martes, 11 de septiembre de 2018

Alex "columna" abrigo de acero



Se han bautizado a muchos guerreros de distintas formas. El campo de batalla suele ser una buena madre para ellos, ya que suele darles nombres que perduran. También está el origen, la destreza, las particularidades físicas. Pero solo uno fue llamado de forma tan particular. Pudo ser el escudo, el brazo, el azote pero el simplemente fue llamado "columna". Algo propio de una edificación, pero en su caso, tenía todo el sentido. Él estaba construyendo su mito.
En la batalla de Pico de la Arpía fue rodeado por imperiales y mercenarios que andaban a la caza de rebeldes del este. Alex pertenecía a una pequeña casa que decidió migrar al sur. El cuidaba de los suyos mientras las carretas con su gente avanzaba tortuosamente por los caminos de montaña. El avance era lento y ya les habían llegado noticias de que los estaban persiguiendo. Alex preguntó a su príncipe cuanto tiempo necesitaban para escapar.

─¿Acaso estás loco, nos superan en número cuatro a uno, y pretendes quedarte?

─Dime cuanto tiempo necesitas y lo tendrás. Pero saca a todo el mundo de aquí.

Alex trataba con familiaridad a su príncipe. El no tenía títulos de nobleza pero su espada era respetada por todos.

─Un día y creo que pasaremos la encrucijada, allí deberían separarse para buscarnos y no lo harán. Un día Alex, si puedes darle eso a los tuyos tendremos esperanza.

─Es tuyo, canten alguna canción en mi nombre ─dijo poniéndo una mano en su hombro y aclaró ─pero haganme más apuesto. Ahora vete...

Serían cincuenta almas contra las fuerzas de los Andras. Sabía que quienes estaban más cerca viajaban ligeros. Eran infantería liviana y mercenarios. Ellos portaban armaduras completas. Había maneras de sacar ventaja con eso, asi que se dispusieron en un pequeño llano plagado de rocas. Tomaron sus escudos pesados y los clavaron firmemente a la tierra. No se moverían de allí.
Llegaron pasada la tarde esperando encontrar a una muchedumbre indefensa pero sólo vieron a un pequeño grupo. Formado en cuña con sus escudos juntos en un llano salpicado de rocas.
La compañía que los había hallado era la de los famosos Zorros Negros. Traían mercenarios que se acercaron como cuervos a la matanza. Eran oro fácil, o al menos eso parecía.
Ese día Alex se ganó su nombre. Columna. Porque los zorros lanzaron a los mercenarios y uno de los guerreros salió de las protecciones con una espada y un estandarte. Los recibió como nadie esperaba. Uso diestramente la espada y el estandarte era en realidad una lanza. Sus compañeros salieron de los escudos y lo secundaron en la matanza. Fueron demasiado para soldados de la fortuna descuidados. Ahora vendrían los zorros, y serían una mayor prueba. Cuantro veces cargaron contra la línea de escudos y las lanzas y espadas parecían multiplicarse. Luego de cada ataque el guerrero del estandarte volvía a salir de su escudo y plantaba su insignia nuevamente. La noche los ayudó ya que los zorros se vieron obligados a esperar. Los mercenarios hubieran sido de utilidad en las sombras para intentar debilitar al adversario pero neciamente los habían mandado a cargar tempranamente.
Y así los encontró el día. El guerrero del estandarte los siguió invitando al campo de batalla y el capitán de los zorros se vio presionado por la inminente llegada del resto de las compañías. Si descubrían que una delgada linea de caballeros pesados los habían detenido por horas sería una afrenta para su honor. Y a pesar de que todo invitaba a la paciencia, el orgullo Angras estaba demasiado presente y decidieron cargar. Eran muchos más y estaban habituados a pelear con guerreros de porte a los que solían superar en base a la movilidad. Pero el terreno atentaba contra una carga limpia. El capitán pensó en su historial de victorias y decidió lanzarse a ciegas. Cosa que estaba vista como impropia de caballeros de elite. Y lo pagaron caro ya que Alex y los suyos habían minado el terreno. Las trampas que solían usar para cazar lobos y osos esta vez cazó zorros de gran porte. Los primeros caidos se conviertieron en un muro de cuerpos que el resto de la compañia inperial no podía sortear con facilidad. Los maestros de la movilidad se vieron apresados. Y poco se puede esperar de un zorro cuando está atrapado. Las lanzas volvieron rojas de venganza. Y los pocos que lograron salir de la trampa se retiraron en desbandada. Alex volvió a salir y vio que el enemigo se retiraba. Clavó su estandarte como el día anterior y reunió a los suyos. Tenían un momento de calma y emprendieron la marcha seguros de que nadie los perseguiría. Tenían que esperar en los caminos cercanos, por si alguna otra compañía intentaba probar suerte. Habían prometido un día y aún quedaban algunas horas de luz, pero nadie más vino por ellos.
Los zorros negros jamás revelaron lo que había pasado allí. La historia dice que fueron emboscados por fuerzas superiores y habían resistido retirándose ordenadamente a la espera de refuerzos. Dos días después nueve compañías pasaron por el lugar cautelosamente tratando de evitar una emboscada similar. Vieron los cadáveres esparcidos en el llano y decidieron echarle la culpa a los mercenarios por cargar tempranamente. El capitán de los zorros no aclaró ninguno de esos dichos.Alex tardó dos días en contrarse con los suyos. Sólo doce regresaron pero les haía regalado a su pueblo un día y medio de marcha y lograron escapar hacia el sur. La columna había sostenido la esperanza. Y las canciones hacia los cincuenta bravos no tardaron en sonar.
Por el llano de la matanza pasó tardíamente un general. Era uno de los tres principales, el llamado Turbarión. Contempló la escena y la fila de tumbas en el suelo donde reposaban más caballeros de los que había perdido en las tres batallas anteriores. En el suelo un estandarte del este yacía pisoteado. Reconoció el emblema. La torre de piedra se apreciaba aunque estaba manchado de sangre. Esa casa no tenía suficientes guerreros como para formar un compañía completa, pero decidió callar. Sabía de sobra que habían sido vencidos por un puñado de guerreros decididos, pero a la luz de las triunfos pasados no era conveniente dejar memoria de esa derrota. Sin embargo no olvidó ese encuentro. La conquista no sería un paseo, siempre se la había advertido a los otros generales, pero estaban ebrios de victorias como para verlo. Quedaban enemigos formidables por delante. Como el que había sostenido un estandarte allí. Que la madre forja lo librara de él era su más profundo deseo.




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