jueves, 30 de agosto de 2018

Hiperión "coraza roja" la daga de los reyes




Fue un hombre temido, odiado y pocas veces querido. Muchos se alegraron cuando un día se perdió su rastro. Criado en las lejanas tierras del Kamistán. Fue miembro de una de las cortes del Sinarca de Emnur. Fue aprendiz de uno de los mejores espadachines de las tierras lejanas, más allá del oeste y le dio la espalda a un brillante porvenir para escapar de las imposiciones reales. Criado para guardar la vida de los sinarcas, vendió temprano la espada para forjarse un nombre como asesino. No se sometió a ley alguna sino que sentó una propia. "la daga no vuelve limpia a su funda". No habría piedad para las victimas si puedes pagar por sus servicios. Pero era uno sólo y necesitaba un ejército, quizás no demasiado numeroso pero si efectivo.
Necesitaba un estratega. Un espía con dotes de asesino. Un guerrero pesado. Un jinete habilidoso. Ellos serían sus segundos al mando, a cargo de áreas específicas. El sigilo era a su entender mejor que el enfrentamiento abierto. La pericia primaba sobre el número.
Tuvo a los mejores guerreros que las lejanas tierras del norte pueden ofrecer en sus filas, pero los que lo acompañaron en el final era un puñado de sobrevivientes de sus misiones finales.
Wonder, Carlos y Crow eran sus últimos lugartenientes.
Pluma de cuervo se presentó un día en su campamento como el mejor intérprete de mapas que se hubiera conocido pero Hiperión no le creyó demasiado. Decidió ponerlo a prueba y le pidió una ruta para cruzar el desierto de Apeh. Un yermo gigante que no tenía realmente un mapa fidedigno. Sin embargo Crow trazó una y le marcó los lugares donde encontraría problemas con tribus nómadas locales. También le marcó donde lo esperaría si lograba vencerlas. Una semana después se encontró con Hiperion y lo que quedaba de sus hombres. La sed, el calor y los nómades habían hecho su viaje insoportable. El estratega lo esperaba bajo la sombra de un árbol en un oasis que no marcaban los mapas en lo que se suponía eran las arenas profundas del Apeh. El agua de ese lugar salvó la vida de la mayoría de sus hombres y sólo lo encontraron por seguir la ruta marcada que el ojo del cuervo les señaló. Así Crow pasó a ser el experto en mapas y estratega principal, aunque nunca quedó claro quién había puesto a prueba a quién.
Wonder llegó un día desde el sur. Era novicia de las hermanas de la luz. La logia guerrera compuesta por mujeres que defendía las ciudades sureñas de la costa. Portaba dos dagas idénticas en el cinto que ella llamaba "las hermanas" y eran mortales para quién les diera oportunidad. Nadie sabe por qué abandonó sus votos y desertó aunque respetaba todos los rituales aún estando con ellos. Nunca respondió ninguna pregunta. Alguna vez mencionó una profecía pero no dio demasiados detalles. Era muy amiga de los silencios aunque varias veces la oyeron hablando con sus dagas, algunos hasta afirman que les puso nombre. Como era costumbre fue puesta a prueba y le dijeron que debía matar a un hombre del campamento. Ella eligió uno de los más corpulentos que encontró. Un uzita que la superaba en talla y peso sobradamente. Cuando terminó con él era una masa uniforme de músculos contraídos y carnes trémulas que no podía ponerse en pie. Lo mató por piedad. No había médico que pudiera curar ese tipo de heridas.
Carlos fue desechado de plano sin siquiera una prueba. Se presentó como arquero una mañana y le negaron audiencia. Indignado se tomó a golpes con la guardia del campamento y tuvo que huir cuando se abalanzaron sobre él. Un partida lo persiguió por las montañas, pero nunca regresaron. Los encontraron carbonizados y empalados a lo largo del camino. Hiperión sintió curiosidad. Ninguno tenía marcas o heridas visibles, sólo los había quemado hasta los huesos. El mercenario fue a buscarlo y lo encontró jugando con un pedernal. Le preguntó de su maestría con el fuego y Carlos contestó que el fuego vivía en él. Esa misma tarde era parte de su grupo y pronto escaló posiciones. No había nada que no pudiera incendiar si tenía suficiente tiempo. El decía alimentar la llama, y nadie se atrevió a negarlo. El incendiario siempre daba con la manera de hacer las cosas simplemente se quemen. Incendió una vez vez una bahía entera destruyendo la flota de guerra de un sinarca, siendo la única vez que Hiperión vio el agua arder.
La realidad es que cada vez era más difícil contratarlo. Había que tener suficientes recursos y además estar dispuesto a tolerar sus métodos. Podía matar a cientos para eliminar un blanco. Si las historias corrían y conocían a alguien que estuviera marcado por coraza roja, era más simple echarlo de la ciudad que esperar que llegara. El riesgo de que el lugar entero ardiera era suficiente. Los últimos trabajos fueron los encargos del sacerdote Solot cuando lo convocó para que presente ante él a los que rompieron el pacto y trajeron a la vida a un muerto. Era una ofensa imperdonable. Y una provocación a los ojos de la orden oscura.
El alto sacerdote siempre supo que Davan estaba involucrado. No sabía a cuantos más había convencido, ya que no era un conjuro que pudiera realizarse solo. Y que de todos ellos uno sería sacrificado para que el hechizo no perdiera efecto. Lo que no sabía nadie es que Davan había involucrado a la propia hermana de Hiperión. Quizás estando conciente de que el mercenario trabajaba para Solot. Dicen que fue la única misión que no pudo realizar siendo ultimado por la hermandad fantasma en el espinazo del dragón. Otros dicen que la asesinó pero nunca regreso a cobrar el pago. Los más optimistas dicen que huyó de su triste existencia a las costas sureñas para comenzar una nueva vida. En esa época sus filas estaban diezmadas por una rebelión entre sus propios hombres, cansados de la magra paga. No se supo más de él ni de sus lugartenientes y se tejieron las más fabulosas historias en torno a ellos. Algunos aldeanos sostienen que se unió a los fantasmas de la montaña que combaten al este. Muchos caballeros negros suelen relatar que lucharon contra un guerrero de coraza roja que supera con creces a la mayoría de los hombres del imperio. La daga de los reyes parece ya no ser tal. Quizás movida por intereses superiores a la paga en oro y joyas. Quizás hoy tenga ideales que no se le conocían antiguamente. Nunca se sabrá si esa daga finalmente descansa o ha decidido cambiar de objetivo. Son muchos los que hoy respiran aliviados sabiendo que no camina por los callejones buscando victimas. Coraza roja parece haberse marchado y eso es suficiente para volver a conciliar el sueño. Sólo una cosa es segura, si la daga algún día regresa no volverá limpia a su funda.



martes, 28 de agosto de 2018

La marca del olvido



Haru apareció en el claro arrastrando a Wonder mientras Valkiria cerraba el grupo con el arco preparado a pesar de que arrastraba la pierna derecha. La Batalla había sido un completo desastre. No enfrentaron una compañia demasiado poderosa, aunque si muy ordenada. Además de que contrarrestaron sus ataques con sorprendente efectividad. Parecían leer sus movimientos demasiado sencillo aunque usaran tácticas aleatorias. Algo no cuadraba en la escena. O se habían vuelto predecibles, o tenían un espía entre ellos. Y todavía tenián dudas sobre el súbito retorno de Javensen luego de ser llevado por caballeros negros. Los hermanos tenían las rutas de escape preparadas pero sólo un puñado conocía los caminos. Sólo los antiguos eran confiables para la tarea.
Brian y Alex llegaron trayendo a Garlick y Oscar con ellos. Raluk de alguna manera llegó por su cuenta aunque sangraba de un brazo, apenas cubierto con un trozo de género para hacer presión.
 El semblante de los hermanos era de preocupación luego de una derrota que no estaba en los planes de nadie. Habían logrado importantes victorias frente a compañias de renombre. Así que resultaba inexplicable lo acontecido. Se había planeado todo de acuerdo a las directivas de Leo y Crow con ayuda de Davan. Enfrentaron a una compañía mixta. Sin especialidad. Tenían lanceros, arqueros, infantería liviana y algunos caballeros pesados. Un poco de todo y mucho de nada.
Hicieron fuego fuera del campamento, junto al camino. Una gran hoguera ardió gracias a la pericia de Carlos. Todos hicieron una gran ronda. Jenny junto a Silvia, la dama de rojo, iban y venían tratando a los heridos más graves. La recién llagada no solo era hábil con un sable en la mano. También traia la sabiduría del fuego para cauterizar heridas, y no dudó en poner en práctica sus saberes. La tarea era ardua ya que todos quisieron estar presentes y aún postrados participaban de la reunión.


─Tenemos que tomar una desición. ─dijo Leo y se paró en medio del grupo. Y lanzó una mirada desafiante hacia todos. Hubo alguien que entendió en mensaje y se puso de pie acercándose al fuego.

Javensen se sacó la camisa y mostró sus tatuajes. Llevaba las marcas de varias mazmorras del este. Cada lugar, cada mazmorra donde alguien era encerrado, se ocupaba de tatuar al recluso para que la falta nunca fuera olvidada aunque escapara. La colección de Javensen era impresionante.

─Yo soy el espía, no necesitan buscar más.

Arlorg se levantó con su mazo y quiso acercarse al fuego pero Leo alzó su mano deteniéndelo. Masculló un insulto y dudó pero ya Alex y Brian estaban de pie también y no tuvo más remedio que sentarse.

─Puedes hablar antes de que decidamos Javensen.

Chabanito se levantó e hizo una reverencia a Leo tratando de mediar por el confesor pero tampoco le fue permitido.

─Gracias Leo. No hay mucho que decir. Combatí al imperio junto a mi tribu desde que llegaron, soy Iscario como ya saben. Y nuestro pequeño reino fue asediado varias veces por ellos pero no podían doblegarnos. Si tengo que decir algo de ellos es que tienen más que acero para pelear. También esparcen el miedo. Contaminaron la mente de nuestro rey convenciéndolo de firmar un tratado.

─Pues tú te vendiste para sobrevivir!...─gritó Baraqz, indignado de que le hubieran dado la palabra al traidor. No entraba en su razonamiento que alguien pudiera vivir en el deshonor.
Javensen asintió con la cabeza y se acercó a Leo mostrándole uno de los tatuajes en particular.

─Podrías describir este Leo, quizás esto ahorre algunas palabras. ─pidió calmadamente mientras Leo se acercaba a su espalda.

─Un puñal atravesando una moneda, encima del puñal una corona.

─¿Alguien aquí sabe que significa? ─preguntó.

─La muerte de la moneda reina...─dijo Davan con seguridad.

La marca de los reyes era conocida para él de cuando estuvo en las mazmorras del templo. Allí conoció a varios marcados. Llevarla era una sentencia de muerte si te encontraban. Sólo podías ser esclavo en el este y si un soldado esteño la descubría era tu fin.

─Yo no tengo salvación. Mi única motivación fue salvar a un viejo estúpido que no quiso escucharme. Mi gente estaba sitiada y el rey cautivo desde el dia que se reunió con ellos para firmar un tratado.

─Todos tenemos la soga al cuello. Eso no te exculpa. ─rebatió Sharra que tampoco estaba conmovida por el relato.

─Estaba como esclavo en el campamento grande del valle. Allí donde ahora rige Turbarión. Por allí pasó la pitonisa un día. La guía espiritual de muchos, sobre todo de las hermanas de la luz. El imperio tiene prohibido atacar a ninguna fe así que le franquearon el paso. El general le ofreció una escolta para que la protejan en los despiadados terrenos del sur pero ella se negó, dijo que si quería en verdad ayudarla le permitiera escoger a un hombre. El general aceptó y le presentó a sus mejores guardias...pero ella buscaba otra cosa...

Vallekano y Xamu bostezaron y miraron hacia el bosque. La cosa venía lenta, ellos querían comer y dormir un rato.

─¿Crees que lo ejecuten?

─No lo se Vallekano, pero dormiría más tranquilo si así fuera.

Las caras de los hermanos estaban lejos de ser amistosas con el relato. Habían perdido demasiado en la guerra como para confiar en un espía, por arrepentido que estuviera.

─No se por qué me eligió hermanos. Estaba limpiando letrinas y ella se apareció. El general puso cara de asco por mi aspecto pero no tuvo más opción que mandar que me aseen un poco y me presentó a ella.

─Quieres convencernos de que habiendo soldados de todo el imperio y aún mercenarios de renombre te eligió a ti. ─preguntó Haru.

─Supongo que sería más fácil para ella viajar por el sur si la acompañaba alguien que no estuviera identificado con ningún bando. Oficialmente no estamos en guerra con el imperio, aunque todos sabemos que nos han vencido sin mover un dedo. Sólo necesitaron algunas intrigas y un príncipe títere para lograrlo.

─¿Y cómo llegas a ser su espía después de todo esto entonces? Hiperión estaba confundido con el relato.

─El general no iba a perder la oportunidad de contratar un nuevo espía, sólo debía amenazar a los míos, sobre todo al rey. Dijo que un chasquido de sus dedos y mi pueblo sería solo un recuerdo. El pedido era simple, debía reportar sobre las tropas de Lurzt. El no sabía que ustedes existían. Hasta que me llevaron cautivo no tuve que hablar de ustedes. Gentes sin campamento fijo. Feroces y desalmados que habitan en las montañas, cosas como esas...también les dije que eran pocos y que nada tenían que ver con las tropas del reino...

─¡Maldito, nos vendiste, al menos hubieras mentido!...─gritó Oscar.

─Él contaba con eso, sabía que le mentía, por eso opté por decirle la verdad...para que la descarte...

─Te creyó Javensen, sino no estarías aquí nuevamente...─dijo Leo secamente.

─El general no me envió de nuevo. Yo escapé antes de que me ejecuten. ─dijo finalmente y volvió a ponerse la camisa.

Allí era cuando la historia se terminaba. Creerle o no era lo que decidían esa noche. Los hermanos empezaron a discutir entre ellos. Muchos pedían su cabeza aunque otros no estaban tan seguros. Algunos tenían condenas sobre sus cabezas y eran buscados. La traición había sido el pan de varios.


─No pediré clemencia hermanos. Ya decidí morir aquí, al menos eso puedo elegir. No regalarle mi cabeza a Turbarión. Estoy seguro de que ya han dado cuenta del rey, mi padre. Lo condené cuando me fuí. Pero en el fondo ya estaba condenado desde el día en que decidió pactar. Mi padre era un necio.Y yo también.

Las voces enconadas elevaron el tono mientras Javensen se sentó tranquilo a esperar su sentencia. Se sentía en calma. Se había quitado un peso de encima. Su pueblo no merecía cargar con el estigma que había elegido. Prefería la muerte y el olvido a traer un juicio contra los suyos.
Davan se acercó a Barbeta y le comentó algo por lo bajo. Su segundo palideció y miró de nuevo al condenado. El anciano misterioso había visto algo que nadie más, como era su especialidad.

Leo se acercó a decirle algo al acusado y tuvieron una breve charla mientras le hacía gestos a Brian Y Alex que empezaron a moverse entre los presentes. Se ubicaron estrategicamente para dominar la escena. Silvia estaba con su túnica roja mirando la situación expectante y advirtió los preparativos. Lanzó la túnica hacia atrás y descubrió sus armas. No sabía tras quién iban pero era cerca de ella, o quizás ella misma. Una daga se le apoyó en la garganta antes de que pudiera descubrir que pasaba.

─Tranquila preciosa, parece que necesitamos irnos de aquí ─la sorprendió la voz de Chaban tras ella.

Todos los hermanos olvidaron la discusión en cuanto vieron lo que pasaba. Echaron mano de sus aceros y rodearon al embajador que parecía no ser tal.

─Vamos a calmarnos muchachos ─advirtió Chaban ─no quiero nada de ustedes, me lo llevo a él y les devuelvo a la dama ─dijo señalando a Javensen con la cabeza.

Desarmó a Silvia y arrojó su sable lejos, también la daga que llevaba en su espalda, tenía una fina cuerda en su cinturón con la que ató las manos de la dama roja, se movía como alguien que sabía lo que hacía, luego desechó el pequeño cuchillo que la dama tenía en la capucha...

─Una mujer llena de sorpresas...me gusta ─dijo lascivamente Chaban.

─Y aún no has visto nada ─contestó ella con desprecio.

─Lo quiero a él atado a un caballo y me iré, sólo tengo eso por misión, y no tendré que aburrirlos con la triste historia de mi aldea...─dijo irónicamente.

Las credenciales que presentó el dia que llegó eran auténticas así que se podía asumir que el embajador venido del techo del mundo era historia, seguramente al costado de algún camino.

─No tengo todo el día señores, debo entregarlo en el primer puesto de guardia que encuentre y me perderé para siempre. Es peligroso estar en el sur con lo que viene. Yo no lo pensaría demasiado...ahora muévanse ─dijo apretando la daga contra el cuello de Silvia, que lanzó un quejido.

Javensen se puso de pie. Estaba desarmado y abatido, no estaba en sus planes volver a las mazmorras del este. Extendió sus manos hacia Alex que las ató firmemente. Luego fue hacia Chaban que vigilaba los movimientos de todos frenéticamente. Una fina gota de sangre se deslizaba por el fino cuello de Silvia que buscaba alguna mirada aliada que la sacara del embrollo.
Los hermanos miraban a Leo que se mantenía cerca de la hoguera. Chaban había obligado a todos a retroceder diez pasos y ya no estaban a tiro para alguna acción rápida. Raluk y Wonder tenían sus dagas voladoras a mano, Carlos había preparado su arco también. Hasta Vallekano estaba dispueso a probar suerte. Pero Chaban se cubría bien detrás de Silvia. Movía su cabeza a un lado y otro de ella mientras observaba a todos...A Leo la cuenta no le cerraba. No había tiro limpio y era más seguro de que la matara antes de que alguien lograra herirlo. Había puesto distancia de todos y se puso de espaldas a la hoguera. No era nadie improvisado. Demasiados heridos de por medio que pretendían luchar y sólo estorbaría podían convertir esto en un desastre.

─No debiste delatarme Javensen. Podríamos haber escapado durante la noche. No se como me descubriste ni me interesa... Aléjese capitán, no haga nada estúpido...─le dijo a Leo que ahora también era apartado de la escena cuando estaba haciendo los cálculos para embestirlo. Sólo quedaba el espía, la dama de rojo y el acusado en el centro del campamento.

─Discúlpeme señora. No quería meterla en todo este asunto. Ya me tienes Chaban...y allí está el caballo, ya déjala...señora...cuide esas delicadas muñecas por favor...─dijo señalando las ataduras de Silvia que sintió un calor creciente en los antebrazos. Algo la estaba quemando. Javensen la miraba fijo como intentando decirle algo.Silvia soportó el ardor de una llama que no veía mientras notaba que sus ataduras se consumían. Desde el fondo del grupo de hermanos Carlos mantenía el trío apuntado con su arco. Era un tiro difícil con todo lo que se movía Chaban.

─Señora le vuelvo a pedir disculpas, si fuera usted le arrancaría las bolas al que me amenace ─le dijo Javensen mientras se acercaba, arqueandole las cejas. Silvia con las manos libres lanzó un violento puñetazo al bajo vientre de Chaban que se arqueó sin soltarla del todo. Javensen apuntó hacia Chaban con sus manos y un humo azulado brotó de la daga haciendo que el espía grite mientras tomaba de los cabellos a Silvia que intentaba liberarse. Javensen continuaba apuntando con sus manos hacia Chaban que de pronto sintió su rostro enrojecer por un súbito calor. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No entendía de donde venía ese calor pero entendió que estaba siendo atacado e intentó apuñalar a Silvia que le dio un certero codazo que hizo que suelte la daga, aunque esto no impidió que le devolviera un puñetazo que la arrojó al suelo. Javensen había caído de rodillas luego del esfuerzo y no podía incorporarse. Chaban leyó su oportunidad. Estaba rodeado pero aún tenía tiempo de despachar a la perra roja y al soplón. Un modesto premio para no irse con las manos vacias. Luego llegó el destello que lo cegó por completo. El calor volvía ahora pero multiplicado por cientos. La flecha de Carlos acertó al único lugar donde no podía fallar. Fue directo a la hoguera donde estalló envolviendo a Chaban en llamas. Silvia saltó hacia atrás empujando a Javensen con ella para apartarlo del fuego.

─¡Arde hijo de perra! ─sentenció Carlos que estaba extasiado de que el preparado de su flecha hubiera sido tan efectivo.

Los hermanos se acercaron a la hoguera y ayudaron a levantarse a Silvia que escupia sangre por su labio partido. Javensen estaba semidesvanecido con los antebrazos ennegrecidos. Había quedado allí , de bruces pero no había caído. Todos habían sido testigos de lo que había sucedido pero nadie había conocido a un piromante antes. Se decía que era un arte perdida y se lo consideraba casi una fábula. Davan se acercó a él y examinó su pecho con detenimiento. Barbeta también se asomó y juntos señalaron uno de los tatuajes. Ahora entendían que no era de tintes las del dibujo sino de una especie de quemadura. La marca de los piromantes. Quizás aprendida en alguna de las muchas mazmorras que había visitado. Solo él lo sabía.

─Denlo vuelta ─pidió Davan mientras descubría su manga y apoyaba su dedo negro sobre la marca de los reyes dibujando una espiga donde antes había una moneda. El olor a carne quemada se sintió nuevamente en todo el lugar mientras Javensen se quejaba aún adormecido.

─Déjenlo descansar. Creo que ya ha pagado. No es mejor ni peor que ninguno de nosotros, algunos solo necesitan doblar la rodilla para poder levantarse al fín... ─agregó el anciano misterioso mientras todos observaban y entendían por fín el color de su famoso dedo.

Leo hizo un par de gestos y los hermanos lo llevaron a la cueva para que se recupere. A pesar de las dificultades habían dado con el verdadero espía. Javensen le había confesado todo hace días pero ignoraban a quién habían enviado por él. Necesitaban buscar alguna situación que lo obligara a mostrarse. Aquella tarde habían ido por Silvia y Arlorg, pero quién había sido traicionado por sus nervios fue Chaban que se hallaba carbonizado a sus pies. Tuvieron suerte. Pero eso no dura lo suficiente. La situación era la de siempre. Sin reclutar o aceptar voluntarios no sobrevivirían, aceptarlos era exponerse al enemigo. Necesitaban mejores números y no había manera de conseguirlos a menos que entrenaran gente nueva, como siempre. Esperaba que el sacrificio al que estaba dispuesto javensen fuera suficiente para sus hermanos. Era claro que no dominaba del todo el arte de la piromancia ya que casi había muerto por utilizarla, pero sin embargo era más de lo que las historias contaban. Toda ayuda era buena en esos tiempos de guerra.
Quizás la marca de Davan fuera el inicio de algo que hasta ese momento no tenían, algo que borre ese pasado del que todos escapaban de alguna manera. Eran demasiadas las marcas, las cicatrices, las pérdidas que los ataban al dolor del ayer, pero para lo que debían enfrentar mañana necesitaban olvidar por un rato. Ese descanso a veces lo era todo en sus conflictivas mentes. Era ganar una marca que anulaba las anteriores. Un nuevo comienzo, una causa a la que entregarse, porque todos merecían ganarse alguna vez, esa marca del olvido.














 









domingo, 26 de agosto de 2018

La espiga de acero





La dinastía de los generales se levantó en el centésimo trigésimo noveno año de la cosecha contra el poder de los reyes de la moneda. Muchos dijeron que estaban disconformes por la repartición histórica, luego de la guerra del grano. Pero la rebelión fue mucho más que descontento, fue en definitiva un cambio del balance de poder que había sido respetado por siglos. Una serie de sucesos empujaron a a la dinastía guerrera más poderosa a traspasar sus fronteras por primera vez desde que habían conquistado el este. Muchos decían que era cuestión de tiempo que aquello sucediera. Para muchos, aquella guerra fue un conflicto donde se intentó minar el poderío creciente del este y detener el carácter expansionista de la casta guerrera. Las revueltas eran frecuentes y se habían librado por años. La desición de los reyes de la moneda fue la novedad. Enviar numerosos ejércitos mercenarios contratados, con el pretexto de poner fin al conflicto entre los principados del este.
La dinastía de los Angras eran un orgulloso reino de las planicies que se había defendido con éxito de la coalición de vecinos que intentaron debilitar su creciente poderío militar durante décadas. La contienda siempre había tenido un motivo definido entre los belicosos vecinos. Todos buscaban conseguir acceso a las tierras más fértiles de la región. Peleaban por el derecho a plantar, a cosechar, a subsistir. Pronto se la conoció como la guerra del grano.
 No era extraño que hubiera guerras en el este donde en una pequeña porción de tierra se hacinaban numerosos reinos que peleaban entre sí por míseras franjas de territorio. Las más codiciadas eran las planicies de Ugol Zerna. El hogar de los Angras. El hambre apretaba luego de los elevados tributos que imponía el todopoderoso oeste a través de la administración central. La misión que se autotitulaba pacificadora terminó en un baño de sangre al aplastar a los pequeños y orgullosos reinos que no aceptaron que el ejército invasor ingresara a sus tierras. Innumerables mercenarios liderado por Ladislao, uno de los reyes de la moneda, pretendió sentarse a negociar las condiciones para trazar las fronteras definitivas en el este. La guerra afectaba el comercio que tanto defendían los hermanos Valyuta, la dinastía dominante. Era la hora de encontrar el equilibrio, pero eligieron para la tarea al hermano equivocado. En cuanto encontró resistencia de los principados actuó como un déspota y no como un negociador. Y decidió que para terminar con las guerras debía terminar con los Angras. Ellos fueron los últimos en caer. Y no olvidaron su primer y única derrota en el campo de batalla. Tampoco perdonaron. Su reino fue dividido y sus amplias llanuras fueron repartidas entre quienes nunca los habían podido doblegar. Para sellar el pacto se llevaron a los primogénitos de las principales familias como rehenes. Pero Ladislao fue negligente y no terminó la tarea. Dejó el tratado firmado y regresó a Margón. Era la época de las festividades y estas eran de su agrado, al menos más que la guerra, un asunto que no causaba entusiasmo en él. Sus generales mantendrían la paz en el este mientras tanto.
Los reinos vecinos mandaron embajada a Ugol Zerna para iniciar la posesión de las tierras conseguidas por los invasores. Fue en un día que se recuerda como la "jornada de la retribución" cuando los emisarios fueron a buscar tierras y no encontraron más que espadas. La guarnición de mercenarios era exigua allí y fue vencida apenas se retiró el grueso del ejército invasor. Todas los que no doblaron la rodilla fueron ejecutados en la plaza pública. La guerra, lejos de terminar estaba empezando. Atrás quedó el tiempo de siembra y de cosecha. Todo el principado se levantó para vengar la derrota. Los Angras se reunieron para liderar una expedición al oeste. El obstáculo era simple. El grueso del ejército invasor acampaba en el reino vecino de Skudnoi. Lugar que cerraba las planicies entre desfiladeros y mesetas rocosas. Era el perfecto lugar para detener un avance numeroso con ayuda del terreno. Los mercenarios confiaron en esto, y en los cautivos que llevaban con ellos, todos príncipes de los Angras. La prueba era suprema para los viejos generales que habían batallado en el llano toda su vida pero sus segundos habían aprendido de las incursiones pasadas cuando debían aleccionar a sus enemigos. Todos ellos criados a la sombra de los primogénitos que ahora estaban cautivos. Hombres como Palash, Topor o Turbarión eran jóvenes y decididos y por primera vez podían liderar. No pelearon por liberar a sus hermanos mayores sino por engrandecer su propio nombre. Se dice que el imperio nació con esa generación olvidada. Tenían otra mente y otra fuerza, y se aseguraron de demostrarlo. Escalaron las montañas y flanquearon al ejército mercenario por sendas apenas marcadas en las alturas. Rodearon a los invasores moviéndose día y noche con mucha paciencia. Llevaban con ellos hombres de reinos vecinos que conocían el terreno y la reputación de los Angras como guerreros. Hombres que no pretendieron desafiarlos. Allí sucedió el primer quiebre. Era la primera vez que los hombres de Ugol Zerna hicieron aliados. Así se formó la primer alianza en el este, porque para muchos era preferíble el enemigo conocido que el libertador por conocer. Una semana después el ejército mercenario estaba rodeado y su ventaja en el terreno ahora era su ruina. No había rutas de escape. En vano pretendieron entregar el oro cobrado a cambio de un salvoconducto. Los Angras pretendían la rendición incondicional,la entrega de los rehenes y la cuota de sangre, uno de cada diez mercenarios debía ser ejecutado como pago por la invasión. Los mercenarios no aceptaron esto último. En cambio, decapitaron a todos los generales y oficiales de Ladislao y los dejaron en la entrada de su campamento. Pero los Angras ignoraron la ofrenda. Entonces los mercenarios doblaron la apuesta exhibiendo y amenazando a los príncipes frente al campamento en un intento de doblegarlos, pero los Angras no se conmovieron.
Los mercenarios se desesperaron. Estaban dispuestos a cambiar de bando de ser necesario para garantizar su vida y pretendieron hacérselo saber enviando a uno de los príncipes con la propuesta. Pero los Angras lo degollaron como a un extraño sin siquiera escucharlo, por ser vocero del enemigo. Algunos mercenarios decidieron entregarse y depusieron las armas abandonando el campamento, buscando piedad. Fueron masacrados apenas se acercaron a los esteños. El resto decidió atrincherarse reteniendo a los cautivos, dispuestos a esperar que los Valyuta fueran informados y enviaran refuerzos, reforzaron su posición para volverse inexpugnables, pero los Angras no se impresionaron. Incendiaron el campamento, junto con los rehenes y el grueso de los mercenarios. Los que escaparon de las llamas tuvieron peor suerte ya que cayeron en las manos de enemigos feroces, que despreciaban a quién vendía su espada. Así fue que la matanza parió el imperio más poderoso que la tierra hubiera atestiguado, sacrificando a una generación en el proceso.   Y tomando un valor más alto que el oro para honrar. El acero siempre sería más valioso que cualquier otro metal para ellos.
Masacrado el invasor, los Angras fueron tras la ciudad real de Skudnoi. Algunos escaparon en cuanto pudieron pero quién permaneció en la ciudad presenció su ruina y murió con ella. No quedó edificio en pie. Todo fue reducido a escombros. Montones de piedra que fueron la materia prima con la cual ensanchar el camino. Necesitaban una mejor vía para mover a su ejército. Toda la nación fue esclavizada en la mejora de la calzada que cruzaba varias leguas en la montaña. Hombres, mujeres, ancianos y niños fueron expuestos a duras jornadas de trabajo hasta caer rendidos y morir allí mismo donde eran forzados a trabajar. El rey de Skudnoi mismo murió en ese camino arrastrando una pesada piedra. En cuanto la labor estuvo terminada, los pocos que sobrevivieron fueron degollados en ese mismo lugar que ahora se conoce como el camino rojo, aunque la sangre ya se haya lavado. Nunca más se pronunció el nombre de ese reino, se lo prohibió y se lo renombró Ogolennos, la desolación. Tal como se lo conoce en nuestros días aunque ahora sólo sea un paraje abandonado. Al siguiente reino sólo le mostraron las suelas de sus botas enrojecidas y no tuvieron que pronunciar palabra.
Todo la región rindió la espada. Ya no hubo guerra en esas tierras bajo el estandarte de la dinastía Angras. A cada reino por el que cruzaba el ejército se unían las milicias locales rumbo a las distantes regiones de los reyes de la moneda. Había comenzado a marchar el imperio del este, estrenando el camino rojo. Y el estandarte de la casa Angras dejó de ser una espiga dorada sobre un fondo verde, característico de sus campos dorados de grano. Ahora era una espiga negra sobre un fondo rojo, era la hora de la siega, como bien atestiguaba la espiga de acero flotando en un mar de sangre.

miércoles, 22 de agosto de 2018

La senda del innombrable





Los tres reyes de la moneda fueron decapitados juntos en la ciudad de los cinco templos una semana después de que fueron derrotados en los llanos floridos de Margón. La ciudad jardín se hallaba parcialmente destruida, marchita como una flor que había atravesado la tormenta. Los habitantes fueron obligados a observar el fín de su era y el esplendor de la edad de la moneda, agolpados y rodeados de soldados del este sin posibilidad de escape. La plaza de los mercados estaba desconocida. Silenciosa y humeante. Había sido el epicentro del comercio de todo el continente por décadas. Allí podías encontrar cada lengua y nación representadas, en la armonía perpetua que brindaba el acuerdo común de que allí sólo había una moneda para comerciar, separada en tres valores. La moneda de cobre con la efigie de Ladislao, la de plata para Segismundo y en el oro se reconocía a Casimiro. De esa manera serían vulgarmente conocidos. Aquel día, en que el sol no se veía a causa del humo de los incendios.Aquella mañana cuando todo era llanto y desolación un hombre abandonó la mortalidad para ser leyenda.
No se sabe muy bien si era uno de los herederos del reino, o capitán de la guardia real, algunos arriesgan que era un simple mercader. La versión más extendida decía que era Sigaión, segundo hijo de Ladislao. Se dice que lo acorralaron en las catacumbas de la ciudad, justo debajo de la plaza de los mercados junto a sus hombres, Dicen que fueron la última resistencia. Que se negaron a entregar las armas luchando en corredores estrechos que impedían que el gran número de soldados del este prevaleciera. Y aunque no tenían escapatoria lucharon a brazo partido con la furia de un animal acorralado. Se habían juramentado mostrar el viejo orgullo de Margón y no rendirse. Pasaron horas y los corredores se llenaron de sangre. Sigaión no cedía ni permitía a los suyos hacerlo. Los capitanes sabían que no podían doblegarlo y la ciudad podía sublevarse si eran tomados como ejemplo. Sin embargo los generales querían exhibir sus cuerpos en la plaza. No había lugar para mártires.
Cuando se agotaron sus fuerzas se atrincheraron en la recámara de los oficios y empaparon todo con aceite. Preferían arder que rendirse. Pero había entre las filas del este un general muy astuto. A quién se le atribuye haber revelado la identidad del rebelde. Llevó a la familia de Sigaión hasta allí. Su esposa e hijos ante él. El general sonreía con su espada desenvainada amenazando a su prole. Sigaión miró a los ojos a su esposa, le sonrió a sus hijos y contempló con pena al general, que ya no sonreía. El segundo hijo de Ladislao dio la orden e incendió el lugar llevándose con él una compañía completa. Algunos soldados del este que escaparon del fuego juran que lo vieron caminar entre las llamas. Que la muerte le franqueó el paso y no se atrevió a llevarlo. Que había más fuego en sus ojos que en toda la estancia, que ardía violentamente. Y fue tanto el incendio allí abajo que horadó finalmente el piso de la plaza y se hundieron en ella los cadalsos con los reyes decapitados llevandose también a los verdugos. Los Angras no eran hombres que creyeran en la fortuna, eran hombres de voluntad, y nunca olvidaron la lección sobre lo que la voluntad realmente era.
 Aunque nunca encontraron su cuerpo decidieron exhibir uno con armadura real y mostrarlo como él,  pero su pueblo nunca lo creyó. Lo crucificaron en esa misma plaza para que todos contemplaran al rebelde y su final. La gente se miraba entre sí y murmuraba por lo bajo. Tarde entendieron los invasores lo que el resto sabía. Ese no era Sigaión. El cadáver lucía completo y al segundo hijo de Ladislao siempre le había faltado una mano.
Más de un general fue hallado degollado en su propia cama luego de ello. Los capitanes apresaron y torturaron a cuanto simpatizante del principe hallaran por allí pero la leyenda se extendió y el ejército que nunca había perdido una guerra comenzó a perder la batalla.      
La resistencia continuó todo el tiempo en que los Angras reinaron en Margón, sólo interrumpiendose cuando los titanes llegaron. Un enemigo escurridizo, casi una sombra, atacaba en la oscuridad de la noche con su banda de espectros y mataba partidas completas de guardias antes de desaparecer. El miedo se instaló en las filas esteñas. El pueblo hablaba de un principe salvador. Y también de la venganza hecha hombre. Tantas eran las historias que se contaban que se prohibió nombrarlo bajo pena de muerte en toda la comarca. Querían matar su memoria aún sabiendo que eso sería imposible. Lo que la gente callaba se mostraba cada mañana cuando los cuerpos de los soldados aparecían sembrados por Margón. Nadie más lo nombró porque en realidad no hacía falta. La gente sabía que tenía rey. Un rey sin nombre, el innombrable.

martes, 21 de agosto de 2018

El más infame reino





─Alto sacerdote ¿quiere su baño caliente?

─Luego muchacho, no estoy de humor.

Solot despidió al discípulo y se sirvió otra copa de vino. El amplio salón del templo siempre estaba desolado a esas horas. Era el momento del día de los sortilegios y la mayoría de los estudiantes estaba en práctica de las artes. Bebió otro sorbo mientras pensaba en las compañías que vio marchar hacia el sendero alto. A esas horas la resistencia probablemente ya había sido exterminada. Y el imperio ya no tenía quién los detenga. El sur ya era un recuerdo.
Se iba a retirar a su habitación cuando sintió un leve aroma en el ambiente. Algo familiar y a la vez amenazante. Su mano tembló involuntariamente a causa de la tensión. Pensó si llegaría hasta el pasillo de la recámaras para intentar pedir auxilio pero seguramente el atacante ya había pensado en ello. No tuvo más opción que tomar la iniciativa.

─Puedes salir, y tomar un poco de buen vino, después veremos si tu paga es suficiente para lo que vas a realizar. ─dijo Solot tratando de mostrar aplomo.

─Siempre con las mismas tretas ─contestó una voz detrás de los cortinados. ─no quiero tu vino ni tu oro, y si te quisiera muerto ya habrías partido al inframundo.

Esa voz. Solot la conocía muy bien. Su mejor estudiante y en realidad, el único que tuvo en aquellos tiempos cuando todavía no había accedido a la alta magistratura.

─Mírate ahora cocinero. Adonde has llegado ─continuó la voz. ─Sentado aquí como el rey de los magos, bebiendo vino que traes de lugares exóticos, olvidando tus deudas.

─¿Deudas? estás más bebido que yo Dedo Negro,  te enseñé todo lo que sábes. Sin mi hoy estarías pudriéndote en alguna aldea...

─De hecho contigo estaría pudriéndome en una celda Solot, no lo olvides.

─No debiste desafiar al imperio mi amigo ¿que pretendías que pasara?

─Maté para ustedes, para tí...me usaste y ante el primer revés dejaste que me echaran a las mazmorras.

─Yo no llamaría revés a la amenaza de los Angras de no dejar piedra sobre piedra de este lugar...¡y puedes salir de una vez de tu escondite, estoy harto de hablar con las cortinas!

Davan se sentó a la mesa y dejó el puñal frente a él. Se quitó la capucha y mostró su cabellera blanca después de mucho tiempo.

─Has envejecido mi amigo ─comentó Solot.

─Mi maldito cabello se volvió blanco de una día para el otro, pero aún puedo con tus guardias mago.

─Espero que hayas tenido la decencia de no matarlos. Será difícil defenderte si los encuentran.

─No te preocupes, sólo un poco de resaca.

─¿A qué has venido? ¿estás escapando de nuevo? ¿que pasó en el sur? ─preguntó Solot con insistencia.

─¿Quieres que te diga lo que pasó en el sur? Dimos cuenta de dos de las mejores compañias imperiales...¿acaso el capitán Barcas no les contó lo sucedido?

El alto sacerdote se quedó pensativo. Los vigías vieron el resto de una compañía volver pero no traían distintivos ni estandartes. Supusieron que era simplemente una caravana de heridos, algo común en un frente de guerra. La única noticia recibida en esos días era la partida inmediata de Paño Morado hacia el frente del Norte. Lejos de ese lugar. Demasiado.

─No voy a preguntar cómo lo lograron, ni por qué perdonaron las vidas de algunos caballeros. Esto hará que las leyendas crezcan y pronto cualquier cazafortuna vendrá hacia aquí buscando cubrirse de gloria matando a alguno de ustedes.

─Primero deben encontrarnos, enfrentarnos y vencernos Solot. Demasiadas cosas por lograr.

Davan jugueteaba con su puñal en la mesa y Solot se vió obligado a preguntar lo que venía evitando. Había extendido la charla lo más posible esperando que un acólito apareciera. Que alguien echara en falta su ausencia pero nada de eso estaba sucediendo.

─Deja de mirar hacia el pasillo Solot, nadie vendrá, ya me aseguré de ello. ─dijo Davan con una sonrisa.

A ojos de Solot eso podía significar que había matado a todos en el templo, o que había traído a un impostor, de hecho no podía imaginar los alcances de esa afirmación.  Y prefirió no ahondar en detalles.

─¿Has venido a matarme? ─preguntó el alto sacerdote, temiendo la respuesta.

Sus miradas se cruzaron con intensidad. Davan se tomó su tiempo para contestar mientras jugaba con el puñal haciéndolo girar sobre la mesa.

─En realidad vengo a hacer una petición, un anuncio y una promesa mi viejo amigo. Quiero acceso a la biblioteca del templo, para mí y para mi ayudante...

─¿Ahora también tienes ayudante?

─No me interrumpas. Como decía, quiero acceso a la biblioteca. Debo aprender mucho todavía y además voy a buscar los mapas de las tierras muertas. Debo encontrar a alguien.

Solot sacó una llave de su cuello y la lanzó en la mesa, tenía el símbolo de la sabiduría...

─Sólo podrán venir durante la veda y por su bien, que los guardias no los vean. ¿A quién vas a buscar en ese lugar olvidado por los dioses?

─Tú sabes bien a quién Solot.

El alto saccerdote recordó las historias, algunas seguramente inventadas. Las malas lenguas decían que el imperio cerró las fronteras para contenerlo a él y condenarlo a morir. Sin embargo el había creado un reino en el yermo de alguna manera, y nadie sabe cómo pero también tenía un ejército. Un lugar donde reinaba sobre los huesos de los suyos y donde esperaba su momento. Decían que hasta los titanes lo evitaban. Y las historias lo describían sentado sobre un altar de cráneos esperando su venganza. El día en que se levantare contra su gran enemigo...y sus aliados. Sería el despertar del más infame reino, de la mano del rey sin nombre.

─¿Entiendes que de existir realmente ese hombre todos nosotros somos sus enemigos?

─Enemigos comunes hacen grandes alianzas Solot. A tí te ha funcionado jugar a la traición toda tu vida.

─Así que tu plan es liberar una plaga para terminar con un resfriado, no sabemos que pasaría si ese loco sale de las tierras muertas...¡por los dioses Davan! ni siquiera sabemos si existe...

─El imperio es algo más que un resfriado. Y tu miedo es mi confirmación. Ya he oído las historias y conocido gente. No son cuentos de viejas, te lo puedo asegurar. Yo viví allí, en el único lugar al que pude escapar de tí y tus amigos imperiales.

Davan se levantó y Solot se sobresaltó por un momento pero pronto entendió que Dedo Negro se retiraba y respiró aliviado. Aún le duraba la inquietud por el descabellado plan pero Davan era un hombre que vivía saboreando la venganza y le gustaba hacer alardes como el de aquella noche. No sabía cuanto de cierto había en todo lo que se había dicho allí y si él con toda su influencia estaba en penumbras, realmente podía ser un problema. Dedo Negro fue tras los cortinados mientras Solot se ponía de pie y tomaba su copa. La voz volvió a salir de los cortinados como al principio, todavía tenía algo más que decir.

─Aún resta que te haga la promesa sacerdote...

─Preferiría un trago de cicuta en vez de vino pero supongo que no tengo opción ─suspiró

─Llegará el día en que vuelva por tí, pero no vendré a matarte, sino a ofrecerte en sacrificio, quedarás en las crónicas como el hombre que cerró el portal y se cantarán historias en tu memoria. engrandeceré tu nombre viejo amigo...

─Tú no tienes amigos Davan ─contestó Solot apartando las cortinas pero allí ya no había nadie.

El sacerdote tomó otro sorbo de vino y suspiró. Se derrumbó finalmente en la silla mirando a la nada y entonces reparó en la mesa. La daga continuaba allí y por la empuñadura se dio cuenta que pertenecía a uno de sus guardias. Tantos años de intrigas y elucubraciones le estaban pasando factura finalmente. Ya no estaba seguro ni en su propia sala. Y para colmo de males ahora también debía preocuparse por lo que sucediera del otro lado de las montañas, en las tierras muertas, donde un loco del que nada se sabía podía dar vuelta el tablero instalando el más infame reino entre ellos. Quizás que lo sacrifiquen no era realmente mala idea pensó, arrojando la copa contra el suelo.    







domingo, 19 de agosto de 2018

Los ojos de la oscuridad




Parados en la entrada de la cueva entendieron finalmente que esta no sería una tarea fácil. Era enorme y poseía un desnivel natural que hacía que pronto descendieras. Habían evitado la aldea y acampado en cercanías del lugar. Y apenas ingresaron se dieron cuenta que la oscuridad era completa a sólo unas varas de la entrada. Algunos aldeanos se ofrecieron a guiarlos lo más profundo que pudieran pero se podía notar en sus rostros el miedo. Crow mandó clavar un poste allí mismo y cargaron algunos más hacia el interior. Cada uno se ató una cuerda a la cintura. Ellos irían delante y los demás acompañaban. Contarían cincuenta pasos y pondrían otro poste iluminado con antorchas. Allí tirarían de la cuerda y la soltarían desde el extremo anterior para seguir utilizándola. Todo era muy cauteloso y medido como le gustaba al cuervo.
Barbeta iba delante con unos raros gusanos en un tazón. Eran de un extraño color amarillo pero en cuanto se internaron en la oscuridad todos notaron la astucia del aprendiz de mago. Brillaban.

─¿Que otros trucos traes mago? ─preguntó Raluk, interesada en tener detalles de la bestia.

─Me temo que no mucho más mi señora. Nada de lo que cruzó el portal era un animal sin mente. La mayoría son más sagaces que los animales comunes y después están ciertas entidades a las que no se las puede juzgar por el tamaño.

─Y tú dices que esta...¿como dijiste que se llamaba? Ah si, Gorgóna...¿es inteligente?

─En extremo mi señora. Se ha escrito mucho de ella y sus hermanas, muy sabias. Eran consultadas en la antiguedad. El pago que requerían por su sabiduría era la promesa de que las dejarían cruzar, cosa que los magos nunca cumplieron.

─Entiendo por qué están enojadas. ─concluyó Raluk.

─Los magos no estaban equivocados en demorarlas. Han venido a este mundo a dominar.

─Pero si solo es una mago, ¿como logrará semejante cosa?

─Lo sabremos pronto mi señora, ha estado cazando un tiempo y debemos aprender sus hábitos.

La negrura era absoluta, y el aire empobrecido iba apagando las antorchas. Pronto dependerían de los gusanos brillantes de Barbeta. Se fueron juntando hombro con hombro con sus espadas desenvainadas mientras el estrecho tunel se alargaba en la oscuridad. Crow miró a su alrededor e hizo un gesto para detener la marcha. La cueva se había estrechado manteniendo una forma regular por un largo trecho. Habían cumplido otros cincuenta pasos pero el aspecto era diferente. Las paredes estaban trabajadas de forma manual...

─¿Habías visto una cueva como esta Barbeta? ─preguntó el cuervo.

─Si, pero le llamábamos diferente. No se ofenda señor pero esto es una mina.

─Según parece los aldeanos se han guardado algunos secretos ─ dijo Arlorg amasando el mango de su mazo con los dedos.

─Calma guerrero, sabéis que son gente en necesidad que quizás debió omitir información para ser tenida en cuenta, démosle la oportunidad de que se expliquen, a mi me han parecido gente en gran angustia y zozobra ─agregó con su habitual diplomacia Chaban.

Fijaron el siguiente poste y encendieron las lámparas de aceite. Sería mejor que encontraran algo rápido o no habría tiempo. Cuando habían avanzado veinte pasos se encontraron con un ensanchamiento del túnel que desembocaba en una gigantesca cámara. Esta parte si parecía una cueva. Allí se abrían túneles en todas direcciones volviendo la misión casi imposible. No eran suficientes para explorarlos todos. Tampoco había suficientes postes, sogas ni aceite. Verdaderamente los habían conducido a un laberinto.

─No me gusta esto ─dijo Wonder tratando de distinguir algo en la oscuridad.

─Esto es lo que me temía, ella controla la aldea ─dijo con pesar Barbeta.

─¿Y que hacemos? ─preguntó Crow con creciente preocupación.

Barbeta apoyó el cuenco de gusanos en el suelo y tomó algunos. Los aplastó con sus manos y los untó a la espada del cuervo.

─No es mucho pero ayudará, debemos separarnos y tratar de dar con ella, obligarla a salir.

Barbeta repitió el procedimiento con todos. Al llegar a Arlorg este apartó el mazo sin disimulo.

─No toques mi arma mago, tú nos trajiste a esta trampa.

─Y pretendo sacarte ─ contestó apoyando sus manos en los brazaletes del bárbaro. Estos tomaron el rastro de luminiscencia. Eso debía bastar.
Desde algún rincón de aquellos túneles un rugido se hizo audible, aunque lejano y distorsionado. Parecía de animal pero de uno extraño.

─Círculo de defensa ─gritó pluma de cuervo. ─aléjense de las lámparas, déjenlas en el suelo.

Se sumergieron en la oscuridad y disimularon la luz de sus espadas. Se sentían uñas horadando la piedra de los túneles, venían varios pero no sabían quienes.

─Ya están fuera. Silencio ─dijo Barbeta mientras buscaba algo en su morral.

A las lámparas se acercaron una especie de criaturas pálidas. No tenían pelo en el cuerpo y olían el suelo con frecuencia. Tenían forma de hombres y por los movimientos al tanteo se notaba que eran ciegos. Caminaban en cuatro patas pero parecían no haber nacido así ya que eran torpes y descoordinados. Barbeta echó algo en el suelo muy despacio, lo esparció con paciencia frente a ellos. El que más cerca estaba de ellos dirigió su hocico hacia el grupo. Pareció no agradarle el aroma porque estornudó y sacudió la cabeza. Uno de ellos se acercó a las lámparas y araño una haciendo que esta se parta en pedazos e incendie su garra. Los aullidos de dolor se multiplicaron por las paredes de piedra. Las demás criaturas gritaron también como si les hubiera dolido a todas. La que se había quemado corrió por uno de los túneles y no se la vio más. Las demás fueron retrocediendo desconfiadas y se desparramaron por los distintos accesos. Pronto todo volvió al silencio. 

─Deberiamos movernos ─advirtió Raluk ─y dar cuenta de ese que dejaron vigilando.

Barbeta asintió con la cabeza y la Llama Negra se movió como un felino. Había dejado su espada en el suelo y se movía con sus dagas. Sólo se escuchó un chillido sordo y ella regresó con su cara salpicada de sangre. Sangre muy roja y brillante.

─¿Cómo pudiste verlo mi excelente señora? ─inquirió Chaban ante semejante muestra de destreza.

─Con los ojos de la oscuridad embajador, me crié en callejones oscuros. Las sombras eran toda mi ventaja cuando había peligro. Si se huelen y se escuchan lo suficiente tenemos una oportunidad.

El grupo se acercó al engendro abatido y lo examinaron. Era un hombre después de todo. no tenía un pelo en el cuerpo y sus ojos estaban blancos. Sin pupilas ni nada, sólo una blancura absoluta. Barbeta examinó su boca. No había filosos colmillos sino dientes romos, típicos de cualquier hombre. Las uñas eran largas y estaban ennegrecidas. Estaban tan pálidos que no se notaban sus labios ni se distinguían bien las facciones.

─Ella los está convirtiendo. Se ha nutrido de la aldea para crear su corte, o su ejército. ─concluyó Barbeta.

─¿Pero por donde empezar? . Crow se sentía perdido en la vasta red de túneles ante ellos.

─¿Alguna vez pateaste un perro cuervo? ─preguntó Kurz que había estado todo el tiempo pensativo.
sabrás que si lo lastimas se irá directo adonde se sienta seguro. Vamos tras el que herimos...

Todos asintieron y se dispusieron a seguir el túnel por donde había escapado el de la mano quemada. Barbeta volvió a revisar el morral y sacó un polvo oscuro y se lo pasó por el cuerpo, todos se acercaron para recibir su parte.

─¿Qué es eso mago? ─preguntó Espinal con algo de repulsión.

─No preguntes, sólo debes saber que no sentirán tu aroma, pero cuidado, aún podrán escucharte.

Al cabo de un rato todos olían con una aroma ácido y penetrante, pero nadie sabía que rayos era eso que tenían encima. Chaban se sonrió por un momento pero no dijo nada. Conocía bien el guano de murciélago. Fueron ingresando en parejas. El túnel volvía a ser estrecho así que se internaron en parejas. Crow y Barbeta, Raluk y Wonder, Kurz y Espinal, Chaban con Arlorg y cerraba Parabel que vigilaba a Javensen.
No había espacio para maniobras. Si los atacaban sería difícil plantar batalla así que trataron de moverse rápido y lo más silenciosos posible. Los rugidos de los seres se escuchaban por doquier. Parece que se comunicaban. Supusieron que la novedad del día eran ellos invadiendo su territorio. Y no parecía gustarles.
Empezaron a caminar sobre excrementos extraños. Blancuzcos y en extremo blandos. Era parecido a lo que encontrabas en el pañal de un infante. Barbeta entendió que la mayoría tomaba de alguna manera el pecho. No sabía que pasaría cuando llegarán a adultos. Aunque la mayoría ya lo era, pasarían según entendió el mago por algún tipo de metamorfósis. Hubiera dado cualquie cosa por pasar un día en la biblioteca del templo, y consultar los pergaminos. Allí había manuscritos arcanos que describían a los seres invocados durante los innumerables portales que se abrieron. Pero claro, él era un aprendiz cuya curiosidad excedió su rango y terminó en las mazmorras del templo siendo torturado junto a Davan. Quizás molestó que hubiera aprendido sobre controlar portales o que supiera como nadie el bestiario negro. Davan se lo llevó con él cuando escapó de allí y a Barbeta no le molestó que lo librasen de una segura muerte.
Los chillidos de los hechizados por la bestia empezaron a sonar con un eco profundo. Parecían estar cerca de otra gran sala.

─Me temo mis hermanos que he cometido un error. Esto no es una mina aunque lo hayan tallado los hombres. ─confesó Barbeta.

─¿Y que puede ser sino? ─preguntó Crow.

─Un nido.

El grupo tragó saliva. Los números no estaban de su lado, pero eso ya era el pan cotidiano. No podían confiar en nada de lo que los aldeanos le hubieran contado. Estaban intentando debilitar a la hermandad dividiendolos. Como había sucedido con esta misión, que apeló a la piedad que despertó en ellos la historia de la aldea abandonada. Pero eso no era idea de unos granjeros desesperados que vendieron el alma a una bestia. Tenía que ser un plan mayor. Crow entendía que le habían fijado un límite de tiempo y no podría cumplirlo. Y quizás sólo había logrado que el resto de la hermandad viniera a buscarlos finalmente. Directo a la trampa. Directo al nido.

─No importa lo que pase, uno de nosotros debe volver. ─ sentenció Crow.

─Pues yo no pienso morir en este agujero, aún tengo mucho que hacer ─desafió Raluk.

─Pensemos la manera de acabar con la bestia y olvidémonos de morir por un rato ─agregó Wonder acariciando sus dagas hermanas.

─Barbeta, necesitamos todo lo que sepas y tengas del asunto. Aún lo que no puedes contarnos ─dijo Espinal mirando fijamente al mago que entendió el requerimiento como una amenaza.

─Estamos en un nido o colmena. ─ comenzó a detallar Barbeta. ─Ella ha ido tomando las mentes de los que están aquí transformandose, también tiene influencia en los de afuera, sea por codicia o por miedo, la aldea la está ayudando. Y por las cosas que ha creado aquí entiendo que está confinada a esta cueva y ha dedicado el tiempo a protegerse. Se siente segura aquí, solo aquí podremos matarla...

─Mucho hablar es poco matar, yo no puedo esconderme ni ser sigiloso, apenas puedo caminar por aquí, vayamos a la cámara delante y déjenme pelear, ustedes hagan lo suyo ─pidió Arlorg, harto de las dilaciones.

Crow se miró con los demás. Una distracción podía ser útil. Concentrar demasiados hechizados no tanto. Era casi una muerte segura. El líder mandó buscar las lámparas a la otra cámara mientras Barbeta preparaba unos polvos para agregar a los gusanos brillantes.
Raluk se arrastró hacia la sala con Wonder para saber con que estaban lidiando. Aún en la penumbra un destello similar al de los gusanos emanaba del centro. Una sombra se movía serpenteante recitando algo en lengua desconocida. Desde un túnel se oyeron gritos de personas y alguien fue traído por un grupo de hechizados a empellones. Entonces la vieron. Alta, verdosa, con apariencia reptiliana. Su cara podía ser la de una princesa por su hermosura, aunque sus ojos tenían un brillo verdoso que rompía la ilusión y sus cabellos se rebatían como si tuvieran vida propia.Se movía rodeada de un aura luminosa. El aldeano fue arrojado ante ella que intentaba no mirarla pero ella se acercó suavemente y tomó su rostro con manos terminadas en afiladas uñas. Todos sus movimientos eran suaves y gráciles y su mirada era dulce con el aldeano que terminó por caer rendido a su encantamiento. La dama se corrió la túnica y descubrió su generoso pecho y se lo ofreció al aldeano al que amamantó como a un hijo. Sólo en eso momento mostró su verdadera forma cuando su rostro se transformó en un horrendo engendro de fauces babeantes y sus cabellos ondulantes se agitaron  transformados en serpientes amenazantes.

─Menos mal que vinimos nosotras Raluk, si era alguno de los hermanos seríamos menos.

─Toda la razón hermana. Toda la razón. Si les mostraba un pecho ni siquiera hubiera necesitado hechizos con ellos ─concluyó la Llama Negra con una risita cómplice.

Nuevamente reunidos en el túnel se repartieron las tareas para organizar el ataque. Arlorg estaba firmemente convencido de que debían atacar con fuerza. Raluk quería cazar todos los posibles primero para debilitar posiciones. Barbeta advertía que debían lograr que dejara de recitar sus conjuros para volverla vulnerable. Todas las armas fueron tratadas con los polvos del mago, según él para hacer mayor daño a la gorgóna y romper el encantamiento en los hechizados. Según él el conjuro que recitaba era el cordón umbilical que mantenía con ellos y cortarlo era la clave para vencerla.
Se arrastraron dentro de la amplia cámara y Arlorg se adelantó agazapado. Kurz decidió acompañarlo ya que necesitaban ganar tiempo, al instante Espinal se sumó a la linea de defensa, Parabel miró fijo a Javensen que de mala gana fue junto con él. Chaban, que hizo una petición a sus dioses, encontraba cierto parecido del engendro con una prometida que había sabido tener en el pasado, esto le pareció sugestivo así que se encomendó a la tarea para completar el sexteto.
Barbeta hizo un amplio círculo con el aceite frente al promontorio donde oficiaba la ceremonia del rezo la bestia. La línea de ataque se metió dentro de el esperando la señal para atacar. Por alguna clase de milagro todavía no los habían detectado. Sin embargo en un momento la gorgóna se irguió y lanzó una mirada a los alrededores.

─¿Por qué vienen a dañar a la gran madre?

Todos se quedaron inmóviles ante la posibilidad de haber hecho ruido. Pero no habían escuchado ninguna voz, ella había hablado dentro de sus cabezas.

─Puedo escuchar sus pensamientos mis niños, me han entristecido, yo no soy su enemiga, no invadí sus tierras ni dañé a los suyos, no quemé sus poblados ni robé sus cosechas, estoy aquí porque me llamaron ustedes. Yo adopté una tarea. Vine para protegerlos, mis pequeños...

La voz de ella seguía susurrando en sus cabezas, su tono era dulce y persuasivo. A más de uno le causó una extraña sensación de calidez. Muchos de ellos no habían conocido a sus madres y fantaseaban de niños con una. Sin embargo se obligaron a ignorarla mientras se ponían en posición para el ataque. El tono dulce se fue endureciendo a medida que notaba que no surtía efecto. Una madre amorosa también podía ser terrible.

─Voy a roer la médula después de moler sus huesos desagradecidos, tratar así a una madre que lo ha dado todo por ustedes.

Crow con las dagueras ya había flanqueado la posición del promontorio y aguardaba la señal para lanzarse tras ella. El altar estaba infestado de hechizados. Barbeta había tratado de cubrirlos de protecciones mágicas. Todos habían sido recubiertos con un unguento que detendría la mayoría de los venenos conocidos pero lo importante era evitar su mirada o la fascinación los derrotaría.
Se oyó el sonido de una espada contra el pedernal y las chispas iluminaron fugazmente a la línea de ataque cuando sus espadas se encedieron en llamas azules. Los seis en formación escalonada se mostraron por primera vez.

─¡Ven por mí mamá! ─gritó Arlorg fuera de sí.

Y el pandemonio se desató.
La horda de hechizados se lanzó en tropel y las espadas encendidas comenzaron su tarea. Espinal bajó la suya y encendió el circulo de fuego alrededor de ellos. Los primeros hechizados ardieron profusamente mientras ellos los despachaban con facilidad. Sin embargo por cada uno que caía el círculo se reducía en intensidad. Los hermanos patearon sus lámparas y otros más terminaron incendiados. Aunque luchaban frenéticamente era una batalla perdida. Eran demasiados, lo único que hacían era ganar tiempo.

─Miren lo que se está perdiendo Carlos ─dijo Espinal mientras daba muerte a dos a pura espada y puñal viendo como ardían.

Crow y los suyos se acercaron a la gorgóna en silencio. Crow calculó los pasos y bajó la mirada preparando su carga.

─Cúbranme ─dijo y se lanzó a la carrera.

Raluk y Wonder se pusieron de pie y empezaron a lanzar sus cuchillos hacia ella mientras corrían en distintas direcciones. Las manos de la gorgóna se movieron con velocidad y gracia. Su piel de reptil era de extraordinaria dureza y no recibió mayores daños aunque el fin de ataque era cubrir la carga de Crow que realizó un salto y por un momento tuvo que levantar la vista tratando de elegir el lugar donde caer, allí cometió su único error. Su mirada fugazmente se cruzó con los ojos más dulces que pudiera haber contemplado. El sonido de la batalla desapareció y hasta su cansancio y agitación se desvanecieron de repente dando lugar a la más maravillosa calma que hubiera experimentado en su vida. La voz de la gran madre sonaba como un arrullo sereno y sintió como nunca la necesidad de que ella lo abrazara y le cantara mientras se sentía flotando sobre el suelo. Podía estar así por siempre pero pronto la ensoñación se quebró violentamente. La gran madre estaba en el suelo y se tomaba el rostro ensangrentado. El hacha arrojadiza de Arlorg había llegado a su destino y había impactado en plena cara aunque no hubiera golpeado del lado del filo. Ese golpe bastó por su propio peso para lastimarle y lanzarla de espaldas. Su hermosura y serenidad demudaron en un rostro terrible y colérico cuando se incorporó, lejos de la madre amorosa que fingía ser. La criatura mostró sus fauces de dientes afilados y ojos rojizos con una corona de serpientes agitadas. Crow estaba de rodillas cuando recuperó la conciencia y tanteó buscando su espada. Era la oportunidad que estaban buscando, había cesado de recitar su conjuro y los hechizados estaban quietos en sus sitios como muñecos sin voluntad para valerse por si mismos. El cuervo tocó la empuñadura de su acero y la tomó firmemente lanzando la estocada con todas sus fuerzas. El chillido penetrante hizo eco en toda la cueva y la gorgóna se apartó en busca de refugio. Los hermanos ganaron el altar y alzaron sus armas contra ella que intentó hechizarlos, pero eran demasiados. Sin embargo no contaban con la fuerza del engendro que cargó contra ellos y los lanzó por los aires con el ímpetu de su furia. Ahora la lucha era física. Usaba su hechizo brevemente con cada uno para hacerlos dudar y les lanzaba golpes que eran como cornadas de toro. Una figura se movió fugazmente alrededor de ella mientras luchaba. Cuando ella lo percibió se giró con su horrible mirada de ojos grandes, bien abiertos tratando de encontrarse con la mirada del atacante pero sólo se encontró con un encapuchado que sopló un fino polvo sobre su rostro haciendo que sus ojos ardan casi instantáneamente. Los gritos de la criatura ensordecieron a todos mientras se rebatía lanzando golpes en todas direcciones, un fino vapor salía de sus cuencas ennegrecidas donde su vista había perdido su fulgor.

─Ahora idiotas, que no durará demasiado ─gritó Barbeta que se alejó tan rápido como había llegado.

Javensen se lanzó sobre ella y la abrazo como quién se lanza a abrazar a un buey desbocado. Arlorg levantó su mazo buscando su cabeza pero una estocada fortuita del engendro lo hirió en la rodilla  y cayó del promontorio pesadamente. Kurz saltó, espada en mano a tratar de ultimarla pero se seguía defendiendo freneticamente. Ella lo alcanzó en el aire y lo lanzó a la oscuridad. Misma suerte corrió Parabel que evitó varios golpes pero terminó cayendo del promontorio sin poder acertarle. Espinal esperó con su espada preparada tratando de calcular el momento del ataque. Ya Javensen estaba a punto de perder su agarre cuando el engendro súbitamente dejó de luchar. La siguió abrazando con todas sus fuerzas esperando otra arremetida hasta que comprendió que algo había pasado. Raluk y Wonder habían usado sus dagas para degollarla y fueron tan precisas en su faena que lograron decapitarla en un segundo intento. La bestia había muerto.
Se sentaron agitados y completamente extenuados luego de semejante combate. No soltaron sus espadas por miedo a que los hechizados se volvieran hacia ellos en venganza pero estos continuaban inmóviles. Finalmente los hermanos cayeron de bruces buscando un poco de aire en la creciente oscuridad. No tenían fuerzas para resistir otro ataque.

─¿Dónde estamos? ─se escuchó decir en lo profundo de la cueva.

─No lo sé ─contestó otro mientras se escuchaban gente devolviendo profusamente. Todos empezaron a sufrir violentos vómitos que duraron un buen tiempo. No se quedaron a ver en que terminaban aquellos seres que parecían recuperar la conciencia. Les dejaron lámparas para que se guíen y se llevaron el resto con ellos. Sólo se ocuparon de tomar la cabeza de la gorgóna y meterla en un saco para llevársela, además de Barbeta que extrajo un poco de leche materna del cuerpo inerte y la guardó entre sus ropas. El viaje de retorno fue mucho más tranquilo y relajado. De hecho hasta se animaron a beber un poco de hidromiel e intercambiar pareceres, además de mostrar sus respectivas heridas como si fueran trofeos. Habían vencido y todo lo demás pasaba a segundo plano. Hasta se tomaron el tiempo de reconocer el gesto de Javensen de abrazar a la criatura enfurecida. O de Barbeta de rociarle el polvo cegador antes de que les diera una paliza.
Al llegar a la entrada de la cueva Crow encontró al anciano con el que habían viajado y tuvo ganas de decirle muchas cosas pero se contuvo. El hombre se había arrancado los ojos y esperaba sentado. Cuando los escuchó llegar se levantó y se dirigió hacia ellos. Todos los miraron con desprecio y siguieron su camino sin siquiera dirigirle la palabra. Sólo Crow se detuvo y esperó que el resto saliera.

─Nos tendieron una trampa ─comenzó el líder ─tuvimos suerte allí dentro.

─No me disculparé por intentar salvar a los míos muchacho, todo mi familia está allí y tengo la esperanza de que estén vivos aún. Sólo deseo encontrarlos o me quedaré allí esperando mi final.

─Te arrancaste los ojos por si fallábamos anciano.

─Me quité la vista porque todos debíamos pagar el precio de alguna manera. Tenía esperanza en que la vencieran y para lo que tengo que hacer no necesito ver. Mi trabajo ahora es guiar a los que quedaron hasta la salida, esa gente debe aprender a vivir nuevamente. Es todo lo que me queda.

─Creo que se recuperaran anciano. Pero tu apostaste por la gran madre. No te tengo gratitud.

─Como te dije una vez muchacho, no sabes las cosas a las que la gente puede acostumbrarse para sobrevivir.  Serás un buen líder, tienes pasta para esto.

Pluma de cuervo no contestó. Salió de allí indignado por la trampa a la que fueron sometidos mientras el anciano extendía su brazo hacia la pared del túnel y avanzaba tanteando en la oscuridad en busca de los suyos. Pronto se topó con el tropel de hechizados que habían vuelto a la conciencia y los ayudó a encontrar la luz del día, en un intento de que la lúgubre aldea reviviera. Una vida que ya no disfrutaría porque para él ya era tarde. Había quedado cautivo de esa cueva y de la búsqueda de los suyos pero nada más importaba. La luz que otros recuperaran le ayudaría a superar la luz que había escapado de sus ojos.











sábado, 18 de agosto de 2018

No hay lugares sin tumbas




La fiesta en la Trucha Dorada fue un desahogo para todos. Los aldeanos podían olvidar por un rato que la guerra estaba golpeándoles la puerta y la hermandad se tomaría un respiro en el asunto de mantener a los visitantes lejos de los poblados. Aunque fuera difícil decir cuanto éxito estaban teniendo muchos habían comprendido que esta manera se había convertido en la manera. Las últimas batallas habían absorbido las fuerzas y la iniciativa de los hermanos. Había mucho que ignoraban de las tierras que protegían.
La noche se había caldeado con el generoso hidromiel que circulaba por tripas vacías y el hecho de que el jabalí que asaban fuera de la taberna se demoraba. Había llevado un poco más de fuego de lo habitual. Sin embargo estaban extenuados como para empezar alguna riña sin sentido. Mientras el juglar tocaba las canciones más alegres que se le habían escuchado nunca, las historias empezaron a circular entre los concurrentes. Las primeras fueron de guerra, de campos de batallas imposibles en donde dudosos conocidos de conocidos habían realizado proezas o sobrevivido milagrosamente.

─Te digo que el amigo de mi primo estuvo en la batalla de los Tres Arroyos, se trajo una hermosa herida en la barriga...

─Deja de mentir Olaf, tu ni siquiera tienes primos en el norte.

─Cómo que no si tengo a...este...¿como se llamaba?...

─Estás borracho simplemente...en cambio yo sí estuve en una batalla, cuando los bandoleros de Pico de Plata se alzaron contra el reino y fueron varias partidas a cercarlos. ─alardeó Tibus ─Yo estuve ahí, lo vi todo...

─Escondido en un arbusto seguramente...─retrucó Olaf y todos desataron carcajadas.

Los hermanos miraban la escena divertidos. No se atrevían a desmerecer a nadie. Estos fanfarrones ni siquiera mencionaban que hace unas horas habían desafiado a soldados imperiales. Todavía no entendían la magnitud de sus actos. Sin embargo no todo eran vítores y exageraciones alcohólicas. Había algunos que desentonaban con la escena. Gente de Mesón de la Viuda, una aldea camino a las montañas que había sido castigada repetidamente por titanes. Lucían preocupados a pesar de la victoria. Kurz se acercó a ellos con algo de bebida para animarlos.

─¿Que pasa muchachos? esta fiesta es también para ustedes.

─Perdónanos hermano pero sentimos que solo alargamos nuestra agonía. ─comenzó a decir el más anciano ─Aún antes de esta batalla ya llorábamos a los nuestros. Tenemos a ese viejo demonio de las cuevas llevándose a nuestras muchachos. Hace años que está allí, desde que vinieron las bestias y nunca pudimos echarlo. 

─¿A quién te refieres anciano? ─preguntó el guerrero florido que no sabía que hubieran bestias tan antiguas en la zona.

─Dicen que toma forma de mujer, que te vuelve loco allí dentro, que si la miras a los ojos pierdes la cabeza y ya nunca sales de las cuevas.

Espinal se acercó cuando vio que Kurz estaba entretenido con los aldeanos, no quería perderse nada.
Pronto eran varios hermanos los que hicieron ronda alrededor de la gente de Mesón de la Viuda. Como era una bestia pequeña que atacaba sólo a ese poblado se les había pasado por alto. Parabel conocía la historia, había escuchado relatos en otras tabernas y visto la aflicción que causaba en los pobladores. Estaba dispuesto a hacer una visita al engendro. Los moradores se negaron de lleno. La misión más importante de la hermandad estaba en la frontera. Haru ofreció sus gatitos para la expedición en ciernes pero el anciano que llevaba la voz cantante la frenó.

─Llevamos perros entrenados una vez, buenos animales. Pero no la atacaron. Ella los sometió con la mirada, temo por sus bestias señorita. ─advirtió.

Crow se acercó a Leo para hablar. No necesitarían una partida demasiado numerosa. Sólo los más experimentados. El líder estuvo de acuerdo, siempre y cuando lograran llevar algún mago. Eso que moraba allí no se oía muy terrenal y necesitarían alguna protección. Muchos pidieron ir a buscar a Davan pero Barbeta negó con la cabeza...

─El maestro tuvo que hacer y no estará por unos días, venía a decírselos.

─¿Y tu?...¿que experiencia tienes con la magia? ─interrogó Raluk

─Poca mi señora, jamás he cazado una gorgóna...

─Si sabes como se llama ya sabes más que cualquiera de aquí. Eres voluntario desde este momento. ─sentenció la Llama Negra.

Barbeta tragó saliva pero no pudo negarse. Raluk podía ser muy persuasiva, sobre todo con sus dagas.
Leo se acercó a Crow que se había sumado a la partida. Habló un rato y le explicó detenidamente quién sabe que cosa. Crow se levantó e hizo un anuncio frente a todos.

─Señores, iremos de caza, sólo un pequeño grupo, misión de tres días...Barbeta, Raluk, Wonder, Parabel, Chaban, Arlorg, Kurz, Espinal, Javensen y quién les habla. Para los nuevos será una prueba, para el resto un poco más de trabajo. Ahora bebamos, ya podremos dormir en los caballos.
Todos vivaron al hechizado y alzaron sus jarras de hidromiel.

─Abran paso ─gritó la mesonera...─¡Ha llegado la comida!

La noche terminó temprano para los voluntarios. Estaban ansiosos de enfrentar un enemigo nuevo. así que moderaron los festejos. Para el resto la velada se extendió hasta que los sorprendió el día. Casi nadie perdió oportunidad de encontrar calor en el seno de alguna pareja ocasional. El pacto de amistad se había sellado de múltiples maneras.
La fila de los diez ya cabalgaba hacia el albor desde temprano, los seguían los moradores de Mesón de la Viuda. El camino era largo y perderían un día en la marcha pero llevaban comida y algo de ese hidromiel que tanto gustaba en la hermandad. El anciano de la aldea venía delante con Crow que lideraba. Buscaban la opción más rápida sin confiarse demasiado. El camino alto seguía siendo peligroso después de tantas tropas yendo y viniendo por él. La alternativa era el viejo camino de las caravanas hacia el oeste. Allí donde se encontraban las tierras muertas. La región donde no hubo quién detenga a los titanes y estos moraban a sus anchas. El regalo de los magos no había dejado indiferente a nadie en las tierras de Mediamar.

─¿Hubo noticias del oeste desde que se desataron las bestias anciano?

─ Pocas. No había grandes fortificaciones. Todo era un gran mercado, ya sabes que eran las tierras de los reyes de la moneda. Tampoco ejércitos de calidad. Todo se resolvía contratando mercenarios pero ninguno se atrevió a ir allí, temían más a la represalias del este que a los titanes. Fue tarde para esa pobre gente. Todo es un gran cementerio. Tanto oro y tan inútil les resultó. ─relataba el anciano con lágrimas en sus ojos ─El imperio no permitió siquiera que esa gente escapara de sus fronteras. Nunca entenderé tanto odio.Yo se que no hay lugares sin tumbas pero allí... dejaron morir la tierra. Las ciudadelas están intactas, los tesoros siguen en las cámaras pero el imperio mantiene el lugar como el primer día. Quieren que el mundo olvide que alguna vez existieron. Enterrado junto a su oro.

─¿Tú eras del oeste verdad? ─preguntó Crow. El anciano asintió con la cabeza.

─Vine de joven al sur siguiendo una caravana, era apenas un muchacho aprendiendo a comerciar. Traje mi carreta cargada de pieles para vender aquí y juntar la dote. Iba a pedir la mano de una muchacha. ─el anciano suspiró e hizo silencio por un instante ─No puedo recordar su nombre. Una pena, era muy hermosa. Una noche en las montañas todos vimos las luces violáceas y rojas en el cielo. Fue la noche que lograron abrir el portal. Recuerdo que vi muchos aprendices de la magia correr por el camino, y recuerdo los rugidos. Primero cruzaron los pequeños y se escondieron entre las piedras o se internaron en las cuevas pero luego...luego vinieron los grandes.

─Los magos siempre dijeron que fue un accidente ─replicó Crow y el anciano rió por lo bajo.

─Pues nunca vi intentar tanto equivocarse a nadie. Querían que esas bestias los protegieran. Pero la magia no fue suficiente para contenerlos. Lo único que desee del imperio fue que hiciera arder el Templo del Ocaso, pero ya ves, sigue allí.

─No han destruido el templo de ninguna fe. Guardianes de la llama, magos oscuros, verdes, hermanas de la luz, el ojo del cuervo, todas siguieron sus rutinas como si la guerra les fuera ajena. Te quitan la tierra pero lo demás te lo dejan anciano. Sólo quieren ver ondear su estandarte en cada palacio y ciudad. No se que ganan con eso. La gente no los aceptará jamás.

─Si solo eso te quitan están tomando todo muchacho. Ellos quieren la tierra porque en definitiva todo viene con ella. Y en algo más te equivocas, la gente tiende a acostumbrarse a todo. Si logran sobrevivir, si hay una mínima posibilidad de mantener cierto tipo de vida, de alguna manera se amoldaran. Ustedes son los únicos que se han levantado, no son parte de una resistencia mayor, siempre han sido la excepción, solo están ustedes, al menos por ahora.

─Debería ser lo contrario anciano, pero si de nosotros depende le enseñaremos a otros a hacer lo que hacemos. ─dijo Crow con vehemencia. El había sido desplazado de su tierra y reclutado a la fuerza por su credo, pero no duró demasiado y desertó en cuanto pudo. Su destino era combatirlos, al menos eso había creído siempre.

Ese día transcurrió con calma. Algunas charlas con los aldeanos que por primera vez mostraban sonrisas aliviadas. Demasiado tiempo abandonados a su suerte parecía haberlos cambiado. Un marcado fatalismo los embargaba. Miraban a los hermanos con extrañeza. Tanto optimismo y determinación los maravillaba. Estaban aprendiendo a creer, de nuevo.
Al anochecer habían encontrado la aldea, que parecía un lugar abandonado si no fuera por los innumerables ojos temerosos que se adivinaban en las ventanas. Realmente algo muy malo había pasado allí. Había sido un error dejar tantas vidas libradas a su suerte pero eran demasiado pocos para cubrir tanto terreno. Sólo se habían dedicado a matar a los grandes pero nada sabían de los pequeños seres que habían cruzado. Habría que interrogar a Barbeta sobre el asunto y preparar un plan para matar a la bestia. Crow tenía una idea para inspirar a los aldeanos. Alguna especie de orden a la cual sumarlos, o al menos mostrarles que no eran tan diferentes a los que peleaban en Valle Dragón. Demasiados sueños pasaban por la cabeza de Pluma de Cuervo, pero no había que olvidar lo importante, para cumplirlos debían ocuparse primero de ella. Debían acabar con la pesadilla.










lunes, 13 de agosto de 2018

Batallas hermanas, parte cinco, la larga noche





Leo se reunió con los aldeanos y les relató el resto del plan. Habían sido obedientes a las órdenes y se habían mantenido tras las barricadas simulando ser soldados. Los más diestros habían tomado el arco para darle a las vasijas. Carlos había tomado los recaudos necesarios. Por cada vasija había dos arqueros aunque en la mayoría de los casos habían acertado a la primera oportunidad. Luego de un par de actuaciones notables les restaba un último encargo.

─Sólo les pido que jueguen un rato más a la guerra, aquí les dejo las espadas de los caballeros, hagan todo el ruido que puedan ─los instruyó Leo mientras la hermandad lo esperaba reunida. Habia sido una noche de duro trabajo pero aún no habian vencido. Todavía tocaba enfrentar a la infantería pesada que acampaba en las alturas. Davan fue el primero en hablar...

─Si no lo han hecho todavía será por falta la luz, pero sepan que en la mañana comenzaran a construir un fuerte y a esperar refuerzos. Una vez que fortifiquen su posición  será casi imposible penetrarlos, es ahora hermanos que debemos abordarlos. Si empezaron todavía no han concluido y si no lo hicieron todavía es mejor.

Davan se mostraba ansioso para sorpresa de muchos, pero su premura estaba justificada. Tenían un par de horas hasta que despuntara el alba y su oportunidad se extinguiera. Ya tenían cinco hermanos llevando pertrechos a la cresta del gigante. El mirador natural desde donde se podía vigilar bien el campamento imperial. Hiperion y los suyos más Raluk irían por el bosque. Algunos soldados curiosos habían descendido unas yardas para espiar como iba la batalla y serían presa fácil. El resto empezaría el penoso ascenso por la ruta de las cabras para quedar por encima de la encrucijada. Posición inmejorable para un rápido ataque sorpresa.

─Debemos intentarlo. Lo único que no pueden hacer las tortugas es dormir con las corazas puestas. Han marchado por millas desde el fuerte del templo. Están agotados. Es la única noche en que se relajarán. Todavía escuchan la batalla en el valle...─dijo Crow con vehemencia. Los aldeanos estaban haciendo un buen trabajo, se oían gritos y espadas entrechocar por doquier. A la primera señal de silencio el campamento de Paño Morado sería puesto en alerta. Sólo descansaban cuando otros peleaban por ellos. El grupo de Hiperión ya estaba vestido como zorro negro...

─¿A quién le toca herida? ─preguntó el líder. Todos miraron a Raluk con su cara inmaculada pero esta acarició su daga...

─A mí nadie me toca la cara. ─dijo y disipó toda duda, no sería voluntaria.

Baraqz levantó la mano y dio un paso al frente. Wonder tomó su cuchillo y se acercó a él...

─Verás que guapo te dejo ─susurró mientras hacía cortes precisos sobre la ceja y en la frente. Pronto la sangre le cubría el rostro y parecía haber sido desollado vivo. Los demás pasaron la mano sobre el rostro del misionero y se mancharon las caras. Servía como iniciación, y también para ahorrarse los cortes. Raluk miró con asco la situación y se calzó el yelmo. No solía participar en ese tipo de ritos, ya los había superado en otros tiempos. Hiperión se calzó el yelmo de Marión y le quedó perfecto. Todos hicieron una reverencia entre risitas...

─Oh mi general...mande usted. ─dijo Carlos socarronamente pero la mirada torva de coraza roja rompió el clima de burlas.

─Vamos ─se limitó a decir y empezó a marchar como lo hacía el extinto líder de los Zorros Negros,  tratando de imitar su prestancia. Todavía debían pasar el puesto de guardia para entrar al campamento. La suerte estuvo de su lado ya que en el puesto estaban en su ronda habitual de apuestas esperando ver quién volvía herido. Las mayores sumas estuvieron del lado del Mayor de los Zorros a juzgar por los vítores que hubo cuando vieron a Hiperión subir la cuesta. Las tortugas habían saboreado el momento en que los zorros cayeran en desgracia. Muchas veces habían soportado el peso de un ataque durante días para que ellos tuvieran posibilidades de ataques furtivos durante la noche. Y fueron muchas las mañanas en que el pabellón del Zorro Negro ondeó sobre los enemigos sin dar reconocimiento al trabajo sucio de Paño Morado. La gloria siempre era para ellos.
El hecho de que se extendiera la batalla hablaba de que la resistencia en el valle era importante. Pero ver volver a Marión era la confirmación de la derrota. El sargento de guardia despachó enseguida a  uno de los suyos que salió raudo a contarle las novedades a su capitán. Nunca llegaría. Valkiria lo abatió con su arco apenas se perdió de vista.
El grupo de Hiperión se acercó despacio. Llevaban entre dos a Baraqz mientras Wonder y Raluk cerraban la marcha a prudente distancia. Los cuchillos arrojadizos de ambas eran la última opción si se desmadraba el asunto. La única ventaja de los mercenarios era que podían llevar las espadas en la mano mientras los demás observaban. Marión les pidió ayuda con una seña. Al principio ninguno se movió, luego el sargento hizo un gesto y dos tortugas bajaron sin mucho entusiasmo hacia ellos.

─Ahora comienza ─dijo por lo bajo Hiperión ─nadie puede llegar al campamento o estamos perdidos.

Marión rengueaba marcadamente pero no perdía la compostura, típico de los oficiales que siempre le tocaba interpretar. Casi no se sabía otro papel.

─Mayor...quiere que lo ayude ─dijo uno de los guardias que se acercaron.

─ayude a los otros. ─contestó con altivez, pero su acento lo delataba, por un momento el guardia lo miró fijo pero luego siguió bajando. Si lo hubiera mirado mejor hubiera visto que bajo su yelmo había alguien de cabello oscuro. Marión era rubio. Al menos manejaba con fluidez la lengua imperial así que podía acercarse más al puesto. La meta era estar a cinco pasos, espada en mano, la daga en la manga, una carrera corta, y nadie demasiado diestro para desenvainar rápidamente.
Apenas se acercó el dúo a ellos todos se pusieron en ronda para que no se viera demasiado. Dentro del círculo el herido apuñalaba a los voluntarios con sorprendente rapidez. Esto impresionó a la mayoría. A diferencia de Carlos, Baraqz parecía más diestro con los filos. La ronda se fue acercando, entre todos mantenían de pie a los guardias pero pronto deberían soltarlos. Sólo se moverían cuando Coraza Roja atacara y este se estaba demorando demasiado.

─Mayor ─dijo finalmente el sargento, ─ya fueron a dar aviso al capitán, ¿quedan más soldados abajo?

─Están cubriendo la retirada, pronto se unirán a nosotros, esto todavía no ha terminado soldado.

─A mi me parece bastante terminado...señor...─dijo y se oyeron algunas risas que pronto se apagaron. El mayor venía corriendo hacia ellos. La mayoría pensó que se había ofendido con el sargento pero este ya tenía otra idea, ese no era el mayor, faltaba su acento damirio y ahora era más alto que cuando bajó a la lucha. El sargento hizo rápido las cuentas. No tenía tiempo de desenvainar así que preparó el puño para su mejor golpe. Los demás todavía no atinaban a leer la situación y la armadura de Marión ya estaba a dos pasos. Vendría por él entendió el sargento, era el único que sabía dar órdenes rápidas. Los demás cayeron en cuenta del ataque cuando vieron al resto del grupo correr hacia ellos.
La espada de Hiperión se clavó profundo en el sargento pero tuvo que soportar un terrible puñetazo. El resto de la partida era pura confusión así que dio cuenta de otro antes de que se movieran. Luego cayó en cuenta de que el golpe le había dejado sentido, pero para ese momento los demás se habían abalanzado sobre el resto. Había contado seis pero restaban tres sentados en ronda jugando a las cartas, más uno que había ido a dar aviso al campamento. Diez soldados para un puesto de guardia era señal de que el capitán Barcas no era un tipo confiado. El mínimo eran cinco y él había doblado el número..
Wonder recibió otro puñetazo y cayó de espaldas de parte del más corpulento de ellos, también se desembarazó de Carlos con el revés de su mano aunque este lo había apuñalado dos veces, luego hechó a correr subiendo la cuesta. Raluk le lanzó sus cuchillos pero la armadura de un tortuga deja pocos resquicios así que se lanzó tras él. La diferencia de peso entre ambos era abismal pero ella se había criado manejando tipos más grandes que ella. Saltó hacia adelante y abrazó ambos pies mientras apartaba la cara para no ser pateada. El hombretón trastabilló y cayó pesadamente. Se pudo escuchar su nariz quebrarse por el impacto a pesar de su yelmo o a causa de el. Cuando quiso reincorporarse ya Raluk le había hecho un par de tajos estratégicos, el primero en el talón, el segundo en la rodilla, luego clavó su cuchillo en la ingle y saltó hacia atrás para verlo desangrarse. A pesar de lucir inestable pudo pararse pero vio que sus piernas temblaban y solo atinó a un...

─Perra!

─¿Cómo sabías? ─respondió Raluk arqueándole las cejas, pero él había vuelto a caer.

Los hermanos llegaron hasta ella pero ya no necesitaba ayuda. El hombre había partido hacia la llama como le gustaba decir a Carlos.

─Listo, hay que moverlo, dejen los cuerpos acomodados por si alguien más aparece. ─Ordenó Hiperión pero ellos ya estaban haciéndolo. El mercenario tuvo que sentarse un momento. Hacía rato que no le daban un puñetazo de esos.

Por el otro lado de la montaña la hermandad subía presurosa arañando las piedras por la ruta de las cabras. Desde Cresta del Gigante los hermanos con arco clavaban flechas en el suelo desechando los carcaj. Estaba provistos de la mezcla incendiaria de Carlos que había hecho suficiente como para incendiar los cinco reinos.
Todo funcionaría si el ataque por lo alto resultaba, aún quedaba una hora de oscuridad pero los que trepaban llegarían extenuados, necesitaban un milagro para no perder la sorpresa. El campamento de Tortuga de Hierro estaba callado, sólo un par de hogueras en sus extremos con algunos guardias, había una veintena de tiendas con el grueso de la soldadesca divididas en dos grupos con un claro en medio. La tienda del capitán no estaba marcada, era idéntica al resto, otra de las previsiones que tomaba Barcas.
Alex y Brian hicieron un reconocimiento y volvieron con caras poco felices.

─Pusieron guardias vigilando esta cima, están entre los dos grupos de tiendas, no tienen fuego ni parecen estar bebiendo. ese capitán parece haber leído nuestras mentes. ─sentenció Alex mientras Brian asentía.

La cara de Leo lo demostraba todo. No había tiempo para buscar otro lugar desde donde atacar, y no había manera de que no los vieran cuando destreparan la pared de granito.

─Podemos intentar incendiarlos ─dijo Chabanito pero Davan lo interrumpió...

─Miren las carpas con atención, están más oscuras de lo normal, las han mojado antes de que anochezca, ese Barcas duerme con un ojo abierto. Apuesto que llevaron agua dentro de las tiendas también...─advirtió el anciano misterioso.

─Nuestro principal problema es la guardia que vigila éstas alturas. hay que crear una distracción ─dijo Leo a personas que se las habían arreglado para mantener en penumbras a dos compañias de caballeros negros. Habían logrado la mayoría de lo que se habían propuesto pero este último acto se había vuelto complicado de interpretar. Parecían haberse acabado las ideas. Sólo media hora de oscuridad más y despuntaría el alba. El tiempo los empezaba a derrotar.

─Preparen rocas, lanzas, todo lo que puedan, la mayoría bajaremos como sea mientras ustedes se lo lanzan. Con suerte crearemos algo de confusión. Al menos quiero pelear con algunos magullados. Además...¿pero que?─dijo Leo pero se calló por un momento. Se escuchaban algunos gritos lejanos. algo de vibración en el suelo. Algo venía...

La guardia empezó a hablar en voz alta. No se entendía bien lo que decían pero comentaban algo entre risas. Desde Cresta del Gigante Valkiria hacía señas de cuernos hacia el resto de los hermanos. Lo único cierto es que el murmullo crecía y los guardias que vigilaban la cima donde ellos estaban se empezaron a mover hacia el frente del campamento.

─Es todo lo que necesitamos...¡bajemos ahora hermanos! ─gritó Leo. ─No se que pasa y no hay tiempo de averiguarlo.

Los guardias de la entrada veían a los aldeanos arrear ganado por la cuesta y reían entre ellos.

─Parece que no se han enterado del asunto de la guerra ─comentó uno

─ya estaba necesitando un poco de carne asada Ulnat, mira tú lo que es la hospitalidad por aquí ─contestó el compañero

Vacas mezcladas con algunos toros y hasta cabras venían en tropel. Los tortugas habían cerrado el camino con una empalizada improvisada por esa noche pero no había demasiado impedimento para los animales. La guardia decidió salir a parlamentar con los aldeanos, después de todo el puesto más adelante había decidido dejarlos pasar.

─Alto ¿quién vive? ─preguntó el sargento de guardia.

─Mi buen señor ─se presentó un aldeano ─sólo queremos pasar para salvar lo poco que nos queda mi señor, les dejaremos buena carne para que ustedes hagan banquete mi gran señor, ustedes ya han hecho una gran matanza abajo, sabemos que estaremos más seguro en el camino alto mi excelente señor...

─No soy ningún señor y no voy a dejar que tus malditas vacas destrocen el campamento, déjalas por allí y te aseguro que estarán bien.

─Pero mi buen señor...─intentó pero el sargento alzó la mano dando por terminado el asunto.

─¡maldito gordo miserable! ─dijo entre dientes el aldeano pero suficientemente alto como para que  el sargento oyera y reaccionara.

 ─¿Que has dicho campesino mugriento? ─masticó yendo a buscarlo entre las vacas en las que se había mezclado el vocero. El resto de la guardia se reía mientras su sargento se perdía entre el ganado.

─¡Ve a ayudarle idiota!...deja de reírte o nos castigaran ─dijo el más sensato.

Otro guardia se adentró en el ganado y ya no se lo vio más. El resto empezó a inquietarse. Los aldeanos miraban impasibles como en estado de trance y no sabían responder preguntas simples, señalaban hacia atrás como respuesta a todo Había pocas opciones posibles. O no entendían la lengua imperial. O eran idiotas. O estaban ganando tiempo. Y esto último tardaron en descubrirlo. Pero en cuanto los guardias abrieron la empalizada y desenvainaron, los aldeanos desaparecieron por arte de magia.
Las barricadas que habían usado en el claro fueron el piso improvisado que pusieron sobre los lomos de los animales. De pronto los aldeanos aún disfrazados de caballeros se lanzaron por sobre los animales y cayeron sobre los soldados imperiales. Podrían no tener la pericia pero eran numerosos. Ellos habían comenzado el ataque.
Valkiria que observaba desde Cresta del Gigante mandó a los suyos a montar sus arcos. Estaba enfurecida con los aldeanos, los iban a masacrar por jugar a ser guerreros. Había que hostigar el campamento en cuanto los tortugas salieran de sus tiendas o los atacantes improvisados no tendrían oportunidad. Leo y los suyos bajaban en sogas la pared de granito con temeridad, pero éstas no tenían el largo suficiente así que debían descender todo lo posible y volver a asegurarlas. El tiempo apremiaba, el horizonte lanzaba los primeros colores del día. Los guardias de los otros puestos hicieron una línea de escudos dando por perdidos a los de la entrada principal. Los aldeanos los habían superado en número e ímpetu y venían en loca carrera, pero no dejaban de portar armaduras livianas. Dentro del campamento ya se oían voces de alarma. Si había algún tipo de orden de batalla se había perdido.
La multitud de granjeros chocaron violentamente contra la línea de escudos y aún siendo más numerosos empezaron a caer diezmados ante la pericia guerrera de los curtidos soldades del este. Una voz se oyó entre los animales y ordenó la retirada. Era Oscar, demasiado identificado con ellos al provenir de una aldea destruida. Siempre viajaba a los poblados invitando jóvenes a unirse a la hermandad. Era el héroe más cercano que ellos tenían, casi sin formación militar se había ganado el respeto de los hermanos con sus proezas en el campo de batalla, este plan improvisado no podía ser de otro más que de él.

─¡Apártense ahora, vuelvan a la retaguardia! ─gritó Oscar mientras con un azote movía a los toros al frente, pronto logró lo que buscaba, los animales empezaron a correr hacia adelante y poco a cpoco comenzaba la estampida. La linea de escudos clavó sus lanzas contra el suelo para intentar contenerlos  pero no había resistencia posible. El ganado pasó sobre ellos y entró al campamento.

─¡Maldita sea! ─dijo Valkiria colgándose el arco. ─somos inútiles aquí...desenvainen hermanos, allí está el premio ─agregó señalando el campamento y emprendió la carrera seguido por Vallekano, Garlick y otros.

El ganado se encontró de frente con los tortugas saliendo de las tiendas. Vociferaban mientras se calzaban las corazas. Los animales, lejos de aminorar la marcha entraron en pánico y embistieron todo lo que se cruzaba en su paso. En el medio del campamento estaba un guerrero corpulento dando órdenes por doquier. Estaba reuniendo a los tortugas lejos de los animales que ya habían pasado el campamento y corrían por el sendero alto.

─Barcas ─dijo Davan a los otros mientras se sujetaba de la cuerda. ─tomemos tierra cuanto antes hermanos.

Aunque había perdido varios hombres aún mantenía un número considerable de caballeros. Estaba con sus armaduras incompletas pero portaban sus famosos escudos largos de placas, rematados con púas. Cuando cargaban con ellos era parecido a la estampida que acababan de sufrir. Barcas los había mandado formar en anillo, hombro con hombro en una fila concéntrica donde los primeros escudos protegían su frente y los últimos cubrían sus cabezas. la famosa tortuga de hierro hacía su presentación. Barcas y su segundo se movían dentro espiando por los resquicios. Todavía no sabían desde donde vendría el ataque pero se sentían rodeados.
Oscar le gritó algo mientras se mantenía a distancia con sus aldeanos guerreros. Valkiria desde el otro extremo del campamento había vuelto a disponer a los suyos con sus arcos pero no había blanco posible y se mantuvo oculta. No eran suficientes para cargar pero si darían cuenta de quién intentara escapar. Leo y el resto de la hermandad tocaron suelo finalmente. Pero ya no había sorpresa así que se dispersaron hasta rodear por completo a los tortugas mientras revisaban las tiendas. Encontraron algunos que se habían escondido. No hubo piedad para ellos.

─¡Capitán Barcas! ─gritó Leo mientras mantenía su escudo en alto y la espada apoyada sobre él. ─no tengo que decirle lo que ya sabe. No tiene oportunidad aquí más que la rendición, respetaremos su vida.

─Dime como terminó Marión de los zorros aldeano. Muéstramelo y podré creerte.

─Su caso fue distinto capitán, pidió la muerte del soldado. No era un hombre que pudiera sobrevivir a la verguenza.

─Que comprensivo fuiste con él sureño. Permiteme dudar de tu honorabilidad. ─contesto Barcas

─No soy sureño capitán, nací en el este como usted ─dijo Leo sorprendiendo a más de uno. ─pero la vida de la espada no siempre es tan recta como su filo.

─Pues acabaste liderando una banda de campesinos sureño, el camino de tu espada si que estuvo torcido.

─Mi realidad no es muy distinta a la suya capitán Barcas, yo se de donde reclutan ustedes su infantería. ¿Digame si tiene un gran apellido entre los suyos?

─Nah...los grandes apellidos los despachaste allí abajo sureño, aquí solo tenemos lo mejor de cada taberna, de cada muelle, de cada mercado...¿no es así?...

Los tortugas gritaron su sordo grito de guerra. Y ese grito sonó en las alturas, eran muchos todavía para la hermandad. Aunque los aldeanos habían engrosado sensiblemente sus filas y pertrechados como guerreros daban la sensación de ser un buen número. Pero si contabamos guerreros la cuenta se volcaba peligrosamente hacia el lado del enemigo.

─No puedo dejar que se quede capitán pero no evitaré que se marche, ha venido a las fauces del dragón y se va con sus armas y defensas, el Paño Morado mantiene su honor y podrá contar que sobrevivió donde los zorros negros cayeron. O podemos batirnos en este camino hasta que no quede nadie vivo y la gloria de haber terminado con los fantasmas será de Marión que lideraba esta expedición.

─Eres persuasivo sureño, pero tu problema es que ya no tienes más vacas para tirarnos encima. No se cuantos de aquí saben realmente pelear...

Una flecha aprovechó un resquicio y se coló en la formación. un tortuga cayó de bruces y su escudo hizo ruido metálico al caer al suelo. Valkiria volvió a montar su arco. El tiro había sido perfecto.

─No me subestime capitán, hemos peleado contra todo tipo de soldados del este, si llegamos a la puerta de su tienda desde todos los flancos es porque sabemos lo que hacemos. Mi oferta no durará mucho. Queremos ir a beber y comer un poco, esto de matar imperiales nos abre el apetito.

Los hermanos hicieron sonar sus dientes dando dentelladas, alimentando la fábula de que se comían a los vencidos. Esto molestaba mucho a los soldados imperiales. en el fondo les hacía recordar los cuentos de los Bóreos, el pueblo de los hielos que se comía a sus adversarios.
 Barcas consultó algo con su segundo y se escucharon murmullos. Los soldados parecían estar dando su opinión. Todo debate servía a las intenciones de la hermandad. Si había disenso había voluntades que se negaban a pelear. Y si no era unánime el esfuerzo la victoria se plagaba de sombras. Barcas estaba atrapado en su propio juego, como en el día anterior. No sabía a que se enfrentaba. Ni tenía posición fortificada. Estaba a descubierto bajo la mira de arqueros y guerreros que de alguna manera habían probado ser diestros en batalla. Sus hombres confiaban en su juicio. La mayoría le debía la vida de ocasiones anteriores pero notaba que vacilaban. Las fábulas que se contaba de la hermandad fantasma terminó haciendo mella en sus mentes simples. Eran buenos hombres...y el no era Marión para sacrificarlos estúpidamente.

─Armas, corazas y estandartes son nuestros sureño, te dejo este camino polvoriento y estas montañas de mierda, disfrútalas ─se limitó a decir Barcas y mandó desarmar la formación lentamente  ─que tus arqueros se muestren o no hay trato.

─Valkiria, saca a los tuyos y vuelve a la cresta.

Valkiria se asomó al camino e hizo un gesto a Leo, después silbó. Los hermanos y aldeanos que estaban con ella empezaron a retirarse colgándose sus arcos y recogiendo las flechas, ya no habría acción por ese día.

─Dime una cosa sureño...¿donde está el ejército de Lurzt? ustedes no tienen pinta de ser la guardia real...

─Calentándose en el castillo capitán...¿dónde más? ─le contestó Leo guiñándole un ojo, dejando a Barcas pensativo. Uno de los tortugas se acercó a ellos y se quitó el yelmo

─Supongo que ya no necesito esto ─dijo Javensen y le lanzó el casco a Barcas, ─tuvo suerte hoy capitán. ─le susurró al corpulento guerrero. Leo disimuló la sorpresa y palmeó al hermano que se retiró rapidamente esperando tener suerte en que los hermanos no lo ejecutaran

─¿Así que también tienes espías sureño? Permíteme sorprenderme.

─Nada mal para un puñado de aldeanos capitán, ¿no le parece? ─dijo y se fue, aún tenía que interrogar al recién llegado. Tenía muchas preguntas que hacerle.

Los hermanos ayudaron cargar las carretas y los tortugas emprendieron el retorno cansinamente. Ya era de mediodía cuando tomaron la curva del ciervo por el sendero alto y se perdieron de vista. Los aldeanos se abrazaron con los hermanos. Lo más difícil había sido recuperar el ganado. Javensen estaba custodiado pero no era tiempo de preguntas aún. Esa tarde habría fiesta en la taberna Trucha Dorada, se armarían los mesones como en las viejas épocas y por una noche olvidarían la guerra. Parabel cantaría canciones acompañado de algunas voces que el hidromiel animaba. Haru daría de comer a sus bebés que estarían decepcionados de no tener su ración de caballero. Davan se retiró a su mirador como siempre a examinar los hechos del día. El ya no participaba de fiestas. Se asomó al mirador en la montaña, esa noche cambiaba la luna y habría un hermoso paisaje plateado para contemplar...Barbeta lo esperaba con algo de vino y una ración de liebre asada.

─Todavía recuerdas mis gustos, ¿te golpearon mucho los imperiales?

─Nadie que venga de las mazmorras del templo oscuro vuelve a sentir caricias semejantes Davan, tu lo sabes mejor que nadie. A propósito de lo de hoy...¿no piensas que dejamos escapar a quienes volveremos a enfrentar?

Davan miraba en silencio el valle, meditando la respuesta.

─No son frecuentes las batallas que se ganan sin luchar, el imperio sigue sangrando en el sur, esa espina ya hizo llaga Barbeta. Y ahora los aldeanos nos siguen. Yo brindaría por eso y olvidaría el resto por un rato... ¿Ya preparaste todo para mi viaje?

─Está todo listo, el caballo donde me pediste con las alforjas cargadas...¿estás seguro de que irás solo?

─Es mejor así Barbeta, digamos que debo ir a visitar a un viejo amigo...

─Tú no tienes amigos Davan.

─Cierto, cierto, tengo aliados...y enemigos

─¿Y él sería? ─interrogó Barbeta.

─Eso me lo dirá el Alto Sacerdote ─contestó Davan, observando como caía la noche.