martes, 25 de septiembre de 2018

Vallekano "montañés" la última flecha


Hubo un pastor de la montaña que hasta hoy es leyenda entre los suyos. El que salvó a su aldea, el que mató al dragón. El que se quedó atrás para que otros vivan. El que lo perdió todo al salvarlo.
Los pueblos de la montaña quedaron aislados cuando los titanes llegaron. Los intentos se concentraron en el llano. Se pensó que en las grandes aldeas, se pensó en defensas organizadas alrededor de ellos. Los montañeses quedaron fuera del reparto, librados a su suerte.
A los grandes llanos no les sirvió en nada esta estrategia. Los escuadrones formados ordenadamente y alineados en el campo de batalla fueron presa fácil. En las montañas se podía pensar en esconderse y rogar que las bestias no los huelan. No había mucho más.
Así pasó con la aldea de Nirhold, en pleno Espinazo del Dragón. Allí Vallekano era un pastor más, no era el mejor guerrero de los suyos ni el arquero más capaz. Solía ser lo justo y necesario para defender su rebaño. En ello era efectivo y no buscaba mucho más que mantener a sus animales seguros y a su familia alimentada. Hasta que un día el dragón apareció.
Lo primero que se escuchó fue el rugido y el batir de alas membranosas. Los que atacaban la montaña volaban. No había otra manera de llegar a esas aldeas. Esto era maravilloso porque no muchos llegaban a esas alturas, y terrible porque cuando aparecían no había donde escapar de ellos.
Ese día Vallekano había llevado muy alto sus cabras. Nunca se perdonó haberse alejado tanto, porque aunque corrió montaña abajo ya la bestia estaba sobre los suyos. Aún a la distancia vio morir a muchos. Vio la desesperada defensa de Malkana, el viejo guerrero que había encontrado en su aldea el descanso después de tanta guerra. El dragón lo envolvió con tanto fuego que quedó parado allí, cocido dentro de su armadura, pero de pie, con su espada en alto.
Vio madres atacar con palos a la bestia en una última defensa de sus hijos. Vio niños defender a sus madres con piedras, y vio lo inútil de todos estos esfuerzos. También contempló como muchos hombres escapaban a la montaña dejándolo todo atrás, aún a sus propias familias.
Pero Vallekano siguió corriendo y lanzando flechas como cuando intentaba ahuyentar un lobo. Gritaba y hacia gestos pero el dragón había decidido ignorarlo para concentrarse en sus presas. Podía ver su cabaña desde las alturas y aunque estaba un tanto más retirada, la bestia con sus llamas ya había consumido media aldea. Sin embargo una de las flechas dio en la cabeza de la bestia y aunque no llegó a traspasar su dura piel, terminó por atraerlo hacia él. Lo vió abrir sus alas y pegar un salto para desaparecer en el cielo. Ahora lo buscaría para quitarse la molestia y poder seguir con su faena. Pero Vallekano sabía desaparecer también y el dragón aún planeando a baja altura no podía encontrarlo. La escuchó volar en círculos y atacar la montaña con fuego pero a tientas. Tomó una flecha, tensó su arco y asomó apenas la nariz para ver a la bestia que se había posado en una saliente debajo de él. Podía parecer un tiro fácil pero no sabía donde apuntar para dañarlo. Recordó las palabras de Malkana que solía darle consejos ya que veía la pobre experiencia que tenía como arquero.

─Un lobo es vulnerable si le aciertas pero a un guerrero acorazado debes buscarle las rendijas. Busca siempre los lugares donde la armadura se une y lograrás herirlo. Si puedes verle la piel podrás herirlo...

Pero esto era un dragón de moradas escamas y justamente la piel era el problema. Pero intentaría ganar tiempo para los suyos. Intentó no pensar demasiado en ellos, era otro consejo de Malkana.

─Sáca a los tuyos de la batalla porque sino tu corazón se irá con ellos, y detrás de tu corazón irá tu mente. Eso solo hará que te maten...

En ese momento entendió por qué se lo decía. Estaba desesperado por ver señales de ellos y ya había abandonado la seguridad de la roca donde se escondía. El dragón seguía allí, expectante, casi ofreciéndose, invitando al ataque. Quizás porque era la única manera de encontrar a ese molesto agresor. No sabía lo que haría Menara, su esposa si llegaba un ataque. Él había cavado una foso en un extremo de la cabaña. Lo había revestido en piedra y había acondicionado su interior para resistir en caso de incendio. Para él era la mejor opción en caso de ataque. Esconderse allí con cubos de agua y un grueso tablón cubriéndolos. Su esposa no estaba tan segura. Prefería la seguridad de alguna cueva en las montañas. No sabía si podría escapar de aquel pequeño sótano si la cabaña se desplomaba sobre ellos. La discusión nunca había terminado en cuanto al tema.
El dragón volvió a elevarse, hastiado de la espera. Vallekano no esperó y siguió bajando por la ladera para intentar aventajarlo. Era seguro que volverían a encontrarse. Fue entonces cuando los vio. Menara y sus hijos trepando infructuosamente por las rocas detrás de su cabaña. Habían esperado a que el dragón se fuera e intentaban subir lo más rápido posible, pero aunque uno de sus hijos, Malek,  era con sólo seis años, un auténtico gato montés, el otro sólo tenía tres y su madre debía ayudarlo a trepar. Estaba aún a poca altura, y a demasiada distancia de las cuevas.
La sombra de unas alas desplegadas los oscureció por un momento y entendió que iría tras su familia. Muchos, contagiados por la determinación de Menara, la habían seguido y eran un grupo nutrido. Demasiada carnada para la bestia. Corrió cargando su arco para hacer un nuevo ataque. Aún la bestia no se había posado. Pero estaba cerca de los suyos. Escuchó el batir de sus alas y levantó la vista junto a su arco. Sólo vio una sombra negra pasar sobre su cabeza y soltó la flecha que se clavó en su ala firmemente ya que el dragón rugió molesto. Y empezó a girar en su planeo, volviendo hacia él. Cruzó una última mirada con Menara donde muchas cosas quedaron claras. La opción de ella, aunque riesgosa era má acertada. La aldea era ruinas y su cabaña ya estaba incendiándose. Igualmente corrió hacia ella con la bestia respirandole en la nuca. Derribó la puerta con el hombro y se lanzó al hueco que había cavado en un extremo. Apenas pudo tomar el tablón para cubrirse cuando una oleada de fuego lo invadió todo. Vallekano contuvo la respiración lo más que pudo. El aire se incendiaba velozmente así que puso la cara contra la tierra húmeda tratando de no sofocarse. Se abrazó a su arco y soportó otro ataque más de la bestia enfurecida, que ahora había derribado las paredes de la cabaña con un violento cabezazo buscando al osado. Era la segunda vez que aquel molesto ser lo atacaba sin consecuencias. El dragón quería devorarlo de una vez.
Bajo el tablón Vallekano hizo quizás la única petición que se recuerda a los dioses...

─dioses, jamás les pedí, ni lo volveré a hacer...solo guíen esta última flecha ─dijo y tensó su arco.

Las fauces de la criatura estaban abiertas de par en par. Al fín lo había encontrado,  ese pequeño hombre estaba parado frente a ella desafiante así que rugió y preparó su ardiente ataque. Vallekano se tomó un momento más. Las rosadas encías eran fascinantes, sus dientes , filosos y agudos, y a ambos lados de esas terribles fauces de encias rosadas asomaban dos sacos que se agitaban llenos de un líquido extraño.

─Si puedes verle la piel podrás herirlo...

Vallekano soltó la flecha, que viajó certera a su destino. Y volvió a lanzarse al foso.

El tablón no le dejó ver demasiado pero otra vez hubo fuego a su alrededor. Pero esta vez no sonó como una llamarada sino como algo que se rompe en un estruendo terrible y cegador. Oyó gemir y rugir a la bestia. Sintió el resto de la cabaña desplomarse a su alrededor. Y poco más pudo recordar.
Los aldeanos vieron la bola de fuego elevarse y la bestia agitarse sobre la cabaña. Menara pensó en lo peor y abrazó a sus hijos. Recordó esas última mirada con Vallekano, su esposo, y ese adiós antes de correr hacia su muerte. Luego siguieron por las montañas rumbo a las tierras muertas. A algún destino incierto. Ya no les quedaba nada detrás.

Muchos días después algunos regresaron. Sólo un puñado, a tratar de rescatar algunas pertenencias pero todo era cenizas. Sin embargo algunas cosas les llamaron la atención. En un extremo de la aldea estaba el cuerpo de un dragón a medio consumir. Y en el centro de lo que alguna vez había sido la aldea aún continuaba de pie Malkana dentro de su armadura con la espada en alto. Alguien había clavado una estaca contra su espalda y lo había sujetado para que se sostenga. También había colocado piedras alrededor a manera de altar. Ellos completaron la tarea y el altar del guerrero sigue en pie hasta el día de hoy. La aldea fue reconstruida a su alrededor y renombrada Konetsdra "muerte del dragón" en una historia que se cuenta acerca del joven pastor que con solo un arco venció a la bestia. Quedan pocos que sepan la historia real y ya se ha mezclado con leyenda pero muchos le deben la vida y honran también al guerrero que lo instruyó. Es común ver pequeños pastores llevando con orgullo un arco colgado de su hombro, mientras ven pastar a su rebaño.
Algunos conocen la aldea por el nuevo nombre pero los cuentos de la montaña también hablan de la gesta del arquero, del guerrero que no cae y la gente que venera en primavera a sus héroes, en el lugar donde todo confluyó en un mismo tiempo para forjar la leyenda. Allí luce imponente, en la plaza, el cráneo de la bestia.
Es la eterna advertencia hacia quién desafíe a ese pueblo. Si vuelve el peligro nadie dudará en alzarse en la defensa. Así da testimonio la cabeza del dragón que descansa allí, a los pies de un guerrero...
Con la espada en alto.  




   




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