lunes, 13 de agosto de 2018

Batallas hermanas, parte cinco, la larga noche





Leo se reunió con los aldeanos y les relató el resto del plan. Habían sido obedientes a las órdenes y se habían mantenido tras las barricadas simulando ser soldados. Los más diestros habían tomado el arco para darle a las vasijas. Carlos había tomado los recaudos necesarios. Por cada vasija había dos arqueros aunque en la mayoría de los casos habían acertado a la primera oportunidad. Luego de un par de actuaciones notables les restaba un último encargo.

─Sólo les pido que jueguen un rato más a la guerra, aquí les dejo las espadas de los caballeros, hagan todo el ruido que puedan ─los instruyó Leo mientras la hermandad lo esperaba reunida. Habia sido una noche de duro trabajo pero aún no habian vencido. Todavía tocaba enfrentar a la infantería pesada que acampaba en las alturas. Davan fue el primero en hablar...

─Si no lo han hecho todavía será por falta la luz, pero sepan que en la mañana comenzaran a construir un fuerte y a esperar refuerzos. Una vez que fortifiquen su posición  será casi imposible penetrarlos, es ahora hermanos que debemos abordarlos. Si empezaron todavía no han concluido y si no lo hicieron todavía es mejor.

Davan se mostraba ansioso para sorpresa de muchos, pero su premura estaba justificada. Tenían un par de horas hasta que despuntara el alba y su oportunidad se extinguiera. Ya tenían cinco hermanos llevando pertrechos a la cresta del gigante. El mirador natural desde donde se podía vigilar bien el campamento imperial. Hiperion y los suyos más Raluk irían por el bosque. Algunos soldados curiosos habían descendido unas yardas para espiar como iba la batalla y serían presa fácil. El resto empezaría el penoso ascenso por la ruta de las cabras para quedar por encima de la encrucijada. Posición inmejorable para un rápido ataque sorpresa.

─Debemos intentarlo. Lo único que no pueden hacer las tortugas es dormir con las corazas puestas. Han marchado por millas desde el fuerte del templo. Están agotados. Es la única noche en que se relajarán. Todavía escuchan la batalla en el valle...─dijo Crow con vehemencia. Los aldeanos estaban haciendo un buen trabajo, se oían gritos y espadas entrechocar por doquier. A la primera señal de silencio el campamento de Paño Morado sería puesto en alerta. Sólo descansaban cuando otros peleaban por ellos. El grupo de Hiperión ya estaba vestido como zorro negro...

─¿A quién le toca herida? ─preguntó el líder. Todos miraron a Raluk con su cara inmaculada pero esta acarició su daga...

─A mí nadie me toca la cara. ─dijo y disipó toda duda, no sería voluntaria.

Baraqz levantó la mano y dio un paso al frente. Wonder tomó su cuchillo y se acercó a él...

─Verás que guapo te dejo ─susurró mientras hacía cortes precisos sobre la ceja y en la frente. Pronto la sangre le cubría el rostro y parecía haber sido desollado vivo. Los demás pasaron la mano sobre el rostro del misionero y se mancharon las caras. Servía como iniciación, y también para ahorrarse los cortes. Raluk miró con asco la situación y se calzó el yelmo. No solía participar en ese tipo de ritos, ya los había superado en otros tiempos. Hiperión se calzó el yelmo de Marión y le quedó perfecto. Todos hicieron una reverencia entre risitas...

─Oh mi general...mande usted. ─dijo Carlos socarronamente pero la mirada torva de coraza roja rompió el clima de burlas.

─Vamos ─se limitó a decir y empezó a marchar como lo hacía el extinto líder de los Zorros Negros,  tratando de imitar su prestancia. Todavía debían pasar el puesto de guardia para entrar al campamento. La suerte estuvo de su lado ya que en el puesto estaban en su ronda habitual de apuestas esperando ver quién volvía herido. Las mayores sumas estuvieron del lado del Mayor de los Zorros a juzgar por los vítores que hubo cuando vieron a Hiperión subir la cuesta. Las tortugas habían saboreado el momento en que los zorros cayeran en desgracia. Muchas veces habían soportado el peso de un ataque durante días para que ellos tuvieran posibilidades de ataques furtivos durante la noche. Y fueron muchas las mañanas en que el pabellón del Zorro Negro ondeó sobre los enemigos sin dar reconocimiento al trabajo sucio de Paño Morado. La gloria siempre era para ellos.
El hecho de que se extendiera la batalla hablaba de que la resistencia en el valle era importante. Pero ver volver a Marión era la confirmación de la derrota. El sargento de guardia despachó enseguida a  uno de los suyos que salió raudo a contarle las novedades a su capitán. Nunca llegaría. Valkiria lo abatió con su arco apenas se perdió de vista.
El grupo de Hiperión se acercó despacio. Llevaban entre dos a Baraqz mientras Wonder y Raluk cerraban la marcha a prudente distancia. Los cuchillos arrojadizos de ambas eran la última opción si se desmadraba el asunto. La única ventaja de los mercenarios era que podían llevar las espadas en la mano mientras los demás observaban. Marión les pidió ayuda con una seña. Al principio ninguno se movió, luego el sargento hizo un gesto y dos tortugas bajaron sin mucho entusiasmo hacia ellos.

─Ahora comienza ─dijo por lo bajo Hiperión ─nadie puede llegar al campamento o estamos perdidos.

Marión rengueaba marcadamente pero no perdía la compostura, típico de los oficiales que siempre le tocaba interpretar. Casi no se sabía otro papel.

─Mayor...quiere que lo ayude ─dijo uno de los guardias que se acercaron.

─ayude a los otros. ─contestó con altivez, pero su acento lo delataba, por un momento el guardia lo miró fijo pero luego siguió bajando. Si lo hubiera mirado mejor hubiera visto que bajo su yelmo había alguien de cabello oscuro. Marión era rubio. Al menos manejaba con fluidez la lengua imperial así que podía acercarse más al puesto. La meta era estar a cinco pasos, espada en mano, la daga en la manga, una carrera corta, y nadie demasiado diestro para desenvainar rápidamente.
Apenas se acercó el dúo a ellos todos se pusieron en ronda para que no se viera demasiado. Dentro del círculo el herido apuñalaba a los voluntarios con sorprendente rapidez. Esto impresionó a la mayoría. A diferencia de Carlos, Baraqz parecía más diestro con los filos. La ronda se fue acercando, entre todos mantenían de pie a los guardias pero pronto deberían soltarlos. Sólo se moverían cuando Coraza Roja atacara y este se estaba demorando demasiado.

─Mayor ─dijo finalmente el sargento, ─ya fueron a dar aviso al capitán, ¿quedan más soldados abajo?

─Están cubriendo la retirada, pronto se unirán a nosotros, esto todavía no ha terminado soldado.

─A mi me parece bastante terminado...señor...─dijo y se oyeron algunas risas que pronto se apagaron. El mayor venía corriendo hacia ellos. La mayoría pensó que se había ofendido con el sargento pero este ya tenía otra idea, ese no era el mayor, faltaba su acento damirio y ahora era más alto que cuando bajó a la lucha. El sargento hizo rápido las cuentas. No tenía tiempo de desenvainar así que preparó el puño para su mejor golpe. Los demás todavía no atinaban a leer la situación y la armadura de Marión ya estaba a dos pasos. Vendría por él entendió el sargento, era el único que sabía dar órdenes rápidas. Los demás cayeron en cuenta del ataque cuando vieron al resto del grupo correr hacia ellos.
La espada de Hiperión se clavó profundo en el sargento pero tuvo que soportar un terrible puñetazo. El resto de la partida era pura confusión así que dio cuenta de otro antes de que se movieran. Luego cayó en cuenta de que el golpe le había dejado sentido, pero para ese momento los demás se habían abalanzado sobre el resto. Había contado seis pero restaban tres sentados en ronda jugando a las cartas, más uno que había ido a dar aviso al campamento. Diez soldados para un puesto de guardia era señal de que el capitán Barcas no era un tipo confiado. El mínimo eran cinco y él había doblado el número..
Wonder recibió otro puñetazo y cayó de espaldas de parte del más corpulento de ellos, también se desembarazó de Carlos con el revés de su mano aunque este lo había apuñalado dos veces, luego hechó a correr subiendo la cuesta. Raluk le lanzó sus cuchillos pero la armadura de un tortuga deja pocos resquicios así que se lanzó tras él. La diferencia de peso entre ambos era abismal pero ella se había criado manejando tipos más grandes que ella. Saltó hacia adelante y abrazó ambos pies mientras apartaba la cara para no ser pateada. El hombretón trastabilló y cayó pesadamente. Se pudo escuchar su nariz quebrarse por el impacto a pesar de su yelmo o a causa de el. Cuando quiso reincorporarse ya Raluk le había hecho un par de tajos estratégicos, el primero en el talón, el segundo en la rodilla, luego clavó su cuchillo en la ingle y saltó hacia atrás para verlo desangrarse. A pesar de lucir inestable pudo pararse pero vio que sus piernas temblaban y solo atinó a un...

─Perra!

─¿Cómo sabías? ─respondió Raluk arqueándole las cejas, pero él había vuelto a caer.

Los hermanos llegaron hasta ella pero ya no necesitaba ayuda. El hombre había partido hacia la llama como le gustaba decir a Carlos.

─Listo, hay que moverlo, dejen los cuerpos acomodados por si alguien más aparece. ─Ordenó Hiperión pero ellos ya estaban haciéndolo. El mercenario tuvo que sentarse un momento. Hacía rato que no le daban un puñetazo de esos.

Por el otro lado de la montaña la hermandad subía presurosa arañando las piedras por la ruta de las cabras. Desde Cresta del Gigante los hermanos con arco clavaban flechas en el suelo desechando los carcaj. Estaba provistos de la mezcla incendiaria de Carlos que había hecho suficiente como para incendiar los cinco reinos.
Todo funcionaría si el ataque por lo alto resultaba, aún quedaba una hora de oscuridad pero los que trepaban llegarían extenuados, necesitaban un milagro para no perder la sorpresa. El campamento de Tortuga de Hierro estaba callado, sólo un par de hogueras en sus extremos con algunos guardias, había una veintena de tiendas con el grueso de la soldadesca divididas en dos grupos con un claro en medio. La tienda del capitán no estaba marcada, era idéntica al resto, otra de las previsiones que tomaba Barcas.
Alex y Brian hicieron un reconocimiento y volvieron con caras poco felices.

─Pusieron guardias vigilando esta cima, están entre los dos grupos de tiendas, no tienen fuego ni parecen estar bebiendo. ese capitán parece haber leído nuestras mentes. ─sentenció Alex mientras Brian asentía.

La cara de Leo lo demostraba todo. No había tiempo para buscar otro lugar desde donde atacar, y no había manera de que no los vieran cuando destreparan la pared de granito.

─Podemos intentar incendiarlos ─dijo Chabanito pero Davan lo interrumpió...

─Miren las carpas con atención, están más oscuras de lo normal, las han mojado antes de que anochezca, ese Barcas duerme con un ojo abierto. Apuesto que llevaron agua dentro de las tiendas también...─advirtió el anciano misterioso.

─Nuestro principal problema es la guardia que vigila éstas alturas. hay que crear una distracción ─dijo Leo a personas que se las habían arreglado para mantener en penumbras a dos compañias de caballeros negros. Habían logrado la mayoría de lo que se habían propuesto pero este último acto se había vuelto complicado de interpretar. Parecían haberse acabado las ideas. Sólo media hora de oscuridad más y despuntaría el alba. El tiempo los empezaba a derrotar.

─Preparen rocas, lanzas, todo lo que puedan, la mayoría bajaremos como sea mientras ustedes se lo lanzan. Con suerte crearemos algo de confusión. Al menos quiero pelear con algunos magullados. Además...¿pero que?─dijo Leo pero se calló por un momento. Se escuchaban algunos gritos lejanos. algo de vibración en el suelo. Algo venía...

La guardia empezó a hablar en voz alta. No se entendía bien lo que decían pero comentaban algo entre risas. Desde Cresta del Gigante Valkiria hacía señas de cuernos hacia el resto de los hermanos. Lo único cierto es que el murmullo crecía y los guardias que vigilaban la cima donde ellos estaban se empezaron a mover hacia el frente del campamento.

─Es todo lo que necesitamos...¡bajemos ahora hermanos! ─gritó Leo. ─No se que pasa y no hay tiempo de averiguarlo.

Los guardias de la entrada veían a los aldeanos arrear ganado por la cuesta y reían entre ellos.

─Parece que no se han enterado del asunto de la guerra ─comentó uno

─ya estaba necesitando un poco de carne asada Ulnat, mira tú lo que es la hospitalidad por aquí ─contestó el compañero

Vacas mezcladas con algunos toros y hasta cabras venían en tropel. Los tortugas habían cerrado el camino con una empalizada improvisada por esa noche pero no había demasiado impedimento para los animales. La guardia decidió salir a parlamentar con los aldeanos, después de todo el puesto más adelante había decidido dejarlos pasar.

─Alto ¿quién vive? ─preguntó el sargento de guardia.

─Mi buen señor ─se presentó un aldeano ─sólo queremos pasar para salvar lo poco que nos queda mi señor, les dejaremos buena carne para que ustedes hagan banquete mi gran señor, ustedes ya han hecho una gran matanza abajo, sabemos que estaremos más seguro en el camino alto mi excelente señor...

─No soy ningún señor y no voy a dejar que tus malditas vacas destrocen el campamento, déjalas por allí y te aseguro que estarán bien.

─Pero mi buen señor...─intentó pero el sargento alzó la mano dando por terminado el asunto.

─¡maldito gordo miserable! ─dijo entre dientes el aldeano pero suficientemente alto como para que  el sargento oyera y reaccionara.

 ─¿Que has dicho campesino mugriento? ─masticó yendo a buscarlo entre las vacas en las que se había mezclado el vocero. El resto de la guardia se reía mientras su sargento se perdía entre el ganado.

─¡Ve a ayudarle idiota!...deja de reírte o nos castigaran ─dijo el más sensato.

Otro guardia se adentró en el ganado y ya no se lo vio más. El resto empezó a inquietarse. Los aldeanos miraban impasibles como en estado de trance y no sabían responder preguntas simples, señalaban hacia atrás como respuesta a todo Había pocas opciones posibles. O no entendían la lengua imperial. O eran idiotas. O estaban ganando tiempo. Y esto último tardaron en descubrirlo. Pero en cuanto los guardias abrieron la empalizada y desenvainaron, los aldeanos desaparecieron por arte de magia.
Las barricadas que habían usado en el claro fueron el piso improvisado que pusieron sobre los lomos de los animales. De pronto los aldeanos aún disfrazados de caballeros se lanzaron por sobre los animales y cayeron sobre los soldados imperiales. Podrían no tener la pericia pero eran numerosos. Ellos habían comenzado el ataque.
Valkiria que observaba desde Cresta del Gigante mandó a los suyos a montar sus arcos. Estaba enfurecida con los aldeanos, los iban a masacrar por jugar a ser guerreros. Había que hostigar el campamento en cuanto los tortugas salieran de sus tiendas o los atacantes improvisados no tendrían oportunidad. Leo y los suyos bajaban en sogas la pared de granito con temeridad, pero éstas no tenían el largo suficiente así que debían descender todo lo posible y volver a asegurarlas. El tiempo apremiaba, el horizonte lanzaba los primeros colores del día. Los guardias de los otros puestos hicieron una línea de escudos dando por perdidos a los de la entrada principal. Los aldeanos los habían superado en número e ímpetu y venían en loca carrera, pero no dejaban de portar armaduras livianas. Dentro del campamento ya se oían voces de alarma. Si había algún tipo de orden de batalla se había perdido.
La multitud de granjeros chocaron violentamente contra la línea de escudos y aún siendo más numerosos empezaron a caer diezmados ante la pericia guerrera de los curtidos soldades del este. Una voz se oyó entre los animales y ordenó la retirada. Era Oscar, demasiado identificado con ellos al provenir de una aldea destruida. Siempre viajaba a los poblados invitando jóvenes a unirse a la hermandad. Era el héroe más cercano que ellos tenían, casi sin formación militar se había ganado el respeto de los hermanos con sus proezas en el campo de batalla, este plan improvisado no podía ser de otro más que de él.

─¡Apártense ahora, vuelvan a la retaguardia! ─gritó Oscar mientras con un azote movía a los toros al frente, pronto logró lo que buscaba, los animales empezaron a correr hacia adelante y poco a cpoco comenzaba la estampida. La linea de escudos clavó sus lanzas contra el suelo para intentar contenerlos  pero no había resistencia posible. El ganado pasó sobre ellos y entró al campamento.

─¡Maldita sea! ─dijo Valkiria colgándose el arco. ─somos inútiles aquí...desenvainen hermanos, allí está el premio ─agregó señalando el campamento y emprendió la carrera seguido por Vallekano, Garlick y otros.

El ganado se encontró de frente con los tortugas saliendo de las tiendas. Vociferaban mientras se calzaban las corazas. Los animales, lejos de aminorar la marcha entraron en pánico y embistieron todo lo que se cruzaba en su paso. En el medio del campamento estaba un guerrero corpulento dando órdenes por doquier. Estaba reuniendo a los tortugas lejos de los animales que ya habían pasado el campamento y corrían por el sendero alto.

─Barcas ─dijo Davan a los otros mientras se sujetaba de la cuerda. ─tomemos tierra cuanto antes hermanos.

Aunque había perdido varios hombres aún mantenía un número considerable de caballeros. Estaba con sus armaduras incompletas pero portaban sus famosos escudos largos de placas, rematados con púas. Cuando cargaban con ellos era parecido a la estampida que acababan de sufrir. Barcas los había mandado formar en anillo, hombro con hombro en una fila concéntrica donde los primeros escudos protegían su frente y los últimos cubrían sus cabezas. la famosa tortuga de hierro hacía su presentación. Barcas y su segundo se movían dentro espiando por los resquicios. Todavía no sabían desde donde vendría el ataque pero se sentían rodeados.
Oscar le gritó algo mientras se mantenía a distancia con sus aldeanos guerreros. Valkiria desde el otro extremo del campamento había vuelto a disponer a los suyos con sus arcos pero no había blanco posible y se mantuvo oculta. No eran suficientes para cargar pero si darían cuenta de quién intentara escapar. Leo y el resto de la hermandad tocaron suelo finalmente. Pero ya no había sorpresa así que se dispersaron hasta rodear por completo a los tortugas mientras revisaban las tiendas. Encontraron algunos que se habían escondido. No hubo piedad para ellos.

─¡Capitán Barcas! ─gritó Leo mientras mantenía su escudo en alto y la espada apoyada sobre él. ─no tengo que decirle lo que ya sabe. No tiene oportunidad aquí más que la rendición, respetaremos su vida.

─Dime como terminó Marión de los zorros aldeano. Muéstramelo y podré creerte.

─Su caso fue distinto capitán, pidió la muerte del soldado. No era un hombre que pudiera sobrevivir a la verguenza.

─Que comprensivo fuiste con él sureño. Permiteme dudar de tu honorabilidad. ─contesto Barcas

─No soy sureño capitán, nací en el este como usted ─dijo Leo sorprendiendo a más de uno. ─pero la vida de la espada no siempre es tan recta como su filo.

─Pues acabaste liderando una banda de campesinos sureño, el camino de tu espada si que estuvo torcido.

─Mi realidad no es muy distinta a la suya capitán Barcas, yo se de donde reclutan ustedes su infantería. ¿Digame si tiene un gran apellido entre los suyos?

─Nah...los grandes apellidos los despachaste allí abajo sureño, aquí solo tenemos lo mejor de cada taberna, de cada muelle, de cada mercado...¿no es así?...

Los tortugas gritaron su sordo grito de guerra. Y ese grito sonó en las alturas, eran muchos todavía para la hermandad. Aunque los aldeanos habían engrosado sensiblemente sus filas y pertrechados como guerreros daban la sensación de ser un buen número. Pero si contabamos guerreros la cuenta se volcaba peligrosamente hacia el lado del enemigo.

─No puedo dejar que se quede capitán pero no evitaré que se marche, ha venido a las fauces del dragón y se va con sus armas y defensas, el Paño Morado mantiene su honor y podrá contar que sobrevivió donde los zorros negros cayeron. O podemos batirnos en este camino hasta que no quede nadie vivo y la gloria de haber terminado con los fantasmas será de Marión que lideraba esta expedición.

─Eres persuasivo sureño, pero tu problema es que ya no tienes más vacas para tirarnos encima. No se cuantos de aquí saben realmente pelear...

Una flecha aprovechó un resquicio y se coló en la formación. un tortuga cayó de bruces y su escudo hizo ruido metálico al caer al suelo. Valkiria volvió a montar su arco. El tiro había sido perfecto.

─No me subestime capitán, hemos peleado contra todo tipo de soldados del este, si llegamos a la puerta de su tienda desde todos los flancos es porque sabemos lo que hacemos. Mi oferta no durará mucho. Queremos ir a beber y comer un poco, esto de matar imperiales nos abre el apetito.

Los hermanos hicieron sonar sus dientes dando dentelladas, alimentando la fábula de que se comían a los vencidos. Esto molestaba mucho a los soldados imperiales. en el fondo les hacía recordar los cuentos de los Bóreos, el pueblo de los hielos que se comía a sus adversarios.
 Barcas consultó algo con su segundo y se escucharon murmullos. Los soldados parecían estar dando su opinión. Todo debate servía a las intenciones de la hermandad. Si había disenso había voluntades que se negaban a pelear. Y si no era unánime el esfuerzo la victoria se plagaba de sombras. Barcas estaba atrapado en su propio juego, como en el día anterior. No sabía a que se enfrentaba. Ni tenía posición fortificada. Estaba a descubierto bajo la mira de arqueros y guerreros que de alguna manera habían probado ser diestros en batalla. Sus hombres confiaban en su juicio. La mayoría le debía la vida de ocasiones anteriores pero notaba que vacilaban. Las fábulas que se contaba de la hermandad fantasma terminó haciendo mella en sus mentes simples. Eran buenos hombres...y el no era Marión para sacrificarlos estúpidamente.

─Armas, corazas y estandartes son nuestros sureño, te dejo este camino polvoriento y estas montañas de mierda, disfrútalas ─se limitó a decir Barcas y mandó desarmar la formación lentamente  ─que tus arqueros se muestren o no hay trato.

─Valkiria, saca a los tuyos y vuelve a la cresta.

Valkiria se asomó al camino e hizo un gesto a Leo, después silbó. Los hermanos y aldeanos que estaban con ella empezaron a retirarse colgándose sus arcos y recogiendo las flechas, ya no habría acción por ese día.

─Dime una cosa sureño...¿donde está el ejército de Lurzt? ustedes no tienen pinta de ser la guardia real...

─Calentándose en el castillo capitán...¿dónde más? ─le contestó Leo guiñándole un ojo, dejando a Barcas pensativo. Uno de los tortugas se acercó a ellos y se quitó el yelmo

─Supongo que ya no necesito esto ─dijo Javensen y le lanzó el casco a Barcas, ─tuvo suerte hoy capitán. ─le susurró al corpulento guerrero. Leo disimuló la sorpresa y palmeó al hermano que se retiró rapidamente esperando tener suerte en que los hermanos no lo ejecutaran

─¿Así que también tienes espías sureño? Permíteme sorprenderme.

─Nada mal para un puñado de aldeanos capitán, ¿no le parece? ─dijo y se fue, aún tenía que interrogar al recién llegado. Tenía muchas preguntas que hacerle.

Los hermanos ayudaron cargar las carretas y los tortugas emprendieron el retorno cansinamente. Ya era de mediodía cuando tomaron la curva del ciervo por el sendero alto y se perdieron de vista. Los aldeanos se abrazaron con los hermanos. Lo más difícil había sido recuperar el ganado. Javensen estaba custodiado pero no era tiempo de preguntas aún. Esa tarde habría fiesta en la taberna Trucha Dorada, se armarían los mesones como en las viejas épocas y por una noche olvidarían la guerra. Parabel cantaría canciones acompañado de algunas voces que el hidromiel animaba. Haru daría de comer a sus bebés que estarían decepcionados de no tener su ración de caballero. Davan se retiró a su mirador como siempre a examinar los hechos del día. El ya no participaba de fiestas. Se asomó al mirador en la montaña, esa noche cambiaba la luna y habría un hermoso paisaje plateado para contemplar...Barbeta lo esperaba con algo de vino y una ración de liebre asada.

─Todavía recuerdas mis gustos, ¿te golpearon mucho los imperiales?

─Nadie que venga de las mazmorras del templo oscuro vuelve a sentir caricias semejantes Davan, tu lo sabes mejor que nadie. A propósito de lo de hoy...¿no piensas que dejamos escapar a quienes volveremos a enfrentar?

Davan miraba en silencio el valle, meditando la respuesta.

─No son frecuentes las batallas que se ganan sin luchar, el imperio sigue sangrando en el sur, esa espina ya hizo llaga Barbeta. Y ahora los aldeanos nos siguen. Yo brindaría por eso y olvidaría el resto por un rato... ¿Ya preparaste todo para mi viaje?

─Está todo listo, el caballo donde me pediste con las alforjas cargadas...¿estás seguro de que irás solo?

─Es mejor así Barbeta, digamos que debo ir a visitar a un viejo amigo...

─Tú no tienes amigos Davan.

─Cierto, cierto, tengo aliados...y enemigos

─¿Y él sería? ─interrogó Barbeta.

─Eso me lo dirá el Alto Sacerdote ─contestó Davan, observando como caía la noche.



 










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