domingo, 26 de agosto de 2018

La espiga de acero





La dinastía de los generales se levantó en el centésimo trigésimo noveno año de la cosecha contra el poder de los reyes de la moneda. Muchos dijeron que estaban disconformes por la repartición histórica, luego de la guerra del grano. Pero la rebelión fue mucho más que descontento, fue en definitiva un cambio del balance de poder que había sido respetado por siglos. Una serie de sucesos empujaron a a la dinastía guerrera más poderosa a traspasar sus fronteras por primera vez desde que habían conquistado el este. Muchos decían que era cuestión de tiempo que aquello sucediera. Para muchos, aquella guerra fue un conflicto donde se intentó minar el poderío creciente del este y detener el carácter expansionista de la casta guerrera. Las revueltas eran frecuentes y se habían librado por años. La desición de los reyes de la moneda fue la novedad. Enviar numerosos ejércitos mercenarios contratados, con el pretexto de poner fin al conflicto entre los principados del este.
La dinastía de los Angras eran un orgulloso reino de las planicies que se había defendido con éxito de la coalición de vecinos que intentaron debilitar su creciente poderío militar durante décadas. La contienda siempre había tenido un motivo definido entre los belicosos vecinos. Todos buscaban conseguir acceso a las tierras más fértiles de la región. Peleaban por el derecho a plantar, a cosechar, a subsistir. Pronto se la conoció como la guerra del grano.
 No era extraño que hubiera guerras en el este donde en una pequeña porción de tierra se hacinaban numerosos reinos que peleaban entre sí por míseras franjas de territorio. Las más codiciadas eran las planicies de Ugol Zerna. El hogar de los Angras. El hambre apretaba luego de los elevados tributos que imponía el todopoderoso oeste a través de la administración central. La misión que se autotitulaba pacificadora terminó en un baño de sangre al aplastar a los pequeños y orgullosos reinos que no aceptaron que el ejército invasor ingresara a sus tierras. Innumerables mercenarios liderado por Ladislao, uno de los reyes de la moneda, pretendió sentarse a negociar las condiciones para trazar las fronteras definitivas en el este. La guerra afectaba el comercio que tanto defendían los hermanos Valyuta, la dinastía dominante. Era la hora de encontrar el equilibrio, pero eligieron para la tarea al hermano equivocado. En cuanto encontró resistencia de los principados actuó como un déspota y no como un negociador. Y decidió que para terminar con las guerras debía terminar con los Angras. Ellos fueron los últimos en caer. Y no olvidaron su primer y única derrota en el campo de batalla. Tampoco perdonaron. Su reino fue dividido y sus amplias llanuras fueron repartidas entre quienes nunca los habían podido doblegar. Para sellar el pacto se llevaron a los primogénitos de las principales familias como rehenes. Pero Ladislao fue negligente y no terminó la tarea. Dejó el tratado firmado y regresó a Margón. Era la época de las festividades y estas eran de su agrado, al menos más que la guerra, un asunto que no causaba entusiasmo en él. Sus generales mantendrían la paz en el este mientras tanto.
Los reinos vecinos mandaron embajada a Ugol Zerna para iniciar la posesión de las tierras conseguidas por los invasores. Fue en un día que se recuerda como la "jornada de la retribución" cuando los emisarios fueron a buscar tierras y no encontraron más que espadas. La guarnición de mercenarios era exigua allí y fue vencida apenas se retiró el grueso del ejército invasor. Todas los que no doblaron la rodilla fueron ejecutados en la plaza pública. La guerra, lejos de terminar estaba empezando. Atrás quedó el tiempo de siembra y de cosecha. Todo el principado se levantó para vengar la derrota. Los Angras se reunieron para liderar una expedición al oeste. El obstáculo era simple. El grueso del ejército invasor acampaba en el reino vecino de Skudnoi. Lugar que cerraba las planicies entre desfiladeros y mesetas rocosas. Era el perfecto lugar para detener un avance numeroso con ayuda del terreno. Los mercenarios confiaron en esto, y en los cautivos que llevaban con ellos, todos príncipes de los Angras. La prueba era suprema para los viejos generales que habían batallado en el llano toda su vida pero sus segundos habían aprendido de las incursiones pasadas cuando debían aleccionar a sus enemigos. Todos ellos criados a la sombra de los primogénitos que ahora estaban cautivos. Hombres como Palash, Topor o Turbarión eran jóvenes y decididos y por primera vez podían liderar. No pelearon por liberar a sus hermanos mayores sino por engrandecer su propio nombre. Se dice que el imperio nació con esa generación olvidada. Tenían otra mente y otra fuerza, y se aseguraron de demostrarlo. Escalaron las montañas y flanquearon al ejército mercenario por sendas apenas marcadas en las alturas. Rodearon a los invasores moviéndose día y noche con mucha paciencia. Llevaban con ellos hombres de reinos vecinos que conocían el terreno y la reputación de los Angras como guerreros. Hombres que no pretendieron desafiarlos. Allí sucedió el primer quiebre. Era la primera vez que los hombres de Ugol Zerna hicieron aliados. Así se formó la primer alianza en el este, porque para muchos era preferíble el enemigo conocido que el libertador por conocer. Una semana después el ejército mercenario estaba rodeado y su ventaja en el terreno ahora era su ruina. No había rutas de escape. En vano pretendieron entregar el oro cobrado a cambio de un salvoconducto. Los Angras pretendían la rendición incondicional,la entrega de los rehenes y la cuota de sangre, uno de cada diez mercenarios debía ser ejecutado como pago por la invasión. Los mercenarios no aceptaron esto último. En cambio, decapitaron a todos los generales y oficiales de Ladislao y los dejaron en la entrada de su campamento. Pero los Angras ignoraron la ofrenda. Entonces los mercenarios doblaron la apuesta exhibiendo y amenazando a los príncipes frente al campamento en un intento de doblegarlos, pero los Angras no se conmovieron.
Los mercenarios se desesperaron. Estaban dispuestos a cambiar de bando de ser necesario para garantizar su vida y pretendieron hacérselo saber enviando a uno de los príncipes con la propuesta. Pero los Angras lo degollaron como a un extraño sin siquiera escucharlo, por ser vocero del enemigo. Algunos mercenarios decidieron entregarse y depusieron las armas abandonando el campamento, buscando piedad. Fueron masacrados apenas se acercaron a los esteños. El resto decidió atrincherarse reteniendo a los cautivos, dispuestos a esperar que los Valyuta fueran informados y enviaran refuerzos, reforzaron su posición para volverse inexpugnables, pero los Angras no se impresionaron. Incendiaron el campamento, junto con los rehenes y el grueso de los mercenarios. Los que escaparon de las llamas tuvieron peor suerte ya que cayeron en las manos de enemigos feroces, que despreciaban a quién vendía su espada. Así fue que la matanza parió el imperio más poderoso que la tierra hubiera atestiguado, sacrificando a una generación en el proceso.   Y tomando un valor más alto que el oro para honrar. El acero siempre sería más valioso que cualquier otro metal para ellos.
Masacrado el invasor, los Angras fueron tras la ciudad real de Skudnoi. Algunos escaparon en cuanto pudieron pero quién permaneció en la ciudad presenció su ruina y murió con ella. No quedó edificio en pie. Todo fue reducido a escombros. Montones de piedra que fueron la materia prima con la cual ensanchar el camino. Necesitaban una mejor vía para mover a su ejército. Toda la nación fue esclavizada en la mejora de la calzada que cruzaba varias leguas en la montaña. Hombres, mujeres, ancianos y niños fueron expuestos a duras jornadas de trabajo hasta caer rendidos y morir allí mismo donde eran forzados a trabajar. El rey de Skudnoi mismo murió en ese camino arrastrando una pesada piedra. En cuanto la labor estuvo terminada, los pocos que sobrevivieron fueron degollados en ese mismo lugar que ahora se conoce como el camino rojo, aunque la sangre ya se haya lavado. Nunca más se pronunció el nombre de ese reino, se lo prohibió y se lo renombró Ogolennos, la desolación. Tal como se lo conoce en nuestros días aunque ahora sólo sea un paraje abandonado. Al siguiente reino sólo le mostraron las suelas de sus botas enrojecidas y no tuvieron que pronunciar palabra.
Todo la región rindió la espada. Ya no hubo guerra en esas tierras bajo el estandarte de la dinastía Angras. A cada reino por el que cruzaba el ejército se unían las milicias locales rumbo a las distantes regiones de los reyes de la moneda. Había comenzado a marchar el imperio del este, estrenando el camino rojo. Y el estandarte de la casa Angras dejó de ser una espiga dorada sobre un fondo verde, característico de sus campos dorados de grano. Ahora era una espiga negra sobre un fondo rojo, era la hora de la siega, como bien atestiguaba la espiga de acero flotando en un mar de sangre.

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