lunes, 10 de septiembre de 2018

Las cosas que quedaron en el fuego




Después de muchas lunas y de que tuvieran a las tropas imperiales casi en las puertas del campamento, decidieron pasar algunas noches a la intemperie para evitar que los sorprendieran nuevamente. El rumor de que se escondían en lo profundo del bosque todavía se corría entre las filas del este. Había llegado el momento de alimentar esa historia para alejar a los rastreadores de la montaña donde tenían su hogar. Dejarían pistas y señales que condujeran a los rastreadores al bosque. Debía haber señal de actividad. Hogueras, restos de comida, esas cosas que hacen los ejércitos que marchan.
Todavía estaba fresca la victoria ante los trekeris. Hoy se pudrían en el sendero alto. Pero llegaron cerca, y eso era señal de que el cerco se estrechaba sobre ellos. Había que alejarlos del campamento. Y nada mejor que llevarlos a lo profundo del bosque donde las leyendas se hacían más oscuras de la mano de las habladurías. Era hora de asustarlos de manera que creyeran que eran algo más que rebeldes. Y para eso debían convencerlos de que eran ánimas del bosque. Espectros de la montaña que habían descendido a castigar a los invasores.
Los hermanos fueron llegando de a uno. Se les habían asignado rutas distintas y que vigilen senderos para evitar espías, o que alguien los siguiera. Esa noche no habría invitados. Era noche para ellos. Para rememorar triunfos y llorar las pérdidas. La hoguera invitaba al relato y casi siempre se luchaba por impresionar al resto con las sagas personales y las ajenas.
Pero no había nadie junto al fuego que no tuviera algo que contar mientras la hidromiel viajaba de garganta en garganta. Algunos se ponían solemnes, otros alejaban la tristeza lo más posible. El juglar jugaba con un par de notas tratando de ensarzarlas en una huidiza melodía.


─Recuerdo que fue en el invierno de la luna negra. Sentimos aullidos una noche en la aldea. Los lobos no bajaban nunca de las montañas pero ese año hubo mucha nevada y los días eran siemrpe grises. Salimos de nuestras cabañas a proteger los rebaños. No podíamos darnos el lujo de perder nuestras ovejas. ─recordó con algo de pesar Oscar. ─No tardamos en darnos cuenta que no eran lobos normales. Eran como hombres imitándolos. Jamás había oído hablar de esa tribu ¿cómo les dicen ustedes a los hombres de la luna?

─Bóreos ─dijo secamente Arlorg.

─Nunca había visto hombres como esos ─siguió contando Oscar. ─sólo con la luz del día pudimos asegurarnos que no eran animales. Como especies de monstruos de lobos y hombres. No se realmente que decir, se llevaron nuestros niños, al menos media docena. Los perseguimos desesperados por el bosque pero dejaron atrás a sus lobos que se nos echaron encima, matamos a varios pero...no pudimos alcanzarlos.

─Así cazan. Se los llevan para lo peor...─agregó Arlorg. ─yo los enfrenté en batalla cuando probé suerte en las tierras muertas. Fuimos lejos, de caza. Era un invierno duro y no teníamos demasiado alimento. Recuerdo la sensación que me causaron. Sientes que no luchas con un hombre. aunque parezcan uno, todavía guardo marcas de sus dientes ─agregó mirandose el antebrazo...

El bárbaro tomó un largo trago de hidromiel y solo se quedó mirando el fuego, pensando en quien sabe que horrores. Los demás se tomaron su tiempo para pensar que decir. Barbeta siguió el hilo.

─Cuando escapé a las tierras muertas, estuve muchos días perdido en las llanuras. Allí pude ver una partida del innombrable luchando contra imperiales. Nunca vi tanta ferocidad en un guerrero como cuando contemplé esa escena. Los masacraron de una manera bestial. Ya los habían cercado. Se estaban rindiendo y los torturaon sin piedad. Por horas. Vi como les quemaban los pies hasta dejar solo huesos. La guerra es terrible pero eso era otra cosa. Tuve que dar todo un rodeo para evitarlos, pero estaban tan absortos en los tormentos que no repararon en mi. Creo que en realidad lo estaban disfrutando.

Ahora era el medio mago quien tomaba un largo sorbo de bebida tratando de alejar esos recuerdos.
Todos le daban a cada relato una cuota de silencio en señal de respeto. Espinal empezó a sonreir mientras el cuenco se iba vaciando de bebida cuando tomaba valor.

─Ninguno de ustedes pudo más que imaginar lo ocurrido, o ver sufrir a extraños...pero yo, yo vi arder a mi familia a manos de los malnacidos del este. Mi madre alzando su mano ardiendo en un intento de que permanezca escondido. Pude ver cada segundo de su sufrimiento. Hasta que las llamas se la llevaron.

Espinal apuró el trago y levantó la copa vacia en un brindis irónico.

─Me quedé escondido mamá, quería que lo supieras...

Otro intervalo de silencio. en el cual los cuencos fueron llenados nuevamente. Espinal miró por un rato a Carlos buscando algún resabio de su adoración al fuego pero el elegido respetó el dolor del mercenario. No buscaba confrontar ni justificar crueldades ajenas. Esa no fue forma de partir hacia la llama.

─Yo no podría decir que tenga la historia más terrible, pero me lo han arrebatado todo ─comenzó Xamu. ─me enamoré de la prometida del jefe de mi aldea. Juro que no quise hacerlo. Sólo sucedió, y la noche en que escaparíamos juntos él estaba ahí. La arrastró de los cabellos a la calle frente a mí y me preguntó si la amaba. Aunque no le contesté el sabía la respuesta. Me dijo que el problema no era lo que yo sintiera, que eso le importaba poco, pero el problema era que ella me correspondía y la degolló en ese instante. Juró que me liberé de tres hombres y me abalancé sobre él. Y aunque el me apuñaló le quité la daga y lo maté. Me hicieron tantos cortes y puñaladas que necesitaría ayuda para contarlos. Caí muerto al lado de ella, o al menos eso pensé. Recuerdo que ella aún estaba tibia. Ese fue mi final, pero por alguna razón desperté al otro día y me arrastré al bosque. El mago de la aldea me salvó. Me llevó a su cabaña y trató mis heridas. Y aquí estoy, ¡salud Helena, lamento haberte matado!...─dijo y levantó su copa, todos lo imitaron.

Javensen levantó la mano y comenzó su relato. Sus tatuajes brillaban a la luz de los leños encendidos.

.─Estuve en un barco pirata en mi juventud. Cautivo. Me llevaron para venderme. Recuerdo que a mi lado habían atado a un cuzita de gran porte. Un día lo llevaron a cubierta. Maldecía en su lengua a todos. Era muy fiero, se notaba por sus cicatrices que era un guerrero experimentado. Cuando lo regresaron ya no decía nada. Murió enseguida. Lo habían emborrachado lo suficiente primero, luego le cortaron las bolas y se las hicieron comer. Parece que no querían demasiado a los cuzitas...¡salud quien quiere que hayas sido!

Más de uno se acomodó las suyas como verificando que todo estuviera en su lugar. Algunas mujeres sonrieron. Sabían como atesoraban ese par la mayoría de los hombres. Sharra se levantó y alzó su copa.

─El hijo de puta que masacró a mi familia no hizo un sólo gesto mientras degollaba a mis hermanas, pero puso una cara muy divertida cuando le corté el miembro y las pelotas. ¡Gracias por recordármelo iscario, salud!

─¡Salud! contestaron todos.

Hubo un momento de silencio. Algunos habían empezado a recordar otras cosas. Ninguno tenía demasiados recuerdos bellos. Casi todo era pérdidas y dolores apenas velados por la dura rutina del campamento. Raluk levantó la voz pero nunca dejó de mirar al fuego, ni siquiera estaba bebiendo.

─Crecí en la sucias calles de Lurtz, soy huérfana. Mendiga desde la cuna. No tenía nada afavor. Aprendí a odiar a todos, sobre todo a los hombres, pueden ser verdaderas bestias. Uno de los que me lastimó me dijo que no viviría demasiado en los callejones. Que era comida de ratas. El destino de los débiles solía decir. ─sentenció mientras una sonrisa maliciosa empezó a asomar en su rostro. ─Adivinen a quién se comieron las ratas, yo me aseguré de ello ─dijo y alzó la vista desafiante, por primera vez, del fuego.

Todos tomaron un trago más. Esa era la rutina. Un dolor que se tiraba al fuego y un largo trago para calmar la herida.

─La magia verde fue mi refugio desde niña. ─comenzó Jenny con timidez. ─viví las guerras mágicas desde pequeña. Los magos oscuros eran nuestra mayor amenaza. Y nuestro mayor desafío. ─la maga verde suspiró recordando sus primeros años. ─Conocí a Aleana en un concilio de la magia. Era hija de un sacerdote oscuro. Pero ella estaba decidida a demostrar que la magia oscura también existía para beneficio del hombre.

─Todos saben que la magia oscura sirve solo para hacer daño ─exclamó Arlorg algo ofuscado.

─Todo está en la fuente del poder ─contestó Jenny. ─nosotros recurrimos a la naturaleza. Los elementos, donde vayamos tendremos el sol, la tierra. las plantas y animales...en cambio ellos sirven a los portales. Al otro mundo. Y vinieron aquí despojados de su poder y su gloria. Debieron construir nuevos altares, nuevos templos. Y fueron despreciados por no poder controlar ese poder. Pero eso es imposible. Decidimos darle a nuestras órdenes una lección escapando juntas. Aleana sólo quería ayudar, cambiar la imagen que se tenía de sus artes. Encontró la muerte peleando aquí sin poder demostrarlo. Brindo por ella...

Todos alzaron sus copas. Hiperión mostró por un momento la vista empañada. Su hermana  había muerto en sus brazos. No había podido salvarla, pero honraba la promesa que le hizo ese día. La que lo hizo cambiar de vida y ayudar a alguien que no fuera él mismo por primera vez. Jenny lo miraba esperando que dijera algo, se había llevado las últimas palabras de su amiga y hermana, pero el mercenario jamás le había dicho demasiado de lo que dijo en ese momento. Se lo guardó para él aunque eso fuera para ella una daga horadándola todo el tiempo.

Parabel que punteaba descuidadamente su laúd suspiró y encaminó las notas a esa vieja melodía que la hermandad conocía muy bien...
 Hiperión, quizás para escapar de la mirada intensa de Jenny fue el que comenzó a cantar. La melodía era irresistible para ellos. La habían cantado muchas veces cuando volvían del campo de batalla, victoriosos o en derrota, siempre tendrían ese vínculo con ella...

─Vuelvo madre, de estar en batalla

Lo que nunca quise fue hacerte sufrir

No te he avergonzado, he dado la talla

Y he visto tu rostro cuando temí morir...
 
Todos cantaron mientras el juglar iba acentuando los tonos y dándole intensidad al momento. Luego llegaría otra vieja conocida.

─Marchemos hermanos, la gloria no espera

vayamos ahora a juntos sangrar

llenemos la tierra con nuestras ofrendas

sudor y la sangre habremos de dar...

Allí las voces se alzaban con el pequeño estribillo que la estrofa tenía...

─¡A dos pasos la muerte...mi paso yo doy!...¡a dos pasos la muerte, mi paso yo doy!

Las voces rompieron la quietud de la noche. El valle se conmovió con la música que la guerra invitaba a entonar.  Las aldeas vecinas escucharon las voces y sonrieron timidamente. La hermandad festejaba así que seguramente habían vencido nuevamente. Eso siempre sería una buena noticia para el reino. Esa noche muchos dormirían profundamente sabiendo que la guerra se mantenía lejos de ellos, al menos por un rato.






















No hay comentarios:

Publicar un comentario