jueves, 2 de agosto de 2018

La mujer de la túnica roja




 La tarde caía sobre el valle que ese otoño se vistió como nunca de tonos rojizos, y quizás impregnada de ellos fue que llego ella. Antes de que se pierda el día.
 Llegó a caballo. Su túnica roja era visible a leguas de distancia, pero ella no venía ocultándose.    Parecía orgullosa de portar el color del fuego fundido junto a una larga cabellera rojiza. Se acercó a la guardia de la hermandad. El puesto distaba algunas yardas de la cueva que siempre se mantenía oculta a simple vista.

 ─Es cierto?...está aquí? ─preguntó sin siquiera presentarse.

─Quién éres? ─preguntó sin muchos rodeos Oscar mientras mantenía su mano en la empuñadura de la espada. Vallekano se mantenía a distancia con el arco montado a la espera de alguna señal de peligro.

─mi nombre no es importante, es cierto que el elegido está aquí?...solo quiero verlo.

Se la notaba decidida, pero los hermanos ignoraban a quién se refería. Oscar le hizo un gesto a su compañero y este subió a buscar consejo. No parecía ser una situación de amenaza sino más bien una petición, extraña pero petición en sí.

Vallekano le informó a Crow, que habló con Leo y fueron juntos a buscar a Hiperión. El único que podría ser llamado de esa manera era uno de sus hombres, y más que elegido lo veían como un aprendiz de sacerdote.
Carlos llegó con gesto sorprendido, y hasta quizás preocupado, sólo le repetía a Hiperión que no dejaría que lo lleven.

─Sólo es uno el que te busca, una más bien...─contestó Hiperión.

Baraqz que había visto el revuelo pronto se dirigió hacia el puesto de guardia sin siquiera esperar a nadie. Si alguien había encontrado a su hermano, también lo había encontrado a él.

Carlos, de mala gana fue acompañado a recibir a la visita, no hubo posibilidad de que la reunión se hiciera en el campamento, ese era el secreto que más importaba preservar. Además necesitaban ganar tiempo mientras la hermandad se esparcía por los miradores buscando tropas enemigas, un emisario no suele venir sólo.

─Silvia?...que háces aquí?... Baraqz se acercó a ella y todos se quedaron sorprendidos. Carlos empezaba a bajar la cuesta escoltado por Hiperión y Leo cuando ya la incógnita pasaba a segundo plano. Alguien los había seguido desde las lejanas tierras de Ognia. Y al parecer había venido sola.

─Lo encontraste...y no volviste...cómo pudiste?... Los ojos de Silvia se llenaron de lágrimas. Braqz endureció el gesto, pero no respondió, no le correspondía, su misión no había terminado así que no había nada que explicar.

─es mejor que hables con él, luego podrás hacerme todos los reclamos que desees...─contestó secamente.

Carlos se quedó sin palabras, no solo había abandonado su fe cuando se marchó de Ognia, había dejado atrás el amor de una mujer. 

─que estás haciendo aquí Silvia?...

─Es todo lo que se les puede ocurrir preguntar a los hombres por aquí? ─respondió irónica. ─llevo años buscando el rastro de un muchachito escapado de un viejo templo donde unas personas casi abandonan su fe por él.

─Sábes que no estaba hecho para esa vida, mi padre nunca quiso escucharme...─se defendió.

─Sólo se que un anciano murió de pena una tarde, sentado en la puerta del templo, arrepentido de perder al que siempre creyó su sucesor. 

Aunque intuía el desenlace, la revelación de Silvia lo golpeó muy dentro. Carlos intentó responder pero la imagen lo sobrepasó por un momento.

─puedo entender que quisieras buscar tu vida fuera de esas paredes, pero nunca me preguntaste, yo te hubiera acompañado...

─Arrastrarte a esto?...a una vida errante? vivir sólo por el día sin demasiados planes, esperando dejar la vida en la siguiente curva del camino asaltado por algún bandolero, o peor? 

─así que decidiste viajar ligero, no necesitabas lastre no?...pues no te encontré pudriéndote en el camino Carlos, te encontré aquí, con la hermandad fantasma...

Vallekano codeó a Oscar y le susurró...─es un buen nombre, deberíamos decirle a Leo... ─calla idiota, que no eramos la cofradía del dragón?

─Entré como novicia al templo por tí, me ordené por tí. Si no podía tenerte, al menos viviría sirviendo a la llama junto a tí como consuelo, pero tú...solo podías pensar en tí...

─Si estás aquí y no traes contigo a la guardia de Ognia quiere decir que siempre supiste que volveríamos a encontrarnos Silvia...

─tonterías, estoy aquí porque la mejor pista que encontré fue un campamento quemado con grasa de cerdo, aceite y sal. Sentí ese olor a muchas leguas...es el olor del altar los plenilunios...usaste el unguento sagrado para asar soldados? supongo que contaron como ofrenda.  

Baraqz se adelantó a todos y tomó a su hermano por la espalda con su daga firmemente apoyada en el cuello...todos desenvainaron pero Leo les hizo un gesto de que esperen. Si había decidido traicionarlos ya era tarde para intentar salvarlo...

─Ahora tienes ante tí la misma decisión que tuve yo...lo que decidas, lo haré, ya tengo quién me sirva de testigo y recupere mi nombre del fuego?...que díces Silvia...quieres su cabeza?...

Silvia se tomó un momento para contestar. Y eso alarmó a Carlos, realmente le estaba costando decidir. 

─tu nombre está a salvo si es lo que te importa ─contestó con un dejo de desprecio. Baraqz la miró confundido.

─no lo estará si no lo llevo a él de nuevo. 

─No tienes a quién presentarlo. Ya no hay sumo sacerdote.

─estás loca mujer! ─contestó con ira.

─quizás, pero ya no queda nada de lo que conociste por fe. Y eso fue gracias a tí.  

─aún vistes el rojo ceremonial Silvia, no pretendas engañarme.

─hubo que cambiarlo todo. Nadie se ofreció para suplantar a Carlos, nadie tenía visiones ni sueños, el único hermano fanático por las tradiciones erás tú y corriste trás de él...lo único que sabíamos era que  queríamos servir a la llama, así que...no más elegido, no más sacerdote supremo, ahora la llama está es cada casa de Ognia y cada cuál se encarga de sostener los ritos, ahora todos somos Baraqz...todos estamos buscando la guía por nuestra cuenta...

La cara de los hermanos del fuego estaba pálida, uno ya no tenía por qué escapar ni el otro por qué vivir, y toda su vida se había puesto de cabeza en una tarde de otoño cuando la dama de rojo hizo su aparición...
Baraqz soltó la daga y cayó de rodillas con la mirada perdida, Oscar se adelantó unos pasos para apresarlo pero Crow negó con la cabeza e hizo el gesto de que se aleje. La hermandad empezó a retroceder y reunirse. Eran convidados de piedra en el asunto. Carlos se sentó junto a su hermano tomándose la garganta. Silvia desmontó y llevó su caballo de las riendas...

─alguien puede decirme quién es el lider aquí?

─quién pregunta? ─contestó por costumbre Vallekano. Silvia hizo un gesto de fastidio. Leo le hizo un gesto de que se acerque y ella se dirigió hacia él. 

─por si quedan dudas me llamo Silvia y si hay lugar aquí pretendo quedarme, por lo que vi van a necesitar todas las espadas posibles...─dijo haciéndo una pausa...─debo aclarar que no vine sola...

Leo y los demás se pararon en seco y miraron a su alrededor, más de un hermano llevó la mano a la espada...

─calma señores, no es lo que piensan...─dijo y se llevó los dedos a la boca lanzando un silbido agudo y penetrante. De la espesura salió un guerrero, moreno por el sol y fornido...todos volvieron a mirarla pero ella se encongió de hombros...─el quiso venir.

El guerrero se acercó a ellos. Dos espadas curvas le cruzaban la espalda y la pechera de cuero endurecido llevaba el símbolo inconfundible de la tribu Visokaya, un sol negro. Hizo una reverencia y se dirigió ceremoniosamente.

─Mi nombre es Chaban, soy embajador de mi pueblo y traigo el saludo de las naciones del techo del mundo. Mi pueblo dice que lo que pasa en el llano no tarda en llegar a las alturas y quiere mostrar su apoyo. La guerra viene hacia aquí, y si continúa su camino pronto todos seremos esclavos...por eso vine. ─concluyó el hombretón y volvió a hacer una reverencia. Se notaba que el parlamento era ensayado y estaba un poco fuera de contexto ya que estaban en cercanías de la montaña todavía...

─Mi amigo, creo que piensas que somos el ejército del sur...esos están para allá ─dijo Leo, señalando hacia el valle donde el castillo se continuaba fortificándose con sus puertas cerradas a cal y canto...─nosotros somos simplemente los que no dimos la talla. ─remarcó Leo y todos sonrieron.

─vengo escuchando historias del ejército fantasma desde que me embarqué en este viaje...─dijo sorprendido Chaban.

Vallekano volvió a codear a Oscar...─te lo dije.

Leo abrió los brazos y se giró hacia los hermanos que hicieron un gesto con la cabeza.

─mucho gusto ─agregó Leo...y bienvenidos, nos sobran historias pero siempre faltan espadas, lamento si no podemos ofrecer muchas comodidades ─dijo mirando a Silvia, que para sorpresa de todos levantó su túnica y la echó detrás de los hombros. Debajo asomó una pechera de cuero y un sable corto con empuñadura de plata, la túnica era ahora una capa roja que le caía por la espalda...

─No te preocupes, ya llevo un tiempo en esto ─contestó Silvia y le guiñó el ojo a Leo.

La tarde ya había muerto cuando todos entraron al campamento para tomar refugio. En las montañas se empezó a escuchar un laúd sonar, era una melodía dulce con algo de melancolía. Contaban historias de el, decían que era un alma en pena que le tocaba a un lejano amor, a un hogar perdido, o que añoraba los años de paz. Quizás no fueran del todo cuentos, aunque la verdad era distinta. A la hermandad siempre le faltarían muchas cosas pero lo que le sobraría serían historias.



















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