miércoles, 5 de septiembre de 2018

Banquete para la espada





Haru y Vallekano volvían de una fructifera caza. El ciervo era un animal grande y de allí saldrían suficientes raciones para un par de semanas. Costaba encontrar comida cuando el invierno se ponía duro. Quizás fue la casualidad más grande de todas que Vallekano se haya detenido un momento para quitar una piedra de su bota, fue entonces cuando sintió un particular aroma del que no se había percatado. Era olor a orines y grasa, un olor acre que no era demasiado agradable. Miró a su alrededor buscando la fuente y la halló enseguida. Estaba sobre la hierba, en pequeños montones como caídas accidentalmente. Le hizo una seña a Haru que vio el semblante del arquero e intuyó peligro. Agazapada llegó hasta él, que le señaló el hallazgo. Haru sabía de que se trataba, ellos no usaban ese unguento por ser demasiado delator pero si cruzas las montañas en invierno no tienes más remedio. Es lo único que protege tus pies en las frías botas y se convierte en la esperanza de no dejar jirones de piel dentro de ellas. Recurso de cazadores y soldados. Si ellos eran los cazadores entonces...
El dúo se movió con agilidad buscando rastros sin mostrarse demasiado. Pronto dieron con ellos, dos compañias, una emboscando el camino que llevaba al campamento. La otra subiendo por el camino alto esperando por si la hermandad bajaba de las montañas. Eso era bueno, habían dividido fuerzas a la expectativa de dar con ellos, pero no sabían donde estaban. Aunque fueran muchos permanecían ocultos. La idea más sensata y también un cambio de táctica. Ahora ellos actuaban como si fueran la hermandad. Estaban esperando divisarlos y reunir fuerzas rapidamente para atacar con la fuerza del número. El único problema del plan era que una trampa necesita de la sorpresa. Y acababan de perderla.

─¿Trajiste la flecha?

Vallekano asintió y sacó de su carcaj una flecha de pluma negra. Esas no eran para cazar sino para dar avisos. Debían moverse donde no llamar la atención y dejar que la flecha acierte cerca del puesto de guardia de la hermandad. Sin embargo era riesgoso si la advertían. Otro golpe de suerte vino en su ayuda...el laud del juglar se empezó a oir como en un eco remoto, su melodía era entre melancólica y festiva. Era una de las leyendas más presentes entre las filas imperiales, el laud maldito, el que anuncia la muerte. Se decía que lo ejecutaba un ánima de las montañas cuando se molestaba con los intrusos. Los murmullos entre la tropa se multiplicaron y algunas voces se dejaron oir entre la maleza, casi siempre de sargentos llamándolos al silencio. El momento de la distracción ayudaría.

─Espero que falles ─dijo Haru y le palmeó el hombro. Vallekano sonrió y la dejó ir. La flecha trazó su curva por sobre el camino y ascendió por la ladera. El puesto no se veía a simple vista pero ellos podían reconocerlo por otras señales. El viejo roble de la rama en forma de brazo extendido. Allí apuntó el arquero.
Crow y Parabel charlaban animadamente acerca de una canción que estaba componiendo el juglar. Se habían hecho con una bota de vino y un poco de jabalí ahumado así que la cosa se había puesto animada. El laud lloraba su melodía con la conocida pericia de su ejecutante.

─Te digo que esa canción no sirve. deberías componer otra cosa. ─comenzó Crow.

─Y yo te digo que con un poco de trabajo quedará bien, además...¿que sábes tu de componer?

Crow empujó sus orejas hacia adelante

─Tengo estos dos amigos que me dicen que no están contentos.

─Pues tus amigos deberían recibir algo de limpieza para cumplir mejor con su función...─rio Parabel mientras Crow le alcanzaba la bota de vino. La explosión tiño todo de carmesí. Donde antes había un cuero lleno de precioso líquido carmesí ahora habia una flecha clavada en el suelo, con una pluma negra rematando su cuerpo de madera.

─Llama a los otros ─dijo Crow mientras se lanzaba al piso y se asomaba al camino.

Pronto los hermanos estaban acechando el camino. En el suelo, Leo hablaba con Crow que se sentía avergonzado de no haber advertido nada hasta el aviso. Hasta se habían dado el lujo de darle rienda suelta al laúd y al vino en su guardia.

─Soy un idiota ─dijo simplemente el estratega.

─Tranquilo, ellos no pueden vernos. Las trampas están intactas así que no han subido. Lo que se puede ver es que empiezan a copiar nuestras tácticas.

Lo cierto era que estaban encerrados ya que abandonar su posición era delatar el campamento. El camino estaba bloqueado aunque ellos no lo supieran. Podían esperar a que se cansen pero había demasiados. No podían volver sin objetivos, y si no los encontraban a ellos irían por las aldeas.

─Llama a Hiperión ─ordenó Leo a Garlick. ─No nos van a ganar en nuestro juego.

Como muchas veces había pasado antes, el sigilo se imponía para ir por ellos. Sabía que Coraza Roja tenía guardada algunas armaduras imperiales pero sería peligroso moverse hasta ellos. Había cosas que solo el mercenario podía resolver. Un ruido en la maleza los sacó de sus planes por un momento, estaban demasiado cerca y todos en el suelo saacaron sus dagas del cinto. Un gorrión cantó timidamente, y volvió a repetir su canto luego se unió otro gorrión.

─Salgan ─susurró Crow. Haru y Vallekano se acercaron arrastrándose hasta ellos. ─gracias por el aviso hermanos.

─Gracias a ustedes por asustarlos con el laúd. ─contestó Haru que le guiñó el ojo a Parabel. El juglar se sintió menos avergonzado al saber que no todo en esa noche había sido errado.

Hiperión recibió toda la información del dúo. Les describieron las armaduras e insignias a lo que el mercenario reaccionó con incredulidad. Conocía a ese tipo de soldado. Y el cambio dejaba entrever la estrategia de Turbarión. Estaba buscando la guarida de la hermandad. Ya no quería andar a ciegas así así que había traído trekeris del norte, rastreadores imperiales. Lo último que supo de ellos es que estaban empleados en la lucha contra los bóreos. Demasiado valiosos para distraerlos en esta lucha así que seguramente solo debían ubicar el campamento de la hermandad, luego regresarían. No solían entrar en combate directo pero no les faltaba pericia para el asunto. Quedarse con un regimiento de trekeris era un golpe bajo para las intenciones del imperio. Y una verguenza para el general. Eran buenos, habían conseguido llegar casi hasta sus puertas y ahora era hora de que conocieran a la hermandad.

─Traigan las cabras ─dijo Hiperión, Carlos hizo un gesto y subió lentamente la cuesta por la maleza.

Ya habían usado animales antes. Y las cabras eran lo mejor para las alturas. Tenían separadas a las negras. La noche las volvía invisibles y trapaban como condenadas, les pusieron los chalecos de cuero con los recortes de metal encimados. El truco era simple pero efectivo, no debían golpear entre sí sino rozar, además era metal bruñido que lanzaba suaves destellos en la noche. Suficiente para confundir a guerreros poco diestros en esas artimañas. sabían que esto no engañaría a los trekeris. El objetivo era la compañía que aguardaba en lo alto del camino, la escolta. Eran guerreros pesados y estaban fuera de su elemento escondidos en el bosque. Querían salir a luchar y probar que podían con los fantasmas. Sólo había que darles lo que querían y ellos se moverían sólos. El objetivo era llegar a los rastreadores y dar cuenta de ellos. Si uno sólo quedaba vivo y escapaba tendría mucho que decir del lugar donde los atacaron.
Las cabras ya tenían sus chalecos y bozales, elementos indispensables para su plan, sobre todo los bozales ya que eran los animales más quejosos de toda la montaña. No hubo manera de adiestrarlos en el silencio. Apenas las soltaron en la ladera norte comenzaron a trepar según su costumbre, enojadas con las cosas que les habían puesto en la boca, ya que no las dejaba pastar.
No pasó mucho para que hubiera reacciones en lo alto del camino, se empezaron a escuchar algunos murmullos. Pronto se vio una figura oculta por la noche cruzar el camino en dirección a la montaña. Eran precavidos. Pero las cabras se alejaban demasiado rápido para un observador, pronto cruzarían más pensando que los hermanos estaban escapando por la montaña.
También hubo agitación creca del campamento. Los trekeris habían visto a su escolta empezar a realizar movimientos imprudentes y enviaron a alguien a detenerlos. De hecho la primer figura que cruzó el camino fue un rastreador, para demostrarles que eso que se movía por la ladera no podía ser jamás un guerrero, por oculto que estuviese. Pero era tarde. Ese momento de distracción era tiempo que se perdía de vigilancia. Hiperión con los suyos, se habían arrastrado sigilosamente y habían cruzado el camino por otro punto a través de los arboles. Nunca cruzaban a pie cuando había problemas. Y ese día necesitaban todo el sigilo que pudieran obtener. Lo frondoso del follaje siempre les había servido para moverse sin delatar los accesos. El campamento era lo más importante que tenían.
Hiperión marcaba el ritmo mientras Raluk, Carlos, Crow, Wonder, Espinal y Kurz lo secundaban. El resto de los hermanos debía esperar a que el resto de la compañía pesada cruzara el camino. Si la cosa se torcía los siete estarían sólos. No se podía revelar la ubicación del campamento. Como siempre Espinal y Kurz venían compitiendo y haciendo apuestas desde que se habían anotado para la misión...

─El que mate más caballeros se lleva la daga ─desafió Espinal

─Ya no tienes nada con lo que apostar, esta vez serán 50 monedas amigo.

Espinal tragó saliva pero asintió resignado. Era por lejos el más pobre de los hermanos a causa de sus frecuentes pérdidas. Pero como cualquier apostador, la salida era siempre la próxima apuesta. Así se internaron en el bosque y dieron un rodeo para ganarle la espalda a los tekeris. Se notaba que estaban nerviosos y discutían las acciones de sus escoltas que habían empezado a cruzar el camino en busca de quién sabe qué.
La orden era clara. A Hiperión no le temblaba el pulso cuando la cosa requería firmeza. Muertes rápidas y limpias. Un grito pondría a todos en alarma y eran suficientes como para dar problemas. Esto lo dijo mirando a Espinal y Kurz para evitar que algún juego estúpido los pusiera a todos en peligro.Todos asintieron igualmente y se separaron. La caza la comenzó Raluk que encontró a uno armando una especie de trampa en el lugar. Parece que pretendían retirarse. La escolta lo había arruinado todo. Apenas un movimiento en la maleza y luego aparecía nuevamente el trekeri que no era otro que el hermano con sus ropas. Raluk se salteó este paso. Realmente no le gustaba como le quedaban esos atuendos así que se las ingeniaba para que no la vieran en ningún momento.
Hiperión se subió a un árbol y esperó que un trekeri apresurado pasara cerca de él. La daga sólo bajó un momento y junto con ella la mano que ahogó la queja. No se había oído ni un murmullo para cuando todos ya se habían cobrado la vida de alguien. El capitán de los trekeris sintió en un momento que el silencio era distinto al habitual y se giró. Todos parecían seguir haciendo lo que les había mandado, se acercó a su segundo para dar una orden nueva...

─Algo pasa, ve a buscar a los escoltas...

─Creo que no ─contestó Espinal clavándole la daga en el cuello.

La compañía había sido eliminada por los siete, sin necesidad de que los demás tuvieran que intervenir. Eso era algo por lo que Hiperión hubiera cobrado su propio peso en oro, viejos tiempos pensó el mercenario y alejó esos pensamientos. Una vez más le tocaba hacer el papel de Capitán enemigo. Un poco tedioso pero se le daba bien así que se vistió con sus ropas y asomó un poco la cabeza al camino haciendo señas a los escoltas, que estaban desperdigados por la ladera buscando ese enemigo que de pronto se había esfumado. Un poco extrañados los caballeros empezaron a volver a la posición pero notaron que faltaban varios de ellos. No era raro que su capitán fuera un tanto altivo, A cualquier oficial imperial nunca le faltaba soberbia después de haber aplastado reino tras reino. Su peor error fue no reconocer que había cometido uno hasta que fue muy tarde. Se vio separado de sus hombres, desconociendo su misión y ahora el capitán de los trekeris lo llamaba desesperado. Eso no podía ser bueno, pero ellos habían revelado su posición y ahora obligaban a los rastreadores a revelar la suya. El factor sorpresa se había esfumado sin que pudieran dar con la hermandad fantasma. Eso no se vería bien pero siempre se podía culpar a los trekeris por no haber liderado bien. Ellos tenían el mando y el les brindaba apoyo. ël solo había detectado movimiento sospechoso y debía cerciorarse de que la hermandad no se estuviera escapando en sus narices. La mentira le sonaba bien así que caminó displicente al encuentro de los trekeris, su guardia le escoltaba ansiosa al ver que se estaban burlando de ellos pero demasiado respetuosos como para alertar a su líder. El debía saberlo.

─Espero que me explique que hacen escondidos cuando hay actividad enemiga en la montaña...─ dijo con altivez, dejando en claro que sus hombres actuaban por sus órdenes.


─Necesito que deponga su espada señor ─contestó Hiperión quitándose el yelmo.

Su guardia se puso delante de él mientras el buscaba a sus hombres con la mirada. Sólo un puñado continuaba en el camino. Otros aparecieron de la maleza cubiertos de sangre. Y no eran suyos.

─¿Quienes se han creído que son?...¡andrajosos miserables! ─gritó mientras el círculo de espadas se estrechaba sobre él, luego de dar cuenta del puñado que restaba. Su guardia se vio rodeada y se preparó para una segura muerte. No hubo del capitán ni una muestra de respeto hacia ellos en esos momentos así que uno le dio una patada y lo envió hacia sus captores mientras se ponían en círculo. El líder les molestaba para pelear. El capitán fue a dar contra Espinal que lo recibió con una daga en el vientre, justo donde las placas de la armadura imperial se unían permitiendo que un filo traspase si se era diestro. Y Espinal lo era. La cara del capitán lo decía todo. Mezcla de sorpresa y espanto, parecía nunca haber sido herido, eso explicaba el poco afecto que le prodigó su guardia.

─Hagamoslo justo ─dijo Hiperión mirando a Leo que sonreía por la ocurrencia. ─Son cuatro caballeros pesados, les daremos la misma oposición. Brian, Alex, Leo y Sharra serán adecuados para ellos.

La primera línea de la hermandad se dispuso en el camino. Se veían pocos duelos de ese tipo. Y ya se echaban de menos esos choques de moles en el campo de batalla. la hermandad nunca dejaba de entrenar y sus caballeros pesados eran un ejemplo de constancia. Una vez por semana debían hacer cima en la montaña con la armadura puesta. Sharra cortaba leña con ella casi a diario. Leo empezaba sus días ejercitando mandobles con su pesada espada mientras Alex y Brian se tomaban la tarde para entrenar desafiándose. La guardia imperial usaba una guardia estática con la espada angulada hacia adelante, además de mantener sus yelmos. La hermandad ya había dejado de usarlos hace tiempo, eso invitaba a los ataques a la cabeza, el tipo de ataques que descubren el cuerpo tempranamente. Sólo Leo se dejó el casco más que nada por mantener cierta formalidad. Los hermanos tenían distintas posturas. Leo tenía su espada en punta, sostenida sobre el codo proyectado. Sharra la mantenía levantada sobre su cabeza a dos manos. Brian y Alex entrenaban juntos asi que la sostenían desde un costado también en punta sin usar el codo, a último momento Brian decidió usarla a manera de lanza, con una mano en el pomo y la otra sobre la base del filo. El guante de metal se lo permitía. La guardia imperial estaba ansiosa y era seguro que atacaría primero. Y así fue. Y fue Brian el primero en sacar ventaja ya que la punta llegó al yelmo antes de que el guardia completara el ataque. La punta de su espada entró por el visor y no paró hasta chocar con el fondo del casco, su oponente cayó de bruces. Sharra parecía regalada con su postura pero estaba invitando al ataque lateral y hacia allí fue su enemigo. Le bastó girar su cintura y bajar la punta de la espada para cubrir su flanco mientras giraba con sorprendente agilidad y apoyaba la espada sobre el cuello del guardia que se quedó inmóvil esperando que deslice el filo.

─Demasiado fácil ─dijo Sharra tomándolo de las pelotas y cargando con el hombro haciendo que la mole de acero caiga de espalda de manera aparatosa. Tan pesadamente cayó que no podía volver a ponerse de pie, finalmente la guerrera de los ojos llenos de muerte se aburrió y hundió su daga en el pecho del guardia.

Alex era el que peor la estaba pasando, su estilo conservador le dio más poder al ataque enemigo. El sólo bloqueaba los embates esperando que se canse. Pero le tocó un guardia de extraordinario vigor que no paraba de atacar. Necesitaba hacerlo perder el balance o no podría recuperar la inicativa. Finalmente vio a través del visor de su enemigo los signos de la desesperación y el cansancio. Allí fue cuando cambió de guardia y en vez de bloquear evadió el golpe. La espada enemiga golpeó el suelo con fuerza y trató de volver a componer la guardia, pero el hermano ya tenía preparado su golpe. Hundió el frente del yelmo enemigo con una pesada descarga que lo atontó y cerró la brecha por donde miraba. Lo había cegado. Desesperado lanzó golpes circulares tratando de acertarle a algo. Alex contó los giros y pronto le ganó la espalda. Su daga hizo el resto del trabajo.
Leo esperó pacientemente el ataque de su rival que había decidido esperar también. Ese tiempo le sirvió para ver caer al resto de los suyos. Estaba impresionado.

─Son malditamente buenos, será un honor pelear contigo rebelde.

─Será mi trabajo matarte, invasor ─contestó Leo devolviéndole el gesto.

Leo decidió atacar para no extender más el asunto. No pegaba con todas sus fuerzas sino más bien marcaba, estudiando los movimientos de su rival, que tenía una técnica depurada. Podía ser un placer pelear así, si no fuera por qué era un combate a muerte. Pronto entendió que su contendiente también ahorraba fuerzas y se movía lo justo y necesario.

─¿Ves rebelde? el imperio prevalece porque siempre tendrá un ataque más. ─ le decía el guardia entre ataque y ataque. ─Puedes quedarte a verlo si quieres, un día miles de botas del este pisaran este camino...

─Pues que se sigan desangrando aquí, Si sacamos suficientes pies de esas botas algún día dejarán de venir

─No tenemos razón alguna para abandonar la gloria de nuestro destino rebelde.

─Ni yo tengo razones para abandonar mi tierra invasor...

─Te las daré, te lo aseguro ─contestó el guardia intensificando los embates. Pero ya Leo sabía que movimientos tenía en su bolsa. El líder era un estudioso de la esgrima y conocía la escuela del este desde sus raíces.

─Tenemos la fuerza que nunca tendrán rebelde.

─Pero no tendrán jamás lo que nos liga a esta tierra, eso siempre será nuestro invasor ─contestó Leo cuando quedaron frente a frente, espada contra espada.

El guardia soltó una mano para tomar su daga. Allí fue cuando Leo rompió su equilibrio y aunque el oponente logró tomarla, cayó de espaldas. Había perdido su apoyo. Leo cayó sobre él y trabó el brazo del guardia con su propia espada. Siguieron forcejeando pero Leo estaba bien afirmado y logró aprisionar el otro brazo con su rodilla. Sólo le bastó quitarle la daga y con ella misma buscar su cuello.

─Son sus propias armas las que acabarán con tu imperio...

─Calla y termina con esto perro miserable. ─dijo el guardia y Leo cumplió su petición.

La noche para la hermandad había terminado. La luna bañaba los cuerpos de los caballeros caídos. Ninguno de los hermanos tenía un sólo rasguño, lo cual era motivo para festejar, aunque estaban cortos de provisiones. Luego de sacar los cuerpos del camino, una carreta llevó los restos al sendero alto. Allí los dejarían para dar aviso a los próximos. No había sobrevivientes. No debía haberlos, pero si tendrían un rato para encontrar las cabras que llevaban demasiado tiempo sueltas, eran las heroínas de la velada y merecían el esfuerzo. Haru era la más capaz en esas lides, sabía lidiar con animales de montaña así que partió a su cometido con un par de hermanos.
Espinal buscaba por todos lados a Kurz. No sólo había matado a más caballeros. Se había cargado a los dos capitanes enemigos. No había duda. había vencido pero Kurz no aparecía por ninguna parte...

─¿Me viste? ...¿me cargué a varios y los jefes? dime que lo viste ─preguntaba insistente a la partida de Hiperión pero nadie le contestaba. Finalmente Coraza Roja le dio la razón. Había vencido. Pero Kurz había desaparecido a mitad de la matanza.

─Creo que se ha ido Espinal. Lo crucé cuando terminamos con los trekeris y me esquivó la mirada, luego se perdió en el bosque...

Espinal se sentó en el camino, con la mirada perdida. Tenía una expresión más parecida a la tristeza que al enojo. Era el momento que había estado esperando y su eterno rival le había quitado la satisfacción. Vallekano se acercó a él y lo tocó en el hombro.

─Ayúdame con algo. Festejemos tu victoria...por fín

Volvieron con el ciervo que habían cazado por la mañana. El arquero lo había dejado oculto con la esperanza de recuperarlo. Los hermanos vivaron al cazador y a Espinal que había vencido por fín al guerrero florido. Xamu juntó un buen fajo de leña mientras luchaba por atrapar a una de las cabras. Davan se preparaba para asar el animal que resultó una pieza magnífica. Habría una buena comida esa noche, nada de raciones. Todos estuvieron de acuerdo que una victoria como esa debía remarcarse, y alzaron sus copas por ella.
Podían haber sido emboscados y arrasados con facilidad y sería de otros el festejo, pero una vez más la suerte los favorecía. Quizás los dioses, al menos alguno de ellos todavía los bendecía, así que sería mejor honrar ese designio y dejar para mañana las otras preocupaciones. Esa noche junto al fuego festejarían y se darían un banquete para las tripas, el del día había sido para la espada.










 




 


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