Cruzaron por un paso oculto tras el Diente de Fuego, un monte cercano al camino alto. Eran de una tribu extraña. Si no los hubiera visto Vallekano junto a Oscar, nadie creería que todavía quedaban algunos. Aunque los que quedaban eran de los guerreros más reputados para contratar. La guerra los había devorado hace tiempo. Ellos, en su loca devoción hacia ella se habían sacrificado en batallas imposibles de ganar contra el oeste. Montaban caballos con armadura y portaban arcos compuestos. Voyanas, los amos de los llanos meridios. Los que juraban por la espada ensangrentada. Los que vestían las caras de sus enemigos y bebían en sus cráneos. Llegaron un puñado de ellos. Eran tan buenos rastreadores como guerreros. Seguramente encomendados en la misión de ubicar el campamento de la hermandad. Pero no existe voyana que rehuse una buena batalla. Esta en su juramento ante la espada. La sangre que la adorna jamás debe secarse.
Dicen que no hay ejército que se precie que no cuente con uno de ellos. Se sospecha que están en las huestes del innombrable. Y algunos guardan los templos de la puerta de los dioses. Pero supieron ser una tribu numerosa. Nómades que pastoreaban grandes rebaños en los extensos llanos. Y guerreaban con quién estuviera a su altura. Así trabaron lucha con el antiguo pueblo del oeste. Ese del que solo quedaron grandes templos abandonados. Los tallados que adornan los muros de esas ciudades hablan de la gran guerra que sucedió antes de la llegada de los pueblos nuevos. Una que consumió al gran pueblo que gobernaba el oeste y adoraba al dios del fuego. No quedó nada de ellos pese a ser en extremo numeroso. Y todos culpan a esa tribu nómade al que la guerra consumió aunque hayan resultado vencedores. Los mismos que mantenían a raya a los bóreos en el norte. Muchos dicen que si ellos hubieran estado fuertes los tres pueblos nuevos no habrían conquistado esas tierras.
Apenas enterados en el campamento se decidió partir hacia el bosque y esperarlos allí. Había que proteger el hogar a todo costa. Sobre todo si se trataba de esta clase de enemigo. Ya no podía pensarse en ellos como un pueblo orgulloso sino como simples mercenarios. Aunque guardaran la tradición de sus ancestros. Oscar los describía como hombres a caballo con lanzas muy largas pero eran sus espadas unidas a un asta de importantes dimensiones. Solían ser creativos para usar sus armas y no era raro que usaran su espada de maneras distintas. Vallekano se asombraba de que sus arcos fueran tan pequeños pero eran ideales para disparar al galope. Eran arcos compuestos y sin embargo llegaban más lejos que los arcos rectos que todos solían utilizar.
─Pudieron ser los amos, pero eran esclavos de la guerra. Como ahora el imperio del este. Mi pueblo cantaba canciones sobre ellos. El pueblo de los caballos. Los que hacen vestidos de la piel de sus enemigos y beben en sus cráneos. ─recordó Leo
─Eran como los cuentos para que nos portaramos bien ─interrumpió Alex ─yo conocí uno en una feria itinerante. Apenas era un niño pero lo recuerdo bien, Estaba gordo y viejo pero vestía una camisa de piel, cosida con retazos de sus enemigos...y podías ver caras en ella. Era muy gracioso porque una se parecía a un tío mío ─dijo riendose mientras todos lo miraban extrañados. Era raro verlo reír y el motivo también los asombraba.
Crow volvió a poner a todos en alerta. Era raro que una partida fuera completamente de voyanas. Había que asegurarse de identificarlos bien para saber que estrategia utilizar con ellos, y por sobre todo, donde atacarlos.
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