Guiada por las historias que se contaban, Wonder creció anhelando viajar a Verbogón para ingresar a las hermanas de la luz. Allí estaban las mejores guerreras que el mundo conocía.
Lógicamente, para una niña crecida en una tribu de las planicies centrales, no encontró eco en su petición. Las mujeres de su pueblo no luchaban. En vez de darle una espada pusieron un bastón en su mano y la enviaron a cuidar un rebaño de cabras. A regañadientes aceptó pero curiosamente sus animales siempre pastaban cerca del lugar donde los guerreros de su tribu entrenaban. Como nadie quería enseñarle ella aprendió imitando cada movimiento, cada finta, cada mandoble. Su bastón se movía con sorprendente velocidad y precisión. Pero no era un arma. Para ella era un palo y lo detestaba.
Sus padres, concientes de sus inclinaciones no le dejaban estar cerca de nada filoso. Así que ella desafío un día a uno de los muchachos que veía entrenar y lo venció fácilmente, con un palo. El muchacho avergonzado nunca denunció que ella le había robado su daga. Ahora tenía un arma pero a nadie con quien entrenar. Así que comenzó a lanzarla, siempre imitando los movimientos que veía en los entrenamientos. Su puntería era asombrosa y podía acertar un blanco a buena distancia. Pero esto no era suficiente para ella.
Se llevó su rebaño lejos. A las montañas. El espinazo del dragón era un cordón montañoso inhóspito y lleno de fieras. Wonder empezó a luchar con los depredadores, defendiendo a sus cabras. Esos eran sus contendientes. Gatos monteses, zorros, y luego lobos eran su desafío diario. Ella siempre buscaba osos plateados y dejaba cebos intentando atraerlos a ella. Un día tuvo éxito y un terrible ejemplar fue tras sus cabras. Todavía guarda las marcas que el animal le dejó en el cuerpo. Y el diente que le partió su padre por perder a todos sus animales. Pero la muchacha no se rindió y abandonó definitivamente la idea de seguir siendo "cuidacabras". Fue temprano al lugar de entrenamiento y se sentó a esperar. Desafió a todos los aprendices que fueron llegando. Con un palo. Y los venció.
No encontró nada parecido a ese oso plateado que la había vencido. Hasta que se encontró con los guerreros experimentados de su tribu. Y aunque no pudo vencerlos se ganó el respeto de ellos que pidieron entrenarla. Los ancianos de la tribu se negaron. Sólo era una muchacha obstinada con olor a cabra. Y querían darle una lección. Mandaron a algunos a apresarla para que pasara un tiempo encerrada en las cuevas donde encerraban a sus enemigos cautivos. Ella los podía vencer con facilidad pero se dejó atrapar. En las cuevas había guerreros, hombres de guerra. Quizás ellos si quisieran enseñarle. Pero eran enemigos de su tribu. Y fueron menos colaborativos que el oso. Cuando volvieron por ella a la semana ya había matado a tres y estaba sentada con el resto compartiendo historias. No quiso que la liberen. Ahora por fin estaba aprendiendo. Conoció la historia de Coraza Roja, el mercenario más despiadado. Conoció la leyenda del innombrable. Y la misión de venganza de una hermana de la luz. La guerrera de las dagas hermanas que andaba en las planicies del sur matando forajidos. Recordó por ella su sueño de viajar a Verbogón, al templo de la guardiana, donde estaban las mejores guerreras del mundo.
Así fue como un día liberó a sus compañeros de cautiverio y escapó para formar su propia banda de guerreros. Ellos le habían enseñado todo lo que sabían y ella les había pagado con su libertad. Algunos la siguieron y ella los lideró ahora como una mercenaria consumada. Vestida por completo de negro. Con sus dagas gemelas luciendo en el cinto en honor a la hermana de la luz que tanto admiraba. Pero sabiendo que era cada vez más lejano ese templo del sur. Demasiado lejos de la luz. Decidió ser sombra, una muy filosa.
Cuando tuvo suficiente oro de la matanza se despidió de los suyos, aún de ese amor que tenía entre sus hombres y partió. Se encontraba cerca del sur y vio los dos caminos ante ella. Uno iba serpenteando en dirección al mar, a la puerta de los dioses donde estaba su viejo anhelo. El otro iba al oeste. Donde se rumoreaba que se escondía un gran mercenario llamado Hiperión. Se tomó un tiempo para meditar y terminó preguntándole a sus dagas. Las lanzó juntas al aire. Una en cada dirección. La del sur golpeó en una roca y cayó de lado. La del oeste se clavó firme en la tierra y permaneció erguida. Le alcanzó con eso para decidir y emprendió camino.
Cuando quiso ser guerrera fue pastora. Cuando quiso ser libre fue cautiva. Cuando quiso ser luz terminó siendo sombra. Era una constante que su camino siempre iba en dirección contraria a sus deseos. Pero no estaba dispuesta a rendirse. Había aprendido a torcer cada uno de los designios en su vida. Sin demasiada ayuda. A veces simplemente con un palo.
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