domingo, 30 de septiembre de 2018

Oscar "matalobos" líder de la manada


Hasta los oráculos fallan al predecir quien será un buen líder. Eso ha pasado siempre. Los lideres tienden a creer que su descendencia será tan capaz como lo fueron ellos. Pero un líder no nace como tal. Ni se educa como tal. Un lider quizás no sabe que lo es hasta que le toca afrontar el viejo interrogante...¿que es lo mejor para los míos? y tiene una buena respuesta para ello.
Crecido en los bosques negros, esas imponentes masas verdes y húmedas en las faldas de los montes que forman el Espinazo. Allí creció un aldeano que en principio molía grano con su padre en un pequeño molino. Se llamaba Oscar y no era guerrero ni cazador. La guerra y la caza le eran ajenas. Hasta que en sus años cercanos a la hombría presenció como los lobos se llevaron a su pequeño hermano. Los rastreadores no podían dar con la manada de lobos grises que asolaban la zona y fueron muchos más niños las victimas. La aldea quedó sumida en el oprobio. Se consultó a los dioses de la montaña por las terribles pérdidas. Los lobos le habían arrebatado el futuro. Este muchacho llevó las riendas cuando los adultos no dieron la talla. Organizó a otros muchachos. La mayoría, mayores que él para dar caza a la manada que se había vuelto devoradora de hombres.
Sólo tenía la experiencia de poner trampas para las ratas que asaltaban su silo de granos, pero para él todo animal hambriento es descuidado ya que se desespera por obtener su presa.
Oscar estaba enfermo de venganza pero se ocupó de ocultarlo detrás de sus trampas y estrategias. Su padre intentó disuadirlo pero vio en su mirada un brillo desconocido. Había algo nuevo o que había permanecido oculto hasta entonces. Y aún con el dolor a cuestas de haber perdido a su hijo menor, no tuvo las fuerzas de oponerse a la locura de su primogénito. Oscar se internó en el bosque
y nadie volvió a verlo por semanas. Se había hecho confeccionar una lanza en secreto. El herrero de la aldea había perdido una hija por los lobos y no se negó a ayudarlo.
Volvió con la cabeza de un lobo gris joven al cabo de unos días y con crías de lobo que encomendó a su madre para que las criara. Le dijo a todos que ahora él le robaría el futuro a los lobos. Luego volvió al bosque para volver tiempo después con la cabeza de la hembra de la manada. La pareja del líder. Roció la orina de ella por la aldea y colgó su piel en el molino para atraer al líder que ahora también estaba enfurecido. La manada finalmente fue a la aldea una noche. Irrumpió en todas las cabañas y mató a los animales de granja que encontró pero no había ningún humano. Oscar había mandado que se escondan en el bosque hasta que el les indicara que regresaran. Finalmente la manada fue al molino donde Oscar los esperaba. Su lanza hirió a casi todos los integrantes pero no los mató. Quería que sufrieran como su gente lo había hecho. Sus compañeros estaba con arcos en los techos y dieron cuenta de la mayoría de los heridos hasta que solo el lobo principal quedó en pie. Oscar quebró su lanza y la tranformó en una pequeña asta con su filo y lo enfrentó. Aunque el lobo hundió sus dientes en el hombro de Oscar, este le rasgó el vientre y sus tripas se regaron por todo el molino. Aquella noche acabó la amenaza de la manada de lobos. Y su lanza se convirtió en una espada corta, merced a la habilidad del herrero que hizo el trabajo en ofrenda al sacrificio de Oscar por los suyos.
Pero ahora su gente le temía. El muchacho ya era hombre. Habían visto la ferocidad de aquel muchacho y la temeridad de sus actos. Había desollado al lobo y se había vestido con su piel en un acto casi salvaje. Y siguió haciéndolo, cazando en la montaña como si fuera el mayor de los animales. Con el tiempo y la amenaza del imperio siempre latente abandonó a los suyos y fue en busca de quienes combatían en las montañas. Los rebeldes que se ocultaban cerca del camino alto. Se despidió de los suyos pero pocos sintieron verdadera pena. Se había convertido en una especie de animal. Uno peor que los lobos que enfrentó. Todos recordaron los cuentos de los bóreos y su familiaridad con ese animal. Quizás era de otro pueblo, de otra sangre, de otra fuerza. Sin embargo algunos en el pueblo si recuerdan su hazaña y guardan su memoria con cariño y respeto. Porque solo hubo un matalobos, y fue además un gran defensor para ellos, el que supo lidiar con la amenaza que venía de las montañas. El verdadero líder de la manada.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Los venidos del Mutrakan



Cruzaron por un paso oculto tras el Diente de Fuego, un monte cercano al camino alto. Eran de una tribu extraña. Si no los hubiera visto Vallekano junto a Oscar, nadie creería que todavía quedaban algunos. Aunque los que quedaban eran de los guerreros más reputados para contratar. La guerra los había devorado hace tiempo. Ellos, en su loca devoción hacia ella se habían sacrificado en batallas imposibles de ganar contra el oeste. Montaban caballos con armadura y portaban arcos compuestos. Voyanas, los amos de los llanos meridios. Los que juraban por la espada ensangrentada. Los que vestían las caras de sus enemigos y bebían en sus cráneos. Llegaron un puñado de ellos. Eran tan buenos rastreadores como guerreros. Seguramente encomendados en la misión de ubicar el campamento de la hermandad. Pero no existe voyana que rehuse una buena batalla. Esta en su juramento ante la espada. La sangre que la adorna jamás debe secarse.
Dicen que no hay ejército que se precie que no cuente con uno de ellos. Se sospecha que están en las huestes del innombrable. Y algunos guardan los templos de la puerta de los dioses. Pero supieron ser una tribu numerosa. Nómades que pastoreaban grandes rebaños en los extensos llanos. Y guerreaban con quién estuviera a su altura. Así trabaron lucha con el antiguo pueblo del oeste. Ese del que solo quedaron grandes templos abandonados. Los tallados que adornan los muros de esas ciudades hablan de la gran guerra que sucedió antes de la llegada de los pueblos nuevos. Una que consumió al gran pueblo que gobernaba el oeste y adoraba al dios del fuego. No quedó nada de ellos pese a ser en extremo numeroso. Y todos culpan a esa tribu nómade al que la guerra consumió aunque hayan resultado vencedores. Los mismos que mantenían a raya a los bóreos en el norte. Muchos dicen que si ellos hubieran estado fuertes los tres pueblos nuevos no habrían conquistado esas tierras.
Apenas enterados en el campamento se decidió partir hacia el bosque y esperarlos allí. Había que proteger el hogar a todo costa. Sobre todo si se trataba de esta clase de enemigo. Ya no podía pensarse en ellos como un pueblo orgulloso sino como simples mercenarios. Aunque guardaran la tradición de sus ancestros. Oscar los describía como hombres a caballo con lanzas muy largas pero eran sus espadas unidas a un asta de importantes dimensiones. Solían ser creativos para usar sus armas y no era raro que usaran su espada de maneras distintas. Vallekano se asombraba de que sus arcos fueran tan pequeños pero eran ideales para disparar al galope. Eran arcos compuestos y sin embargo llegaban más lejos que los arcos rectos que todos solían utilizar.

─Pudieron ser los amos, pero eran esclavos de la guerra. Como ahora el imperio del este. Mi pueblo cantaba canciones sobre ellos. El pueblo de los caballos. Los que hacen vestidos de la piel de sus enemigos y beben en sus cráneos. ─recordó Leo

─Eran como los cuentos para que nos portaramos bien ─interrumpió Alex ─yo conocí uno en una feria itinerante. Apenas era un niño pero lo recuerdo bien, Estaba gordo y viejo pero vestía una camisa de piel, cosida con retazos de sus enemigos...y podías ver caras en ella. Era muy gracioso porque una se parecía a un tío mío ─dijo riendose mientras todos lo miraban extrañados. Era raro verlo reír y el motivo también los asombraba.

Crow volvió a poner a todos en alerta. Era raro que una partida fuera completamente de voyanas. Había que asegurarse de identificarlos bien para saber que estrategia utilizar con ellos, y por sobre todo, donde atacarlos.


martes, 25 de septiembre de 2018

Vallekano "montañés" la última flecha


Hubo un pastor de la montaña que hasta hoy es leyenda entre los suyos. El que salvó a su aldea, el que mató al dragón. El que se quedó atrás para que otros vivan. El que lo perdió todo al salvarlo.
Los pueblos de la montaña quedaron aislados cuando los titanes llegaron. Los intentos se concentraron en el llano. Se pensó que en las grandes aldeas, se pensó en defensas organizadas alrededor de ellos. Los montañeses quedaron fuera del reparto, librados a su suerte.
A los grandes llanos no les sirvió en nada esta estrategia. Los escuadrones formados ordenadamente y alineados en el campo de batalla fueron presa fácil. En las montañas se podía pensar en esconderse y rogar que las bestias no los huelan. No había mucho más.
Así pasó con la aldea de Nirhold, en pleno Espinazo del Dragón. Allí Vallekano era un pastor más, no era el mejor guerrero de los suyos ni el arquero más capaz. Solía ser lo justo y necesario para defender su rebaño. En ello era efectivo y no buscaba mucho más que mantener a sus animales seguros y a su familia alimentada. Hasta que un día el dragón apareció.
Lo primero que se escuchó fue el rugido y el batir de alas membranosas. Los que atacaban la montaña volaban. No había otra manera de llegar a esas aldeas. Esto era maravilloso porque no muchos llegaban a esas alturas, y terrible porque cuando aparecían no había donde escapar de ellos.
Ese día Vallekano había llevado muy alto sus cabras. Nunca se perdonó haberse alejado tanto, porque aunque corrió montaña abajo ya la bestia estaba sobre los suyos. Aún a la distancia vio morir a muchos. Vio la desesperada defensa de Malkana, el viejo guerrero que había encontrado en su aldea el descanso después de tanta guerra. El dragón lo envolvió con tanto fuego que quedó parado allí, cocido dentro de su armadura, pero de pie, con su espada en alto.
Vio madres atacar con palos a la bestia en una última defensa de sus hijos. Vio niños defender a sus madres con piedras, y vio lo inútil de todos estos esfuerzos. También contempló como muchos hombres escapaban a la montaña dejándolo todo atrás, aún a sus propias familias.
Pero Vallekano siguió corriendo y lanzando flechas como cuando intentaba ahuyentar un lobo. Gritaba y hacia gestos pero el dragón había decidido ignorarlo para concentrarse en sus presas. Podía ver su cabaña desde las alturas y aunque estaba un tanto más retirada, la bestia con sus llamas ya había consumido media aldea. Sin embargo una de las flechas dio en la cabeza de la bestia y aunque no llegó a traspasar su dura piel, terminó por atraerlo hacia él. Lo vió abrir sus alas y pegar un salto para desaparecer en el cielo. Ahora lo buscaría para quitarse la molestia y poder seguir con su faena. Pero Vallekano sabía desaparecer también y el dragón aún planeando a baja altura no podía encontrarlo. La escuchó volar en círculos y atacar la montaña con fuego pero a tientas. Tomó una flecha, tensó su arco y asomó apenas la nariz para ver a la bestia que se había posado en una saliente debajo de él. Podía parecer un tiro fácil pero no sabía donde apuntar para dañarlo. Recordó las palabras de Malkana que solía darle consejos ya que veía la pobre experiencia que tenía como arquero.

─Un lobo es vulnerable si le aciertas pero a un guerrero acorazado debes buscarle las rendijas. Busca siempre los lugares donde la armadura se une y lograrás herirlo. Si puedes verle la piel podrás herirlo...

Pero esto era un dragón de moradas escamas y justamente la piel era el problema. Pero intentaría ganar tiempo para los suyos. Intentó no pensar demasiado en ellos, era otro consejo de Malkana.

─Sáca a los tuyos de la batalla porque sino tu corazón se irá con ellos, y detrás de tu corazón irá tu mente. Eso solo hará que te maten...

En ese momento entendió por qué se lo decía. Estaba desesperado por ver señales de ellos y ya había abandonado la seguridad de la roca donde se escondía. El dragón seguía allí, expectante, casi ofreciéndose, invitando al ataque. Quizás porque era la única manera de encontrar a ese molesto agresor. No sabía lo que haría Menara, su esposa si llegaba un ataque. Él había cavado una foso en un extremo de la cabaña. Lo había revestido en piedra y había acondicionado su interior para resistir en caso de incendio. Para él era la mejor opción en caso de ataque. Esconderse allí con cubos de agua y un grueso tablón cubriéndolos. Su esposa no estaba tan segura. Prefería la seguridad de alguna cueva en las montañas. No sabía si podría escapar de aquel pequeño sótano si la cabaña se desplomaba sobre ellos. La discusión nunca había terminado en cuanto al tema.
El dragón volvió a elevarse, hastiado de la espera. Vallekano no esperó y siguió bajando por la ladera para intentar aventajarlo. Era seguro que volverían a encontrarse. Fue entonces cuando los vio. Menara y sus hijos trepando infructuosamente por las rocas detrás de su cabaña. Habían esperado a que el dragón se fuera e intentaban subir lo más rápido posible, pero aunque uno de sus hijos, Malek,  era con sólo seis años, un auténtico gato montés, el otro sólo tenía tres y su madre debía ayudarlo a trepar. Estaba aún a poca altura, y a demasiada distancia de las cuevas.
La sombra de unas alas desplegadas los oscureció por un momento y entendió que iría tras su familia. Muchos, contagiados por la determinación de Menara, la habían seguido y eran un grupo nutrido. Demasiada carnada para la bestia. Corrió cargando su arco para hacer un nuevo ataque. Aún la bestia no se había posado. Pero estaba cerca de los suyos. Escuchó el batir de sus alas y levantó la vista junto a su arco. Sólo vio una sombra negra pasar sobre su cabeza y soltó la flecha que se clavó en su ala firmemente ya que el dragón rugió molesto. Y empezó a girar en su planeo, volviendo hacia él. Cruzó una última mirada con Menara donde muchas cosas quedaron claras. La opción de ella, aunque riesgosa era má acertada. La aldea era ruinas y su cabaña ya estaba incendiándose. Igualmente corrió hacia ella con la bestia respirandole en la nuca. Derribó la puerta con el hombro y se lanzó al hueco que había cavado en un extremo. Apenas pudo tomar el tablón para cubrirse cuando una oleada de fuego lo invadió todo. Vallekano contuvo la respiración lo más que pudo. El aire se incendiaba velozmente así que puso la cara contra la tierra húmeda tratando de no sofocarse. Se abrazó a su arco y soportó otro ataque más de la bestia enfurecida, que ahora había derribado las paredes de la cabaña con un violento cabezazo buscando al osado. Era la segunda vez que aquel molesto ser lo atacaba sin consecuencias. El dragón quería devorarlo de una vez.
Bajo el tablón Vallekano hizo quizás la única petición que se recuerda a los dioses...

─dioses, jamás les pedí, ni lo volveré a hacer...solo guíen esta última flecha ─dijo y tensó su arco.

Las fauces de la criatura estaban abiertas de par en par. Al fín lo había encontrado,  ese pequeño hombre estaba parado frente a ella desafiante así que rugió y preparó su ardiente ataque. Vallekano se tomó un momento más. Las rosadas encías eran fascinantes, sus dientes , filosos y agudos, y a ambos lados de esas terribles fauces de encias rosadas asomaban dos sacos que se agitaban llenos de un líquido extraño.

─Si puedes verle la piel podrás herirlo...

Vallekano soltó la flecha, que viajó certera a su destino. Y volvió a lanzarse al foso.

El tablón no le dejó ver demasiado pero otra vez hubo fuego a su alrededor. Pero esta vez no sonó como una llamarada sino como algo que se rompe en un estruendo terrible y cegador. Oyó gemir y rugir a la bestia. Sintió el resto de la cabaña desplomarse a su alrededor. Y poco más pudo recordar.
Los aldeanos vieron la bola de fuego elevarse y la bestia agitarse sobre la cabaña. Menara pensó en lo peor y abrazó a sus hijos. Recordó esas última mirada con Vallekano, su esposo, y ese adiós antes de correr hacia su muerte. Luego siguieron por las montañas rumbo a las tierras muertas. A algún destino incierto. Ya no les quedaba nada detrás.

Muchos días después algunos regresaron. Sólo un puñado, a tratar de rescatar algunas pertenencias pero todo era cenizas. Sin embargo algunas cosas les llamaron la atención. En un extremo de la aldea estaba el cuerpo de un dragón a medio consumir. Y en el centro de lo que alguna vez había sido la aldea aún continuaba de pie Malkana dentro de su armadura con la espada en alto. Alguien había clavado una estaca contra su espalda y lo había sujetado para que se sostenga. También había colocado piedras alrededor a manera de altar. Ellos completaron la tarea y el altar del guerrero sigue en pie hasta el día de hoy. La aldea fue reconstruida a su alrededor y renombrada Konetsdra "muerte del dragón" en una historia que se cuenta acerca del joven pastor que con solo un arco venció a la bestia. Quedan pocos que sepan la historia real y ya se ha mezclado con leyenda pero muchos le deben la vida y honran también al guerrero que lo instruyó. Es común ver pequeños pastores llevando con orgullo un arco colgado de su hombro, mientras ven pastar a su rebaño.
Algunos conocen la aldea por el nuevo nombre pero los cuentos de la montaña también hablan de la gesta del arquero, del guerrero que no cae y la gente que venera en primavera a sus héroes, en el lugar donde todo confluyó en un mismo tiempo para forjar la leyenda. Allí luce imponente, en la plaza, el cráneo de la bestia.
Es la eterna advertencia hacia quién desafíe a ese pueblo. Si vuelve el peligro nadie dudará en alzarse en la defensa. Así da testimonio la cabeza del dragón que descansa allí, a los pies de un guerrero...
Con la espada en alto.  




   




sábado, 22 de septiembre de 2018

Un puñado de razones




Habian pasado tres días desde que aquel muchacho demacrado y extenuado había llegado a la taberna de la trucha dorada en busca de los mata bestias.
Al principio nadie le prestó demasiada atención. Podía ser un loco, un oportunista o un espía. La hermandad era demasiada valiosa y guardaban celosamente el secreto que reinaba en la comarca sobre ellos.
Fue cuando le llegaron las fiebres y cayó desvanecido en el medio de la taberna que empezaron a escuchar lo que decía...

─Él trajo el frío...nos está matando a todos...deben detenerlo...deben detenerlo...

El tabernero solía ser el hombre más escéptico que se podía encontrar. Pero entendía que quién deliraba por las fiebres no podía mentirles, podía hablar desde el miedo o la locura pero no podía intentar embaucarlos en ese estado.

─Ve a decirles lo que pasa ─le dijo a su ayudante. El muchacho salió corriendo en dirección al camino que llevaba a las montañas.

Cuando el muchacho por fin despertó ya estaba en la cueva con ellos. No se dieron el lujo de presentarse en la aldea. Lo mejor era moverlo rápido y que recupere la conciencia ya en un lugar que no pudiera identificar. La caverna donde tenían el campamento se internaba dentro de la montaña. Lejos de ser simple, el camino se convertía en un laberinto húmedo y oscuro. Ellos solo usaban la nave principal de la cueva. Pero para estas situaciones conocían caminos que llevaban muy abajo, y de los que era difícil regresar si no las conocías bien. Jenny se había ocupado de él y había recuperado las fuerzas. Al principio el miedo no dejaba que hable. Se encontraba en un lugar pálidamente iluminado rodeado de hombres con máscaras extrañas.

─¿Quién eres y de donde vienes?

─¿Para que estás buscando a los fantasmas?

El muchacho abría los ojos bien grandes. Más de una vez creyó que había muerto y se hallaba en alguna sala de tormentos del inframundo. Pensó que estaba maldito por él, por ese que había traído el frío. Jenny fue la que terminó con las actuaciones, se sentía estúpida por usar una máscara frente a un muchacho que apenas había podido librar su vida. En el primer momento en que quedó a solas con su paciente se la quitó para hablar con él.

─No soy un fantasma, deja de mirarme así y dime que es lo que te ocurrió...

─Ustedes dan miedo señora, pensé cosas horribles sobre este lugar.

─Puede ser que demos miedo, quizás sea necesario, pero si quieres que dejemos de asustarte será mejor que empieces a hablar. ─dijo con convicción la maga verde.

La historia del muchacho impresionó a Jenny, que no tuvo más remedio que volver a encerrar al muchacho allí mientras iba en busca de los principales. Todos estuvieron de acuerdo en encapucharlo y llevarlo a la cueva principal. Allí debería decir lo mismo que le había contado a Jenny. Si se equivocaba o cambiaba la historia sería prueba suficiente de que era un espía. Todavia estaba fresca la cacería de la gorgóna y como un anciano los había ido a buscar engañádolos para que fueran tras ella.

─Fue de un día para el otro. Amanecimos con un frío que calaba los huesos cuando ya estaba avanzada la primavera. Todo empezó a congelarse pero no había nieve, sin embargo el frío estaba en el aire. Podía sentirse. Después nos enteramos de que era por él...

─¿Quién es él? ─preguntó Leo que avizoraba una historia similar a la de la gorgóna.

─No sabemos como se llama. Sólo sabemos que no podemos acercarnos demasiado a su guarida porque ya hemos encontrado guerreros congelados allí.

─¿Pero es un hombre, un animal, un espíritu?

─Yo fui uno de los que logró verlo de lejos. Parece un animal, pero no uno que conozca. Tiene un pelaje espeso y grisáceo. Colmillos y dientes que parecen no caberle en el hocico. Camina como nosotros pero no es nada parecido. Es más grande que cualquiera de ustedes, diría que bastante más. Y si te ve te lanzará un aliento gélido y allí quedarás para siempre.

Las palabras del muchacho eran idénticas a las que le dijo a Jenny que afirmaba con la cabeza cada vez que el muchacho daba un detalle. Sin embargo se podía mentir perfectamente diciendo la verdad.
Los hermanos lo devolvieron a las entrañas de la montaña mientras decidían que hacer.

─Es lo mismo de la otra vez. Vienen aquí con sus cuentos y sus penas y terminamos luchando con un ejército de aldeanos transformados en bestias. ─comenzó a decir Espinal.

─En verdad aquella vez enfrentamos a un enemigo formidable, me gustan los desafíos, y mi mazo me apoya, yo iré ─dijo confiado Arlorg amasando el mango con dedos ansiosos.

─Nadie que no quiera ir será obligado a ello, pero es mi obligación preguntar por voluntarios. Todo lo que cruza el portal es enemigo si ataca nuestras tierras. Ya hemos visto que no está el poder en el tamaño. Hay que ver de que naturaleza es la amenaza. ─concluyó Leo expectante.

Parabel, Crow, Alex y Brian levantaron la mano sin dudar. Una bestia de ese calibre requería fuerza. No era una criatura hechicera pero si una que podía encantar a otros. Leo levantó la vista y miró a Carlos que no había dicho palabra. Si esa bestia era una que congelaba con el aliento, el fuego no debería resultarle agradable. Sin embargo no dijo palabra mientras esperaba que el elegido del fuego tomara la iniciativa. Finalmente Carlos levantó su mano con fastidio. Pocas cosas odiaba más que el frío intenso. Baraqz se levantó para tomar sus cosas. Carlos no iba a ningún lado sólo. Allí estaba siempre el guardian de su promesa.

─Crow, lleven lanzas y arcos. Necesitan distancia. Barbeta tu también vas, necesitamos que los guíes y utilices tu magia para que ellos puedan luchar con la criatura. Y también debemos aprender sobre ellos.

Barbeta se caló la capucha después de asentir. Ya conocía sus obligaciones allí. Nunca dudó en que sería parte de la expedición.
Pronto los hermanos estaban listos para partir. Partirían a caballo y pasarían por la taberna. Un poco de hidromiel se echaría en falta, con el frío como excusa. Cuando comenzaron a cabalgar se dieron cuenta de que les faltaba el juglar. La noche anterior había andado de juerga por las tabernas. Aunque lo despertaran no era el mejor de los apoyos así que siguieron camino.

─Seremos siete ─dijo Crow. No le pareció mal número. El muchacho iba en su montura dándole indicaciones. No podían contarlo como apoyo en su estado. Pero eran los mismos que aquella vez que fueran tras la gorgóna. Parecía ser el número de la suerte, algo que siempre repetía Xamu en el campamento.

Apenas rodearon la colina del diente empezaron a ver escarcha sobre las flores recién aparecidas sobre la hierba. Eso les marcó que estaban entrando en el territorio de la bestia. Allí despidieron al muchacho. Si permanecía en el frío moriría sin remedio.

─Bienvenidos al frío señores, ahora estamos en sus dominios ─dijo Barbeta con su habitual solemnidad. El medio mago tenía su propia misión encomendada por Davan. Necesitaba sangre de la bestia, pero para eso primero había que matarla. Pronto encontraron las primeras huellas y se notaba que la bestia se movía a voluntad. No se cuidaba ni temía. Eso era clave para las aspiraciones de la partida. Barbeta recorrió los senderos. Se agachaba y examinaba la senda. Les mostraba el tipo de rastro que debían buscar y la manera en que debían rastrearla. De hecho las señales estaban por todo  el suelo congelado pero parecían arañazos más que huellas. El terreno se había convertido en roca y no permitía mucho más. El medio mago insistía una y otra vez...

─Debemos cercarla fuera de su guarida o será imposible matarla. Su cueva o madriguera tendrá suficiente frío como para que nos congelemos en un suspiro. Debe ser a campo abierto.

El hidromiel fluía generosamente y hasta Barbeta lo necesito para completar su tarea. Carlos había traído una buena provisión de sus juguetes que ardían pero Barbeta estaba interesado en sus componentes, mas que nada.

─No puedo contarte mis secretos medio mago pero con este frío tan húmedo será todo un espectáculo. ─Le contestó mientras cargaba un cuero de vaca con liquido espeso.

Crow pronto vio que las marcas siempre cruzaban un claro y se superponían. Parecía un lugar que la criatura visitaba varias veces en el día. No estaba seguro de si cazaba en la zona o tenía la guarida cerca. Barbeta tampoco estaba seguro. Todos se prepararon y dejaron a Carlos con sus juguetes en un promontorio que se elevaba algunas varas a un lado del claro. Pidió que Arlorg se quedara con él en un gesto que todos creyeron de temor. Pero también dudaban. El incendiario siempre estaba tramando algo. El que no tenía consuelo era el bárbaro que quería enfrentar a la bestia en combate individual. Quizás por eso le delegaron la tarea de cuidar las trampas de Carlos junto a él para que no se hiciera matar estúpidamente.

Luego llegaron las horas esperando que algo sucediera. Con el frío calándoles los huesos la cosa se ponía incómoda. Todos habían tendido las capas sobre el helado suelo y se prepararon para la tensa espera. Espinal empezó a perder la paciencia y se arrastró a un pequeño bosque para intentar tener mejor vista. Estaba visto que esa criatura había olido peligro, quizás a ellos y se había guardado.
Cuando ya había avanzado un largo trecho en la oscuridad de la arboleda su mano se estiró para tocar metal. Se quedó estático. No podía ver que había delante de él. Por un momento se encomendó a los dioses, pero no pensaba irse sin pelear. Se puso de pie y se encontró con un guerrero, con la espada en la mano. Congelado. Estaba escondido como esperando algo. Y allí había quedado. Quizás sorprendido por la bestia. O después de mucha espera. En seguida le hizo señas al resto y se acercaron lentamente a su posición. La conclusión de todos es que ya habían venido a buscar a la bestia. Y no eran aldeanos cazadores. El congelado era un mercenario del este. Lo delataban sus insignias. Una pena, hubiera sido un buen aliado. Hacía poco que había muerto. Todavía el aguardiente de su cantimplora estaba bueno. No se desperdició.
Barbeta lo revisó y dio sus conclusiones.

─Este hombre viene persiguiendo a la criatura desde otra región. Murió porque aquí la criatura se refugió y el no tenía ropa de abrigo, pero aún tiene panes de ghina. Es grano del este que aquí no cultivamos y que no dura más que un par de meses. Alguien pagó para que él persiga y ahuyente a la criatura de sus tierras. Y aquí no es tan árido ni rocoso como el este. Aquí encontró bosques, lagos, aquí encontró refugio y el rastreador perdió su oportunidad.

Sacaron de sus alforjas algo de grano que no parecía ser para alimentarse. Eso le llamó la atención a Barbeta que entendió que quizás la bestia se alimentara con ellos. No perdían nada con intentar, quizás en un golpe de suerte hubieran conseguido finalmente carnada. Pronto el grano estuvo en el claro esperando por la criatura aunque tampoco vino. Sin embargo el frío empeoraba. 
Barbeta repartió unguentos para el cuerpo, para mantener el calor. Para las armaduras y escudos tenía otras cosas que olían horrible pero parecían proteger de los ataques de la criatura.

─Ahora la bestia nos huele a leguas. ─sentenció Espinal.

─La bestia ya está aquí, le temperatura ha bajado de golpe ─le contestó Crow

Fue Alex el que perdió finalmente la paciencia y tomó su escudo. Se encaminó al centro del claro dispuesto a desafiar a la bestia.No importó cuan congelado estuviera el suelo.  Lo clavó con fuerza y esperó. Sintió el frío recrudecer y le hizo un gesto a los demás. Sea quien sea, venía a la cita. Lo siguiente fue el suelo explotando y Alex volando por los aires. Algo emergió del suelo. Masivo, gigante, de pelaje denso y extremidades largas acabadas en garras que rugía su terrible aliento gélido.
El escudo salvó a Alex de morir congelado. El vaho helado y pestilente fue a dar contra el, mientras el hermano trataba de incorporarse. Era inusual ver volar una armadura pesada como la de él lo que demostraba el poder de la bestia. Las flechas y lanzas aparecieron en el cielo gris y la mayoría dio en el blanco pero la criatura se las quitó de encima con un par de zarpazos. Parecía que su piel era más gruesa de lo normal, lo cual tenía lógica pensando en las temperaturas que soportaba. Lo que parecía no soportar eran las ánforas ardientes de Carlos que dieron sobre ella apenas apareció. Estas parecían causarle más dolor que daño, ya que intentó huir del lugar pero los hermanos tenían cubiertas las vías de escape. Intentó volver bajo tierra pero Alex cargó contra ella con su espada en alto. La bestia no tuvo más remedio que enfrentarlos. Ahora debían cerrar el cerco de escudos y encaminarla al promontorio donde Carlos esperaba con quien sabe que tretas. Pero la bestia era fuerte y más de una vez sus zarpazos y rugidos hacian tambalear la linea. Sus tres varas de altura imponían presencia. Les llevaba más de una cabeza a todos y solo Arlorg rivalizaba con la amplitud de su musculatura. El combate se extendía en la mañana y no lograban herirla ni llevarla hacia donde ellos querían. Parecía entender que la llevaban a una trampa y presionaba para ganar el bosque apenas lograba hacer retroceder a los hermanos. Fue Brian el que decidió intentar algo distinto y se separó del grupo. Tomó carrera y le hizo una seña a Alex que entendió el juego. El hermano se lanzó a la carrera y la columna se agachó a último momento poniendo su escudo en la espalda. Ese fue el punto de apoyo para saltar sobre la linea de hermanos directo hacia la criatura. Proyectó el escudo hacia ella y esperó el impacto que resultó terrible por la violencia y porque la criatura no lo esperaba. Esta salió despedida hacia atrás sin poder contratacar. Estaba lo suficientemente cerca del promontorio como para que Carlos diera la señal y Arlorg tomara su mazo para golpear violentamente el cuero de vaca lleno de líquido, que salió disparado en un denso chorro hacia adelante. La bestia resultó empapada por el pero no pareció notarlo. Nada parecía haber pasado de momento, aunque unos vapores emanaban de su denso pelaje.
Crow le hizo un gesto a Carlos de interrogación pero este estaba esperando que algo sucediera y no le prestaba atención. Los hermanos volvieran a juntar escudos y esperaron sin acercarse demasiado. La criatura sacudió la cabeza al oler el preparado. Parecía no gustarle y volvió a darle motivos para querer escapar.

─¿Y ahora que? ─preguntó Baraqz, jadeante

─Ahora esperamos ─contestó Crow

La bestia volvió a preparar su rugido congelante para lanzarlo contra los hermanos, que se protegieron tras los escudos cuando abrió sus fauces. Allí fue cuando se convirtió en una bola de fuego. El preparado ardió apenas entró en contacto con ese aliento de hielo. El hombre de hielo ya no tuvo salvación. Los rugidos hicieron que los pájaros abandonaran los árboles en bandada. Y aún los hermanos, que habían batallado con la bestia toda la mañana no pudieron evitar estremecerse. Nuevamente una figura rompió la linea del horizonte al quedar suspendido en el aire. Arlorg había saltado hacia ella y su mazo impactó profundo en su cabeza en llamas apagando los gritos de dolor para siempre. La extenuante batalla había terminado.

Barbeta se acercó a la bestia, comprobó que estaba muerta y sacó un rollo de pergamino dispuesto a dibujar la anatomía, pero Crow lo detuvo. Hacía demasiado frío y no podían quedarse demasiado.

─Debo tomar nota de esto, hacer un registro, debemos aprender Crow...tú lo sabes

Crow estuvo de acuerdo asi que tomó su espada y decapitó a la bestia con un golpe certero. Tomó la cabeza y se la entregó al medio mago.

─Con esto será suficiente, volvamos ─dijo haciéndole una seña a los demás que ya habían empezado a juntar sus cosas. Todos querían salir de ese lugar tan frío y muerto y pronto estuvieron en camino. Barbeta fue el último en unirse a la partida. Se quedó revisando el cuerpo un rato más. Cuando llegó y se unió le recomendó a todos que no se relajaran. Que mandaran alguien a revisar el camino de regreso. Todos pensaron que era una exageración del medio mago, poco habituado a estas contiendas.

─Ustedes no entienden. Revisé a la bestia. Era hembra...y estaba encinta. Puede que haya un macho en la zona...además tenía marcas antiguas. Bajo el pelaje, como si la hubieran marcado adrede. Como si fuera una especie de ganado. Estas cosas no están cruzando por propia voluntad. Son mandadas por alguien...lo que más temo es que el hombre que encontramos no estuviera persiguiendo a la bestia, sino guiándola...

Todos se miraron. Crow le hizo un gesto a Espinal que se adelantó espada en mano. Miró a su alrededor. El bosque estaba helado y oscuro aunque sólo era media tarde. No le pareció sabio buscar nuevas confrontaciones. Había que salir de allí antes de la noche. La posibilidad de que esa bestia se reprodujera allí crispaba los nervios. Habían dejado los caballos cerca en una granja donde enviaron al muchacho a esperarlos. Allí sabrían que tan sincero había sido con ellos. Y de hecho lo encontraron allí esperándolos, lo que los alivió.

─Matamos a la bestia. ─Dijo Crow con simpleza. El muchacho los miró con incredulidad. Barbeta abrió el saco donde llevaba la cabeza y el pobre cayó de espaldas del susto. Todos rieron un rato, hasta el muchacho, al que tuvieron que ayudar a levantarse. Medio mago se acercó a él sacando algo de su túnica y se lo mostró.

─¿Conoces este símbolo muchacho? ─le preguntó, enseñando un trozo de pelaje de la bestia donde tenía una marca de fuego. El muchacho asintió con seriedad y señaló al oeste.

─Cerca de aquí hay un bosque. Esa marca junto con otras está grabada en los árboles. Pintadas en las rocas. También en la tierra. La tierra siempre está quemada. Los hombres de mi aldea creen que hay algún culto viviendo allí y prefieren no molestarlos. Muchas tribus vinieron de las tierras muertas y del este escapando del imperio.

Crow pensó por un rato y luego miró a los suyos. Todos se encogieron de hombros como si no les molestara. Ya estaban allí y todavía quedaba hidromiel. Tomaron los caballos y se encaminaron a ese bosque. Espinal se quedaría allí tratando de conseguir algo de comida en la aldea. Después de todo ya podían cazar con la bestia muerta. Los seis partieron ligeros con el muchacho por delante. Ahora usaba el caballo de Espinal para no retrasarlos. Podía parecer una locura que se arriesgaran así con la noche tan cerca pero pasaban cosas en el sur que habían ignorado demasiado tiempo. Era hora de saber a que estaban jugando en esos lugares.

─¿Que estamos haciendo? ─le preguntó Carlos a Crow

─Lo de siempre incendiario. Apostando mucho por demasiado poco. Si vuelves a preguntarme ya no sabré que decirte ─dijo suspirando ─ pero esto será siempre así. Seguiremos arriesgando todo, sin demasiado sentido. A veces nos alcanza con un puñado de razones.   



























lunes, 17 de septiembre de 2018

Arlorg "rompe escudos" el mazo de hierro





Los llanos meridios siempre había tenido la tradición de la lucha en el corral. Enfrentar a dos guerreros dentro de una empalizada circular. Fuera de ella la multitud se agolpaba para vivar a su crédito local, a su pariente o amigo, quizás un simple vecino que necesitaba algunas monedas antes del invierno. Allí fue que empezó a sonar su nombre. Y si escuchabas de alguien las suficientes veces era porque ganaba sus combates. La muchedumbre podía pedir por la vida del vencido. Sólo bastaba que lanzaran monedas en rescate y el ganador se haría dueño de ellas perdonándolo. Dicen que el rompe escudos nunca levantó una moneda del suelo. El no vencía para perdonar. Si entrabas a la empalizada con él era ganar o morir. 
Su mazo lo obligaba a usar ambas manos. Por eso despreciaba a los que usaban escudo. Y nunca terminaba un duelo sin antes partir el de su rival. Era una especie de ritual. 
Era ágil para su tamaño. Eso confundía mucho a sus oponentes. Lo creían lento y predecible, y él muchas veces los dejaba pensar así. Hasta que llegaba el momento en que mostraba sus dotes y apabullaba al rival con series de golpes largas y contundentes. Perdonó a pocos, quizás por no considerarlos dignos. Muchos entraban a pelear por hacerse un nombre, o al menos hacerse una cena. A veces simplemente eran pecados de juventud. Pero si encontraba alguien con una mínima posibilidad de vencerlo no le daría una segunda oportunidad. 
Como muchos acaba yéndose de los llanos cuando la invasión terminó con las prácticas de lucha habituales. No tenía con quien enfrentarse, quizás mucho antes de que el este llegara con sus tropas. Nadie entraba a la arena para arriesgarse a morir, aunque pagara bien. Todos buscaban escaramuzas menores con rivales de poca monta. Esos que buscaban más el espectáculo que otra cosa. El rumor de que se arreglaban las peleas era frecuente junto con la sospecha de que las monedas con las que se rescataba al vencido eran repartidas entre ambos contendientes. Nada de esto sucedía con Arlorg, y la gente respondía agolpándose para verlo luchar. No había dinero que libre a un oponente digno, y si era indigno, no se humillaba perdonando por algunas monedas, si no era rival lo dejaría magullado pero vivo mientras abandonaba la arena despreciando el duelo. Una vez dio cuenta del esclavo de un  
sinarca. Enviado con su maestro de armas desde el lejano Kamistán. Arlorg le ofreció el perdón si escapaba de sus cadenas. Si luchaba por su libertad él le permitiría vivir, pero el esclavo, acostumbrado a los lujos de la corte se mostró horrorizado y le dijo que no podía abandonar a su señor, que no conocía otra vida. Arlorg no entendió esa respuesta pero se apiadó del esclavo que renunciaba a luchar por su libertad. Si sólo conocía esa vida quizás era mejor que no conociera ninguna pensó el bárbaro y lo mató.
Llegó hasta el extremo sur en su búsqueda de contendientes para su mazo. En la puerta de los dioses supo que no se permitían armas en la ciudad. Sólo en los templos pero no aplicaba para ninguna fe así que se quedó en el portal de la mano desnuda esperando por otros que se negaran a entregar las armas. Pero pasaron días y la gente no ponía reparos en dejar las espadas allí. El no podía creerlo. Él nunca hubiera dejado su mazo en manos ajenas, ni por un momento. Fue allí que un embajador venido desde el mar lo encontró. O al menos eso le dijo Chaban cuando lo vio en la puerta. Le pagó generosamente para que le sirva de protección en su viaje hacia las montañas. El espinazo del dragón era una región de la que se contaban demasiadas historias. Ningún recaudo era demasiado en esa zona y el supuesto embajador no pensaba arrisgarse. En el camino le contó la historia de los fantasmas de la montaña. Su guerra con criaturas monstruosas y tropas imperiales, su permanente desafío contra fuerzas impensables. Aquello le dio a Arlorg una esperanza de por fín estar donde era su lugar. Su mundo. Acompañó al diplomático en base a esas promesas, y una abundante cantidad de oro. No sabía si sería recibido pero no le importó. Ël encontraría la manera, probaria su valía. Nadie podía ignorar la fuerza de sus brazos ni la efectividad de su mazo. Porque en realidad no era lo que llevaba en las manos su prueba. El mazo era él, el que yacía debajo de las pieles y la pechera de cuero endurecido. El que había sido invicto en todos los torneos. Y había recorrido a salvo todos los caminos. Llevara una espada o un hacha, una lanza o un madero. Nada cambiaría su naturaleza. El seguiría siendo siempre el mazo de hierro.


sábado, 15 de septiembre de 2018

Xamu "inquebrantable" caricia de guerra



Si le preguntas al rebelde de las montañas por su familia dirá que la encontrarás en sus amigos. Fue repudiado por su aldea por atentar contra el líder de su tribu. Intentó raptar a su prometida y al verse cercado y no pudiendo salirse con la suya en tan detestable crimen la terminó matando. Luego haría lo mismo con el jefe tribal. Los demás guerreros se presentaron ante la guardia del jefe que pronto organizó una partida para darle caza. Lo enfrentaron en desparejo duelo, luego de dar con él, ya que no había abandonado la aldea. En ese cruento enfrentamiento resultó malherido. Eran una docena en su contra pero logró vencer a la mayoría. Sin embargo sus heridas eran muchas y terminó cayendo en el fango del camino que lleva a las montañas. Llovía copiosamente esa noche. Todos lo dieron por muerto y dejaron el cuerpo allí para enterrarlo por la mañana. Lo habían herido con saña y se lo consideró ajusticiado. A la mañana siguiente no había cuerpo allí. De alguna manera, y según parece, con la ayuda de un mago verde sobrevivió. Se refugió en las montañas y allí formó una banda de forajidos, que pronto asoló los caminos conocidos. Dicen que se vengó de la guardia del jefe de la tribu, que escribió en sus cuerpos una historia distinta a la que ellos contaron, pero nadie confiaba en el rebelde.
No tardó en trenzarse en lucha con las patrullas del este que vigilaban las montañas. El imperio no tardó en ponerle precio a su cabeza, y este aumentó con el tiempo. Fue el bandolero más buscado de esa región. Y esto ponía una sonrisa en el altivo rostro de Xamu. Sus cicatrices se multiplicaron con el tiempo y el las llevaba con orgullo. Eran su más preciado trofeo. Señal de que no habían podido con él. Nunca lo habían quebrado. El permanecía siempre a pesar del enemigo que enfrentara y con el tiempo dejaron de desafiar sus dominios. Pronto trabó amistad con otros indeseables que moraban en el valle del dragón. Entre bandoleros se entendían al parecer y formó parte de la hermandad fantasma, aunque muchos descreen que en realidad existan. Sólo se sabe que deambula por la montaña y que su victima preferida son los soldados imperiales. Pocos se animan a desafiar el sendero alto para comerciar, prefieren el largo rodeo del camino a Yurzhani. La ruta de las montañas sigue abierta allí.
Nadie sabe como es, solo saben que lleva el cuerpo plagado de cicatrices. Y dicen que si encuentras a un hombre así en las montañas es que no debías estar allí. Y que debes alabar sus marcas ya que está orgulloso de ellas, ya que son testimonio de su vida. De hecho te dirá que no son cicatrices. Para él son caricias de guerra.


La sombra de esos días




─La situación ha ido más allá de lo tolerable. Necesitamos resultados...

─¿Necesitamos? ─remarcó con tono irónico Turbarión. ─Quizás les deba recordar que yo quería ir al sur primero. Necesitabamos recuperar la entrada a los valles y llegar al mar. Desde allí el oeste era vulnerable.

─No había barcos suficientes para los nuestros. Hubieramos perdido el impulso si dividíamos fuerzas.

─El mar nos daba la ventaja. Bloquear la bahía ardiente era suficiente para retener la ciudad. Podíamos ahogarlos entre el mar y la tierra.

─Fue decisión de los tres, no lo olvides.

─Recuérdame la última vez que tuviste una opinión distinta a Topor. No puedo imponer mi juicio si lucho contra el de él y su lacayo.

Palash apretó la mandibula y la mirada se le volvió hielo. Odiaba las insinuaciones de que obedecía en todo al general Topor. Los tres generales tenían el mismo rango y la misma cantidad de compañías a cargo. Pero lo cierto es que eran muy distintos en criterio y al necesitar consensuar la mayoría de las veces estaba del lado de él. Las razones eran claras. Turbarión era el más astuto y el menos confiable. Todos creían que algún día se alzaría para reclamar el imperio como propio. Pero Topor aún sostenía los viejos principios. La muerte de la moneda era su invención. Era el que había dado la orden de matar a los reyes Valyuta en Margón, cuando Turbarión simplemente prefería tenerlos cautivos. Sus razones eran simples, prefería lidiar con lo conocido que enfrentarse a enemigos nuevos. Para Topor en cambio, los enemigos nuevos eran siempre más débiles que los consolidados. Ambos tenían razón, y ambos estaban equivocados, pero para Palash, los errores de Topor eran subsanables. En cambio Turbarión tarde o temprano podía arrastrarlos a la derrota.

─Ustedes siguen desangrándose en el oeste y yo debo lidiar con los rebeldes del sur y los perros del norte. Claramente buscan mi fracaso.

─Eres un perro viejo Turbarión, no puedes con dos huesos, suelta el sur. Olvidate del mar y termina de una vez con los lobos. Entonces tendrás fuerzas suficiente para arrasar con lo que se te interponga.

─En el sur está la llave. La pitonisa fue hacia allí. Tenemos que dominar esas tierras antes de que alguna loca profecía llame a levantarse contra nosotros...¿y entonces que? tendremos el culo al viento justo cuando más lejos estamos de casa. Ningún ejército resiste dos frentes de guerra.

─Exageras como siempre. ¿Desde cuando eres tan devoto de las profecías Turbarión?

─Desde que la gente las cree Palash.

Turbarión tomó otro sorbo de vino. Se notaba que estaba bebiendo más que antes. Estaba frustrado y todo el mundo lo sabía. Era el mejor estratega y le faltaban recursos para completar sus campañas. Y como todo buen estratega, culpar a otros era parte de su genialidad.

─¿Cuanto va a pasar hasta que entiendas Palash? no tiene sentido seguir atados al viejo código. Ellos cuentan con eso, nada más fácil que motivar a las tropas enemigas diciéndoles que "no tomaremos prisioneros" "no queremos botín" "vienen por la tierra" prácticamente los obligamos a luchar .

─¿Niegas nuestras directivas sagradas y pretendes que te apoye?

─Los Valyuta están muertos. Ya nos hemos vengado. Ahora hay que buscar tratar con los que quedan...

─No vamos a olvidar las afrentas del pasado sólo porque no sea conveniente pelear. ¿Por qué crees que el este nos sigue a la batalla? ¿por amor a la causa o por miedo de los que les vamos a hacer si regresamos? ¿pretendes perder eso y empezar a negociar?

─Tomemos botín y paguemosle a los nuestros...oh cierto, no podemos, las sagradas directivas Palash...

─A veces suenas como el nuevo rey de la moneda Turbarión.

─Cuatro siglos de paz lograron ellos con un poco de oro Palash. Si quieres vencer a tu enemigo debes aprender a conocer lo bueno y lo malo que tengan. Hay cosas que simplemente debían seguir como estaban. La gente debe entender que necesita un nuevo orden primero. Y luego se lo das, y todos te aclaman como un libertador, pero si se lo impones, y no entienden que lo necesitan te vuelves lo que somos ahora...invasores.

─Has perdido el juicio, y suenas muy parecido a un traidor.

─Claro que soy un traidor si nos ceñimos a las reglas de Topor, el gran defensor de los valores Angras. Sólo él queda excento, pero claro que si tienes las ventajas de dictar las condiciones, sería raro que éstas no lo hicieran...

─El es el representante del consejo de ancianos. El es el guardián del código. Y el código mi viejo amigo, es todo lo que quedará de nosotros. Es nuestro legado.

─Tierra arrasada. Ese es el legado, vivímos a la sombra de esos días cuando nos derrotaron, parecemos no superar ese momento. Es una forma del miedo Palash...suerte en el oeste  ─contestó Turbarión dejando la copa en la mesa y levantándose intempestivamente.


Se dedicaron una última mirada y Turbarión abandonó la tienda del otro general supremo. No habría cambios y ambas campañas seguirían de mal en peor. Topor y Palash estaban empantanados allí hace meses. Cruzaron las llanuras centrales con las partidas del innombrable acosándolos día y noche. También los hombres y sus pequeños cultos, algunas de las criaturas del portal habían conseguido adeptos y defendían la tierra como poseídos. Y Todavía no lograban entrar a las tierras del oeste. Los esperaban ejércitos numerosos que habían minado las fronteras.
Turbarión no la pasaba mejor. Los bóreos parecían desaparecer de día y atacaban durante la noche. Al abrigo de la bruma. Siempre con la maldita bruma. Se llevaban a muchos y los torturaban, matándolos lentamente en lugares distantes, a los que no podían acceder. Era un suplicio escuchar los gritos, los pedidos de ayuda desesperados y no ver más allá de un palmo a tu alrededor. Aún para hombres de guerra experimentados era una dura prueba para el temple. Su única esperanza era que los trekeris finalmente les dijeran donde buscar. Pero los mejores rastreadores eran inservibles en ese terreno. Aún no daban con las madrigueras. Sabían que estaban bajo la tierra y dentro de las montañas. Nunca se los veía a simple vista. Hasta que era tarde. Ahora revisaba las minas de Thurgon buscando indicios. Las tribus que vivían allí los adoraban y jamás daban demasiada información. Todos repetían como lunáticos "volverán a correr libres", se había vuelto un lema para ellos. Si antes temían a los bóreos, ahora tenían puesta su fé en ellos. Los esteños empezaban a tomárselas con los prisioneros y oscurecían más la situación. Si alguien pensaba en ayudarlos antes, ahora simplemente los despreciaban.
Turbarión avanzó por el campamento. Los soldados lo miraban con recelo y temor. No había que ponerse en su camino cuando había bebido. Pronto abandonaría el campamento del general Palash y volvería al norte pero antes quizás le hiciera una visita al sacerdote Solot. Era hora de que la magia lo ayudara a terminar sus asuntos. Después de todo, seguían allí por su gracia y benevolencia. Topor los hubiera matado a todos después de conocer sus intrigas. Pero él no era como los demás generales. Si matas a todos pierdes la oportunidad de encontrar un aliado. Y no veía sentido en gobernar sobre una pila de muertos.

 

 

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Javensen "Iscario" la piel que habla




Dicen que un iscario nunca traiciona. Que su palabra es su vida y deshonrarla es morir. Él tuvo que romper ese código. Lo hizo por los suyos, por su rey, por su padre. No le importó el repudio. La condena de su gente cayó rapidamente sobre él. Lo desterraron y le negaron la fe. Era un paria pero había tomado una desición. Haría cualquier cosa por ellos. Allí pronunció palabras que muchos todavía recuerdan..."Aún sin dios, ni ley seguiré"...
Fue el príncipe rebelde de su pueblo. Jamás aceptó las obligaciones de su trono. El sólo quería la gloria. Surcar los mares para tomar las ciudades de sus vecinos. Vivir del botín y dar de beber a sus hachas. Pero su dominio de las planicies en las llanuras de los ríos. Esos caminos sinuosos de agua que lo llevaban al mar un día se cerraron para sus barcos. El imperio había descendido de las montañas escupiendo guerreros feroces sobre sus poblados. Y por más que las hachas bebieron hasta quedar ebrias, el vino de la muerte siguió fluyendo hasta consumir su resistencia.
Pero antes de eso Javensen tuvo una vida. Una tumultuosa y agitada. Escapó un día de su padre y fue a probar suerte en un drakkar siendo muchacho. Al principio todo fueron aventuras pero un día acabó naufragando en tierras extrañas, en costas del mar oscuro y fue apresado por piratas. Terminaron vendiéndolo como esclavo en el lejano puerto de Ur-Kamoi. En las tierras vecinas de Mediamar. Allí marcó por primera vez su piel, relatando estos últimos  sucesos de su vida. Quería que quedara testimonio de quién era por si no sobrevivía. Allí estaban las runas con su nombre y el de su pueblo. Había decidido escribir en su cuerpo todo aquello que fuera digno de recordarse. Lo verdadero y lo inevitable.
Pero el iscario tuvo suerte y pudo fugarse de allí. Consideró volver a su hogar pero en su cuerpo todavía había suficiente espacio para más experiencias, así que se internó en Mediamar para terminar enlistándose en la casa Grano Dorado, que estaba en guerra con los Rocanegra, los venidos desde Islas de Piedra. Participó en una de las batallas más cruenta que se recuerden y su bando resultó derrotado. A punto de ser ejecutado alguien leyó su cuerpo y comprendió su linaje. Fue enviado a la ciudad blanca de Madena para ser juzgado. Allí pasó una temporada en sus mazmorras. Mas marcas se añadieron a su cuerpo donde ahora escribiría la profecía sobre el pueblo de la espada. En los célebres nidos de rata conoció a un sabio que le enseñó sobre lo que vendría. Supo que un día su tierra sería sojuzgada por el pueblo de la espada. Conoció de las intrigas de la ciudad blanca y decidió escapar nuevamente. Cabalgó a Belligera para buscar el culto del lobo. La profecía decía que el pueblo de la espada le temería a los lobos y que estos le morderían el talón. Sólo encontró más guerra y leyendas que ya se habían perdido en la memoria.
Así que se lanzó de nuevo al mar y regresó a su tierra para ofrecer su brazo. Fue admitido como mercenario pues a los ojos de su pueblo seguía siendo un extraño. Nuevamente conocería la derrota. Ahora ante las tropas imperiales y vería la desesperación de su anciano padre. ¿Quién podía culparlo? quiso evitar la muerte y la esclavitud y accedió a firmar un tratado. El primero al que accedía su orgulloso pueblo. Pero el imperio no honra los tratos. Sólo era una treta para apresar al viejo líder. Y con él encadenado, el poderoso Iscar se llenó de dudas y aspirantes al trono. El principe menor se había marchado hace años y se había ganado el repudio.Y los mayores habían perecido en las distintas batallas que el este les presentó. Sólo un viejo rey encadenado mantenía unidas a las tribus de Iscar. El imperio los tenía a su merced.
Javensen se quedó en la derrota, minetras muchos huían, aunque todos continuaron recriminándole su escape y los largos años en que su figura no pesó en las decisiones. Ahora era tarde. Sus hermanos habían perecido y él era un extranjero. Su padre accedió a recibirlo pero no escuchó su consejo. No creyó en la profecía que decía que debían aliarse con otros pueblos. No podía tomar consejo de un extraño fueron sus palabras. Y eso decretó su ruina. No hubo posibilidad de victoria.
Ahora visitaría  las mazmorras del templo del Ocaso. El imperio no se arriesgó a mantener un heredero libre. Los magos serían quienes cumplirían su destino y llevarían la culpa de su muerte. Más marcas se añadieron a su piel. Sobre todo las de un nigromante que le marcó en los brazos las runas que le darían el poder del fuego. Le enseñó que estas eran tan poderosas como terribles y que usarlas mal lo llevaría a ser consumido. Javensen le creyó al nigromante y jamás quiso usarlas aunque supiera leerlas.
Llevaba una vida relatada en su piel. Como un viejo pergamino que relata los secretos que la mayoría calla. Así escaparía con la ayuda de otros para ir al este. A tratar de liberar a su padre. Llegaría a los campos de esclavos del imperio donde una mujer de túnica azul lo señaló con el dedo una vez y lo rescató para siempre. La pitonisa lo escogió para que la acompañe. Un honor que pocos  tenían en vida.  Decidió aferrarse al oficio de mercenario para ganar tiempo. Si tenía suerte la pitonisa le daría alguna visión que le ayudara a completar la tarea de rescatar a los suyos. Pero ella lo dejo en el sur. Sólo le dijo que su destino lo había llevado hasta allí. Que conocería a otros como él. Parias.Y compartiría el campo de batalla como antaño lo había compartido con los suyos. Aunque el general del este que lo reclutó como espía fue generoso en las promesas de oro para él, también fue pródigo en las amenazas que vertió si no regresaba a él con información. La muerte de todo su pueblo sería la pena. Javensen estaba atrapado. Hasta la muerte de la moneda llevaba escrita en su piel. Duros sería los días donde tuviera que elegir...condenar a los suyos o servir a los que los oprimían... Fuera cual fuera su decisión una nueva marca vendría a él. Otra más que diera palabras a esa piel que habla.

 

martes, 11 de septiembre de 2018

Leo "hermano mayor" águila del este




 Llegó del este siendo jóven. Nadie lo conocía, pero su espada hablaba mucho de su origen. La cabeza de águila adronaba su empuñadura. Era uno de los últimos hijos de la familia Hindrata, los más fieros enemigos de los Angras en el este, y los que soportaron las mayores pérdidas en la batalla. Eran enemigos de la conquista, creyendo que el este podía albergar a todos si se hacía un reparto más equitativo de las tierras. Pero los Angras no escucharon, porque su alma era la guerra. Y su familia fue la última que intentó convencerlos de lo contrario. Muchos guerreros del este vinieron por las montañas escapando de los Angras. Pero el era especial. Educado para la guerra como si de un arte se tratara tenía conocimiento en los tratados de estrategia. Interpretación de mapas y esgrima esteña. Se despidió de los suyos y les rogó que no se resistieran a ellos. El tiempo de la guerra para la casa Hindrata había terminado. Si los suyos eran obligados a enlistarse para los Angras les recordó buscar las unidades de la plebe. Donde la mayoría de los conquistados iba a parar. Allí, pacientemente y en silencio esperarían su momento. No pudieron detener al naciente imperio en las fronteras. Pero había muchas maneras de luchar, y si no eran espada, serían veneno para la bestia.
Los Angras lideraban, pero sus filas estaban formadas por conquistados. Gentes orgullosas llevadas a la fuerza por el látigo. Eso no lo podían remediar. Y los Angras dormían con ojo abierto. Esa era su condena. El hacha que pendía sobre sus cabezas.
Con esas credenciales llegó a Lurtz Leo, con la certeza de que la guerra había cambiado de forma, pero el contenido seguía siendo tan puro como antaño. Pronto se encontró engrosando las filas de la guardia real del atalaya. Y reclutando muchachos sureños para un día volver por su tierra. Pero ahora había que defender el portezuelo. Pronto ganó la confianza de unos de los capitanes más respetados de la guardia. El llamado Cavernario. Y cuando este partió a las montañas para formar una guardia del paso, y una fuerza que detuviera a los titanes no lo dudó. Era lo que necesitaba para estar cerca de las montañas. Allí asomaría su viejo conocido un día, y quería que su espada fuera la primera en recibirlo. Se rodeó de los mejores que encontró. Y también de los peores. Pero allí no había estrictos códigos de caballería. Allí había lazos. Y los encontró más poderosos que el deber. Y los abrazó como si de el se tratara.
Escogió a los suyos con cuidado. Y estuvo allí cuando el capitán fue llevado por los magos, quedando a cargo de la hermandad. Y mantuvo unido aquello que había aprendido a amar. Aquello que los demás habían abrazado como una esperanza. Y el enemigo como un temor cada vez más presente. El sur resistía porque Lurtz no caía, y no caía porque ellos guardaban el paso de las montañas. Y ellos guardaban el portezuelo porque alguna vez serían ellos los que irían hacia el este. No había imperio que soportase la derrota contínua. Los Angras no sabían digerirlas. No las habían conocido hasta que se toparon con los bóreos en el norte y los rebeldes en el sur. Las montañas se estrechaban para el imperio como un reloj de arena. Y marcaban que el tiempo de su derrota estaba próximo. Llegaría el día de las águilas cuando los Hindratas reclamen su lugar nuevamente. Leo estaba allí esperando, con su ejército de hermanos preparados para la matanza. porque eran hora de que las tierras recuperaran la paz, y que las águilas volvieran al nido.

Alex "columna" abrigo de acero



Se han bautizado a muchos guerreros de distintas formas. El campo de batalla suele ser una buena madre para ellos, ya que suele darles nombres que perduran. También está el origen, la destreza, las particularidades físicas. Pero solo uno fue llamado de forma tan particular. Pudo ser el escudo, el brazo, el azote pero el simplemente fue llamado "columna". Algo propio de una edificación, pero en su caso, tenía todo el sentido. Él estaba construyendo su mito.
En la batalla de Pico de la Arpía fue rodeado por imperiales y mercenarios que andaban a la caza de rebeldes del este. Alex pertenecía a una pequeña casa que decidió migrar al sur. El cuidaba de los suyos mientras las carretas con su gente avanzaba tortuosamente por los caminos de montaña. El avance era lento y ya les habían llegado noticias de que los estaban persiguiendo. Alex preguntó a su príncipe cuanto tiempo necesitaban para escapar.

─¿Acaso estás loco, nos superan en número cuatro a uno, y pretendes quedarte?

─Dime cuanto tiempo necesitas y lo tendrás. Pero saca a todo el mundo de aquí.

Alex trataba con familiaridad a su príncipe. El no tenía títulos de nobleza pero su espada era respetada por todos.

─Un día y creo que pasaremos la encrucijada, allí deberían separarse para buscarnos y no lo harán. Un día Alex, si puedes darle eso a los tuyos tendremos esperanza.

─Es tuyo, canten alguna canción en mi nombre ─dijo poniéndo una mano en su hombro y aclaró ─pero haganme más apuesto. Ahora vete...

Serían cincuenta almas contra las fuerzas de los Andras. Sabía que quienes estaban más cerca viajaban ligeros. Eran infantería liviana y mercenarios. Ellos portaban armaduras completas. Había maneras de sacar ventaja con eso, asi que se dispusieron en un pequeño llano plagado de rocas. Tomaron sus escudos pesados y los clavaron firmemente a la tierra. No se moverían de allí.
Llegaron pasada la tarde esperando encontrar a una muchedumbre indefensa pero sólo vieron a un pequeño grupo. Formado en cuña con sus escudos juntos en un llano salpicado de rocas.
La compañía que los había hallado era la de los famosos Zorros Negros. Traían mercenarios que se acercaron como cuervos a la matanza. Eran oro fácil, o al menos eso parecía.
Ese día Alex se ganó su nombre. Columna. Porque los zorros lanzaron a los mercenarios y uno de los guerreros salió de las protecciones con una espada y un estandarte. Los recibió como nadie esperaba. Uso diestramente la espada y el estandarte era en realidad una lanza. Sus compañeros salieron de los escudos y lo secundaron en la matanza. Fueron demasiado para soldados de la fortuna descuidados. Ahora vendrían los zorros, y serían una mayor prueba. Cuantro veces cargaron contra la línea de escudos y las lanzas y espadas parecían multiplicarse. Luego de cada ataque el guerrero del estandarte volvía a salir de su escudo y plantaba su insignia nuevamente. La noche los ayudó ya que los zorros se vieron obligados a esperar. Los mercenarios hubieran sido de utilidad en las sombras para intentar debilitar al adversario pero neciamente los habían mandado a cargar tempranamente.
Y así los encontró el día. El guerrero del estandarte los siguió invitando al campo de batalla y el capitán de los zorros se vio presionado por la inminente llegada del resto de las compañías. Si descubrían que una delgada linea de caballeros pesados los habían detenido por horas sería una afrenta para su honor. Y a pesar de que todo invitaba a la paciencia, el orgullo Angras estaba demasiado presente y decidieron cargar. Eran muchos más y estaban habituados a pelear con guerreros de porte a los que solían superar en base a la movilidad. Pero el terreno atentaba contra una carga limpia. El capitán pensó en su historial de victorias y decidió lanzarse a ciegas. Cosa que estaba vista como impropia de caballeros de elite. Y lo pagaron caro ya que Alex y los suyos habían minado el terreno. Las trampas que solían usar para cazar lobos y osos esta vez cazó zorros de gran porte. Los primeros caidos se conviertieron en un muro de cuerpos que el resto de la compañia inperial no podía sortear con facilidad. Los maestros de la movilidad se vieron apresados. Y poco se puede esperar de un zorro cuando está atrapado. Las lanzas volvieron rojas de venganza. Y los pocos que lograron salir de la trampa se retiraron en desbandada. Alex volvió a salir y vio que el enemigo se retiraba. Clavó su estandarte como el día anterior y reunió a los suyos. Tenían un momento de calma y emprendieron la marcha seguros de que nadie los perseguiría. Tenían que esperar en los caminos cercanos, por si alguna otra compañía intentaba probar suerte. Habían prometido un día y aún quedaban algunas horas de luz, pero nadie más vino por ellos.
Los zorros negros jamás revelaron lo que había pasado allí. La historia dice que fueron emboscados por fuerzas superiores y habían resistido retirándose ordenadamente a la espera de refuerzos. Dos días después nueve compañías pasaron por el lugar cautelosamente tratando de evitar una emboscada similar. Vieron los cadáveres esparcidos en el llano y decidieron echarle la culpa a los mercenarios por cargar tempranamente. El capitán de los zorros no aclaró ninguno de esos dichos.Alex tardó dos días en contrarse con los suyos. Sólo doce regresaron pero les haía regalado a su pueblo un día y medio de marcha y lograron escapar hacia el sur. La columna había sostenido la esperanza. Y las canciones hacia los cincuenta bravos no tardaron en sonar.
Por el llano de la matanza pasó tardíamente un general. Era uno de los tres principales, el llamado Turbarión. Contempló la escena y la fila de tumbas en el suelo donde reposaban más caballeros de los que había perdido en las tres batallas anteriores. En el suelo un estandarte del este yacía pisoteado. Reconoció el emblema. La torre de piedra se apreciaba aunque estaba manchado de sangre. Esa casa no tenía suficientes guerreros como para formar un compañía completa, pero decidió callar. Sabía de sobra que habían sido vencidos por un puñado de guerreros decididos, pero a la luz de las triunfos pasados no era conveniente dejar memoria de esa derrota. Sin embargo no olvidó ese encuentro. La conquista no sería un paseo, siempre se la había advertido a los otros generales, pero estaban ebrios de victorias como para verlo. Quedaban enemigos formidables por delante. Como el que había sostenido un estandarte allí. Que la madre forja lo librara de él era su más profundo deseo.




Bóreos, la tribu de la luna




Al amparo de la bruma ellos viven. Empujados por hombres que les temen. En todas las tierras han sido perseguidos. Hacia los hielos sin final para morir de hambre. Porque son los herederos de los hijos de la luna. La gran manada que espera al lobo blanco.
Ellos toman su fuerza de los fuertes y la vida de los vivos. Antes de salir a cazar matan un lobo a mano limpia, así comienzan sus cacerías donde la jerarquía lo es todo. Los altos rangos dirigen, el resto sigue. Los más comprometidos ya se han convertido en animales. Porque para un bóreo el hombre es un animal. El único que niega su naturaleza.
No es indigno comer y aparearse. Es la propia naturaleza que se expresa. La única ley que se respeta es siempre actuar en beneficio de la manada. Los más comprometidos ya han abandonado los hábitos del hombre y viven en madrigueras. Allí mantienen su territorio hasta que son convocados para la cacería. Allí se someteran a los líderes, generalmente un macho y una hembra que los conducen a otros territorios donde está el ganado humano. Allí tomarán su botín y regresaran. Arrebataran a los cachorros de hombre a los que criarán para consumo. Aunque algunos finalmente son escogidos para volverse parte de la manada. Solo ellos abandonarán los corrales.
La guerra como tal no existe para ellos. Ni buscan algo similar a la gloria. Ellos sobreviven y para ello deben cazar y proteger su territorio. Los hombres cubiertos de acero vienen cada tanto. Ellos los huelen. perciben su carne palpitante, su sudor y su miedo. Y los cazan con facilidad. Siempre con la ayuda de sus hermanos lobos, Entre ellos hay un lazo de hermandad profundo ya que crecen juntos todos juntos en las madrigueras. Sólo deben cuidar que no las encuentren. El hombre cubierto de acero es artero y utiliza el fuego para destruir sus hogares y sus crías. Ya no deben invadir las planicies para encontrarlos. Ellos vienen hacia ellos. Y si les permiten avanzar pronto encontraran la cueva sagrada donde el barco de la primera manada encalló hace muchas vidas. Eso no pueden permitirlo. Allí se guardan los secretos de la manada. Los que permiten al hombre dar el paso hacia la animalidad completa. Los líderes de la manada están llamados a guardar esta sabiduría e impedir que los que niegan su naturaleza lleguen a ella. Para eso existen los guardianes de la manada. Ellos volvieron a vestirse de hombres. Usan acero y blanden espadas. Parecen ser ellos pero no lo son. Son animales vestidos de hombres. Y avanzan por sus tierras buscando el momento de atacar. Viven entre los hombres tomando información y aprendiendo todas las tretas de los hombres cubiertos de acero. Porque alguna vez el balance será restaurado. La manada volverá a cruzar la estepa en libertad. Ningún hombre que niegue su esencia quedará con vida. Han olvidado el camino de regreso a la naturaleza. Cada hombre deberá decidir. Será parte o alimento. Y de esa manera la tierra se abrirá generosa y volverá a dar abrigo a la manada, que por fin podrá correr...libre.

Brian "guardian" defiende como león




 Todo niño en el sur tiene un sueño recurrente. Desde que empiezan a empuñar espadas de madera quieren llegar a blandir una de acero. Y si lo logran, querrán ser los caballeros más reconocidos de la región sirviendo como guardia real en alguna de las ciudades costeras, pero si realmente eres osado y lográs demostrar que eres realmente capaz, intentarás probar suerte en el atalaya de valle Dragón.
Lurtz era a simple vista la más exigente prueba para un aspirante a soldado. Era quienes luchaban desde su fundación contra las invasiones bárbaras. Contra las hordas de bóreos, con las bandas de forajidos y mercenarios, y por supuesto, luego de la transgresión de los magos, con los terribles titanes.
Hasta allí llegó Brian como aspìrante en su adolescencia. Dueño de un gran porte y con la armadura que le forjó su padre. Herrero de una aldea de la costa. Se presentó en los torneos que se disputaban anualmente en la fiesta de la cosecha. Allí se podía probar con el arco, la lanza y por supuesto, la espada. Y no desentonó. Ganó en lanza y llegó a las finales de espada con chances de llevarse el trofeo. Frente a él otro aspirante, y quien sería luego su amigo de la vida Alex. Justaron por más de una hora pero ambos, a pesar del cansancio no se rendían y seguían intentando imponerse.
Como reconocimiento un joven capitán fue elegido para enfrentar a ambos. Ahora los contendientes debían vencer a ese capitán de nombre Leo, guardia real apenas confirmado hace unos días.
Ambos se miraron y se entendieron con la mirada. Decidieron turnarse para atacar. Sin embargo no contaban con la pericia de su oponente, que a dos espadas era diestro y de gran resistencia. A pesar de su entusiasmo los dos estaban agotados y finalmente Leo venció a ambos simplemente con una guardia conservadora y los ataques medidos. Ambos terminaron exhaustos y con los brazos apenas sosteniendo sus filos. Allí el joven capitán aprovechó para desarmarlos con sendas estocadas a las muñecas. A pesar de las protecciones no pudieron resistir esos certeros golpes y sus espadas cayeron de sus manos. Aunque fueron vencidos se les dio por ganada la justa y ambos subieron a la tarima como vencedores. Habían luchado por horas y aún así no pudieron sacarse ventaja.
El joven capitán les propuso sumarse como escuderos, bajo su mando y pronto cabalgaron junto a él para controlar la frontera. Brian pudo hacer una última visita a su padre antes de enrolarse definitivamente. Le dejó su espada, la que había pertenecido a la familia desde que su abuelo la había forjado hace años. Le dijo que se la guardara. Algún día vendría por ella. Su padre recibió la espada de un soldado de Lurtz, su hijo, que vino enfundado en la armadura real. Con su porte galante y sus emblemas relucientes. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su muchacho había entrenado día y noche para cumplir su sueño y él tuvo suficiente vida para verlo realizado. Su padre tuvo un último gesto hacia su hijo y le regaló una moldura para su nueva coraza. Un escudo en relieve con una cabeza de león. Su padre se encargó de montarlo en medio de su pecho. Ahora estaba completo. Besó a su padre en la frente. Algo raro en él ya que no era demostrativo. Su padre hizo más que mntar una insignia en el pecho. Le marcó unas simples palabras en el alma.

─Defiende como león hijo, siempre...

Brian regresó a Lurtz con la certeza de que sería la última vez que vería a su anciano padre. Y tuvo tiempo de llorarlo durante el camino, ya que para cuando llegó a su último destino esas lágrimas ya se habían secado. Todos admiraron el adorno y preguntaron por su significado. Brian lo tenía claro, era el simbolo de su casa y desde entonces, su lema. "defiende como león". Y estaba listo para demostrarlo.


lunes, 10 de septiembre de 2018

Las cosas que quedaron en el fuego




Después de muchas lunas y de que tuvieran a las tropas imperiales casi en las puertas del campamento, decidieron pasar algunas noches a la intemperie para evitar que los sorprendieran nuevamente. El rumor de que se escondían en lo profundo del bosque todavía se corría entre las filas del este. Había llegado el momento de alimentar esa historia para alejar a los rastreadores de la montaña donde tenían su hogar. Dejarían pistas y señales que condujeran a los rastreadores al bosque. Debía haber señal de actividad. Hogueras, restos de comida, esas cosas que hacen los ejércitos que marchan.
Todavía estaba fresca la victoria ante los trekeris. Hoy se pudrían en el sendero alto. Pero llegaron cerca, y eso era señal de que el cerco se estrechaba sobre ellos. Había que alejarlos del campamento. Y nada mejor que llevarlos a lo profundo del bosque donde las leyendas se hacían más oscuras de la mano de las habladurías. Era hora de asustarlos de manera que creyeran que eran algo más que rebeldes. Y para eso debían convencerlos de que eran ánimas del bosque. Espectros de la montaña que habían descendido a castigar a los invasores.
Los hermanos fueron llegando de a uno. Se les habían asignado rutas distintas y que vigilen senderos para evitar espías, o que alguien los siguiera. Esa noche no habría invitados. Era noche para ellos. Para rememorar triunfos y llorar las pérdidas. La hoguera invitaba al relato y casi siempre se luchaba por impresionar al resto con las sagas personales y las ajenas.
Pero no había nadie junto al fuego que no tuviera algo que contar mientras la hidromiel viajaba de garganta en garganta. Algunos se ponían solemnes, otros alejaban la tristeza lo más posible. El juglar jugaba con un par de notas tratando de ensarzarlas en una huidiza melodía.


─Recuerdo que fue en el invierno de la luna negra. Sentimos aullidos una noche en la aldea. Los lobos no bajaban nunca de las montañas pero ese año hubo mucha nevada y los días eran siemrpe grises. Salimos de nuestras cabañas a proteger los rebaños. No podíamos darnos el lujo de perder nuestras ovejas. ─recordó con algo de pesar Oscar. ─No tardamos en darnos cuenta que no eran lobos normales. Eran como hombres imitándolos. Jamás había oído hablar de esa tribu ¿cómo les dicen ustedes a los hombres de la luna?

─Bóreos ─dijo secamente Arlorg.

─Nunca había visto hombres como esos ─siguió contando Oscar. ─sólo con la luz del día pudimos asegurarnos que no eran animales. Como especies de monstruos de lobos y hombres. No se realmente que decir, se llevaron nuestros niños, al menos media docena. Los perseguimos desesperados por el bosque pero dejaron atrás a sus lobos que se nos echaron encima, matamos a varios pero...no pudimos alcanzarlos.

─Así cazan. Se los llevan para lo peor...─agregó Arlorg. ─yo los enfrenté en batalla cuando probé suerte en las tierras muertas. Fuimos lejos, de caza. Era un invierno duro y no teníamos demasiado alimento. Recuerdo la sensación que me causaron. Sientes que no luchas con un hombre. aunque parezcan uno, todavía guardo marcas de sus dientes ─agregó mirandose el antebrazo...

El bárbaro tomó un largo trago de hidromiel y solo se quedó mirando el fuego, pensando en quien sabe que horrores. Los demás se tomaron su tiempo para pensar que decir. Barbeta siguió el hilo.

─Cuando escapé a las tierras muertas, estuve muchos días perdido en las llanuras. Allí pude ver una partida del innombrable luchando contra imperiales. Nunca vi tanta ferocidad en un guerrero como cuando contemplé esa escena. Los masacraron de una manera bestial. Ya los habían cercado. Se estaban rindiendo y los torturaon sin piedad. Por horas. Vi como les quemaban los pies hasta dejar solo huesos. La guerra es terrible pero eso era otra cosa. Tuve que dar todo un rodeo para evitarlos, pero estaban tan absortos en los tormentos que no repararon en mi. Creo que en realidad lo estaban disfrutando.

Ahora era el medio mago quien tomaba un largo sorbo de bebida tratando de alejar esos recuerdos.
Todos le daban a cada relato una cuota de silencio en señal de respeto. Espinal empezó a sonreir mientras el cuenco se iba vaciando de bebida cuando tomaba valor.

─Ninguno de ustedes pudo más que imaginar lo ocurrido, o ver sufrir a extraños...pero yo, yo vi arder a mi familia a manos de los malnacidos del este. Mi madre alzando su mano ardiendo en un intento de que permanezca escondido. Pude ver cada segundo de su sufrimiento. Hasta que las llamas se la llevaron.

Espinal apuró el trago y levantó la copa vacia en un brindis irónico.

─Me quedé escondido mamá, quería que lo supieras...

Otro intervalo de silencio. en el cual los cuencos fueron llenados nuevamente. Espinal miró por un rato a Carlos buscando algún resabio de su adoración al fuego pero el elegido respetó el dolor del mercenario. No buscaba confrontar ni justificar crueldades ajenas. Esa no fue forma de partir hacia la llama.

─Yo no podría decir que tenga la historia más terrible, pero me lo han arrebatado todo ─comenzó Xamu. ─me enamoré de la prometida del jefe de mi aldea. Juro que no quise hacerlo. Sólo sucedió, y la noche en que escaparíamos juntos él estaba ahí. La arrastró de los cabellos a la calle frente a mí y me preguntó si la amaba. Aunque no le contesté el sabía la respuesta. Me dijo que el problema no era lo que yo sintiera, que eso le importaba poco, pero el problema era que ella me correspondía y la degolló en ese instante. Juró que me liberé de tres hombres y me abalancé sobre él. Y aunque el me apuñaló le quité la daga y lo maté. Me hicieron tantos cortes y puñaladas que necesitaría ayuda para contarlos. Caí muerto al lado de ella, o al menos eso pensé. Recuerdo que ella aún estaba tibia. Ese fue mi final, pero por alguna razón desperté al otro día y me arrastré al bosque. El mago de la aldea me salvó. Me llevó a su cabaña y trató mis heridas. Y aquí estoy, ¡salud Helena, lamento haberte matado!...─dijo y levantó su copa, todos lo imitaron.

Javensen levantó la mano y comenzó su relato. Sus tatuajes brillaban a la luz de los leños encendidos.

.─Estuve en un barco pirata en mi juventud. Cautivo. Me llevaron para venderme. Recuerdo que a mi lado habían atado a un cuzita de gran porte. Un día lo llevaron a cubierta. Maldecía en su lengua a todos. Era muy fiero, se notaba por sus cicatrices que era un guerrero experimentado. Cuando lo regresaron ya no decía nada. Murió enseguida. Lo habían emborrachado lo suficiente primero, luego le cortaron las bolas y se las hicieron comer. Parece que no querían demasiado a los cuzitas...¡salud quien quiere que hayas sido!

Más de uno se acomodó las suyas como verificando que todo estuviera en su lugar. Algunas mujeres sonrieron. Sabían como atesoraban ese par la mayoría de los hombres. Sharra se levantó y alzó su copa.

─El hijo de puta que masacró a mi familia no hizo un sólo gesto mientras degollaba a mis hermanas, pero puso una cara muy divertida cuando le corté el miembro y las pelotas. ¡Gracias por recordármelo iscario, salud!

─¡Salud! contestaron todos.

Hubo un momento de silencio. Algunos habían empezado a recordar otras cosas. Ninguno tenía demasiados recuerdos bellos. Casi todo era pérdidas y dolores apenas velados por la dura rutina del campamento. Raluk levantó la voz pero nunca dejó de mirar al fuego, ni siquiera estaba bebiendo.

─Crecí en la sucias calles de Lurtz, soy huérfana. Mendiga desde la cuna. No tenía nada afavor. Aprendí a odiar a todos, sobre todo a los hombres, pueden ser verdaderas bestias. Uno de los que me lastimó me dijo que no viviría demasiado en los callejones. Que era comida de ratas. El destino de los débiles solía decir. ─sentenció mientras una sonrisa maliciosa empezó a asomar en su rostro. ─Adivinen a quién se comieron las ratas, yo me aseguré de ello ─dijo y alzó la vista desafiante, por primera vez, del fuego.

Todos tomaron un trago más. Esa era la rutina. Un dolor que se tiraba al fuego y un largo trago para calmar la herida.

─La magia verde fue mi refugio desde niña. ─comenzó Jenny con timidez. ─viví las guerras mágicas desde pequeña. Los magos oscuros eran nuestra mayor amenaza. Y nuestro mayor desafío. ─la maga verde suspiró recordando sus primeros años. ─Conocí a Aleana en un concilio de la magia. Era hija de un sacerdote oscuro. Pero ella estaba decidida a demostrar que la magia oscura también existía para beneficio del hombre.

─Todos saben que la magia oscura sirve solo para hacer daño ─exclamó Arlorg algo ofuscado.

─Todo está en la fuente del poder ─contestó Jenny. ─nosotros recurrimos a la naturaleza. Los elementos, donde vayamos tendremos el sol, la tierra. las plantas y animales...en cambio ellos sirven a los portales. Al otro mundo. Y vinieron aquí despojados de su poder y su gloria. Debieron construir nuevos altares, nuevos templos. Y fueron despreciados por no poder controlar ese poder. Pero eso es imposible. Decidimos darle a nuestras órdenes una lección escapando juntas. Aleana sólo quería ayudar, cambiar la imagen que se tenía de sus artes. Encontró la muerte peleando aquí sin poder demostrarlo. Brindo por ella...

Todos alzaron sus copas. Hiperión mostró por un momento la vista empañada. Su hermana  había muerto en sus brazos. No había podido salvarla, pero honraba la promesa que le hizo ese día. La que lo hizo cambiar de vida y ayudar a alguien que no fuera él mismo por primera vez. Jenny lo miraba esperando que dijera algo, se había llevado las últimas palabras de su amiga y hermana, pero el mercenario jamás le había dicho demasiado de lo que dijo en ese momento. Se lo guardó para él aunque eso fuera para ella una daga horadándola todo el tiempo.

Parabel que punteaba descuidadamente su laúd suspiró y encaminó las notas a esa vieja melodía que la hermandad conocía muy bien...
 Hiperión, quizás para escapar de la mirada intensa de Jenny fue el que comenzó a cantar. La melodía era irresistible para ellos. La habían cantado muchas veces cuando volvían del campo de batalla, victoriosos o en derrota, siempre tendrían ese vínculo con ella...

─Vuelvo madre, de estar en batalla

Lo que nunca quise fue hacerte sufrir

No te he avergonzado, he dado la talla

Y he visto tu rostro cuando temí morir...
 
Todos cantaron mientras el juglar iba acentuando los tonos y dándole intensidad al momento. Luego llegaría otra vieja conocida.

─Marchemos hermanos, la gloria no espera

vayamos ahora a juntos sangrar

llenemos la tierra con nuestras ofrendas

sudor y la sangre habremos de dar...

Allí las voces se alzaban con el pequeño estribillo que la estrofa tenía...

─¡A dos pasos la muerte...mi paso yo doy!...¡a dos pasos la muerte, mi paso yo doy!

Las voces rompieron la quietud de la noche. El valle se conmovió con la música que la guerra invitaba a entonar.  Las aldeas vecinas escucharon las voces y sonrieron timidamente. La hermandad festejaba así que seguramente habían vencido nuevamente. Eso siempre sería una buena noticia para el reino. Esa noche muchos dormirían profundamente sabiendo que la guerra se mantenía lejos de ellos, al menos por un rato.






















sábado, 8 de septiembre de 2018

Parabel "juglar" dueño de la melodía




El hijo bastardo de un noble, puede conocer de lujos, pero no puede disfrutarlos.
Nunca tendría para sí un padre. Era fruto de un desliz. Uno del hijo del señor. Y su madre, quién creyó en promesas vagas, y se enamoró del hombre equivocado.
Pese a todo ella quiso para su hijo una mejor vida. Y una carta del señor sirvió para que fueran aceptadas en un lejano reino del sur, ella como cocinera y su vástago como mozo de cuadra. Quiso la vida que allí conociera a un trovador de la corte. Músico de experiencia que deleitaba los oidos del señor de Lurzt. Él tomó a Parabel como discípulo y lo libró de la dura vida de los establos. Ella, agradecida y atenta colmó de atenciones al músico, que en el declinar de su vida no había reparado en su absoluta soledad. Había muchas expresiones de amor, y aquella podía definirse como la más gentil de sus formas.
El trovador instruyó al niño en todo instrumento musical. Y aunque también podía ejecutar con suficiencia el címbalo o la flauta, serían las cuerdas donde más se sentiría a gusto. El laúd, aún en sus pequeños dedos solía adquirir una precisión y claridad asombrosas. El trovador, que nunca había pensado en tener hijos, encontró uno en su pequeño discípulo. Uno talentoso. Y también uno pendenciero. El resto de los niños de la corte lo hacían blanco de sus burlas por lo humilde de su origen. Y por lo encumbrado de su protector.
 Al pasar los años, esa situación inicial se tornó en violencia. Parabel era tan talentoso como colérico. Y las grescas con más de un niño, eran moneda corriente. El viejo músico recurrió al armero de palacio para que lo iniciara en la esgrima y así, encaminara sus impulsos hacia una tarea que demandara mayor disciplina. Pero ese brillante discípulo del músico era un pésimo pupilo de armas. Y le costó mucho domar el carácter de Parabel. Que tenía un maestro de música pero no un padre. El maestro de armas pensó día y noche en como lograr que su aprendiz se interesara en la lucha formal. Lo castigó, lo encerró, lo golpeó con su vara en cada ejercicio pero el muchacho era tozudo y no reconocía muchas formas del miedo. Y fue con su mayor pasión que logró por fín conquistarlo. Un día en que el muchacho llegaba tarde a la práctica, como siempre, encontró al trovador allí, junto al armero. Este le dio la espada de madera y comenzó a atacarlo mientras el trovador tocaba el laúd marcando los movimientos. Cada nota tomó en el corazón de Parabel la forma de un movimiento. Nunca había visto que la esgrima pudiera verse como una pieza musical en si misma. Y esto agradó al muchacho. A partir de ese día Parabel llevaba a entrenar el laúd que le había regalado su padre y le ejecutaba al maestro la pieza que había compuesto. Esa composición musical luego era traducida en movimientos con la espada, fintas, amagos y bloqueos. Los entrenamientos tomaron fluidez y gracia.
El muchacho era un eximio intérprete. y con el tiempo también, un guerrero consumado. De pronto la espada podía componer piezas exquisitas, dignas de ser mostradas a todos. Y una tarde el armero invitó al anciano músico a la práctica para que viera los logros de su discípulo. Palmeó el hombro del viejo trovador satisfecho y le dijo que el trabajo estaba hecho. La música y la esgrima habían hallado un camino común. El muchacho recibió entonces el último consejo.

─Si equivocas alguna nota en una pieza musical, el resto de la composición ocultará el error y podrás soportar la verguenza, pero si equivocas una nota en la batalla, quedarás expuesto a la espada ajena. Y eso muchacho ─dijo tomándolo de los hombros ─ cuesta algo más que avergonzarse. Si vas a hacer música en batalla no te puedes dar el lujo de ser el mejor ejecutante, debes ser realmente, el dueño de la melodía...

Pasaron muchos días más en los que Parabel conjugó el laúd con la espada encontrando placer en ambas, pero el tiempo de su mentor y maestro finalmente acabaron. Y la pena como cuando era pequeño volvió a embargarlo. El trovador ya en su vejez intentó que su protegido fuera admitido como músico de la corte, pero los nobles no admitían gente sin abolengo y fue rechazado. Sin embargo el músico vio parte de su anhelo cumplido, conforme de haberle enseñado su arte al que consideraba su hijo de la música.
Fue mucho el resentimiento de Parabel hacia la nobleza por el desplante hacia su padre del corazón, otra vez ellos le daban la espalda como cuando niño, ahora, como músico. Y prometió venganza.
Una revancha sin sangre pero dolorosa. El joven juglar trazó un plan para seducir a cada mujer de palacio que tuviera marido en la nobleza. Su máximo objetivo era la señora del castillo. Sus armas resultaron tan efectivas como letales. Composiciones románticas con su laúd, que estremecían a las damas más distinguidas del reino, ejecutadas por un espadachín habilidoso. Esa mezcla de fuerza y delicadeza fue efectiva y fue requerido en más de una alcoba. A todas les prometió que su corazón les pertenecería.
Pero un juramento guardó para sí. El de no enamorarse jamás para nunca sufrir otro rechazo. Creía que el amor era una forma de debilidad que debía estar lejos de él. Sólo debía despertarlo en otros para dar forma a su venganza. Porque un instante se tarda en amar, y una vida lleva el olvido.
Su plan funcionó. Hasta que un día su madre se enteró de sus actos. Y presa de una profunda tristeza cayó enferma. Ella no le hizo ningún reclamo pero el vio que su mirada hacia él había cambiado. Reconoció esa tristeza que supo producirle su padre de sangre alguna vez y sintió que en su venganza se había convertido en lo que siempre había odiado. Dispuesto a intentar reparar el mal que había causado fue tras la señora del castillo. Una de sus principales víctimas. Pero esa noche en que se coló en su alcoba para intentar dar explicaciones se encontró con la guardia real. Y con un edicto que lo condenaba a muerte. No tuvo más remedio que saltar desde el balcón para evadirse librando su vida de milagro. No tenía más que lo puesto y el laúd, que lo acompañaba esa velada. Así escapó de su sentencia y se lanzó a los caminos. Se sentó en la plaza de una aldea que halló después de haber andado toda la noche y comenzó a tocar con su tristeza a cuestas. Pronto la gente se agolpó a su alrededor. Querían noticias del reino, querían escuchar canciones de taberna. Querían olvidar un rato las penurias.
Una niña se acercó soltando la mano de la madre para preguntarle algo al oído...

─¿Que eres tú?...¿cómo se llama lo que haces?

Parabel se tomó un rato para responder. No era un trovador, esos tocaban en las cortes y él estaba allí con las tripas crujiendo y los pies heridos de caminar por tantas horas. Tampoco era un vendedor, no tenía nada de valor que ofrecer. No era pregonero real, las noticias quizás hablaran de él pero el no podía saberlo. Sólo había un oficio posible. Pariente de bufones y gitanos. De los malabares y las ferias ambulantes. No era el trabajo más honroso pero había decidido dejar de mentirle a los demás y a si mismo. Esa era una buena forma de empezar.

─Soy Parabel, niña, el juglar, y si nunca viste uno no importa, estás viendo al mejor de todos...