Memorias del escriba
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martes, 11 de septiembre de 2018
Leo "hermano mayor" águila del este
Llegó del este siendo jóven. Nadie lo conocía, pero su espada hablaba mucho de su origen. La cabeza de águila adronaba su empuñadura. Era uno de los últimos hijos de la familia Hindrata, los más fieros enemigos de los Angras en el este, y los que soportaron las mayores pérdidas en la batalla. Eran enemigos de la conquista, creyendo que el este podía albergar a todos si se hacía un reparto más equitativo de las tierras. Pero los Angras no escucharon, porque su alma era la guerra. Y su familia fue la última que intentó convencerlos de lo contrario. Muchos guerreros del este vinieron por las montañas escapando de los Angras. Pero el era especial. Educado para la guerra como si de un arte se tratara tenía conocimiento en los tratados de estrategia. Interpretación de mapas y esgrima esteña. Se despidió de los suyos y les rogó que no se resistieran a ellos. El tiempo de la guerra para la casa Hindrata había terminado. Si los suyos eran obligados a enlistarse para los Angras les recordó buscar las unidades de la plebe. Donde la mayoría de los conquistados iba a parar. Allí, pacientemente y en silencio esperarían su momento. No pudieron detener al naciente imperio en las fronteras. Pero había muchas maneras de luchar, y si no eran espada, serían veneno para la bestia.
Los Angras lideraban, pero sus filas estaban formadas por conquistados. Gentes orgullosas llevadas a la fuerza por el látigo. Eso no lo podían remediar. Y los Angras dormían con ojo abierto. Esa era su condena. El hacha que pendía sobre sus cabezas.
Con esas credenciales llegó a Lurtz Leo, con la certeza de que la guerra había cambiado de forma, pero el contenido seguía siendo tan puro como antaño. Pronto se encontró engrosando las filas de la guardia real del atalaya. Y reclutando muchachos sureños para un día volver por su tierra. Pero ahora había que defender el portezuelo. Pronto ganó la confianza de unos de los capitanes más respetados de la guardia. El llamado Cavernario. Y cuando este partió a las montañas para formar una guardia del paso, y una fuerza que detuviera a los titanes no lo dudó. Era lo que necesitaba para estar cerca de las montañas. Allí asomaría su viejo conocido un día, y quería que su espada fuera la primera en recibirlo. Se rodeó de los mejores que encontró. Y también de los peores. Pero allí no había estrictos códigos de caballería. Allí había lazos. Y los encontró más poderosos que el deber. Y los abrazó como si de el se tratara.
Escogió a los suyos con cuidado. Y estuvo allí cuando el capitán fue llevado por los magos, quedando a cargo de la hermandad. Y mantuvo unido aquello que había aprendido a amar. Aquello que los demás habían abrazado como una esperanza. Y el enemigo como un temor cada vez más presente. El sur resistía porque Lurtz no caía, y no caía porque ellos guardaban el paso de las montañas. Y ellos guardaban el portezuelo porque alguna vez serían ellos los que irían hacia el este. No había imperio que soportase la derrota contínua. Los Angras no sabían digerirlas. No las habían conocido hasta que se toparon con los bóreos en el norte y los rebeldes en el sur. Las montañas se estrechaban para el imperio como un reloj de arena. Y marcaban que el tiempo de su derrota estaba próximo. Llegaría el día de las águilas cuando los Hindratas reclamen su lugar nuevamente. Leo estaba allí esperando, con su ejército de hermanos preparados para la matanza. porque eran hora de que las tierras recuperaran la paz, y que las águilas volvieran al nido.
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