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sábado, 8 de septiembre de 2018
Parabel "juglar" dueño de la melodía
El hijo bastardo de un noble, puede conocer de lujos, pero no puede disfrutarlos.
Nunca tendría para sí un padre. Era fruto de un desliz. Uno del hijo del señor. Y su madre, quién creyó en promesas vagas, y se enamoró del hombre equivocado.
Pese a todo ella quiso para su hijo una mejor vida. Y una carta del señor sirvió para que fueran aceptadas en un lejano reino del sur, ella como cocinera y su vástago como mozo de cuadra. Quiso la vida que allí conociera a un trovador de la corte. Músico de experiencia que deleitaba los oidos del señor de Lurzt. Él tomó a Parabel como discípulo y lo libró de la dura vida de los establos. Ella, agradecida y atenta colmó de atenciones al músico, que en el declinar de su vida no había reparado en su absoluta soledad. Había muchas expresiones de amor, y aquella podía definirse como la más gentil de sus formas.
El trovador instruyó al niño en todo instrumento musical. Y aunque también podía ejecutar con suficiencia el címbalo o la flauta, serían las cuerdas donde más se sentiría a gusto. El laúd, aún en sus pequeños dedos solía adquirir una precisión y claridad asombrosas. El trovador, que nunca había pensado en tener hijos, encontró uno en su pequeño discípulo. Uno talentoso. Y también uno pendenciero. El resto de los niños de la corte lo hacían blanco de sus burlas por lo humilde de su origen. Y por lo encumbrado de su protector.
Al pasar los años, esa situación inicial se tornó en violencia. Parabel era tan talentoso como colérico. Y las grescas con más de un niño, eran moneda corriente. El viejo músico recurrió al armero de palacio para que lo iniciara en la esgrima y así, encaminara sus impulsos hacia una tarea que demandara mayor disciplina. Pero ese brillante discípulo del músico era un pésimo pupilo de armas. Y le costó mucho domar el carácter de Parabel. Que tenía un maestro de música pero no un padre. El maestro de armas pensó día y noche en como lograr que su aprendiz se interesara en la lucha formal. Lo castigó, lo encerró, lo golpeó con su vara en cada ejercicio pero el muchacho era tozudo y no reconocía muchas formas del miedo. Y fue con su mayor pasión que logró por fín conquistarlo. Un día en que el muchacho llegaba tarde a la práctica, como siempre, encontró al trovador allí, junto al armero. Este le dio la espada de madera y comenzó a atacarlo mientras el trovador tocaba el laúd marcando los movimientos. Cada nota tomó en el corazón de Parabel la forma de un movimiento. Nunca había visto que la esgrima pudiera verse como una pieza musical en si misma. Y esto agradó al muchacho. A partir de ese día Parabel llevaba a entrenar el laúd que le había regalado su padre y le ejecutaba al maestro la pieza que había compuesto. Esa composición musical luego era traducida en movimientos con la espada, fintas, amagos y bloqueos. Los entrenamientos tomaron fluidez y gracia.
El muchacho era un eximio intérprete. y con el tiempo también, un guerrero consumado. De pronto la espada podía componer piezas exquisitas, dignas de ser mostradas a todos. Y una tarde el armero invitó al anciano músico a la práctica para que viera los logros de su discípulo. Palmeó el hombro del viejo trovador satisfecho y le dijo que el trabajo estaba hecho. La música y la esgrima habían hallado un camino común. El muchacho recibió entonces el último consejo.
─Si equivocas alguna nota en una pieza musical, el resto de la composición ocultará el error y podrás soportar la verguenza, pero si equivocas una nota en la batalla, quedarás expuesto a la espada ajena. Y eso muchacho ─dijo tomándolo de los hombros ─ cuesta algo más que avergonzarse. Si vas a hacer música en batalla no te puedes dar el lujo de ser el mejor ejecutante, debes ser realmente, el dueño de la melodía...
Pasaron muchos días más en los que Parabel conjugó el laúd con la espada encontrando placer en ambas, pero el tiempo de su mentor y maestro finalmente acabaron. Y la pena como cuando era pequeño volvió a embargarlo. El trovador ya en su vejez intentó que su protegido fuera admitido como músico de la corte, pero los nobles no admitían gente sin abolengo y fue rechazado. Sin embargo el músico vio parte de su anhelo cumplido, conforme de haberle enseñado su arte al que consideraba su hijo de la música.
Fue mucho el resentimiento de Parabel hacia la nobleza por el desplante hacia su padre del corazón, otra vez ellos le daban la espalda como cuando niño, ahora, como músico. Y prometió venganza.
Una revancha sin sangre pero dolorosa. El joven juglar trazó un plan para seducir a cada mujer de palacio que tuviera marido en la nobleza. Su máximo objetivo era la señora del castillo. Sus armas resultaron tan efectivas como letales. Composiciones románticas con su laúd, que estremecían a las damas más distinguidas del reino, ejecutadas por un espadachín habilidoso. Esa mezcla de fuerza y delicadeza fue efectiva y fue requerido en más de una alcoba. A todas les prometió que su corazón les pertenecería.
Pero un juramento guardó para sí. El de no enamorarse jamás para nunca sufrir otro rechazo. Creía que el amor era una forma de debilidad que debía estar lejos de él. Sólo debía despertarlo en otros para dar forma a su venganza. Porque un instante se tarda en amar, y una vida lleva el olvido.
Su plan funcionó. Hasta que un día su madre se enteró de sus actos. Y presa de una profunda tristeza cayó enferma. Ella no le hizo ningún reclamo pero el vio que su mirada hacia él había cambiado. Reconoció esa tristeza que supo producirle su padre de sangre alguna vez y sintió que en su venganza se había convertido en lo que siempre había odiado. Dispuesto a intentar reparar el mal que había causado fue tras la señora del castillo. Una de sus principales víctimas. Pero esa noche en que se coló en su alcoba para intentar dar explicaciones se encontró con la guardia real. Y con un edicto que lo condenaba a muerte. No tuvo más remedio que saltar desde el balcón para evadirse librando su vida de milagro. No tenía más que lo puesto y el laúd, que lo acompañaba esa velada. Así escapó de su sentencia y se lanzó a los caminos. Se sentó en la plaza de una aldea que halló después de haber andado toda la noche y comenzó a tocar con su tristeza a cuestas. Pronto la gente se agolpó a su alrededor. Querían noticias del reino, querían escuchar canciones de taberna. Querían olvidar un rato las penurias.
Una niña se acercó soltando la mano de la madre para preguntarle algo al oído...
─¿Que eres tú?...¿cómo se llama lo que haces?
Parabel se tomó un rato para responder. No era un trovador, esos tocaban en las cortes y él estaba allí con las tripas crujiendo y los pies heridos de caminar por tantas horas. Tampoco era un vendedor, no tenía nada de valor que ofrecer. No era pregonero real, las noticias quizás hablaran de él pero el no podía saberlo. Sólo había un oficio posible. Pariente de bufones y gitanos. De los malabares y las ferias ambulantes. No era el trabajo más honroso pero había decidido dejar de mentirle a los demás y a si mismo. Esa era una buena forma de empezar.
─Soy Parabel, niña, el juglar, y si nunca viste uno no importa, estás viendo al mejor de todos...
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