domingo, 1 de septiembre de 2019
La pasión de los traidores
─Comandante, las tropas aguardan...
Turbarión dejó la copa de vino en la mesa y se dispuso a abrocharse la capa. Un súbito viento del norte había helado el paisaje durante la noche. Aviso de los duros tiempos que vendrían. Estaba claro que sería recio pero no tanto como él cayendo sobre los llanos y acabando con los otros generales. Era hora de tomar el poder. Mientras tomaba la decisión había enviado el grueso de sus filas al sur para bloquear cualquier intento sureño de tomarlo por sorpresa. Los lobos del norte estaban contenidos por la línea de fuertes. Aún si pasaran sería un largo camino hasta alcanzarlo. Tenía tiempo. Tenía fuerzas. Lo que no tenía era paciencia. Se le había agotado hace años esperando un golpe de suerte que debilitara la alianza entre Topor y Palash. Una grieta, un momento de duda o debilidad que le permitiera ganar favor y debilitar por fin al supremo guardián del código. Pero nada pasó. Nada cambió y la gloria del imperio de hundía en el barro de los inmundos pantanos del oeste. Ahora que había dejado a las maltrechas guarniciones sufrir la arrogancia de sus generales se ofrecería como solución a ellos. Habría resistencia. Pero la sola posibilidad de salir del atolladero haría que muchos de los soldados imperiales le rindieran la espada. Si un tercio de ellos cambiaba de lealtad tendría suficientes fuerzas para doblegar a sus hermanos de guerra.
─¿Tiene familia capitán? ─preguntó sin mirarlo siquiera mientras acomodaba el broche de su capa. Una cabeza de dragón oscura y feroz. Tenía esa rara costumbre de no mirar a las personas a la cara. No le interesaban los rostros, a menos que tuvieran algo interesante que decir. Solo entonces miraba a los ojos buscando cierta ferocidad en la mirada, cierta ambición. No era fácil dar con hombres parecidos a él.
─Esposa y tres hijos señor.
─¿Piensa en ellos antes de la batalla? ¿cuál es su último pensamiento?
─No quiero tenerlos muy presentes señor. Es riesgoso, pero no puedo evitar ver sus rostros por un momento. Luego me concentro en mis deberes y esa imagen se pierde.
─¿Cree en el amor entonces?
─No lo se señor, creo que solo me aferro a la idea de que ellos me esperan, que me recibirán aunque tenga que hacer cosas horribles en el campo de batalla. Me consuela saber que tengo donde volver.
─Interesante punto capitán. Interesante. ─mintió Turbarión. ─Aliste mi caballo, enseguida saldré.
El capitán se cuadró y haciendo un gesto con la cabeza se retiró en silencio.
El comandante hizo un gesto de asco. No le gustaban los hombres como ese capitán. Un creyente del amor. La aceptación incondicional y demás mierda que se usa entre guerreros cuando han reemplazado la gloria por algo más modesto. Esa gente finalmente solo quiere vivir. No son muy distintos a los traidores. Prefería los que no tienen nada que perder ni nada que amar. Que buen material se tiene con hombres como esos. Que dudas tendrán al seguir órdenes si no tienen prole con la cual identificarse cuando deben quemar aldeas y masacrar poblados enteros. Esos son verdaderos soldados. Miran hacia adelante. No añoran lo que dejan atrás, porque no hay atrás. Todo lo que les espera está por delante. Malditos sean los que aún confían en el amor pensó casi en voz alta mientras buscaba las notas enviadas por sus espías. Esa inútil esperanza puesta en una falsa porción de eternidad, posteridad mal entendida. Creen que el amor es eterno. Que los cobijará en las malas épocas. Ingenuos como aquellos que mueren abrazados a los suyos cuando sus filas aplastan poblados enteros. Traidores todos ellos si finalmente renuncian a la gloria de regir.
Como siempre antes de la batalla sentía la soledad del mando. Era como una creciente angustia. Solo se disiparía al ver las primeras columnas de humo elevarse. El olor a sangre en el aire. Los ruidos de la matanza. El sabor de haber vencido era siempre mejor que el vino.
sábado, 31 de agosto de 2019
La tierra yerma
Palash entró con pasos pesados en la tienda alfombrada. Su hermano estaba sentado en su sillón habitual al que todos llamaban por lo bajo "el trono"
Topor era el general supremo de las fuerzas del imperio. Y actuaba desde siempre como un emperador. Aunque el propio código imperial prohibiese que un general estuviera por encima de los otros dos. Era un gobierno de tres. Y una competencia por el poder entre Topor y Turbarión que dejaba a Palash en incómoda posición. Oscilaba entre la ambición de uno y la soberbia del otro. Pero sabía que era más peligroso uno que lo quería todo que aquel que ya lo tenía. Porque Topor era el guardián del código imperial. La letra decía que el guardián era el primer servidor. Pero la letra puede tener muchas interpretaciones y recibir poco servicio, sobre todo si crees que para proteger algo debes estar por encima de el. Turbarión, en cambio, quería ser el guardián para acabar con el código para siempre. Y eso era demasiado para Palash, un hombre que necesitaba que ciertas cosas siguieran siendo como eran. Aunque estuvieran mal.
─Bienvenido hermano...¿que noticias me traes del frente?.
─Nada bueno Topor. La campaña de invierno no es mejor que la pasada. El pantano no se ha congelado. Ahora es barro helado que no deja transitar ni pasar los carros.
─¿Y que pasó con los puentes que mandé construir?
─Esos nunca fueron puentes sino pasarelas, y son de madera. Fáciles de incendiar. El nuevo entretenimiento de los hombres del fuego. Ya sabes que tienen afición por esas cosas.
─Necesitamos establecer la linea de fuertes pronto. La nieve cubrirá todo en unos días.
─Ya nieva copiosamente en el Valle Muerto Topor. ─dijo sacándose con dificultad las botas.
Sus pies estaban ennegrecidos. En parte congelados y en parte por el unguento que debía ponerse para no perder los dedos. Topor hizo un gesto de asco y apartó la vista.
─¿No te agrada el espectáculo hermano? Y eso que no has visto nada aún, pero claro, para eso deberías visitar el frente alguna vez. No está tan lejos de aquí.
Habían montado campamento en Gorod. Que era un montón de ruinas después que el imperio llegó a ella. De nada sirvieron los intentos de negociar. Las declaraciones de lealtad. Supo ser una majestuosa ciudad en otro tiempo. Y fue pasto de las llamas. Ahora yacía abandonada, perdida en los llanos.
Después hubo que lidiar con los titanes y demás bestias que por allí vagaban. Pero no dejaban de ser animales que necesitaban comer y siempre iban donde había comida. Gorod era una tumba. Les atraían más los poblados y aldeas que los destacamentos llenos de soldados armados. La comida fácil siempre era más sabrosa.
Hubo que construir un extenso muro para que no volvieran. En eso se uso la cantidad de piedra que quedó de la ciudad. Porque algún día los poblados y aldeas se acabarían. Sea porque los destruían las bestias y los salvajes voyanas, o porque migraban al sur a montar campamentos del otro lado de las montañas. El imperio, sin embargo, no perdía el sueño por los pueblos de los llanos. Eran algo que simplemente debía desaparecer. Con ellos se iba la oportunidad de la traición.
─Hermano, te ha sentado mal el viaje. Descansa un poco. Ya encontraremos la forma de flanquear sus defensas. Es cuestión de tiempo.
─No hay tiempo para más inviernos en el frente. Perdimos un quinto de los hombres por muerte o deserción...
─La ley dice que si un hombre le da la espada al código su compañía debe pagar por él.
─Topor..─dijo Palash con un suspiro ─Si mato a los fieles, sobre todo en tal cantidad, pronto no tendré números ni para atacar una aldea.
─El código es todo lo que une esta gran fuerza Palash. Debemos honrarla. Ser dignos de ella...
─Déjame reclutar en los llanos. Muchos vendrán por un par de comidas al día. Gente que está habituada al clima...
─En el este también nieva Palash, no seas ridículo.
─Pero la nieve cae sobre la piedra. No se transforma en pantanales infranqueables.
─La gente de los llanos debe morir aquí. Han vivido como reyes por siglos mientras el hambre era nuestra. Es hora de que paguen ─dijo con súbita furia Topor.
─Ya los venciste Topor. Los reyes de la moneda son un recuerdo. La dinastía se perdió. Sus ciudades. Sus templos. Su oro. Todo está enterrado. Muerto.
─No he vencido una mierda si mañana aquellos que vine a vencer son parte de mis filas. ─dijo ya de pie. No los necesito. No los quiero. Vine a terminar con ellos...
─Vinimos ─dijo Palash haciendo una pausa para recordarle que no estaba solo en la campaña. ─Vinimos para acabar con la casa Valyuta. Y lo hemos hecho.
─Ya suenas como Turbarión hermano. No debes hablar en contra del código.
─Vivo por el código del hierro, y muero por el ─dijo con mirada endurecida Palash.
Pero su hermano ya se había calmado. Le acercó una copa de vino a su hermano de armas mientras buscaba algo de comer de una fuente llena de frutas en la mesa de la tienda.
─Hermano mío. No fue prudente levantar la voz. Tampoco cuestionar tu lealtad, lo siento, a veces me dejo llevar por la pasión, así soy porque así debe ser un guardián...sólo te pediré una cosa y te dejaré descansar. Dime una lista de nuestros enemigos conocidos.
Palash se tomó un momento para pensar. Topor también ya que sabía que lo que evitaba un ascenso mayor de Turbarión era el apoyo que le había dado Palash en las desiciones de campaña.
Palash comenzó su enumeración.
─Los señores del fuego, en el oeste, nos mantienen en la frontera. En el norte los señores han capitulado pero los salvajes, los bóreos, aún resisten y asedian nuestra línea de fuertes. Del sur siempre vienen rumores pero nada de lo que tengamos noticias claras...
─¿Te das cuenta hermano? Hay un lugar que no has nombrado.
─Aquí vencimos tempranamente. Aquí vinimos con todas nuestras fuerzas. Y todavía no pudimos dar con ese que llaman el innombrable, pero porque nunca nos ha presentado batalla abiertamente.
─El código hermano dice que ante todo está la tierra ─dijo con vehemencia y comenzó a recitar ..."No has de tomar botín ni guardarás vino. Tomarás en cambio la fuente de todo. Porque el hierro y el oro duermen bajo ella y la vid crece por estar a ella unida"...
Palash lo escrutó en silencio. Conocía el pasaje.
─Tomamos la tierra para no compartirla con nuestros enemigos. El único enemigo que hoy no contamos Palash es aquel a quien le arrebatamos la tierra. Por eso no lo reclutaremos. Los obligaremos a irse de aquí. Si mueren es por su culpa. Que vayan al sur. Al oeste. O que los coman los lobos, no me importa. No pondré una espada en la mano de mi enemigo jamás.
Palash guardó silencio. Si hubiera cerrado la boca podría estar en su tienda descansando. Siempre olvidaba que había que evitar darle al guardián del código la oportunidad de dar sermones y montar ceremonias.
No había descendientes de los Valyuta vivos que se supiera. Y la gente común, como pasa siempre, vive su vida sin prestar mucha atención a quienes dirigen el reino. Eran simples reclutas y no seres ávidos de vengar la muerte de unos reyes que no habían conocido jamás.
─Me bastaba con un no ─fue todo lo que dijo y se retiró mientras su hermano volvía a sentarse en el trono satisfecho de su elocuencia.
Palash volvía a tener esa vieja sensación como cuando hablaba con Turbarión. Infinitas ansias de perder la guerra y librar a toda Meridia del azote del este. No había encontrado en ninguno de los dos suficiente visión como para manejar las cosas cuando la guerra acabase. Pero tenía que ser justo y reconocerle algo a Turbarión. Le interesaba respetar otros legados. Quería cierta continuidad en las cosas, mantener la costumbre de cada lugar y con ello ganar adeptos más fácilmente. Cierta negociación lógica para evitar la destrucción total del legado Valyuta.
Porque el imperio no podía esperar más que resistencias si todo lo que ofrecía era tierra yerma.
sábado, 24 de agosto de 2019
El silencio de los muertos
─¿No pudiste conseguir algo mejor Zhelezo? ─se quejó Ogon, sumo guardián del fuego mientras limpiaba el asiento de piedra con su pañuelo. El santuario de la magia verde permanecía abandonado buena parte del año mientras los magos hacían sus rituales en el bosque. No les habían permitido fundarlo en Verbogón pero lo hicieron a prudente distancia de allí. La magia se reconocía pero no se veneraba. La magia oscura no se anduvo con rodeos y viajó más lejos a instalarse en lo alto de las montañas dragón. Allí fundaron el infame templo del ocaso.
─Hubieras abierto tu templo entonces...─contestó con malicia el sacerdote del hierro ─ah claro. No es conveniente que nos vean conspirando juntos. Podríamos perder la cabeza. Ahora cállate que no tenemos escolta suficiente. Esperemos por Glazh
─Ese pordiosero. ─redobló Ogon con el ceño fruncido. ─¿Es necesario hacerlo parte de esto?
─¿Donde van los mercenarios a hacer sus votos cuando comienzan en el oficio? ¿Has olvidado la fe oscura? Esas son las espadas que el sur tiene disponibles. Y esa magia hoy está del lado del imperio. Toda esa podredumbre termina en Yurzhani...y Glazh es Yurzhani mi estimado. Si él se niega, el sur está indefenso.
─Por los dioses...¡son mercenarios! irán donde les digamos si pagamos lo suficiente...
Ogon se revolvió en su túnica. En parte por la demora del sacerdote del ojo, por las recriminaciones del sacerdote del hierro, y porque le molestaba su tocado rojo. Apto para las ceremonias pero no para reuniones clandestinas. Sin embargo, siempre había compensado su baja estatura con su elevado adorno así que no salía sin el a ninguna parte.
Zhelezo en cambio se había vuelto un hombre práctico y en cuanto traspasó el umbral del santuario se quitó su elaborado tocado metálico. Su cuello no soportaba tanto tiempo con el enrejado de oro sobre su cabeza. Sin embargo, no perdía oportunidad en molestar a su colega.
─Ya puedes quitarte eso. Nadie sabrá lo de tu escaso porte ─dijo el sacerdote del hierro con malicia.
Ogon no se dignó contestar. Estaba pendiente de la entrada. Una silueta oscura se recortó a la luz de las antorchas. Podía ser tranquilamente una aparición con esa túnica negra y el báculo de hueso. Ni siquiera necesitaba escolta para andar por esos lugares desolados en la noche. No había nada más terrorífico que él transitando las sombras.
Ogon no soportaba el hedor que despedía. Todo en él mostraba los signos y aromas propios de la muerte. Avanzó a paso cansino y se sentó sin saludar. Cuando se quitó la capucha el espectáculo no mejoró un ápice. Su cabeza calva era blanca como la leche sin cabello ni cejas ni nada que lo dotara de expresión o vida. La cuenca a la que le faltaba el ojo mostraba la carne del interior del cráneo. Carne que se veía oscura y despedía un aura fétida. Para ser ordenado ojo de cuervo se debía ofrendar uno propio. Y Glazh lo llevaba desecado en un anillo que ostentaba con orgullo en su mano derecha.
─Gracias por dignarte en aparecer ─dijo Ogon con desprecio medido.
─Te agradecemos ojo sagrado. El tiempo apremia. Las huestes del este marchan cercanas al espinazo.
Glazh hablaba despacio y en voz baja. Obligaba al silencio para ser entendido, y jamás repetía un dicho. Era parte de su encanto.
─Un visovy los guía...lo he visto. Y no está urgido hermanos míos. Sabe que será su último viaje. ─fue lo que susurró. Su lengua negra apenas se movía dentro de su boca pero sus dichos solían dar mucha claridad a los asuntos más oscuros.
─Dínos de una vez lo que has visto cuervo. ─ Ogon se ponía ansioso con los rodeos que solía dar.
─Veo muerte. La noche viene porque los hombres de voluntad la incitan con su vanagloria.
Ogon miró a Zhelezo sin disimular su hartazgo. La mueca de fastidio no tardó en aparecer
─No dices nada que no sepamos desde siempre...¿acaso no eres de los que la esperan con ansias?
─La noche debe venir cuando el día muere. Es el paso natural. Luego la luz mata la noche y el ciclo se renueva. ─empezó a explicar Glazh con parsimonia. ─La noche que devora el mundo es la que se alimenta de su luz cuando las demás cosas permanecen dormidas. Lo que está despertando no pertenece a ese ciclo. Lo que intentan desatar lo devorará todo. También a los durmientes. Nosotros somos los durmientes
A medida que explicaba sus manos huesudas parecían querer tomar algo invisible en el aire. Los dedos ennegrecidos y las uñas oscuras acentuaban el mensaje.
─Ogon podeis despreciarme cuanto quieras, a mi tampoco me agradaría mi aspecto ─dijo mirándolo por primera vez fijamente con su único ojo. ─Pero necesitareis a vuestros hermanos del oeste para la batalla, es necesario que se lo digáis.
─Tú sabes tan bien como yo que están en guerra con el imperio. Como podrán ayudarnos si no pueden abandonar la frontera.
─El imperio no sabe lo que está surgiendo del portal. La noche los devorará primero. Luego vuestros hermanos no tendrán enemigos a quienes combatir.
─Nada ha pasado todavía. Son muchos años de guerra para los míos como para embarcarlos en una campaña nueva. No puedo enviar a decirles que dejen de pelear mientras el imperio acampa en nuestra frontera.
─Sólo os pido que digáis que cuando vean al imperio desmoronarse y abandonar el frente recuerden tu mensaje. ─lo conminó Glazh. ─Solo eso.
Ogon no estaba convencido de que mensaje podía enviar que no pareciera de un traidor pero calló.
Zhelezo con su pragmatismo habitual tomó nuevamente la palabra.
─Hermano, soy un sacerdote del hierro. No puedo ir a decirle a los míos abiertamente que el imperio debe caer por romper el pacto ancestral.
─Os veo preocupados por la traición mis hermanos. ─remarcó Glazh. ─Pero nunca será traición si veláis porque la luz no se extinga completamente. Todas las demás lealtades serán fatuas. Cuando el poder de la noche eterna se levante no habrá corazones firmes. Todos temerán. Todos serán tentados. Todos flaquearán. La carne siempre tiembla mis hermanos, siempre tiembla.
Zhelezo y Ogon se miraron tratando de imaginar hasta donde serían ciertas las palabras del sacerdote del ojo. Glazh parecía poder leerlos porque contestaba a las preguntas cuando todavía no habían salido del corazón para hacerse presentes en la lengua.
─Se que dudáis de cuán cierto puede ser esto que les anuncio hermanos. Cuando vuelvan a sus palacios de piedra en Verbogón recordad que pronto empezaréis a sufrir la traición de la oscuridad. Ya está aquí, pero es tenue todavía para quienes ven con los ojos de la carne.
Glazh volvió a calarse la capucha y se puso lentamente de pie. Eso daba por terminada la reunión que tenían prohibido tener. El único lugar donde podían reunirse era en el concilio, donde las reuniones cara a cara eran escasas y poco productivas.
─¿Tengo tu palabra de que las espadas de Yurzhani estarán disponibles para el sur entonces? ─preguntó Zhelezo con algo de ansiedad mal disimulada.
─Yurzhani no tiene ejército, pero cada viajero que pase por ella será advertido de lo que se cierne sobre su cabeza.
─¿Incluidas las compañías mercenarias que peregrinan constantemente?
─Todos merecen ser advertidos. ─fue lo último que dijo Glazh antes de perderse en la oscuridad. O encontrarse en ella.
Yurzhani había sido siempre una ciudad de mala reputación y escasas leyes. Allí estaba el templo de Nekkis, la diosa de los secretos. Una deidad oscura con una venda en sus ojos y un puñal en su mano. Se veneraba al otro lado del mar oscuro y viajó con hombres de mala vida que escapaban de la ley regia de Mediamar hasta Meridia en busca de nuevos comienzos. Los mercenarios comenzaron su culto y se establecieron en el extremo sur. Les resultaba un lugar ideal para vender la espada al no haber ejércitos cuantiosos. Todos los conflictos se mediaban de acuerdo a los mercenarios que se pudieran pagar. No había lugar para otro tipo de justicia.
Zhelezo y Ogon partieron por caminos distintos con sus escasas comitivas. Cada uno se iba pensando en que decirles a los suyos sobre lo que venía hacia el sur. Fueran fuerzas del portal o simplemente las huestes imperiales, siempre sería malo. Sobre todo la intención manifiesta de romper la tregua ancestral, pecado altamente condenable.
Pero lo primero sería planear con tiempo como decirle a cada culto sobre el peligro. Tendrían que cuidar de que lo que se hablaba no pareciera demasiado parecido a lo que predicarían los otros sacerdotes supremos, aunque en el fondo todos advirtieran sobre lo mismo. Había que elegir las palabras con cuidado, y dejar lo restante tras el velo del silencio. Aunque eso significara matar a ese puñado de acompañantes que era testigo del encuentro entre los tres para que la noticia no se esparciera entre los acólitos, ya que no hay mejor silencio que el de un muerto.
viernes, 16 de agosto de 2019
Lobos en la puerta
La marcha comenzó con la primera claridad. Eran demasiados para demorar el viaje. Un pequeño destacamento se adelantó para explorar y limpiar el camino de enemigos si era necesario. Prekass mismo encabezó la columna principal. La mayoría de sus hombres acostumbraban ver a los generales viajar comodamente en carros especiales. El general lobo era distinto. Todos lo sabían de alguna manera pero no sabían cuanto.
Los oficiales echaron suertes para ver quién iría a preguntarle los detalles de la misión. Había de todo en esos destacamentos. Paños morados. Zorros negros. Trekeris para rastrear enemigos. Lanceros. Arqueros imperiales y por supuesto la infanteria pesada. Caballeros negros en tal cantidad que una nube de polvo ascendía a medida que marchaban. Era claro que eran una ofensiva. Una incontenible, pero no sabían a que tipo de enemigo se podían enfrentar en el sur. Nadie tenía noticia de una fuerza semejante a la que enfrentar.
─Ustedes son patéticos ─dijo Bestrass, uno de los oficiales. Soy mitad visovi, yo hablaré con él. ─espetó y espoleó su caballo para adelantarse en la columna.
Le llevó un rato alcanzar el frente de marcha. No solía haber desplazamientos de tanta magnitud. Tampoco había caminos como los que trajeron la invasión desde el este. Apenas unas sendas polvorientas ahora completamente desbordadas de tropas, carros y animales.
─¿General?...¿me permite unas palabras?
La respuesta fue apenas un gesto para que se acerque mientras contemplaba desde una elevación la ruta que empezaba a dirigirse hacia las montañas donde el paso sería mucho más lento por lo estrecho de las calzadas. No podía entender como le llamaban camino real a eso.
─Supongo que te eligieron a ti para que vengas a preguntar
─Yo me ofrecí general. Se que hay directivas y el mandato de que los generales tengan reuniones periódicas con usted. No pretendo incomodar.
─¿Y que pretendes entonces?
─Me llamo Bestrass señor. Capitán de lanceros...siempre se han oído cosas sobre usted.
─Supongo que esas historias de terror no espantan a un guerrero imperial
─A mi no me interesan los cuentos. A esos hombres tampoco ─dijo el capitán señalando con la cabeza hacia atrás ─Me interesa la suerte que corra esa gente.
─Ah ─dijo el general con un gesto ─Esas historias...
Se hizo un silencio incómodo que pareció durar demasiado para el capitán.
─¿Estuvo en la campaña del norte capitán?
─Fuerte del juramento señor. Dos inviernos allí. Clima duro, comida escasa y enemigos...bueno, usted ya sabe. Perdimos la mitad de la compañía.
El general seguía sin mirarlo. Contemplaba como un carro se había atascado en una zanja y varios corazas negras se habían sacado los yelmos para ayudar.
─Más allá de los cuentos que se contaron usted sabe a que nos enfrentamos en esos lugares helados. Podrá no decirlo. Podrá no saberlo pero usted mataba lobos por la noche y enterraba hombres en la mañana.
El capitán sopesó su respuesta. Estaba prohibido en las compañías hablar de hombres que se convierten en animales. Era un mito. Un cuento del norte para que nadie los invadiera. Pero los bóreos eran reales. Los había visto fugazmente en las noches en que aullaban frenéticos, cuando atacaban ferozmente los fuertes. Cuando arrancaban gargantas de una mordida. Todos se llevaron su marca del norte. Como la mordida que el general tenía en el antebrazo. Esa que hizo pensar a todos que se volvería uno de ellos. Pero nada pasó. Era un hombre sin alma pero nunca se transformó en algo peor de lo que ya era. Quizás porque no existía tal cosa.
─Mire capitán. Hemos visto en el norte cosas que no podemos explicar. Qué hemos decidido no decir ─enumeró el general casi sin mirarlo. ─Pero ahora vamos al sur donde tenemos un escenario peor. Porque esta vez mataremos hombres para enterrar lobos. No crea que no tenemos enemigos. No nos morderán ni se mostraran feroces pero bailarán sobre nuestras tumbas con una sonrisa en los labios si los dejamos hacer. Dígale eso a los demás.
El capitán se retiró en silencio. Había confirmado sus peores sospechas. El imperio rompería la tregua ancestral. El pacto antiguo que databa de tiempos inmemoriales cuando las tribus llegaron desde el mar oscuro. No había ejército que enfrentar ni reinos que doblegar pero si un enemigo. Uno que se ganarían al bajar del camino real y marchar por el valle del dragón. Adonde vieran habría miradas de odio y desconfianza y se preguntarían donde buscar al enemigo, pero no hay respuesta cuando es uno, cualquiera, todos.
Había lobos en la puerta, y eran ellos.
martes, 6 de agosto de 2019
Nadie, de la nada
El guardia arrojó el cuenco de sopa sin ninguna delicadeza.
─Come...
─Preferiría algo de cerdo en verdad ─le respondió una voz desde las sombras
─Díselo al príncipe...
─Se lo diré a tu madre para estar seguro.
El pesado cerrojo de hierro hizo un ruido sordo al correr. Parabel se acomodó para la golpiza. Ya era costumbre con el guardia del almuerzo. No eran divertidos los moretones en el cuerpo pero debía estar listo para el momento en que debiera salir de allí. La sesión no fue muy extensa. Apenas podía pararse pero siempre lo hacia. Algo inútil dado que el puñetazo lo derribaba casi siempre, luego llegarían las patadas pero ya había conseguido cubrirse lo suficiente como para que el guardia se cansé de golpearlo sin que el perdiera el sentido en el proceso.
─Tienes la boca muy grande idiota.
El juglar iba a responder, pero era mejor no provocarlo más por ese día. Mañana volvería a la carga con los aspectos relacionados a la madre del guardia. Juntó algo de paja para acomodar su maltratado cuerpo. Se suponía que ya debían haber llegado al castillo con la caravana pero aún no se habían contactado con él. No entendía el retraso. Deberían haber llegado hace días. Repasaba su plan una y otra vez para tener algo que hacer con su cabeza en los momentos difíciles. Era fácil perder la razón allí.
─Vas a hacer que te maten bufón ─se oyó decir desde la celda contigua.
─Tampoco es muy prometedor extender mi estancia en este lugar ─se limitó a responder.
Solo había escuchado gritos de los torturados en el fondo de las mazmorras. Había logrado que lo lleven a lo más profundo de ellas asi que no tenía mucha compañía. Allí dejaban a los infortunados volverse locos en la oscuridad. También era el lugar menos custodiado de todos. Solo remedos de hombres quedaban por allí. Sin embargo la voz parecía cuerda y firme.
─¿Por qué te enviaron aquí? ─intentó preguntar el juglar con tono conciliador.
...
─¿Te has vuelto tímido de pronto? ─insistió.
─Deja de provocarlo o lograrás que nos suban a la sala de tormentos idiota. ─fue toda la respuesta.
─¿Te preocupa un poco de atención?
─No eres el único esperando su momento de escapar. Todo ese trabajo escondiendo cosas en las paredes de tu celda será inútil si te sacan de allí. Porque te aseguro que no volverás.
Parabel había trabajado en silencio removiendo pacientemente piedras para esconder el puñal que le había pasado José la última vez que vino. También tenía un unguento para que sus heridas no se infecten pero debía ponerselo por las noches y disimular el olor con su propia orina. Debían creer que estaba cada vez más débil aunque guardaba sus raciones de carne seca también en las paredes a salvo de las hambrientas ratas. Pero estaba seguro de haber sido discreto y era poco el ruido que se podía percibir con los gritos de la sala de tormentos.
─Me llamo Oregaen, el bardo ─mintió con destreza ─uno que osó cantar contra el príncipe allá arriba, en plena plaza. Toda una hazaña entre tantos cantantes tratando de conseguir atención. ¿Y tú? ¿quién eres?
...
─Mira, si no vas a entretenerme con algo de charla mañana seguiré mi juego con el guardia...y te aseguro que me ocuparé de mencionarte para que te unas a la fiesta...
─No tienes con que amenazarme juglar...
Parabel sintió que su mundo se caía. Alguien estaba allí vigilándolo desde su llegada. Alguien que lo conocía. Al menos por referencias. Eso complicaba sus planes. Sería acaso un hombre del príncipe esperando el momento para atraparlo a él y a los demás en medio del ataque. José no le había mencionado que dejara alguien allí para acompañarlo. Tenía que pensar lo peor simplemente porque no había muchas opciones.
...
─Ahora eres tú el que se ha quedado callado juglar...¿o debo llamarte Parabel?
─¿Quién eres?
─Yo soy nadie.
─Puedes ser un don nadie pero de seguro tienes nombre y origen, no juegues conmigo.
Una risa disimulada apenas fue toda la respuesta.
─Vengo de la nada. ─terminó por decir. ─¿Acaso puedo decir que vengo de un pueblo que es un yermo o de lugar que ya no existe? Mi pueblo, mi familia, mis amigos...son cenizas. Soy hijo de las cenizas. Ahí está tu respuesta.
─¿Cómo me conoces? ...y te recomiendo dejar los rodeos. Si eres una amenaza yo mismo me ocuparé de tí
─No tengo nada contigo juglar. Pero te diré lo mismo que tú a mí. Si pones en riesgo lo que tengo aquí seré yo quién termine contigo.
La voz se había movido desde la celda contigua hasta la misma puerta de su celda. Estaba en el pasillo. Podía salir a voluntad al parecer.
─Pues pareces ser un guardia. No estás encerrado como yo.
─Claro que estoy encerrado aquí. Solo que tengo más que un poco de unguento y carne seca escondidos en las paredes.
Parabel buscaba en su memoria cosas que pensar acerca de ese personaje. La verdad era que solo el imperio había arrasado con pueblos de esa manera. Solo el este y los titanes habían traído tal destrucción. Tenía que ser la invasión o el portal torpemente abierto dejando escapar a las criaturas que asolaron la región.
─Y dime nadie...¿que esperas para irte de aquí?
─Todavía no es tiempo. Además estoy cómodo aquí. Estoy esperando a los tuyos...igual que tú.
El juglar entendió que todo aquello era una miserable trampa pero no tenía como avisar a los demás. Si ya se sabía que ellos vendrían a intentar tomar el castillo estaban perdidos. No tendrían oportunidad. Era vital que escapara de allí para avisarles. Tanteó la pared para dar con los bloques de piedra sueltos y conseguir la daga. Al menos podía intentar aflojar los goznes de la puerta...o forzar el cerrojo. Quizás fingir un ataque de locura repentina que obligara a los guardias a bajar a verlo...algo, lo que fuera.
Comenzó a usar su puñal con el cerrojo para intentar abrirlo. Una mano sujetó la suya con firmeza para que se detenga. Eso lo convenció lo suficiente junto a la espada que se posó sobre su cuello. De alguna manera estaba dentro de su propia celda. Pero ¿cómo? el había revisado cada piedra del interior. Era sólida, sin tabiques ni pasajes.
─Hagamos un trato ─dijo nadie. ─Tú me dices lo que necesito saber de tu gente, y puede que yo te cuente de mis planes.
─¿Por qué no me matas simplemente? No veo la ventaja de decirte nada.
─¿Es una petición o una oferta? ─contestó la voz apretando el acero contra su garganta.
Parabel soltó el puñal que cayó al suelo con un ruido apagado. La espada dejó de sentirse sobre él al tiempo que su puñal regresaba a su mano. Se dio vuelta y tanteó la oscuridad pero ya no había nadie allí. La voz volvió a oirse al otro lado de la puerta.
─No te quitaré nada...y tú tampoco. Solo hazme saber cuando llegaran los tuyos.
─No voy a traicionarlos ─contestó Parabel con firmeza.
─No necesito que lo hagas. Pero detrás de ustedes vendrán muchos hijos del este a asolar el sur. Necesitan una excusa para romper el pacto. Ahora la tendrán.
─Si el sur no se alza nada detendrá al imperio.
─Si el sur se alza será un baño de sangre. Yo he visto lo que imperio hace cuando quiere dar un mensaje.
─¿Vas a decirme quién eres?
─Solo si me ayudas a detener esto antes de que sea tarde.
─Si voy a ayudarte debes demostrarme cuál es tu plan.
La puerta de la celda se abrió. Un guerrero de coraza oscura estaba frente a él.
─No voy a decirte mucho. Lo único que debes saber es que solo el imperio puede vencer al imperio juglar.
Parabel no entendió a que se refería con eso pero el hecho de poder salir por primera vez en mucho tiempo de su celda le cambió el ánimo por completo. Siguió a Nadie hasta una celda al final del corredor. Estaba iluminada con antorchas y se veía una mesa servida con variedad de platos. Hacía rato que no veía comida de verda así que engulló todo lo que pudo. El vino era bueno también.
Nadie se sentó en las sombras. Parecía molestarle la luz de las antorchas.
─Así que te gusta el misterio señor de las cenizas. Por mí está bien, pero no suelo confiar a quién no me mira a la cara.
Nadie suspiró. Ese juglar podía ser muy insistente, pero le habían dado buenas referencias de él asi que decidió darle el gusto. Se levantó pesadamente y se quitó el yelmo. El solo contacto con el aire le generó incomodidad pero no había más remedio. Tenía que curar sus heridas.
─Acerca una antorcha si es lo que quieres.
Parabel tomó una cercana y alumbró donde estaba el guerrero. Una cara horriblemente quemada lo observaba con ojos que resaltaban entre la piel lacerada como enormes esferas que parecían flotar en las cuencas. No tenía labios así que su boca parecía sonreír de forma macabra. Tampoco había nariz. Sólo dos orificios que se agradaban y reducían al ritmo de la respiración.
─¿Contento?
─Creo que me arrepiento de insistir ─dijo Parabel tratando de disimular el asco que sentía no solo por el aspecto sino por el hedor que emanaba de esas heridas. ─¿cómo es que sigues vivo?
─No creo que esto sea vida, pero sigo aquí. Debo irme. Mantenme informado de las acciones de tu gente. Este castillo es mío por derecho. Nadie más tendrá este trono.
─¿Debo seguir llamándote Nadie?
─Me da igual como me digan. Mi nombre está prohibido juglar. Al menos por ahora...cumple tu parte.
El guerrero se retiró en silencio por una escalerilla que se adentraba en el vacio. Parabel entendió como había llegado a su celda. No había pasadizos en las paredes sino en los techos. Le pareció ingenioso. El hedor todavía impregnaba el ambiente cuando decidió seguir comiendo. Era demasiado el hambre para andarse con remilgos. Parecía que esa noche había conocido por fín a la leyenda. El fantasma, la aparición, el no muerto, o como lo habían bautizado en los llanos. El innombrable.
lunes, 17 de junio de 2019
Pies sucios
Pies Sucios caminó por los campos desolados. La guerra ya los había consumido y sin embargo, entre los restos marchitos todavía había sed. La tierra no había bebido suficiente sangre. Miró a los cuatro extremos del mundo y oyó a las multitudes marchando a la batalla. Los herreros del este, los perros del norte, el fuego del oeste pero lo que la sorprendió fue oir a las las huestes que venían del sur.
El pacto se había quebrado después de siglos. La puerta de los dioses dejaba de dar santuario. Pronto cada extremo del mundo se sumiría en la sangre de sus hermanos.
Porque eran muchos los que venían a los campos meridios pero pocos regresarían a sus moradas, rotos y hastiados de muerte, con el corazón lleno de guerra.
Y Pies Sucios lloró amargamente porque la tierra volvería a sangrar. Y la sangre llamaría a los abismos. El gran portal se volvería sediento y dejaría de guardar su lugar por querer ser parte de la matanza. El otro gran pacto también se rompería. Todos querrían su parte.
La anciana despertó asustada después de esos sueños que portaban visiones.
─Dame agua pequeña ─rogó a la novicia que dormía a sus pies, encargada de velar por ella.
─Enseguida mi señora. ─Contestó y salió aún desperezándose. No tenía más de quince inviernos, de belleza serena y buen porte. Era alta y estilizada para su edad. Las entrenaban desde pequeñas así que ya debía ser una guerrera consumada.
Cuando volvió tomó apenas un sorbo y se alisó el cabello mientras se ponía su túnica.
─Ve a buscar a las hermanas mayores. Debo darles palabra.
No tardaron mucho tiempo en llegar a la cámara de la anciana que había empezado a dibujar en el piso con una tiza. Todas fueron haciendo una reverencia a medida que llegaban. Las hermanas mayores eran las más experimentadas y diestras. Las más sabias y que participaban del consejo de Verbogón aunque ya no sintieran el respeto de los otros credos.
La anciana terminó de dibujar un círculo en el piso y en cada punto cardinal dibujó una fase de la luna. En el centro un ojo con un sol dentro.
─¿Alguna sabe que es esto?
Mirne, que no era la mayor pero si una de las más eruditas se acercó al dibujo y lo examinó un momento.
─Somos nosotras, velando por el mundo mi señora. Mientras el sol reina y lo cubre todo de luz.
─El sol va a apagarse pronto hermana. Cerrará su ojo y sin él, solo la luna acompañará los pasos de los hombres.
Las guerreras se miraron desconcertadas. Sabían que eran las representantes de la guardiana, pero sus obligaciones estaba simplemente ligadas con el templo de la luna.
─Debemos nombrar una nueva guardiana mi señora para que nos guíe a través de la noche ─declaró decidida. ─¿cuándo será todo esto?...¿que más debemos hacer?
─Cumplir con la misión que la primera de mí le encomendó a la primera de ustedes. Romper el velo de la noche. Los llanos volverán a sangrar. No es aquí donde la profecía se pondrá de manifiesto. Deben prepararse para marchar. Todo el sur lo hará.
Megandra, una de las más ancianas se acercó a la vidente.
─Nos ha sido prohibido intervenir en los asuntos de los hombres. ¿Por qué deberíamos cruzar aceros por los demás pueblos?
─Porque si no lo hacen no quedará ninguno. Deben prepararse. Estas tierras dejarán de ser sagradas pronto.
Todas se alborotaron. Algunas entendieron que una invasión se aproximaba. Otras creían que la profecía estaba equivocada. La mayoría entendió que debían partir, seguramente hacia la frontera. No habría afrenta si no se alejaban demasiado de la ciudad. No había noticias de enemigos en el sur más que las habituales escaramuzas en la frontera. Mirne sacó su espada y la puso en el círculo con su extremo apuntando al ojo del sol. Todas se volvieron y de a poco fueron sumando sus aceros. Cada vez que rendían la espada se arrodillaban ante la anciana. Cuando todas lo hubieron hecho la vidente tomó la jarra de agua y la vertió en el centro del círculo. El sol de tiza se disolvió pero el circulo de espadas permaneció.
─Todas son ahora la guardiana. Porque todas conocen su propósito. Vayan hijas mías, vayan a prepararse.
Cada una tenía su función especifica en el templo. Y una marcha de ese tipo requería grandes preparativos que jamás se habían realizado así que cada una tomó su espada y salió del cuarto.
Mirne fue la última. Era la que estaba más tranquila. Pero necesitaba hablar con la pitonisa.
─Mi señora. Entendí el dibujo pero aún no entiendo que es el agua.
─Una de las grandes dualidades hija mía. Están la noche y el día, juventud y vejez, vida y muerte...
y despues esta esa dama que camina entre el reino de los vivos y el de los muertos, la que tiene una pierna de carne y otra de hueso.
─¿Habla de la muerte?
─Ojala así fuera hija mía, porque sería natural. El fín de un ciclo. Pero cuando la muerte nace en el corazón de los hombres, cuando la muerte no debe venir todavía y la llaman insistentemente...
─Viene la guerra ─concluyó Mirne.
La pitonisa la miró fijamente con los ojos llenos de lágrimas.
─El sur siempre sería santuario para que ese día no llegue. Eso nos han enseñado las crónicas. ¿Es lo que ha visto en sueños mi señora?─dijo casi suplicando la guerrera.
─Siempre supimos que este día llegaría hija mía. Estábamos esperando por la noche pero el hombre va a cerrar el ojo del sol muy pronto. Aún antes de que la noche intente arrebatarnos este mundo. Y será la puerta por la que vendrá el devorador.
Mirne entendió que una gran guerra en los campos meridios podía desatar por fín a los portales. Y arrastrar a todos al desastre. A menos que las fuerzas de los hombres estuvieran equilibradas y obligaran a negociar...algo nuevo, quizás un nuevo pacto. Algo que debía renovarse después de haber perdido sentido a través de los siglos. Mirne enfundó su espada y salió presurosa. Recordaba las historias de la guerra en la frontera. Quizás ella estuviera allí. Una de sus mejores discípulas. Y también una de las más rebeldes. Recordó el día que se marchó, a pesar de las súplicas y las amenazas. Ansiaba verla otra vez. Esperaba que estuviera viva.
─Voy por tí Valkiria. voy por tí...
sábado, 1 de junio de 2019
Cartas sobre la mesa
Turbarión se negó a recibirlo. Demasiado ocupado para discutir nada con un visovy. Sólo le dejó directivas en un mensaje. Un pergamino lacrado que estaba sobre la mesa de la tienda donde por fín pudo tomar un descanso.
Prekass lo había dejado en mala posición. Volvía como un héroe para el resto de la tropa. Había cometido el error de triunfar a pesar de las dificultades. Había logrado establecer una avanzada en el norte demasiado firme. Demasiado profunda. Demasiado decisiva.
Las noticias viajaron rápido. La suprema comandancia se desangraba en el oeste. Solicitaban ahora una rápida resolución. Estabilizar el frente norte. Reclutar lugareños con los que sostener la línea y mandar inmediatos refuerzos al desastre que mantenía empantanada al resto de la fuerza imperial. Se lo habían hecho saber a Turbarión, pero no respondió el mensaje.
Prekass quitó uno por uno los correajes de su coraza. Sus dedos estaban torpes por el cansancio. Miraba la mesa. El pergamino de Turbarión en ella. El sello de la comandancia. Intuía que ese día mucho se definiría para él. Junto a ese pergamino había otro. Mismo sello, distinta cera. El color los diferenciaba. Turbarión usaba cera negra. Palash y Topor roja. Si eso había llegado a su mesa de campaña era por voluntad de su general. Le daba a elegir. Turbarión no quería hablar con él. Quería que decida. Y si los otros dos le enviaban órdenes personales era porque no confiaban en su retaguardia. Eso no había llegado allí caminando tranquilamente. Tenían que haber enviado espías, unos bastante desafortunados que no habían podido franquear el cerco de Turbarión. Supuso que ya habían perdido sus ojos. Se rascó los propios pensando en la posibilidad cierta de perderlos. Se recostó por un momento en su litera y meditó.
Turbarión había terminado de interrogar a los mensajeros venidos del oeste. Se habían quitado sus insignias y trataron de pasar por mercaderes. Era suficiente para condenarlos. Tres pares de ojos flotaban en vino claro. La suerte que corrieran ahora no le interesaba. Los había liberado para que intentaran volver con sus amos. Serían comida de lobos, voyanas, quizás alguna bestia del abismo. Pidieron la muerte pero no mancharía su acero con espías. Solo se dedicó a mirarlos como tropezaban por el campamento buscando salir a los llanos ante las risotadas de la tropa. Después se aburrió y volvió a su tienda. Miró fascinado los ojos en la copa. Revolvió con el dedo el contenido. Le gustaban los ojos grises de uno de ellos. Raros. No era común conseguirlos de ese tipo. Quizás fuera un buen augurio.
Prekass cruzó el campamento con los pergaminos en sus manos y se dirigió a la tienda del general supremo. Su andar era calmo, si alguien intentaba detenerlo sería por tener órdenes. No por actuar de forma amenazante. La guardia personal estaba apostada como de costumbre en la entrada. Lo vieron acercarse y se pusieron de pie. Pero sólo eran cuatro. Pusieron sus manos en las empuñaduras de manera amenazante. Prekass se sonrió. Una verdadera amenaza era desenvainar.
Lanzó uno de los pergaminos en la cara del primero, detrás de el vino el puñetazo certero. La nariz del guardia hizo un ruido hueco cuando se rompió. El segundo dio un paso adelante sin terminar de sacar el acero. Errores de principiantes. No necesito desenvainar. Sólo asomó su acero y con el pomo le dio un profundo golpe en el estómago que lo dobló en dos. Cayó de bruces. El tercero logró desenvainar pero para cuando alzó la espada el acero de Prekass ya estaba apoyado en su cuello.
─General. Necesito unas palabras con usted.
─Pasa de una vez Prekass...y deja a mis muchachos en paz.
Dentro de la espaciosa tienda había cinco guardias más. Estaban sentados tomando vino y se sonreían. Turbarión estaba terminando de tomar una copa de vino claro. Le hizo un ademán para que se siente.
Prekass se acercó a la mesa ante la mirada atenta de todos. Supo que estaban festejando algo pero nadie allí estaba borracho aún. Parecían estar esperándolo. Los pergaminos rebotaron sobre la madera laqueada. El visovy no le temía a nadie. Ni siquiera a su comandante. Pero sabía que Turbarión era astuto y todavía no entendía a que jugaba.
─Tardaste un rato. Pensé que estabas tomando una siesta visovy. ¿Por qué no has abierto los pergaminos?
─Me gustan las órdenes directas general. Cuestión de costumbre.
─Verás...detectamos a tres espías dentro de tu tienda dejándote un mensaje. No debería desconfiar de mi general más glorioso pero...
─Ni siquiera he leído eso. No me interesan las intrigas. La comandancia puede jugar al secreto cuanto quiera. Yo necesito ganar la guerra para volver a casa.
─Todos queremos ganar. Sólo que a veces olvidamos a que estamos jugando
─No juego a la guerra señor.
─Exacto, no estamos jugando aquí. Estamos escribiendo la historia del imperio. Así que no hay tiempo para intrigas. Irás al sur. Tenemos otro posible frente de guerra allí. Restablecerás el orden en Lurzt. Parece que nuestro aliado está perdiendo el control de la situación.
─No comprendo. Si el príncipe está en el trono. ¿Vamos a reforzar la guarnición sureña? ¿Vamos a tomar el castillo?...
─Vamos a dar un mensaje. ¿Acaso cruzaste espadas con alguno de mis guardias ahí afuera?
─No tuve necesidad.
─Exacto. Algún orgullo magullado pero la sangre sigue corriendo por dentro y no por fuera.
─¿Ese es su mensaje general?
─El mensaje son las once compañías que te llevarás. Ocuparás el valle el tiempo necesario. Comerás su comida, beberás su vino. Incendiarás algunas casas. El invierno hará el resto. No habrá revuelta sin apoyos. Como no habrá vida si nos quedamos demasiado tiempo allí. Ah...debo aclarar algo importante...toda decisión la tomarás junto a los líderes de cada compañía. Somos hermanos de guerra. Sacrificaste demasiados en el norte como para dejarte decidir por tu cuenta.
Prekass apretó los dientes pero asintió con la cabeza. Lo harían marchar delante de la multitud pero no tendría verdadero poder allí. Era más un desfile que una campaña. Lo habían dejado solo cuando necesitó apoyos pero ahora no le dejaban asumir el mando cuando más necesitaba ejercerlo.
─Así se hará señor. ─dijo escuetamente y salió de la tienda.
El camino de regreso fue una sucesión de imágenes de batallas en el norte. La sangre derramada. La noche que perdió dos compañías. La batalla del Colmillo donde se enfrentó al Lobo Blanco...
─Buen día señor. ─lo recibió un asistente apenas traspasó el umbral de su tienda.
─Léeme los mensajes que me hayan dejado mientras me saco las botas...─dijo y lo miró haciendo una pausa con gesto interrogatorio.
─Pausanias, señor.
─Léeme Pausanias mientras descanso un rato mis pies.
Se recostó en su litera mientras sus pies latían todavía por la larga marcha y el frío que habían soportado.
No había mucho de nuevo. Recuento de tropas, enseres, cantidad de raciones necesarias para semejante ejército. Pertrechos. Pausanias leía con fluidez mientras Prekass se relajaba un momento. Admiraba la soltura con la que su asistente cambiaba de pergamino y saltaba de un tema a otro. Por un momento envidió su habilidad. Su prestancia. A él siempre le hubiera gustado saber leer. Luego entornó la cabeza y no tardó en quedarse dormido.
jueves, 23 de mayo de 2019
La caja vacía
Prekass no había dormido esa noche. Esa noche prefería no soñar. El alba lo encontró puliendo por enésima vez su espada. Alistando su armadura. Pasando el tiempo antes de emprender el regreso a los llanos. La línea de fuertes había resistido. Sin pertrechos ni refuerzos, pero el costo había sido altísimo en hombres. Le quedaba un tercio de sus tropas. Los bóreos casi habían logrado romper la línea y masacrarlos.
Un escudero le trajo el desayuno pero no quiso comer. Preguntó si la caravana estaba lista y el muchacho asintió con temor. A nadie le gustaba estar cerca del general. Decían que era al único al que la tribu de la luna no conmovía. Que tenía hielo en las venas. Que ya no era hombre.
─Empaca mi caja.
El muchacho tomó una caja de madera oscura. rodeada de herrajes herrumbrados que parecía vieja y maltratada. Pero liviana al punto de parecer vacía. Quiso preguntar muchas veces pero no tuvo el valor. Esa sería la despedida así que tomó coraje y preguntó.
─General, no pretendo incomodarlo pero si acaso no es demasiado atrevimiento quería...
─¿Saber que significa la caja?
El muchacho asintió con timidez.
─Un recuerdo. Nada más ─dijo tomándola entre sus manos. Quitó la tapa y como siempre le pasaba sintió un estúpido e insensato alivio al verla vacía. Pensó por un momento en si debía decirle algo al muchacho. Su pueblo merecía ser honrado alguna vez. Finalmente desistió y despidió al muchacho sin muchas más explicaciones. Uno de los mayordomos, que observó discretamente la situación, llamó al joven parte y pretendió reprenderle.
─¿Acaso has enloquecido muchacho? ...Tú eres visovi como yo...¿conoces la historia de tu pueblo? ¿has oído hablar del mandato de Kartos?
─No mucho, me enviaron aquí apenas cumplí 12 inviernos . Creo recordar algo de pelear en todo el mundo.
El mayordomo rió por lo resumido de la sentencia.
─Nosotros, como el general, descendemos de una orgullosa familia de las montañas del oeste. Los visoi. Una que nunca se doblegó ante nadie. Los hijos de la forja no serían la excepción cuando llegaron desde el sur. Dicen las crónicas que eran un pueblo numeroso como la langosta. Avanzaron hacia el oeste venciendo a todo pueblo que se les interpusiera. Reclutaban a los que se hincaban y mataban al resto. Eran muchos y tenían el acero que nosotros no sabíamos forjar todavía. Nuestro pueblo salió a su encuentro para no permitir que la ciudad fuera sitiada. En las afueras pelearon su última batalla esa mañana. Pasada la tarde solo quedaban un puñado de los nuestros protegiendo al rey a las puertas de la ciudad. Estaba rodeado y sabía que su suerte estaba echada. Cuentan las historias que ese rey no entregó la espada. Kartos, tigre de la bruma le llamaban. Le gritó a su gente..."una sangre por muchas es buen precio"...
Lo cierto es que la guerra tocaba a nuestras puertas y que no quedaba más opción que recibir la visita pero los guerreros habían salido de la ciudad para que no llegara y sabían que si eran vencidos deberían marchar llevándosela con ellos. Los visovis eso hicieron. Llevarla lejos de allí. Cada día un poco más. Y todo comenzó y terminó cuando le mandaron a Kartos hincarse ante ellos. Los orgullosos hombres enfundados en hierro. Entonces clavó su espada en el suelo y dobló la rodilla por primera y única vez, mientras miraba fijamente a esos hombres invasores. Entonces apretó su cuello contra el filo y se desangró allí mismo. A los hijos de la forja no les gustó eso pero respetaban a los hombres de guerra. Se llevaron su cabeza en una caja pero como la ciudad abrió sus puertas y les proveyó para la marcha fue perdonada. Desde ese día todo aquel que los desafía se gana la suya. Nuestro pueblo se enroló en su conquista finalmente. Los visovis luchamos valerosamente y nos ganamos nuestro estandarte y nuestras marcas. También nos ganamos nuestra caja de madera. Ellos creen firmemente que peleamos para cumplir el mandato de Kartos, que nunca pelearemos por ellos realmente...y tienen razón...
─¿Entonces esa caja es un recuerdo?
─La guarda porque cada tanto vienen a querer tomarla. Y no pretenden llevarla vacía.
─Pero es un general. Sería traición.
─Para ellos somos extranjeros. Siete veces vinieron por él, y siete veces se negó con acero. Luego recibió el grado de general y fue enviado aquí, al norte, a fracasar y morir. Pero resistió. Estableció la linea de fuertes. Ahora le quitan el mando para privarlo de la gloria ya que ha prevalecido. Pero la caja sigue vacía muchacho, la caja sigue vacía...ahora ve a tus labores, preparemos la estancia para el próximo general.
miércoles, 1 de mayo de 2019
La niña del prado
La mañana era fría cuando la sombra se escabulló por el bosque.
Le costaba moverse con libertad. Desde que había escapado de sus captores en los llanos había tenido que lidiar con las secuelas de su estadía con los voyanas.
Amanecía dolorido. El costado le apretaba y le quitaba el aire. Sentía que las fuerzas se le escapan de a ratos pero disimulaba ante los demás. Por eso aceptó quedarse atrás cuando los demás partieron a la incursión a Lurzt. Vigilaría el portezuelo. El camino alto. El valle, que ahora estaba desprotegido. No había mucho más por hacer. Jenny partió a su recorrida por las aldeas. Ella no estaba interesada en la batalla pero nunca estaba lejos de los problemas. Y la gente del valle hace tiempo que no recibía asistencia alguna de Lurzt.
Trepó por senderos pedregosos buscando alcanzar algún peñasco desde el cuál cubrir distancia con su vista. No volvería hasta la noche al campamento. Se había propuesto mantenerse en movimiento todo el día. Tenía que empezar a ponerse en forma cuanto antes. Todavía le costaba entrenar con la espada por mucho tiempo y su pulso para el arco era un desastre. Estaba rastreando un oso pardo que cazaba cerca, tratando de no hacerse notar ya que eran muy territoriales y no tenía ganas de pasar el resto del día trepado a un árbol. Escuchó unos pasos suaves a su espalda. Parecía ser alguien liviano o que sabía aligerar la pisada. Se arrastró hacia un arbusto esperando que se acerque. Era cuestión de tiempo que pudira verlo...
─Te veo.
Una voz infantil se oyó a su lado mientras él buscaba con la vista entre la espesura. Guardó suavemente su daga para no asustarla. Una niña con cara manchada de hollín y vestida con harapos lo observaba curiosa. Tenía un cayado que era más alto que ella y estaba descalza.
─¿Eres un fantasma bueno?
Crow tuvo que ponerse de pie. Estaba haciendo el ridículo desde que decidió abandonar el campamento sin estar en condiciones. Esa mañana hasta una partorcilla lo había emboscado.
─Niña, no deberías estar sola aquí afuera. Estoy rastreando un oso pardo. Es peligroso.
─¿Uno enorme y marrón que andaba por aquí?
─¿Lo has visto?
─Si...¿quieres que te lleve con él?
─Son animales peligrosos niña. No deberías acercarte a ellos.
─Ven, te mostraré. No va a lastimarnos.
Caminaron un buen tramo hasta hundirse entre matorrales espesos. Era una parte densa de bosque. Se sentía un olor desagradable en el aire allí donde el sol no puede romper la bruma.
Crow vio un claro y respiró aliviado. No podía ni ver el cielo y seguía a una niña que posiblemente estuviera tan perdida como él.
─Es allí ─dijo señalando al claro. Crow sacó de nuevo su daga, aunque dudaba de si podría usarla antes de que el animal cayera sobre él.
Apenas se asomó lo vio. Enorme con su pelaje oscuro y su mueca feroz. Completamente muerto.
Se acercó con cuidado. El olor era incipiente. No llevaba mucho tirado allí. No parecía estar herido. Lo picó con su arco buscando alguna reacción pero ya estaba tieso. Una herida en una de sus garras estaba negra y despedía un humor viscoso. Se había herido y esa herida se había infectado. Pensar que no había potencia en ese bosque capaz de enfrentarlo y sin embargo, bastó una mala herida para acabar con él. Alejó esos pensamientos lo más lejos posible ya que él estaba en condiciones similares al malogrado animal.
─Lloró mucho cuando se moría. Yo le traje agua pero estaba muy enojado. Nunca me molestó ni a mí ni a Lucy.
─¿Lucy es tu hermana?
─Mi cabra.
Decidió acompañarla a su cabaña, no sin antes buscar a Lucy que estaba encaramada en un roble seco gritando su disconformidad al mundo. La cabaña donde vivía la niña estaba un tanto alejada así que aprovechó para cazar una liebre que llevarle a la familia.
Le costó mucho encontrar el lugar. La mayoría de las casas, por pobre que fueran, siempre se asentaban sobre un claro que los moradores ganaban al bosque, pero aquí la vegetación había ganado ese espacio y apenas se podía vislumbrar que alguien vivía allí. Una mujer tan demacrada y andrajosa como la niña los recibió en la puerta. Se sorprendió por la visita. Nadie parecía llegar hasta ese rincón tan remoto del bosque.
La madre miró con reproche a su hija pero esta parecía contenta de haber traído al extraño. Enseguida quiso meter conversación.
─Murió el don oso mamá, pobrecito...ya no llora.
─Habíamos hablado algo Sammy, y parece que no me has entendido.
─No te enojes mamá, es un fantasma bueno, le podemos preguntar.
La madre negó con vehemencia y le señaló la puerta de la cabaña para que entrara. Crow sintió que no debía estar ahí así que dejó la liebre cerca del pozo de agua y se dio media vuelta.
─¿Eres de la hermandad no es así?
Crow detuvo la marcha pero no se volteó para responder.
─No le diré a nadie donde están, debo irme.
─No quise ser tan brusca, sólo que mi hija se ha pasado todo este año buscando quién le cuente de su padre.
─¿Que le sucedió?
─Lo que a la mayoría de los hombres de por aquí, quiso ser como ustedes.
Crow no tuvo más remedio que darse vuelta y enfrentarla.
─No le entiendo.
─Todos quieren luchar. Quieren subir a las montañas y traerse la cabeza de un voyana. Y ya sabemos como termina eso. Este valle debería llamarse "rincón de las viudas" ─dijo con una mezcla de resignación y fastidio ─lávate un poco en el pozo, cocinaré esa liebre.
La niña volvió a salir cambiada. Ahora tenía un vestido raído que le quedaba enorme, pero lo presumía como si fuera una princesa. Seguía descalza y con la cara sucia a pesar de los retos de su madre.
─Veo que te has puesto de gala Sammy. Así que así te llamas...
La niña asintió con una sonrisa cómplice.
─¿Y tú fantasma? ¿tienes nombre?
─Me llaman Crow, como crecí en un templo me llamo igual que muchos.
Sammy lo miró con ojos llenos de ilusión pero no se animó a preguntar. Crow no sabía muy bien que decir si le preguntaba sobre su padre. Fue la madre la que rompió la tensión cuando la vio afuera.
─Lávese esa cara señorita, que hay visitas y comeremos pronto. Y ponte tus zapatos de una vez.
Sammy volvió a entrar a buscar su calzado. Crow interrogó con la vista a la madre. No sabía que decirle a la niña.
─Todo esto es culpa de su padre. ─comenzó a relatar ─Le dijo que unos fantasmas buenos cuidaban de nosotros en las montañas, y que si algún día él no volvía era porque le tocaba cuidar de todos junto con ellos. Ella quiere saber cuantos niños más debe cuidar antes de volver con ella...¿tienes tú una respuesta para eso?
─Estás segura de que él...
─Tan segura como para decirte donde lo enterré. ─dijo con la vista empañada. ─Una partida de voyanas había incendiado algunas granjas y él se juntó con otros para ir tras ellos. No volvió. Lo encontré hace un tiempo. Eran apenas tres voyanas y ellos siete. Los números quedaron parejos según vi.
─Lamento mucho que...
─No te esfuerces. Ninguno de ustedes tiene familia o no podrían hacer lo que hacen.
─Eso no significa que no me pese todo esto.
─Dejé que la senda se pierda en la espesura. Que el bosque nos trague para que no nos encuentren esas bestias. No supe que más hacer.
─No sería fácil dar con este lugar.
─Lo lloré por semanas a escondidas, lo maldije por dejarnos en esta situación. Era un leñador apenas pero estaba tan excitado con la idea de la guerra que esa excursión fue casi una excusa. Tenía pájaros en vez de pensamientos en esa maldita cabeza. La guerra es el juguete de muchos hombres.
─¿Piensas quedarte aquí sola?
─Guárdate tu lástima soldado. Recojo casi tanta leña como él y la vendo en el mercado del castillo. Sólo que no quiero que Sammy crezca como un animalillo aquí en el bosque. Eso me pesa en el alma. Pero ella ama este lugar. Los animales. Los fantasmas buenos de la montaña. Y piensa esperarlo.
La comida le supo amarga. Hace apenas un rato se estaba compadeciendo de si mismo, tanto como para olvidar lo triste que era la vida para los que sufren en silencio esa guerra.
Se sintió impotente a un grado que hacía tiempo no experimentaba. No tenía nada que ofrecerles ni promesas que pudiera cumplir. Parecían destinados a no poder dar ni siquiera una promesa. Ni siquiera una promesa.
─Si hubiera algo que...
─Tranquilo soldado, come tu estofado y ponte ungüento en esas heridas, se nota tu dolor
─¿Como supo que soy de fiar? ¿pude ser cualquiera?
─¿Quién te dijo que se puede confiar en ti? ─contestó entre risas entrecortadas para luego señalar su zurrón ─Reconocí el olor...llevas el ungüento de la dama de verde encima.
Crow recordó que Jenny le dió un unguento para sanar sus heridas. También recordó que no cumplió demasiado con lo que ella le había dicho y no se lo había puesto esa mañana. Tenía miedo de que los animales lo huelan, pero lo llevaba con él.
─Sanó a Sammy hace un tiempo cuando le vinieron las fiebres. Hasta yo perdí la esperanza y empecé a construir un altar para ella. Vino por una semana y hasta se quedó con nosotras un par de noches. Nunca dejó de buscar la poción adecuada hasta que dio con ella. Ella la salvó. No se si podemos confiar en ustedes, pero haríamos cualquier cosa por ella. Sabemos que no pasaran muchos días sin que baje al valle a buscar sus hierbas y a preguntar como estamos.
Crow asintió con la cabeza. Desconocía que Jenny fuera tan cercana con ellos pero era cierto que jamás nadie los había delatado estando tan cerca del valle. Y sabía que la dama de verde andaba en busca de hierbas y raíces la mayoría del tiempo.
La comida pasó rápido y hasta hubo tiempo para que ella hirviera una raíces para mejorar la digestión antes de que él parta. Cuando el juntó sus cosas para partir Sammy tomó valor mientras lo acompañaba hasta un claro del bosque. Se la notaba ansiosa por algo y Crow creyó apropiado tomar la iniciativa.
─Creo que se lo que me vas a preguntar. Hay muchos fantasmas en la montaña cuidándonos a todos, incluso a mí. Y creo que entre ellos hay alguien que conoces...
Sammy lo miró extrañada pero se quedó callada por un momento mientras Crow elegía con cuidado las palabras tratando de no decir algo que la lastimara.
─A veces la gente que queremos debe irse. Pero realmente siguen cuidándonos desde otro lugar...
─No se que te ha dicho mamá. Mi papá se murió. No quería decírtelo cerca de ella porque llora a escondidas todo el tiempo. Yo le digo que se fue a las montañas para que no esté triste. Lo extraña mucho. Quiero unirme a los fantasmas para matar a los que se lo llevaron. Para matar a los hombres malos.
Crow no se esperaba nada de eso que estaba escuchando y tardó un segundo en recomponerse.
─Se que me ves pequeña pero puedo hacer trampas...he cazado un zorro enorme una vez que se llevó nuestras gallinas.
─Sammy, ojalá que nunca debas hacer algo parecido a lo que nosotros hacemos. Debes cuidar a tu madre ahora que...
─¿Ahora que estamos solas?
─...
─No estamos solas Crow. Cuando mi papá se fue estuve cerca de donde te llevé hoy. Allí donde el bosque da miedo. Escuché aullar a unos lobos y me asusté. Entonces apareció don oso, todo enorme y marrón y rugió fuerte y los lobos callaron. Se quedó por allí pero no me hizo nada. De hecho mientras él estuvo no tenía miedo en el bosque. Me cuidaba como mi papá cuando lo acompañaba a buscar leña. Pienso que don oso era mi papá cuidándome un poco más. Pero tenía que irse en algún momento.
Aunque buscó no demostrarlo Sammy por primera vez mostró el dolor de la pérdida. Sin embargo no lloró. A Crow le impresionó mucho la entereza que mostraba a tan temprana edad. Había estado pensando en algo todo ese día desde que lo llevó al cadáver del animal. Quizás todavía pudiera hacer algo por ella.
─Llévame de vuelta adonde don oso.
Sammy asintio, aunque su gesto fue de intriga. Les llevó un tiempo llegar pero dieron con el lugar cuando todavía el sol mitigaba en parte la bruma. Allí tuvieron que espantar a los cuervos y a algunos carroñeros. Crow volvió a revisar el cuerpo y sus sospechas se confirmaron. Se incorporó y miró a su alrededor. Frotó sus manos en el pelaje del animal y se lo pasó por la cara. Un fuerte olor rancio se impregnó en él. Sammy lo imitó. Luego comenzaron a buscar rastros en el lugar hasta encontrar las pisadas. Encontraron las que estaba buscando. Las que se repetían de ida y vuelta y las siguió hasta la guarida.
Bajo el tocón de un gigantesco árbol que las lluvias habían terminado por derribar se veía una cueva excavada con gigantescas garras. Se agachó en la entrada y esperó. Un llanto que se fue intensificando no tardó en oírse .
─Sammy...don oso en realidad era doña osa. Estaba cuidando de su bebé. Sabía que estaba enferma y si se quedaba aquí los animales vendrían por ella y encontrarían a su cría. Por eso se fue lejos, donde la encontramos.
El osezno apareció tímidamente en la entrada. Se lo notaba asustado pero el olor le era familiar aunque su madre no estaba allí. Sammy se acercó a el tratando de ganarse su confianza mientras Crow se alejaba. El resto de la tarde se gastaría en la aventura de intentar llevarlo a la cabaña. Para el anochecer ya retozaba en el corral de Lucy que no estaba de acuerdo con compartir habitación y se encaramó en el techo gritando su disconformidad. Los gatos de Sammy miraban aterrados a ese extraño ser rugiente que ahora no les permitía salir a andar libremente por el patio.
Crow se despidió de la madre que intentaba deducir como harían para criar a semejante animal. Las arduas negociaciones con Sammy se cerraron en que solo lo tendrían hasta que pudiera valerse por si mismo.
─Hace rato que no la veía contenta. Creo que puedo decir que algo bueno podemos sacar de esto soldado.
─Al menos, un oso en las cercanías evitará que otros animales se acerquen demasiado. Espero que no sea demasiada carga.
Los dos se despidieron mientras Sammy buscaba paja para hacerle una cama que el osezno agradeció retozando aún antes de que estuviera terminada. Luego la niña corrió a abrazarlo.
─Gracias Crow. Lo cuidaré mucho.
─Yo criaba cuervos cuando tenía tu edad. Aún recuerdo como aprendían a repetir malas palabras y comían semillas de mi mano. No puedes alejarte demasiado de aquí hasta que crezca así que nada de andar planeando matar gente. Tienes suficiente trabajo por aquí.
─¿Me visitarás alguna vez?
─Siempre andaré cerca. Pero la próxima vez no dejaré que me descubras. Ya verás
Anochecía cuando finalmente llegó al campamento. Jenny estaba cerca del camino. Tenía cara de preocupación. Cara que se disipó cuando lo vio aparecer entre la espesura.
─Parece que no tendré que ir a buscar tus huesos por ahí finalmente.
─Tranquila Jenn, sólo me estaba poniendo en forma otra vez.
─Pues deberás lavarte un poco en el arroyo si quieres entrar. Apestas a oso.
Crow suspiró y enfiló hacia el agua mientras dejaba su zurrón en las manos de la maga verde.
─Otra vez no te has puesto el ungüento, crees que no me doy cuenta.
Crow se encogió de hombros y le sonrió mientras agitaba la pequeña ánfora que ella le había dado. Dobló por el sendero que llevaba al arroyo y se perdió de vista mientras Jenny entraba llevando leña para el fuego.
viernes, 26 de abril de 2019
El largo camino del hombre
Hiperión y Vallekano salieron apenas al trote de caballo pasado el mediodía. No había prisas. La hermandad partió al alba y no sería sino hasta el otro día que llegarían a Lurzt por el camino real desde el sur. Vestían incómodas armaduras sureñas, dignas de hombres que nunca habían entrado en batalla.
El arquero siempre había guardado sus reservas sobre el mercenario. Demasiadas historias se contaban sobre él. Sanguinario. Impiadoso. El azote del este. La daga de los reyes.
¿Por qué sería ahora confiable justo ahora, para dictar los destinos de una de las pocas defensas del valle del dragón?. ¿Por qué sus hermanos habían confiado en él justo en el peor momento, cuando más débiles se encontraban? ¿Acaso no era posible que los guiara a todos a una muerte segura llevándolos a la ciudad donde no eran queridos para que el príncipe disponga de ellos?
--Te noto pensativo, demasiado pensativo esta mañana Vallekano, escúpelo de una vez por los dioses!
--Ya sabes como pienso, este plan no me gusta.
--¿El plan...o quién lo ejecuta?
--Misma cosa Hiperión.
--Jamás te pediría que confíes en mí.
--Esas cosas no se piden
--Entonces... ¿por qué aceptaste venir conmigo?
--A cada uno le toca su parte supongo. --dijo y montó su arco de pronto. La liebre nunca supo del peligro. Pronto colgó de su montura, lista para ser despellejada cuando llegaran a la aldea vecina.
La charla se había interrumpido abruptamente y apenas vio el movimiento, Hiperión atinó a sacar la espada corta. Era un viejo reflejo, hijo de las épocas cuando dormía con ojo abierto. Vallekano sonreía. Había sido a propósito obviamente.
--Una vez, cuando era joven --comenzó a decir Hiperión --y todavía no sabía bien de que se trataba todo esto de vender la espada, acepté la propuesta de un hombre para defender su castillo en el norte. Recuerdo que era un noble del este. Un hombre harto de la guerra. Uno que solo volvería a desenvainar por su hogar. Me sentó en un amplio salón y me preguntó lo mismo que yo a tí.
--"¿Que estás haciendo aquí muchacho?" y debo decir que lo preguntó muy en serio --dijo mientras afirmaba las riendas de su montura que buscaba desviarse del camino. --al principio le respondí cosas como "necesito tu oro anciano" o "debo llenar la tripa y no sirvo para criar cerdos" pero al final se hizo un silencio mientras el anciano caballero me miraba fijo.
--"Para mañana necesitaré una respuesta convincente muchacho o te echaré del forro del culo de aquí.
No necesito el llanto de un mocoso gritando por su madre o maldiciéndome cuando el infierno se desate."
--Recuerdo que no pude dormir esa noche. Era un muchacho rico, hambriento de aventuras..bah hambriento en toda línea escapado de mi hogar y de un padre déspota. Robé una espada de mi casa y un par de piedras preciosas para hacerme una armadura. Me habían educado para la lucha pero jamás había tenido una causa que defender. No lo entendía así. Así que no tenía respuesta para la pregunta que me salvó la vida...
--Supongo que esa pregunta te hizo examinar tu vida y tus decisiones futuras Hiperión. ¿Así fue como te salvó?...
--Nah, fue mucho más simple. Si no hubiera estado desvelado no hubiera escuchado cuando esos cinco se levantaron de noche para intentar matarme y robar mi espada. Maté a su líder y el resto pidió clemencia, decidieron seguirme y no me negué. De hecho peleaba mejor que cualquiera en esa barraca. Se dieron cuenta rápido.
Les hice la pregunta del viejo a ellos para ver si me daban alguna pista. Hambre fue toda la respuesta. Yo casi no había comido así que les repartí mi ración. Esa fue mi primer banda.
--¿Y que le contestaste al viejo esa mañana?
--Bueno, yo había leído palabras de muchos sabios cuando fuí educado. Había un mago oscuro que decía que la medida del hombre es pararse frente a frente con las cosas que no tienen medida. Que hay situaciones que nos vuelven insignificantes. Yo no le podía decir al viejo eso de que era insignificante. Le iba a decir que me iba a parar frente a la muerte para saber que tipo de hombre era. O algo así, supongo.
--Yo te hubiera sacado del forro del culo del castillo si me vienes con eso --dijo Vallekano entre risas
--Lo se, lo se...la cosa es que esa mañana busqué al viejo por todo el castillo. Quería terminar con eso pronto y si no era bienvenido tenía que irme antes de que el enemigo llegara a asediar el castillo. Se decía que un señor norteño estaba dispuesto a decapitar a todos los que encontrara cerca de allí. Los del norte se toman muy en serio eso del territorio. Cuando lo encontré estaba fortificando las afueras. Montando empalizadas en el camino. Le dije que quería hablar pero estaba demasiado ocupado y no me prestó atención. Para esa noche ya eran dos señores los que marchaban contra él y los rumores empezaron. Eran dos ejércitos, no muy numerosos pero decididos a quemarlo todo. Muchos se pusieron ansiosos por desertar pero una avanzadilla se había apostado en el camino. Para escapar habia que abrirse paso luchando así que desistieron. Entonces decidieron tomar el castillo y entregar al viejo a sus enemigos para librar la vida. Caí con mi banda sobre ellos en las barracas cuando discutían detalles de su plan. Eran treinta los reunidos así que maté a los cabecillas y a algunos más. Me quedé con diez que sabían luchar. Me interesaba sobre todo un norteño que parecía bastante asustado.
--Siempre te ha gustado la gente con habilidades.
--Recursos Vallekano, recursos, con eso ganas batallas, y si ganas suficientes te llevas la guerra.
Vallekano tenía sus dudas con eso. El imperio del este había ganado muchas batallas en su campaña pero estaba cada vez más lejos de ganar la guerra
--La cosa es que los norteños les temen a los bóreos. Esos locos que se creen lobos y se comen a sus enemigos. Dicen que algunos se convierten en animales. Empecé a hablar de la gran loba con ellos y en un momento le dije a todos que dejen escapar al cobarde, que no me servía ni siquiera para comerlo, que nunca sería realmente un lobo. Fue muy gracioso verlo correr hacia las puertas. Al resto le dije que esa noche seríamos bóreos, que nos cubriríamos de pieles y nos pintaríamos de negro la cara. Y así fue Vallekano, esa noche caímos sobre la avanzadilla del camino.
--Pudieron vencerlos por lo que veo.
--Nos los comimos de hecho. Eso cuentan en el norte.
Vallekano lo miró extrañado.
--No hizo falta --dijo Hiperión entre risas --sólo tuve que arrancarle el corazón a uno y morderlo ahí mismo. Los que quedaban dejaron sus espadas ahí mismo y solo corrieron. Lo había inmovilizado con un par de tajos. Lo que me llamó la atención es que ese tipo no me mostró miedo. Se dió cuenta de que todo era una farsa. Por eso debía morir. Los que escaparon contaron extrañas historias a los que venían marchando, un poco por miedo y otro poco para que no los mataran por cobardes. Otro tanto hizo ese miedoso que solté primero. No dejó de ir de aldea en aldea contando sobre que los bóreos ahora tenían castillos. Al final los ejércitos nunca llegaron a sitiar aquel lugar. Solo le impusieron al viejo caballero un impuesto que rara vez fueron a cobrar, en eso quedó todo.
--Imagino que siempre alimentas esas historias Hiperión
--Me hubiera gustado haber hecho la mitad de las cosas que se cuentan de mí Vallekano. De hecho le dije a ese señor que dijera que me había pagado el triple por contratar a mi banda. Luego me requerían muchos nobles dispuestos a pagar fortunas por asuntos de poca monta...además que me gané mi mote..."pecho rojo" que luego cambió a "coraza roja"
--No entiendo Hiperión... ¿como es que te nombraron así?
--Imagina que sostienes un corazón caliente y palpitante. Que lo muestras en alto para que todos lo vean y que luego le das un buen mordisco...¿adónde piensas que va a parar la sangre?
domingo, 21 de abril de 2019
El comodín de Davan
Solot cenaba en el salón central de templo cuando de pronto tuvo que dejar de comer. Fue el olor. Ese aroma que despedía uno de sus enemigos más acérrimos. Olor a magia vieja. A ungüento y grasa. A piel quemada, normal en un piromante.
─¿A que debo el honor de tu visita dedo negro?
─Siempre has tenido buen olfato, lo reconozco.
Davan se sentó pesadamente. El viaje había sido agotador cabalgando sin freno apenas acabó su reunión con Hiperión. Tenía que ver como iba su otro plan, el que dependía de la vigilancia del alto sacerdote. Había intereses en común por el que ambos debían velar.
─Viajará al norte pronto. Encontró demasiada resistencia más alla del valle negro. Va a extender la linea de fortalezas. Y sabemos que antes de que vuelva el innombrable atacará. No hay demasiado por lo que preocuparse. Un príncipe nuevo en Lurzt será un detalle del que se ocupará recién cuando logre estabilizar los frentes. Y eso no es fácil de lograr.
Davan se sirvió un poco de vino. Ese vino que había viajado leguas marinas desde recónditos lugares para llegar a las bodegas de Solot. Ese que tomaba solo cuando estaba solo. Ese vino que Davan despreciaba porque valía demasiado.
─Que no venga no significa que no mande alguien a que se ocupe. Eso lo sabes bien.
─Zorros Negros, Paño Morado...algún rastreador y arqueros, lo usual.
─No me gusta que me mientas ─dijo mirándolo fijamente mientras empujaba la jarra de vino hasta el borde de la mesa.
La mirada de ansiedad del sacerdote divirtió a Davan. Quería más a sus vinos que a cualquier persona en ese templo. No soportaba la idea de que se desperdiciara.
─Hubo un rumor...
─Estoy escuchando.
─Prekass...dicen que bajó hace unos días del norte. No me imagino para que. La campaña está más dura que nunca y necesitan sostener el frente.
─He visto a un leopardo huir de un lobo en un sueño Solot. Quizás tengas ganas de interpretarlo.
─Ese hombre no es de los que huyen. ─dijo Solot, negando con la cabeza.
─Pensemos un rato entonces...supongo que ha sido obligado.Le han dado la orden. Una orden semejante después de todo lo que atravesó suena a castigo. Lo han humillado. Es astuto Turbarión al despojarlo de todo mérito y enviarlo aquí. El viejo problema del sur. Tendrá que resolverlo para recuperar la confianza.
─¿Un comandante a la baja te preocupa?
─Me preocupa uno demasiado motivado.
Prekass era uno de los mas ambiciosos comandantes de guarnición de los que Turbarión disponía. Se había destacado en el inicio de la campaña del norte. Había ganado mucho terreno y se había instalado muy profundo en el traicionero norte. Pronto estuvo rodeado y aislado. Nadie sabe a ciencia cierta como rompió el asedio. Por la cantidad de soldados que pudo salvar se piensa que tuvo que ofrendar a la loba la mayoría de sus hombres. Pero sus fuertes se sostuvieron y desde allí se montaran las siguientes ofensivas. En cierta manera había logrado su cometido.
─Lo que me preocupa es que el general anticipó lo que la hermandad va a hacer en estos días. ¿Acaso tuviste algo que ver Solot?
─Mi único trato es contigo. No estoy obligado a controlar todo lo que se rumorea. Siempre se sospechó que la hermandad tenía un espía...eso hasta tú lo sabes.
─Lo se, pero hasta los espías saben cuando deben callar.
─Parece que ya no. ─dijo con un dejo de impotencia el alto sacerdote. ─una hermandad destruida no es lo que Turbarión pretendía, al menos, no todavía.
─Pero un rival debilitado al que imponer condiciones si es algo tentador para él. Todavía no nos han doblegado Solot.
El alto sacerdote sabía que sin la hermandad él también perdía. Era en parte el garante de la estabilidad que se sostenía en el sur. Siempre hubo rumores de que los señores del sur algún día se levantarían desoyendo el consejo de la puerta de los dioses. El concilio había dicho que el destino del sur era preservarse de la guerra. La estricta neutralidad era la única protección a la que podían aspirar. Los nobles sureños no pensaban igual. No habían dejado de pagar mercenarios y disponerlos en la frontera, cosa que solo sirvió para dolores de cabeza ya que sin control se dedicaron al pillaje y a atacar los pocos mercaderes que aún se aventuraban cerca de Lurzt.
─Nunca debiste hacer tratos con él dedo negro. Si tus hermanos se enteran te colgaran sin juicio.
─No me preocupa mi cuello, sólo saber cuando me traicionará.
─¿Aún crees que sacarás algo de todo esto? Nunca cumplirá su palabra Davan
─Fue una tregua, no un trato. No tergiverses las cosas. Tengo un trato contigo sin embargo, si él me gana la espalda tendré tiempo de venir por tí.
─No sería una charla agradable si no me amenazaras de muerte amigo mío. Yo tampoco puedo confiar en él asi que tendremos que seguir juntos un poco más...y quién sabe, quizás entiendas que puedo serte más útil de lo que piensas.
─Cada vez que un enemigo se muestra débil ante tí es porque ya tiene confianza en sus fuerzas escribió un sabio Solot, lo leí en tu biblioteca.
─Conozco la cita Davan, y conozco la suerte que corrió ese sabio, a veces escribimos mejor de lo que obramos...
─Pues que tus obras sean mejores que tus escritos Solot. ─dijo alzando su copa.
─Pues la tengo fácil Davan. No he escrito nada en mi perra vida.
Dedo negro le hizo un gesto con la cabeza y salió del salón justo antes de que entrara un criado a traerle un poco más de vino pero Solot tapó la copa con su mano. No era tiempo de beber, aún tenía cosas por hacer esa noche. Sobre todo era tiempo de enviar emisarios a Turbarión contándole las novedades del reino. Al menos aquellas que le convenían.
domingo, 14 de abril de 2019
La as de Hiperión
El mercenario no quedó conforme con la reunión. Davan no era confiable según su criterio. Hacía falta muy poco para que su plan fracasara y la vida de sus hombres se viera comprometida. Debía acelerar los tiempos y lanzar la ofensiva sobre el palacio ahora que todavía tenía la iniciativa. Parabel ya estaba en las mazmorras. José ya había acomodado a los leales en el turno matutino y Kurz había logrado acceder a la misma guardia de la torre. Era tiempo de poner en marcha el secuestro del príncipe. Obligarlo a abdicar en favor del muchacho Oren o matarlo. Ya no importaba.
Mientras tanto en Lurzt el juglar no había perdido el tiempo. Había pasado las horas cantando y maldiciendo a los guardias. El resto de los cautivos empezó a vivarlo cuando entonó conocidas canciones en contra del príncipe y su casa. El alboroto pronto hizo reaccionar a los carceleros. No era conveniente un disturbio de ese tipo cuando llegaba la época en la que el príncipe abandonaba la torre y bajaba a la plaza principal. Podían acabar el día colgados de alguna torre. La golpiza fue feroz y para coronarla le pusieron la capucha negra que usaban con los reos más revoltosos. La total oscuridad solía ser un buen apaciguador de ánimos. El juglar se volvió a estirar sobre la paja maloliente buscando algo de confort. Todavía le dolía la paliza anterior así que de la nueva no tenía registro exacto. Suspiró y se dispuso a dormir un poco. Al menos sus manos estaban bien, las necesitaría luego. La próxima vez que viera la luz tendría sabor a libertad. Ese era su único alivio.
Kurz y José se reunieron en un salón desierto mirando un tosco dibujo del castillo y sus pasajes.
─¿Quién te enseñó a dibujar José?
─Tu madre ─contestó con fastidio ante la sonrisa socarrona del guerrero de la flor.
─Sabemos como llegar a la torre. Tomaremos por sorpresa a la guardia. Allí es cuando tú deberás dirigirlos hacia el salón de los visitantes. Los encerraremos allí...
─Soy nuevo para ellos, ¿que pasa si no me siguen cuando los alerte del peligro?
─Supongo que deberás sonar convincente mi amigo, o el plan fracasará y todos seremos colgados.
Kurz suspiró y la sonrisa se le escapó del rostro. Todavía no sabía si podría lograr aquello. Estaba decidido que la compañía de la estrella del sur ganara el premio máximo y se presentaran ante el príncipe. Habían sumado a los mayordomos que hacían el recuento a la causa. Odiaban a José los escoltaría y los perdería en los pasillos mientras Parabel y los demás tomaban su lugar y se dirigían a la torre. Para ese momento, más hermanos deberían haber llegado a las mazmorras para completar el número de la compañía de artistas. Era sabido que que nunca superaban la decena. La guardia no permitía demasiados extraños cerca de la torre. Las entradas estaban vigiladas con mucho recelo. El único lugar donde la hermandad podía ocultarse era en las mazmorras. El camino desde ellas hasta la torre del principe era largo pero no había mucha opción. Demasiado podía salir mal pero era el único momento en que la guardia de la torre, los mejores de todo Lurzt, estaban más preocupados en el itinerario del principe que en controlar el resto del castillo.
La causa había ganado aliados insólitos. De alguna manera se sabía que algo pasaría esas fiestas y todos querían participar. El odio era especialmente intenso hacia los Astrim en el palacio. Hacia la casa del príncipe y hacia los protegidos por ellos. Amadir, jefe de los mayordomos era uno de los que más pasiones despertaba. Había más de un mayordomo que no sabía nada de los planes de la hermandad pero que apenas oyó rumores de cambio se ofreció a cortar las cabezas de cuanto noble le pusieran delante. Y la de su jefe.
El juglar, a pesar de la capucha, escuchó como seguían llegando revoltosos al calabozo. Algunos en especial le hicieron gracia. La gitana que timaba a los aldeanos en la plaza con sus adivinaciones sonaba demasiado parecida a Jenny. La arrojaron a una celda cercana sin siquiera dirigirle la palabra aunque ella los maldecía por generaciones. Luego llegaron un par de borrachos que peleaban por una mujer y creyó distinguir las voces de Emithan y Asi mientras de fondo se oía el llanto de...¿Silvia? tratando de explicarles a los guardias que todo era un error. Los tres compartirían celda y seguirían discutiendo mientras los guardias se alejaban. Parabel sonrió a medias ya que el costado le dolía horrores. Parece que el plan había sido adelantado. Debían ir llegando con el correr de los días y ahora estaban todos allí en el transcurso de una mañana. Algo había cambiado y parecía necesario quemar etapas. Eso siempre le había parecido peligroso, porque lo era.
La caravana había llegado al valle de la conjura. Era lo más al sur que podían llegar antes de emprender el retorno. Valkiria miró con algo de melancolía el camino real perdiéndose entre las colinas. Algunos días de camino más la hubieran depositado en los enormes arcos de piedra que daban la bienvenida a la tierras sin guerra. Verbogón. La puerta de los dioses. Y en lo alto de una colina el templo de la luna. Sus hermanas, su camino trastocado por la maldad de los hombres. La luz de la guardiana que se opacó hasta que solo quedó el brillo de su acero. Todos los pensamientos atropellándose en su cabeza por un instante. No era tiempo aún. Su corazón no brillaba todavía. Le habían robado la luz pensó mientras acariciaba las dagas que tenía en el cinto.
─Todavía no puedo hermanas. Todavía no...
La caravana dio un tortuoso rodeo y emprendió el regreso. Nadie los había seguido. Ahora eran una caravana de artistas. La compañía de espectáculos espectaculares, venidos desde las lejanas tierras de Mediamar a Meridia para satisfacer los caprichos de un príncipe ignoto.
Todos cambiaron sus atuendos y guardaron en los cofres de vestuario sus armaduras y espadas. Sólo la escolta se mantuvo tal como estaba. Alex, Brian, Sharra, Valkiria, Raluk y Wonder. Seis serían suficientes para imponer respeto. No había reportes de bandas demasiado cerca del valle del dragón pero estos caminos estaban alejados de sus dominios. Todos se mantuvieron alertas mientras lentamente emprendían el regreso. Todos deseaban que terminara siendo una marcha triunfal. Sobre todo Hiperión que acechaba Lurzt desde los bosques a la espera de ellos. Esta era su carta de triunfo, aunque había muchas más en la baraja.