lunes, 13 de agosto de 2018

Batallas hermanas cuarta parte



Marión reunió a los suyos para una breve charla. Los gestos eran adustos. Todos habían tenido roces con las tortugas y sabía que en cualquier momento estallaría el conflicto. Pero todos apoyarían a su líder si decidía avanzar por su cuenta. Habían ganado más gloria en una noche que en semanas de marcha. Ya estaban acostumbrados a moverse rápido y sorprender a sus enemigos en sus propias camas.

─mis hermanos, ya saben lo que nos toca, no he logrado un acuerdo con nuestros compañeros de Paño Morado. Ellos quieren esperar refuerzos...y ustedes ya saben lo que pienso de regalar tiempo, nuestras páginas se han escrito en la soledad del frente, hombro con hombro ganando terreno cuando los otros ejércitos descansan...─arengó mientras sus hombres lo vivaban. ─¡hemos hecho huir a los fantasmas! ¡Ahora toca batir a los sureños y terminar de abrir la puerta a la victoria! ¡que no nos sorprenda el alba sin tener las botas manchadas de la sangre enemiga!

Los vítores llegaron a oidos de Barcas que se hallaba en su tienda recién montada. Su segundo miraba por la abertura con atención.

─¿Piensa que tendrán éxito capitán?

─No van tras una posición fija. Están acostumbrados a tomar castillos cuidados por un puñado de guardias somnolientos. Pero los que sean que estén abajo les han salido al encuentro, así sean un par de escuadrones de soldados con alguna leva improvisada, siguen estando en posición y esperándolos. ─dijo Barcas acercándose a la entrada ─Tú ya sabes como es avanzar bajo una lluvia de flechas hostigándote, cuando te atacan desde posiciones altas mientras estás hundido en el fango...en esas situaciones una tortuga tiene más posibilidades que un zorro, sobre todo cuando el dueño de las gallinas te está esperando...─completó mientras sonreía con sus dientes manchados.

El segundo al mando entendió la visión de Barcas. Estaban acostumbrados a caminar sobre seguro para nunca tener que retroceder. Sin embargo si la fortuna le sonreía una vez más a los Zorros Negros sería un duro golpe para los suyos. Era impropio desear la muerte a tus propios compañeros de armas pero con los zorros nunca habría camaradería. Eran demasiado altivos y nunca se mezclaban con ellos. Eran una tropa de bajo rango acostumbrada a caminar sobre el fango. Pronto se sabría la verdad. La gloria para unos sería la verguenza para otros, pero para los zorros la verguenza vendría después de la muerte.

La noche sin luna dio marco a la marcha forzada de Marión, que se dio en relativo silencio. La mayoría de los suyos usaba pecheras de cuero endurecido y las corazas que portaban algunos era más delgada y rematada con cuero. Suficientemente liviana como para no perder velocidad de maniobra. Marión les mandó ponerse las capuchas de sus capas para que los yelmos con orejas puntiagudas típicos de ellos no brillaran.
Descendieron por el bosque evitando el camino y avanzaron en pequeños grupos siempre manteniendo contacto visual. Cuando ya estaban a cerca de donde se veía la claridad de las antorchas Marión mandó a la columna detenerse. Llamó a su guardia personal. Si debía tomar riesgos sería él quien los afrontara. Iría un poco más adelante a reconocer al enemigo reunido. Los que estaban detrás tenían la orden de guardar posición. Tenían prohibido correr en su rescate si caían en alguna trampa, el enemigo guardaría su vida por si tenía que negociar su rendición, eso decían las reglas de la guerra. Con las órdenes ya dadas, el líder de los zorros avanzó al abrigo de la noche. Iba tranquilo, todos conocían su papel. No se permitiría el desbande de las filas ya que en el orden estaba siempre la victoria. Había avanzado lo suficiente como para saber que el enemigo no era tan numeroso. Una súbita confianza lo embargó, como tantas otras veces, al sentir que nuevamente la fortuna le sonreía.
Pronto tuvieron que arrastrarse por la hierba para acercarse a la luz. Desde donde estaban se veía una larga fila de pequeñas barricadas que él conocía muy bien. Se montaban para dar refugio a los arqueros y la infantería liviana, él mismo las usaba para organizar sus cargas. detrás se divisaban siluetas y algunas corazas. Al fondo se adivinaban algunas lanzas, nada demasiado impresionante.

Una sombra se movía de una barricada a la otra dando órdenes. El plan era elaborado pero sería simple si los intérpretes se ceñían a su papel. Le puso la mano en el hombro a cada uno y les señaló el blanco. Vasijas de barro suspendidas entre las ramas de los árboles que tenían un lado pintado de blanco con cal y el opuesto de negro, además de una buena capa de grasa de cerdo que las hacía brillar a la luz de las antorchas. Carlos tenía todo planificado y saboreaba ese final que tanto le animaba. Se acercó al extremo de las barricadas y se encontró con Vallekano. Su cara era de preocupación. El incendiario le sonrió y solo le dijo...

─sólo tienes que acertar una mi amigo, no te preocupes.

Un búho ululó en la noche y todos se prepararon. Hasta Marión presintió que quizás eso fuera una señal y ordenó retroceder pero ya era tarde. Cuando el búho volvió a cantar todos escucharon las flechas silbar. Se escuchó en el bosque el sonido claro de la cerámica estallando y una lluvia fina empezó a caer sobre los zorros negros. Nadie alcanzó a ver de donde venía esa llovizna pero sabía a aceite, a sal y a grasa de cerdo entre otras cosas. Las capas negras empezaron a empaparse y a todos se les dibujó el miedo en el rostro, sobre todo cuando Carlos hizo su declaración solemne...

─Parte hacia la llama mi ofrenda, recíbela señor del fuego...rezó soltando suavemente la cuerda.

La flecha encendida describió un suave arco y viajó en búsqueda de su destino cayendo en medio de ellos. Al principio todos esperaron alguna orden pero empezaron a retroceder instintivamente. Marión, olvidando toda precaución corrió para alertarlos. Rompió el silencio dando un gritó que se oyó en todo el bosque...

─corran!...

La cara del mayor se iluminó de pronto. Un fogonazo cegador seguido de una oleada de calor intenso le dio de lleno en el rostro. Como una danza macabra de gigantescas antorchas la compañía de los Zorros negros imperiales ardió mientras todos corrían envueltos en llamas. Chocaban unos con otros encendiendo a los que todavía no ardían hasta que los gritos inundaron el bosque. Soldados de elite seleccionados cuidadosamente y preparados para el asalto desde su juventud fueron emboscados de la manera más infame, y el responsable de ello contemplaba la escena horrorizado. Marión siguió corriendo, quitándose la capa para intentar apagar a los que pudiera pero ya era tarde. Los pocos que aún respiraban sufrían en terrible agonía pidiendo que los mataran. El extremo cerca del río era donde un puñado de ellos había logrado desembarazarse de sus atuendos y pecheras, y fueron presa fácil de los arcos de la hermandad que ya avanzaba desde ambos flancos. Cuando las flechas se acabaron desenvainaron dispuestos a terminar con el sufrimiento de los que quedaban hasta encontrarse con Marión en el centro. Estaba junto a sus guardias tomando de las manos a un par de moribundos con lágrimas en los ojos. Los guardias rodearon a Marión con sus espadas en mano pero eran demasiado pocos para defenderlo.

─bajen las espadas y sálvense, todo esto es mi culpa ─dijo el mayor completamente derrotado.

─los Zorros Negros viven y mueren juntos ─contestó un guardia y se lanzó hacia los hermanos. Sharra le dio la razón a la última parte. Hiperión y Valkiria hicieron lo propio con otro par. Solo Alex y Brian pidieron que suelten las armas, la negativa fue inmediata y el resto corrió la misma suerte. Sólo Marión permanecía de pie esperando su final. Leo hizo un gesto para que se detuvieran.
Bajó la espada y se acercó al mayor que entendió que el que se acercaba era el líder.

─diga su última voluntad señor. ─fue todo lo que dijo Leo

─...¿ustedes son los fantasmas verdad?...son sólo un puñado, no se cómo lo lograron...espero que no olviden quemar a los de arriba...mi último deseo es morir como un soldado...¿hay alguien que haya servido y entienda lo que pido?

─Lo entendemos perfectamente.

Marión le dio la espalda a Leo y se arrodilló. se sacó el yelmo y descubrió su nuca mientras miraba a sus hombres consumidos por el fuego.

─no merecían morir así ─dijo y cerró los ojos. Ya no pudo decir más nada.










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