas tienen la llave de la biblioteca?

─Mi llave la tiene tu aprendiz, la otra la conserva el maestro de escritos. Tú lo sabes bien.

Davan no tenía demasiado motivo para desconfiar de un anciano que año tras año transitaba sus últimos momentos para luego, de algún milagroso modo sobrevivía.
 Hace unos años le habían puesto de ayudante a un mago jóven que había aprendido el oficio y buscaba afanosamente quedarse con el puesto del anciano.

─No tengo intención de perder la utilidad que hoy represento para el general. Si los derrota seré un estorbo. Tengo poco tiempo para demostrarle que puedo serle verdaderamente útil en el futuro. Y eso contando con que el imperio no derrote al oeste. Todas nuestras posiciones son precarias Davan. La maldita soberbia del hombre nos trajo hasta aquí y no creo que mejore demasiado.

─¿Y tú que propones? ¿liberar las criaturas del abismo y traer la noche al mundo? no asegura nuestro futuro de manera alguna

─Mis antecesores equivocaron el camino. Perdieron el control del portal, fueron demasiado ambiciosos. Yo hubiera mantenido los portales pequeños como era la tradición. Tomar consejo de los primigenios para combatir al imperio...

─Ahora me dices que no pretendes que llegue finalmente la noche que se come al mundo.

─Eso será inevitable Dedo Negro. Como los días que vivimos llegan a su ocaso, la noche debe llegar para que el hombre cese. Llegará cuando sea el momento del sueño del hombre y el reinado de la oscuridad. Así ha sido por todas las edades. Y no podemos adelantar ni retrasar eso. Y un día volverá a despertar cuando llegue el amanecer. No hay voluntad que pueda detener el transcurrir. El imperio es el último intento de la voluntad de detener lo inevitable. Deberíamos abrazar ese destino y dejar de pelear contra él. Los primigenios vendrán a purificar. Deberíamos estar agradecidos

─Ya veremos como recibirlos, ya sabes que les dare acero y fuego a todos los que pueda. Y cerraré ese maldito portal.

─Los titanes mantienen los llanos de Margón a salvo del imperio. El imperio se mantiene bajo tierra

─Las bestias mataron a los míos. No lo olvides. Mataré a todos ellos. Luego seguiré con los hombres. ─amenazó Davan con firmeza

─No temo morir por tu mano Davan, harías bien en entender que hay cosas peores a las que temer. Temo que no me alcance el tiempo, solo eso...

Davan se levantó y se caló la capucha dándole una última mirada al sumo sacerdote.

─Averigua quién le dio ese mapa a los voyanas...porque volveré para que me lo digas

Solot vio como se escurría en la oscuridad. Conocía todos los pasajes secretos del templo y se escabullía detrás de los cortinados y tapices para desaparecer entre los muros.

─Recuerda algo Dedo Negro. No importa demasiado lo que hagamos. Los que no mueren están destinados a regir. Nosotros no somos obstáculo. No contamos. No estamos hechos para la noche que viene. Sobre nosotros solo crecerá la hierba...  




sábado, 27 de octubre de 2018

En la noche no se ven los cuervos




─Camina hijo de perra o te matamos aquí mismo.

─Quisiera verte intentarlo...

El puñetazo se hundió profundo en su estómago. El voyana que llevaba sus cadenas tenía poca paciencia. Crow lo provocaba cada tanto ganándose unos buenos golpes. La capucha en su cabeza se agitaba con la golpiza. Cada tanto lograba que se corra un poco dejándole ver el paisaje. Escupió sangre y rió desafiante. Todavía no identificaba el camino pero no lo llevaban hacia el templo del ocaso. El general, presumiblemente, no estaba esperandolo al final de esa jornada. Si su cabeza tenía precio todavía no pensaban cobrarlo. No recordaba problemas personales con ellos. De hecho tenían el mismo oficio. Todos vivían de la espada. No entendía que podían querer de él.
Pronto el sendero se transformó en camino de cabras y empezó un tortuoso ascenso. Estaban cruzando montañas a buen ritmo. No iban al este sino al contrario. Suponía que los llanos meridios. Lugar donde perdían la batalla con el Innombrable. Quizás lo llevaban a su escondite los que se suponían exterminados hace tiempo. Hora de provocar un poco más a su captor.

─¿Sabes lo que hacemos con un voyana cuando lo encontramos? le levantamos la falda para ver que es...

El golpe no se hizo esperar y volvió a escupir sangre. El voyana era diestro y adelantaba exageradamente el pie izquierdo para golpear. Bajaba la otra mano mientras golpeaba. Toda información en ese momento resultaba útil. Todavía no le había acomodado la capucha cuando logró que los golpes empezaran a dar en su codo. Lo movía sutilmente para cubrirse. Pronto vio que el puño del voyana chocó estrepitosamente con el y escuchó un quejido disimulado. Con suerte se habría roto algún hueso de la mano. Pronto vio que ya no sostenía la cadena con la diestra. Estaba menguando sus fuerzas de a poco. La noche empezaba a caer y sus ropas negras se volvían aliadas aunque todavía no había margen para un escape. Era una docena de enemigos contra un cautivo encadenado. No había muchas garantias de poder torcer semejante número pero estaba oscureciendo. La noche era amiga de un cuervo.
Se dio cuenta de que iban a pie porque los caballos eran fáciles de rastrear, además de que el terreno elevado y pedregoso era una complicación extra. Si sus hermanos iban por él seguro irían tras la ruta del camino alto ya que lo más obvio era creer que el general Turbarión estaba detrás del secuestro. 
Lo único que se le había ocurrido era dejar plumas de su capa negra. Algunas en el mirador del valle. Y el resto en los lugares donde el voyana impaciente lo había golpeado. Sólo necesitaba un par de ellas allí sueltas, y la suficiente suerte para que fueran vistas.
El líder hizo un gesto y todos se dispersaron. Aún con la capucha puesta Crow había logrado que le dieran un golpe en el rostro que había dañado la cubierta. Ahora podía ver algo más. Sin embargo sus oídos eran su aliado más poderoso en ese momento. Escucho pasos ir en todas direcciones y el silbido del metal rozando el cuero, común cuando las espadas abandonan su funda. No sabía si buscaban a alguien o eran precauciones para establecer campamento. Era lo último. Estaban tensos y expectantes, si no fuera por la extendida fama de los voyanas hubiera creído que tenían miedo. Tenían que estar en tierras de su mayor enemigo, el rey sin nombre.

Hiperion había conformado una partida reducida con los hermanos más livianos y ágiles. Espinal y Raúl rastreaban en el camino alto. Wonder y Raluk descubrieron algunos rastros dispersos que luego se esfumaban como si los hombres aprendieran a volar. Pero creían que era raro que no hubiera siquiera huellas de animales. Las cabras iban y venían por los senderos pequeños dado que siempre pastaban allí. Alguien había limpiado las sendas tan bien que lo había ocultado todo. No había llovido y las nevadas habían acabado hace unas semanas. Esa fue la primer pista que les hizo pensar en abandonar el sendero alto de la montaña. Parabel y Haru tomaron los senderos que iban a la cima mientras los demás tomaban los que descendían infinitamente para ir a los llanos. Se encontrarían en la pequeña aldea de Sharra, donde sabían que no deberían explicar demasiado para conseguir ayuda,
Era difícil buscar cuando el enemigo sabía ocultar sus rastros y cualquier pastor de montaña era más hábil que ellos. La tarea se volvió infructuosa y lenta. La desesperación de coraza roja iba en aumento. Mientras ellos iban en círculos el enemigo avanzaba ligero seguramente. Habían evitado el camino alto, el templo de los magos oscuros, Turbarión parecía no ser la fuente de la amenaza por una vez en la guerra, lo cual podía parecer un alivio hasta que recordaban que había un enemigo nuevo con el que lidiar.

La partida de voyanas había esperado la noche para acampar. No habían hecho fuego y se cubrieron con pieles de osos en improvisados hoyos cavados apenas en la tierra. Había dos de ellos al acecho haciendo guardia. Crow esperaba que el líder tomara la suya para intentar hablarle. Le habían cambiado el guardián desde que en su impaciencia se había lastimado la mano golpeándolo.
Faltaba todavía un poco para el alba cuando el jefe se puso a cargo.

─¿Y desde cuando los voyanas son mandaderos de Turbarión?

Al principio no hubo respuesta, solo una mirada torcida y una sonrisa de desprecio. Pero sus palabras generaban alguna especie de efecto así que continuó.

─Supongo que no les queda más que ser los perros del este. Por eso han dejado de regir...

─Tienes la lengua muy larga para la cadena tan corta que llevas fantasma

Al menos sabía que sabían a quien llevaban, el cuervo temía que lo hubieran confundido con otro pero era claro que lo habían venido a buscar. Y a juzgar por el trabajo que se tomaban con él podía deducir que creían que era uno de los líderes.

─Demasiado trabajo te tomas por un mercenario igual que tú. ¿Cuanto pueden pagarte por mis huesos? dijo el cuervo escupiendo los restos de sangre que le quedaban en la boca.

─Me crees un bárbaro ignorante fantasma, pero no puedes ocultar quién eres y para quién luchas...

─¿Desde cuando es secreto que luchamos contra el imperio, mi querido voyana?

─¿Desde cuando es secreto que pelean por el malnacido de Dedo Negro?

Crow se tomó un momento para responder. No esperaba esa afirmación del voyana que parecía tener asuntos pendientes con Davan. Asuntos que, como acostumbraba el mago renegado, se mantenían fuera del conocimiento del resto. Pero se podía usar la información disponible. No sabía que estaba pasando en el valle y le urgía saberlo para saber si debía seguirle el juego a la partida o apresurar el intento de escape.

─¿En serio crees que Davan es el líder de los fantasmas? él es uno de muchos que sirven al líder supremo, nosotros no servimos a ningún mago, nosotros tenemos al rey...

El gesto del voyana cambió por completo. Nada les cambiaba más el humor que las referencias al innombrable.

─¿Que pasa voyana? ¿no reconoces al vedadero rey? Todos vamos a volver a los llanos floridos de Margón para ver al rey sentarse sobre el trono de cráneos de sus enemigos. Quería que te hicieras la idea de que nadie escapará de la furia del hombre que camina por el fuego...

Crow no tenía demasiadas referencias sobre el rey sin nombre pero recordaba algunas habladurías de un bárbaro con el que compartió filas en su vida de soldado.
Tan suficiente se sentía por lograr perturbar al líder voyana que olvidó su situación. El puñetazo en el ojo lo tumbó de espaldas y lo dejó casi inconciente. Al principio iba a girarse y tratar de revisar su ojo pero luego cambió de opinión. Decidió quedarse tendido tratando de ver si lograba encontrar alguna información más. Su oído era privilegiado y quizás lograra sacarle algo más a sus enemigos.
EL líder despertó a todos y hablo algunas palabras con cada uno tratando de aparentar normalidad. Partian. Algo le urgía y sólo se lo expresó a su segundo con el que habló un poco más. Se puso de perfil en un momento señalándolo y mirando hacia el oeste. Estaba alejado y hablaba bajo pero sus labios se formó una palabra que echaba luz sobre el asunto que los había llevado a cruzar territorio hostil arrastrándolo. El cuervo se relajó y se permitió descansar un momento. Empezaba a entenderlo todo.

Hiperión mantuvo el ritmo de marcha por horas, descendían buscando en los senderos de pastoreo, Faltaban un buen trecho para alcanzar la aldea de Sharra y aún no tenían una mínima huella. Fue Parabel el que se acercó a él en un momento y le sonrió. Puso ante sus ojos una pluma negra, una muy familiar, una pequeña pluma cubierta de polvo pero innegable y certera. Estaban sobre el rastro casi por casualidad. Pero estaban sobre el. Revisaron el lugar del hallazgo. Encontraron bajo el polvo un escupitajo de sangre. Coraza roja conocía lo insidioso que podía ser el cuervo para provocar y sacar de sus cabales a cualquiera. Sabía que se estaba ocupando de dejar huellas a costa de su propia salud. Pero todo el lugar estaba cubierta de un fino polvo. Estaban peinando el rastro con algún tipo de piel. Seguramente el último de ellos llevaba una atada a su cintura y sólo bastaba con que marcharan en una fila ordenada para quedar cubiertos. Hizo un gesto y redoblaron la marcha. Ahora iban a paso forzado tratando de darles alcance.

La partida había esquivado los últimos poblados antes de descender a los llanos. Todavía estaba oscuro y costaba avanzar en los últimos trechos pedregosos. El líder insistió en partir apresuradamente y sus hombres se mostraban molestos. Se turnaban para llevar la delantera y estaban bastante nerviosos por la cercanía del lugar donde el innombrable mandaba. En un momento Crow comenzó a cantar y tres de ellos se abalanzaron sobre él para callarlo. Otra vez los golpes. Las plumas desparramandose y su conocido escupitajo de sangre. En el horizonte cerrado por la noche se vieron un par de refucilos lejanos. El aire ahora empezaba a oler a humedad. Crow sabía que no todo podía ser simple pero si llovía su rastro se perdería para siempre. Esa si podía ser una complicación.
Había que retrasar la marcha. Era hora de buscar a su guardián impaciente...

─Hey amigo...¿te duele la mano? ─dijo girando exageradamente la cabeza en todas direcciones, la capucha ya era restos deshilachados pero estaban demasiado apurados para reparar en detalles. Por un agujero en ella lo úbicó al final de la línea. ─Te pido disculpas, la próxima trataré de relajarme así no te lastimas golpeándome ─terminó de decir entre risas.

El líder le dijo algunas palabras en su lengua. Quizás para evitar que reaccione. Pero Crow conocía a su guardián, Era cuestión de tiempo...

─A tí no tengo que levantarte la falda para reconocerte, tu eres la princesa de tu pueblo. O quizás eres un bujarrón de feria...si, creo que eres eso...una princesa sería sangre real y tú no pareces de la realeza jajaja!

Los pasos pesados de una carrera se oyeron a sus espaldas. Aflojó el cuerpo y esperó. Apenas un instante antes de que lo alcance realizó una finta y dejó su pie extendido. El voyana pasó de largo y tropezó yendo a dar su cara contra el duro suelo. Se levantó de un salto con el rostro cubierto de sangre. Los gritos del líder no lo detuvieron pero el cuervo podía luchar con las manos atadas, era un juego que hacía de muchacho y no se le daba mal. Utilizó sus hombros para cubrirse un lado de la cara mientras preparaba sus codos para golpear. Cada vez que el guardian fallaba se enfurecía más y era más fácil contrarrestar sus ataques. Pronto estaba demasiado golpeado para pensar con claridad. El cuervo aprovechó para terminar de quebrar su mano herida y darle una buena tunda. El resto de la partida que había presenciado el espectáculo en silencio, se lanzaron sobre él arrojándolo al suelo y cubriéndolo de patadas. Espero pacientemente que se cansen mientras se cubría como mejor podía. Se acercó arrastrándose a su guardián e intentó extrangularlo pero lo detuvieron, después no recordó más nada. Despertó en una especie de camilla. Lo arrastraban con dificultad, su guardián iba en otra similar. Se alegró de haberlo lastimado lo suficiente. Ahora la partida viajaría más lento. Sintió en su puño cerrado aquello que había tomado del cuello de su guardián cuando lo quiso ahorcar. Un colgante de acero que llevaba en una gruesa cadena. Ese dije era justo lo que necesitaba para trabajar en sus cadenas. Necesitaba abrir sus grilletes para poder escapar, si es que aún tenía fuerzas para lograrlo.
La claridad del alba se adivinaba en un horizonte cerrado por las nubes de tormenta que se amontonaban. No tenía mucho tiempo más. El primer grillete se abrió con un ruido metálico sordo que amortiguó como pudo. Sólo uno más. Sentía que una costilla empezaba a quitarle el aliento, punzando agudamente cada vez que respiraba. Seguramente estaba rota y le impediría moverse con normalidad. Decidió abandonar la paciencia y forzó el último grillete aunque hiciera ruido por demás. El voyana que cerraba la marcha advirtió sus movimientos y se acercó con la mano en la empuñadura. Se le había acabado el tiempo.

Hiperión vio la tormenta en el horizonte y pensó en los rastros que habían hallado. Poco quedaría si los encontraba la tormenta. Saber que estaban sobre la pista no significaba la certeza de encontrar a su estratega. Si los voyanas descubrían que los seguían darían cuenta del cuervo sin la menor de las dudas. Cómo rastrear en campo abierto sin ser advertidos era una proeza improbable, aún para ellos. La sola idea de que se le escapara el grupo lo enfermaba. Le habían matado a dos hermanos en sus narices. Y no era un hombre misericordioso, nunca lo había sido.

La tormenta se desencadenó violentamente enpantanando el terreno. La cadena siguió girando y alcanzó a un segundo voyana en pleno rostro. A este pudo por fín quitarle la espada y rematarlo. Ahora podía luchar con algo de dignidad. El cuervo no era alguien que esperara sentado su destino. Prefería ir a buscar la muerte que esperarla..."a dos pasos la muerte, mi paso yo doy"... era su parte favorita de la canción. Pronto intentaron rodearlo pero la lluvia estaba de su lado y uno resbaló en el barro. Hacia allí fue con todo su ímpetu dejándole un buen tajo en el cuello mientras escapaba.
La tormenta había devuelto la oscuridad que necesitaba en ese amanecer que se habia vuelto noche por un rato. Ya se adivinaban los primeros arbustos tipicos de los llanos. Excelentes para ocultarse pero bastante obvios. Dejó su capa negra en uno y se ocultó a cierta distancia. Seguramente se separaran para buscarlo pero no irían sólos. Seguramente irían en parejas. Un número bastante justo ya que habiéndolos contado y habiendo matado a dos solo quedaban siete contando a su líder Benioth. Tuvo suerte una vez más, vinieron dos acercándose despacio. Uno, para su sorpresa era el guardián impaciente, que volvía al ruedo con un grueso vendaje tapándole un ojo y una mano que colgaba, sostenida  con el cinturón. El mote de fantasmas nunca había sido exagerado. El primero cayó sin siquiera verlo pero con el guardián impaciente la historia fue distinta. EL voyana tenía la espada en la siniestra cuando lo atacó, y aunque creyó tener la ventaja, este rechazó sus ataques con sorprendente facilidad.

─¿Sorprendido fantasma? no encontrarás ningún voyana que no sepa usar ambas manos para la batalla ─le dijo atacándolo con todas sus fuerzas. A Crow le costó evadirlo. El costado le dolía horrores y no lo dejaba respirar con normalidad. Si la lucha se extendía estaría en problemas. Solo le quedaba atacar por el lado del ojo malo y la mano herida. Cabía esperar que eso le diera alguna ventaja y solo allí pudo realmente herirlo. Optó por un amago a la cabeza y un golpe a la pierna que lo hizo trastabillar, pero era increíblemente resistente y seguía luchando con furia, ambos estaban agotados cuando se oyeron voces de los otros gritándole. Allí fue cuando Crow abandonó la pelea y corrió sabiendo que su rival no podría seguirle

─Adiós princesa.

Se cuidó de tomar su capa y escapar en la oscuridad mientras la lluvia cubría sus pasos. Al menos ahora era libre. Debería estar amaneciendo cuando la lluvía comenzó a menguar pero no había rastros de luz en el firmamento. El líder voyana encontró al guardián impaciente allí caido pero vivo, le señaló hacia donde había escapado el fantasma y luego se desmayó a causa de sus heridas. El prisionero corría de vuelta a las montañas, iba hacia el lugar del que trataban de escapar desde hace más de un día. Sería demasiada suerte no encontrar enemigos si volvían y ahora tenían un herido. Adonde miraba era negrura y viento lanzándole agua a la cara.

─Fantasmas de mierda...

Reunió a los suyos y deliberó acerca de lo que harían. Cara de Guerra no perdonaba esos errores pero nunca le había dicho que tipo de guerrero eran los fantasmas. Ahora sabía que eran de los que no se dejan llevar prisioneros. Deberían haberlo matado pese a las órdenes. Ahora lo sabía.Se levantó y señaló a las montañas.

─No tenemos opción, vamos a buscarlo.

Espinal y Raúl bajaban de las cumbres por terreno resbaladizo. Hacia rato que la lluvia los había hecho perderse y no estaban seguros de si estaban yendo a la aldea de Sharra. Escucharon algunos gritos en medio de la tormenta. Quizás era Hiperión y el resto impacientes por la espera. Decidieron guiarse por el sonido mientras llegaban a terreno llano. Los gritos no parecían amigables, eran signos de lucha, algo pasaba y se lo estaban perdiendo. Espinal se lanzó a la carrera con Raúl tratando de seguirle el paso. Si estaban sobre ellos sus hermanos no podían renunciar a la lucha, mucho menos él que juró no volver a faltar a una batalla. Y por los dioses que no había lluvia ni viento que le hiciera faltar a esa promesa. Pronto se toparon frente a frente con los voyanas, Raúl venía rezagado cuando vio que dos bárbaros se lanzaron encima de Espinal que terminó aprisionado en el suelo. Raúl se paralizó, todavía no lo habían visto. Sólo vio que el señor de la muerte se giró mientras forcejeaba y le lanzó una mirada. Pero no lo delató y siguió luchando solo. Raúl tuvo tiempo de retroceder y esconderse pensando en que hacer y por donde escapar. Avanzó gateando buscando alguna roca grande desde la cuál asomarse. Esos eran voyanas y él sería presa fácil si lo encontraban. Espinal había sido imprudente, era su culpa, él debía regresar y dar aviso. Cuando fueran suficientes irían por ellos. A Raúl esto le sonaba mejor que intentar luchar con esos demonios. Prefería que lo tilden de cobarde o peor, que lo expulsaran si querían pero no lo podían obligar a hacerse matar estúpidamente.
Llegó a un recodo del camino y vió luces a la distancia, no estaban lejos. Creyó ver el arco de la entrada a la aldea. Sharra les dijo que había uno con un cráneo de cabra allí, A la distancia parecía serlo, igualmente estaba perdido. Se acercó despacio. Sacó su espada por primera vez pero decidió esperar un poco. Tenía miedo de que Espinal apareciera. Debía contar una historia convincente. Una que lo dejara a salvo de sospechas si contaba algo distinto. Decidió esperar un rato más mientras terminaba de organizar la excusa y luego se acercó al caserío. En la plaza había personas reunidas. Reconoció una armadura roja. Sesintió primero aliviado y luego aterrado. Había abandonado a uno de los suyos. Sacó su cuchillo y se hizo algunas marcas en el rostro y los brazos. Algo de sangre para librarse de las sospechas. Seguramente Espinal estaba bien muerto y el respiraba. Ya habría más peleas en las cuales participar. Se acercó cojeando y pidió ayuda. En seguida se le acercaron. Parabel lo sostuvo de un lado y Raluk del otro. Lo llevaron con Hiperión que miraba al suelo pensativo. Parecía que no habían encontrado a Crow todavía, eso también era bueno. No había tiempo de hacer demasiadas averiguaciones. Lo ayudaron a sentarse y algunos se pusieron detrás de él para ver que tenía para contar.

─Nos asaltaron...voyanas...nos perdimos en las cumbres y no encontrabamos la senda de la aldea. Llovía mucho y estaba muy resbaladizo. Espinal escuchó algo, no se, no me dijo pero me ordenó que corrieramos, no sabía si estabamos escapando o que, solo lo seguí hasta que escuché un ruido de lucha y supe que nos habían caído encima. Después no lo vi más coraza roja, juro que no se que más pasó pero eran voyanas. Era su lengua la que oí en la oscuridad, como a tres horas de aquí...─mintió sumando tiempo suficiente como para que no salieran corriendo tras él.

─Ya veo, esos malditos ahora tienen a dos de los nuestros. Van hacia los llanos y todavía nos llevan demasiada ventaja. ─Contestó pensativo mientras se rascaba la barbilla. Tenemos que trazar una ruta...hay algo que no me queda claro...¿en serio creíste que Espinal estaba escapando de una pelea?

Raúl sintió que algo no andaba bien. Había olvidado el estúpido juramento de ese loco. Pero no importaba ya que era un cadáver tendido en la gramilla. Al menos eso sabía hasta ahora.


─Así que ahora ni siquiera guardo los juramentos que hago, que verguenza Espinal...¿como pudiste? podías haberme tratado de estúpido por lanzarme a la pelea sin pensar...te lo habría perdonado, pero ...¿tratarme de cobarde? eso no se ve bien. Podría estar muerto ahora mismo y esa sería la imagen que quedaría de mí...que en mi último momento decidí romper mi palabra y huir para ser asesinado vil y merecidamente.

Espinal estaba apoyado en el marco de una puerta. Se notaba que había llegado hace rato ya que le habían tratado unos cortes en el rostro. Tenía un ojo negro pero estaba peligrosamente entero. Raúl quiso pararse pero alguien lo retuvo de los hombros y lo obligó a permanecer sentado. 

─Quiero un combate contigo Raúl, uno para demostrar si merezco ser llamado cobarde ─dijo Espinal caminando hacia él.

Raúl de pronto se vio sólo y con una espada en la mano. Frente a él estaba su destino, también con acero afilado y presto. Raúl intentó un ataque pero no encontró a su oponente allí que robó el cuerpo hacia un lado y asestó un golpe en el costado con su puño. Ni siquiera le hizo falta la espada para ponerlo de rodillas. Raúl alzó una mano para intentar defenderse y balbuceó alguna palabra pero el tajo fue limpio y certero y su cabeza rodó un par de palmos hacia adelante. La tarea había terminado para él.

Crow por fín vio luz en el horizonte. Todavía la lluvia se empecinaba en molestar pero se veían en las montañas algunos claros donde la luz de la mañana se empezaba a mostrar. Ya había cubierto un largo trecho y asegurado de que no lo seguían. Podía decir que el viaje le había salido menos costoso de lo que pensaba. Esas travesías son de las que nadie cuenta el regreso. Porque no suele haberlo. Respiró lo mejor que pudo con el costado punzándole. Hasta se atrevió a mirar por un momento el paisaje. Siempre le habían gustado las montañas pero hoy, hoy era distinto, hoy la vista le sabía a vida y fue el mejor paisaje que sus ojos hubieran contemplado alguna vez. Y eso que a él le quedaba más cómoda la noche, esa eterna aliada que esta vez le había parecido demasiado larga, y demasiado corta. Por esta vez elegiría el día, aunque estuviera a la vista. Hoy valía la pena que lo vieran pensó mientras caminaba hacia un poblado que recordaba cerca de allí. La aldea de Sharra, ese rincón de casas entre  los llanos y a las montañas. Con suerte lo recibirían allí y podría intentar conseguir algún vendaje para su costado. Atrás quedó la larga noche de su escape donde sólo tuvo su abrigo, porque si tocaba pelear había que convocarla, la que siempre llega. La que ampara a los cuervos, negros como ella.