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viernes, 7 de septiembre de 2018
Valkiria "iluminada" luz del acero
La orden de las hermanas de la luz fue llamada a las armas hace siglos de la mano de la profecía. Cuando a la tierra le faltaron justos, ellas acudieron al llamado. Y se volvieron la espada que corre el velo de la oscuridad. Su templo en Verbogón contempla a todos desde lo alto del monte del Alba. Antes visto como el refugio último de la ciudad si el mar inundaba la ciudad baja. Ahora era el perpetuo vigía del destino de los hombres. Dentro de el se alza la imponente estatua de la guardiana eterna Rassvet, la que dio de beber a la pitonisa y le dio refugio a la profecía. Sostiene en alto un farol con su diestra, y una espada desenvainada en la siniestra. Sus ojos son de oro y brillan a la luz de los fuegos guardianes que las novicias mantienen encendidos día y noche. Allí se forjaron las voluntades de muchas mujeres casadas con el destino más alto. Uno que ningún hombre igualaría.
Allí llegaron tres niñas una tarde de verano. Huérfanas de la guerra cuyo destino más seguro era la ciudad santuario. Allí cualquiera de los tres cultos podía recibirlas pero toda niña fantaseaba con la idea de ser una hermana de la luz. Así fue como apenas llegadas a Verbogón se escaparon de sus cuidadores y fueron a pedir asilo al templo de la guardiana. Las novicias se apiadaron de ellas y las tomaron bajo su cuidado. No sabían sus nombres ya que apenas contaban con edad para decir algunas palabras. Una fue llamada Alba, la otra Vigilia y la última Valkiria y fueron inseparables desde ese día. No había tarea que no tomaran con entusiasmo ya que estaban en el lugar del que muchos hablaban pero pocos podían conocer. Así crecieron haciendo los menesteres del templo por las mañanas y entrenando para la guerra por la tarde. Y demostraron ser mucho más que niñas entusiastas. Si Alba era buena con la lanza, Vigilia la superaba con el arco, pero nadie igualaba a Valkiria con la espada. La superiora de la orden decidió mantenerlas juntas ya que así se potenciaban y casi siempre que debía castigarlas el castigo era simplemente multiplicado por tres. Pero se hicieron dignas del refugio que les habían otorgado y el paso del tiempo no hizo más que afirmar que sus votos eran sinceros. Estaban llamadas para el servicio. Llegado el tiempo de salir a los pueblos para comerciar lo que el templo producía a cambio de lo que les faltaba fueron también las primeras voluntarias. No importa que tan llena de verduras y quesos partiera la carreta, siempre volvía con su venta realizada por completo. Eran queridas en muchos pueblos. Un día Alba insistió con marchar primero a una aldea en particular donde decía tener la carga ya vendida. Las otras aceptaron a regañadientes sabiendo que no era por venta que eligieron el destino sino por un muchacho hijo del herrero que había prendado el corazón de la joven. En vano intentaron sus hermanas advertirle que no abriera su corazón a él. Que la oscuridad se escondía siempre en los corazones de hombres de palabra dulce y gestos agradables. Lugar que el ojo común no llegaba a contemplar y que era la fuente de todo. Pero Alba estaba cegada por su amor adolescente. Y Vigilia cedió a sus demandas acompañándola. Valkiria que había decidido quedarse en la carreta no entró a la posada con ellas. Temía que algún salteador se llevara su carga. Sólo los gritos de Vigilia la hicieron cambiar de parecer. Las habían emboscado una banda de forajidos que quería entrar furtivamente al templo y saquear lo que ellos decían era una estatua de oro. El enamorado de Alba, que en principio estuvo de acuerdo con el plan temió por ella cuando vio la violencia a la que era sometida e intentó defenderla. Una profunda herida en su estómago rompió rápidamente el vago acuerdo que tenía con ellos. Cayó al piso herido de muerte y Alba cayó también herida tratando de alcanzarlo. Vigilia lanzó un agudo grito y sacó su daga comenzando un frenética lucha con la banda. Pero eran demasiados y fue traspasada dos veces con sendos cuchillos de caza antes de caer, llevándose dos con ella. Una luz irrumpió en la sala de la posada cuando Valkiria entró al lugar dispuesta a luchar con lo que fuese que hubiera allí. La imagen de sus amigas hermanas heridas en el suelo la trastornó por completo. Ella tenía una espada corta y no dudó en usarla contra ellos. Poseída por una furia que no conocía límites fue de uno en otro hiriéndolos por doquier, realizando giros y fintas que no se habían visto jamás en la más temible danza de lucha. Allí brilló el acero de Valkiria, allí la furia de la guardiana tomó la forma de una muchacha, allí una joven dio cuenta de una banda de forajidos que le había arrebatado su más preciado bien, le había robado a sus hermanas.
El camino de regreso casi no lo vio llevando la carga del día intacta y sobre ella. Los cuerpos de sus hermanas, inertes.
Todo fue tristeza en los pueblos por donde pasó Valkiria llevando la carreta. Muchos lloraron la pérdida de esas jóvenes que tanta alegría traían desde el monte del Alba. Y dejaban flores en la carreta mientras ella sostenía las riendas con la mirada perdida. Pronto llegó al templo y fue recibida por las novicias, que lloraban junto a Valkiria. Alba y Vigilia fueron quemadas al amanecer en los fuegos eternos frente a la estatua de la guardiana. Valkiria sólo tomó de ellas las dagas y se las cruzó en el cinto. Ya nunca se separarían. Seguirían con ella y las llamaría hermanas. Juntas seguirían luchando y riendo, sirviendo y entrenando como había sido toda su vida. Desde ese día Valkiria supo que un día debería abandonaría el templo. Su corazón ahora tenía odio hacia quienes debía proteger. Se había corrompido cuando había luchado por sus hermanas con su danza de muerte. Había matado por ellas. Las había vengado. Y lo había disfrutado.
Su corazón estaba comprometido. Debía volver a purificarlo con penitencia y sacrificio. Así que pidió la bendición de la guardiana y se marchó un día dispuesta a encontrar nuevamente su propósito a través de la espada. Abandonar el odio que crecía por esos que debía proteger. Y sus hermanas viajarían con ella. Le perdieron el rastro en las planicies del sur. Aquella niña amada ahora era temida. Era inmisericorde con quienes la desafiaban. Era como una diosa de la guerra hecha carne y acero. Y su luz, otrora enceguecedora, ahora era apenas destello. Volver a brillar sería su misión. Y su vida, cuando su opaco corazón volviera a encenderse con el fuego de la guardiana, pero mientras tanto sólo podía contar con otra fuente. Un brillo intenso y terrible. La luz de su propio acero.
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