jueves, 2 de agosto de 2018

Kurz "afortunado", el guerrero florido



Dicen que no han conocido hombre con mejor fortuna que él, dicen que los dioses lo han bendecido  para que su pie nunca tropiece, dicen mucho los que no saben...
 En las dependencias de palacio hubo un niño al que todos amaban. Era de bello parecer y extraordinaria simpatía. Hasta el señor del castillo había posado su mirada benevolente sobre él y lo educó para que fuera parte de la corte. Su madre era dama de compañía de la condesa. Tan confidente era con su señora que esta le ayudó a esconder el embarazo y dar a luz al pequeño, en parte, por temor al escándalo y para no perder a su confidente de tantos años. Todo el asunto del embarazo y el detalle de que fuera de algún noble como se rumoreaba hizo que la señora eligiera una familia a quién atribuirle el vástago. La costurera real fue la elegida, quién nunca había podido tener hijos y aceptó encantada junto a su esposo. Ese niño amado por la pareja creció, entre el cariño de la pareja y los regalos de una señora amable que decía ser su madrina. Kurz no se imaginaba otra vida que la de vagar por los amplios salones malcriado por la servidumbre hasta que al caer la tarde partía triste, con su madre hacia su casa en el pueblo. Un día el muchacho escuchó una amarga discusión. Su madre y su madrina altercaban sobre el destino del muchacho. Comprendió rápidamente que su vida había sido un engaño. Su madrina quería tenerlo más cerca, viviendo en las dependencias de palacio, a lo que su madre le respondía que si se lo llevaba le contaría toda la verdad. Su posición e influencia con la condesa torció las cosas a favor de su madrina y sus padres un día dejaron de ser bienvenidos en palacio. Kurz, acostumbrado a los deleites de la realeza ahora se vio en la obligación de elegir, y cegado por la placentera vida escogió mudarse a palacio. Siempre respetó que su madre de crianza hubiera callado y no le contara eso que él ya sabía. Y su madrina no hizo preguntas creyendo que él lo sabía todo por ella.
 Un día vinieron a buscarle sus antiguos vecinos del pueblo para darle malas noticias de su madre. Corrió tras ellos con la certeza de que había cometido un error dejándoles de lado. Lo hubiera dado todo por cambiar su decisión en ese momento pero era tarde. Su madre había intentado ahorcarse y había fallado. Sólo había conseguido lastimar su cuello y ahora se hallaba postrada e inmovilizada para desesperación de su padre. La depresión de su esposa llevaba años y él finalmente se había entregado a la bebida. Y si tenía algún cariño por el muchacho, su padre ya lo había cambiado por un amargo resentimiento. Sólo esa vez la dejó verla y por breves instantes se pùdo acercar al lecho. La palabra "perdón" nuca salió tantas veces de una boca en el reino como ese día, pero no alcanzaba.
Se preguntó cuál es en la vida la verdadera suerte, si cuando tienes todo a tu alcance pierdes aquello que le daba sentido. El día que le llevó una rosa blanca del palacio se enteró que había fallecido, ese día estaba dispuesto a pasar sobre su padre como fuera para verla. Pero se había ido, a un lugar donde con toda su suerte no podía alcanzarla. Su padre, borracho, se rió de él...

—Ya no está, se ha marchado, se marchitó como lo hará esa flor que tienes en la mano idiota...

—nunca —contestó Kurz y se marchó.

 Esa noche bebió suficiente vino y tomó su daga ornamentada, se dibujó sobre la piel esa rosa, en el medio de su pecho. Temiendo que sanaran las heridas y se perdiera la flor cortó profundo, casi muriendo por ello. Hoy la rosa sigue ahí como muchos aseguran, la oculta bajo sus ropas y bajo una coraza que le dio su temprano mote. El guerrero florido. El que lleva una rosa pintada en la coraza. No hay noche en que no recuerde a su madre, sobre todo porque nunca volvió a palacio y salió a errar por el mundo viviendo de la espada. Y se dice que en alguna taberna, cuando gana juego tras juego de cartas se arremanga la camisa para mostrar que no hay truco, que no tiene cartas ocultas, que lo suyo es suerte, claro que sí, pero la peor suerte de todas...

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